La carretera serpentea desde la costa hasta San Miguel de
Salinas, cruza lo que antaño era un bosque de pinos a uno y otro lado del río
Seco. En lo alto hay un edificio rojizo, con una torre campanario en el centro,
y enfrente un espacio abierto de cara a un mar que se ve y se huele; a un lado
una mesa de piedra con un hueco en el que don Ramón vertía la tinta con que
mojar la pluma.
Don Ramón vendió la Dehesa a razón de un céntimo el pino,
y dicen que cuando se cansaron de contar llegaron a un acuerdo porque acabar de
hacerlo parecía imposible.
La finca fue de unos a otros, y acabó en manos de quien
al morir sin descendencia, fueron al parecer unos sobrinos de su mujer quienes
la heredaron.
Ya entonces, la parte de la costa estaba condenada a la
especulación: torres, chalés, cafeterías y atascos de coches aquí y allá. Pero
fue a partir de ese mágico desarrollo que nos invadió años atrás cuando la
propiedad explotó tanto en la costa como en el interior: campos de golf,
resorts, etc. etc.
Pero todo ello sin abandonar esa falsa agricultura que
ayuda a conseguir agua del trasvase Tajo-Segura (riqueza y fraude) y de las criticadas,
para cuando conviene, desaladoras.
Se ha construido hasta en el lecho del río, aprovechando
que como es SECO, para qué mantenerlo virgen. Y ciertamente se llama seco
porque sólo lleva agua una vez cada 40 ó 50 años. Sólo que cuando trae agua no
es con un caudal cualquiera. De modo que quizá algún día, esos adosados modelo
"pitufo" pueden acabar en Tabarca o Formentera. Mejor que no pase,
pero si pasa...
Pero mi "foto fija" no es por toda esa
barbarie, en muchos casos escrita en letras doradas y con el rumboso nombre de
"Real" (Real Club de Golf, o cosas parecidas). Como supongo que lo de
real precisa de una autorización, quién la habrá dado y a santo de qué.
Sigo: mi foto fija es porque cada vez que cruzo por esa
serpenteante carretera, cuyos arcenes secos están correspondientemente llenos
de basura (botes, botellas, plásticos, etc.), también hay a menudo mujeres
sentadas o de pie, exhibiéndose a la espera de clientes. Así durante años, con
gobiernos municipales, autonómicos y de la nación de distinto signo político,
al menos aparentemente. Sí, esos a los que se les llena la boca de
"derechos humanos" y cosas parecidas. Qué sabrán ellos...
La última vez que pasé, la imagen se quedó grabada en mi
retina y no puedo quitármela. Acababa de sortear un pequeño utilitario rojo en
el que se realizaba una transacción económico-sexual, cuando en la siguiente
curva me apareció una mujer en avanzado estado de gestación, con una minifalda
negra que hacía gestos de exhibición; mientras, al fondo, dos hombres apoyados
en una valla miraban de reojo a la mujer vueltos hacia dos grupos de golfistas
(jugadores de golf) que intentaban meter la bola en el agujero.
Si esto lo hubiera presenciado don Ramón (de Campoamor y
Campisano), el propietario original de la dehesa, seguro que hubiera sido capaz
de plasmar esta foto fija en una poesía; y probablemente en una poesía breve,
como cuando dijo:
En el cristal de un espejo
a los cuarenta me vi
y hallándome feo y viejo
de rabia el cristal rompí.
o esta otra:
El cura del Pilar de la Horadada
como todo lo da no tiene nada.
¡Ay! don Ramón, don Ramón...