Dos adolescentes se disponen a dar un concierto en un centro comercial. Uno de ellos se sienta frente a un piano, el otro, discapacitado, sujeta con mucha soltura un trombón de vara reluciente.
28 junio 2011 -
Frente a ellos se forma enseguida una semicircunferencia. Todos de pie.
Como el tiempo se paraliza por unos momentos, mi curiosidad se centra ahora en los atuendos de los que les rodean. Mientras unos intentan disimular su imagen tras corbatas y chaquetas anchas, otras arruinan la suya con faldas de cenicienta y sujetadores de engaño. Qué manía con eso de que las tetas tienen que ser grandes y redondas. Cuando se darán cuenta que el atractivo y la elegancia va mucho más allá de eso.
El gentío que puebla el centro comercial pasa sin a penas volver la cabeza. Casi estamos en rebajas y no hay que entretenerse. Alguien puede quitarte la ganga.
El semicírculo se abre y en el centro se sitúan varios trípodes con cámaras. Llegan más corbatas. Los teléfonos no se separan de las orejas; qué mal que debieron pasarlo cuando no existía esta tecnología. Así pues, que lo disfruten ahora que pueden. Yo a lo mío.
Mientras tanto, los chavales están ausentes, afinando sus instrumentos (musicales) y comunicándose entre ellos, ante la fija mirada de un señor en mangas de camisa, que debe de ser quien los dirige. El resto no cesa de buscar con la mirada aquí y allá, no sé si temiendo que los descubran o esperando que los vea algún vecino, aquí y de esta guisa.
La algarabía del centro no cesa, pero los chavales se niegan a regresar. Los verdaderos artistas son siempre así, viven en un mundo exclusivo al que sólo nos dejan asomarnos de vez en cuando, a través de sus obras, y no siempre los comprendemos.
Nuevas sonrisas ensayadas se van incorporando al grupo, acompañadas de besos, abrazos, apretones de manos y golpecitos en la espalda. Pero las cabezas siguen girando a un lado y a otro, buscando a alguien más.
Está claro que sea quien sea quien falte, es alguien que no hace falta, porque si están los artistas y los instrumentos…
Y ese tal sea quien sea debe de ser muy importante, porque son los importantes los que siempre hacen esperar; por eso son importantes, porque de otra forma serían maleducados.
Por fin la espera no es en vano y un nuevo torrente de besos y apretones de manos acompañados de sonrisas de plástico se precipita sobre el grupo.
Me aparto un poco. Quiero meditar sobre qué serán las son-risas si no son risas. Dejémoslo por el momento.
Me despierto con el relampagueo de los flashes de las cámaras. Esto parece que va a comenzar. Sí. Ya está.
Micrófonos, palmas, títulos de presidente, concejal o director, y otros tantos discursos copiados de algún manual. Mientras los chicos esperan con paciencia y todavía con ilusión. Son tan jóvenes…
Tres piezas breves se abren y me hacen olvidar donde estoy. Tan alejado esto de todo lo anterior, que no sé si pensar que valió la pena esperar o que todo lo demás sobró.