Del 31 mayo al 9 junio de 2015 (de Burgos a Valencia)
Hace
casi un año que, durante el “camí de cavalls”, me comprometí con gusto a acompañar a los que me aceptaron
en el grupo cuando hicieran el “camino Cid”; y eso ha sido ahora.
Desde
hace meses fueron informándome de detalles hasta ajustar las fechas ahora ya,
porque el calor impedía dejarlo para más adelante.
Partimos
de Burgos el 31 de mayo muy temprano. Vicente, recién llegado de Mallorca, y
yo; unas horas después partirían los que venían de Madrid. En total siete.
Nosotros,
tras pasar la noche en el autobús de Valencia a Logroño, en el que casi nada
más subir caigo dormido como una marmota, aunque no tengo ni idea de cómo
duermen las marmotas. Y digo casi porque nada más sentarme llaman al móvil a la
persona que se sienta a mi lado. Es una mujer mayor, muy menuda y enjuta.
La
señora habla muy alto, así es que no puedo evitar oír la conversación. Es de
Bilbao, o al menos vive allí, y vuelve a casa después de asistir a los trámites
de separación de su hija. Le cuenta a una tal Pili, que es quien le ha llamado,
que el niño se quedará con su padre porque el psicólogo ha informado que está
muy arraigado en Valencia; además de porque el padre tiene trabajo y su madre,
que volverá a Bilbao, no. Dice también que el niño está ahora con la nueva
pareja de su padre porque éste se ha ido a hacer el camino de Santiago. A
continuación comienza a lanzar improperios contra el ya exmarido de su hija y,
contestando al parecer a una pregunta de la tal Pili, afirma con vehemencia que
“no, que la única posibilidad es que un camión atropelle y mate a ese
sinvergüenza; que sólo eso lo resolvería todo”.
No
sé si dormirme tal y como están los ánimos; bueno, mientras le doy vueltas a
esta interrupción de mi incipiente sueño, se corta la comunicación y deja de
hablar, lo que me anima a dejarme ir a los brazos de Morfeo o de quien sea; una
vez dormido qué más da.
Luego,
en Logroño, donde llegamos alrededor de las cuatro, pasamos casi dos horas de
espera en una estación de autobuses cerrada, en la que dos inmigrantes árabes
(quiero decir dos moros, para quien no entienda la terminología políticamente
correcta) hablan a gritos; por fin vienen a recogernos en la furgoneta que
tenemos contratada. En la estación, el termómetro marca 6ºC, por lo que me
envuelvo en el plástico en el que he traído metida la bicicleta durante la
espera. Ya en la furgoneta me vuelvo a dormir a pesar de que ya es de día y
Vicente y el conductor hablan por los codos.
Al
llegar a Burgos acusamos el cansancio de no dormir en lugar adecuado, pero la
fría mañana nos anima. Tomamos un minidesayuno en el único local que
encontramos abierto, el restaurante de un hotel. Primero entro yo y luego
Vicente (para cuidar las bicicletas). Durante la espera en la puerta tengo que
atender a una chica que cae al suelo estrepitosamente perdiendo los zapatos,
mientras su pareja intenta que recupere la vertical con poco éxito. Al poco
vemos a ambos en posición horizontal junto a un portal más adelante esperando
que su hígado destile lo que les impide estar de pie. Una máquina que intenta
barrer y baldear una calle llena de porquerías los esquiva. Pasa otro individuo
que intenta invitar a Vicente a lo que quiera mientras se tambalea. Debe de ser
una de esas zonas de “fiesta” que si comienzan mal aún acaban peor, por decirlo
de alguna manera.
Conecto
el GPS y me doy cuenta que debo de haber copiado mal los “track” porque me
aparece el cabo de Gata. Ya está! Copié los de la “transÁndalus”. Mi primera
aportación a que el viaje resulte interesante. Garantizado.
En
la búsqueda de la salida hacia Valencia por el Camino Cid nos ayudan algunos
madrugadores; sobre todo un ciclista marathoniano que vaga buscando colegas
para hacer la ruta del día. Éste nos acompaña hasta la salida y se vuelve.
Al
poco comienzan los desvíos, los cruces, las dudas y la señalización defectuosa.
Pregunta tras pregunta a otros ciclistas acabamos encarrilando en camino, no
sin algunos errores que retrasan un poco las previsiones. Cuando preguntamos ya
sabemos por otras veces que los que no conocen el camino informan relativamente
bien, pero que los que lo conocen, posiblemente por esa seguridad, acaban
llevándonos a seguir rutas totalmente equivocadas. Real como la vida misma.
Los
más acertados son los "globeros de Burgos", un grupo que nos hace
fotos y nos dice que las van a poner en facebook. ¡Qué maravilla!
Nos
relaja que los otros compañeros que vienen de Madrid llegarán al menos dos
horas por detrás y al final nos uniremos. Ellos llevan más GPS y la ruta
estudiada.
Comenzamos
a subir y bajar cuestas rodeados de trigales verdes adornados de amapolas y
salpicados de otras florecillas que combinan amarillo y lila. Bellos colores.
El
sol cada vez se muestra más agresivo y el aire huele a planeta tierra. Los
oídos se llenan con los continuos trinos de las aves que parecen disfrutar aún
más que nosotros con el entorno. Será porque no tienen que pedalear.
Vicente
y yo vamos acuciados por el hambre, así es que en el primer pueblo que
encontramos (Mecereyes) en el que se puede comer algo, tomamos un bocadillo de
tortilla francesa con unos trozos de jamón. Casi dos horas después se une a
nosotros el resto del grupo. Tomamos otro bocadillo, descansamos un rato
mientras visitamos el pueblo haciendo fotos y partimos hacia Santo Domingo de
Silos.
A
poco más de las seis de la tarde llegamos tras más de 70 kilómetros de pedaleo.
Hotel,
ducha y yo marcho a escuchar a los monjes del Monasterio de Silos. De los
aproximadamente 80 asientos que hay para los monjes cantores sólo están
ocupados unos 20. Los monjes se levantan y se sientan cantando hasta que uno
saca un incensario para purificar el lugar. Entonces se callan.
Me
uno al resto del grupo. Paseamos, hacemos fotos, hablamos de la ruta de mañana,
cenamos y unos se van a dormir, otros a pasear y yo a escribir un rato.
Segundo
día (1º de junio) Santo Domingo de Silos - Burgo de Osma
Salimos
de la puerta del Monasterio de Silos (el hotel del mismo nombre está enfrente).
cuando lo hacemos tañen las campanadas del reloj nueve veces seguidas. Es tarde
para nosotros. Otra cosa sería si tuvieran que opinar los vecinos del hotel,
porque a la puerta llevamos más de 15 minutos vociferando las bromas y chistes
que se repetirán sin ninguna diferencia día tras día. La suerte para ellos es
que son nuevas.
Yo
me enfrento al reto de intentar hacer un relato diferente cada día, lo que me
resulta complicado si no hay algo relevante como una lluvia torrencial, alguien
que se cae al río o jugar una partida de ajedrez con uno de los corzos que se
nos cruzan en el camino.
Digo
esto porque todos los días tienen mucho en común: cuestas arriba que luego hay
que bajar y cuestas abajo que luego hay que subir sin escapatoria. Todos los
días nos vigilan las rapaces: buitres leonados y no leonados, córvidos y más
etcéteras, esperando a ver quién es el primero que cae y les resuelve el menú
del día.
Todos
los días disfrutamos del tórrido sol, del perfume a tomillo del bosque, del
croar de las ranas de los ríos y de un paisaje que nos transporta a un lugar
tan solitario que ha habido días enteros en los que no hemos visto a nadie. Es
la Castilla profunda. Al pasar por algunos pueblos en los que no hay nada
excepto una ermita románica de reconquista cerrada, lo máximo que hemos podido
ver ha sido el leve movimiento de algún visillo. Nada más.
Hoy
nos adentramos en los más de 20 kilómetros del cañón del río Lobos, bastante
seco pero con algunas pozas que debemos atravesar eligiendo entre intentarlo
con la bicicleta al hombro o sobre ella. De una u otra manera acabamos mojados
hasta las rodillas; yo un poco más porque en una de las ocasiones una piedra se
interpone en mitad de la "cruzada" y me hace naufragar.
Lástima
que aunque fuera buen fotógrafo y pudiera captar las imágenes (algo puse en
picasa), ni el murmullo del agua ni el perfume del monte ni el canto de las
aves ni tampoco la mezcla de humedad y calor de este lugar puedan ser
transmitidos. Nada de esto se puede contar, hay que vivirlo.
Cuando
pienso que los cañones los ha hecho el agua durante mucho tiempo me hago más
consciente aún de que "el agua es más fuerte que la roca".
Una
vez más la naturaleza nos pone en nuestro ínfimo lugar. Lástima que sea tan
complicado impedir que nuestra conducta destructora colectiva vaya camino de
acabar con todo esto o simplemente dejarlo reducido a unos cuantos
"museos" o "zoos".
Tras
una jornada de pedaleo y algo de pateo llegamos al Burgo de Osma. Una ciudad
pausada y algo tímida. No es extraño a la vista de la monumentalidad que surge
de su centro histórico, visible desde mucho antes de llegar.
Lo
primero que me llama la atención es la terminación de sus torres con
"bolas herrerianas", pero ni me paro a averiguar si tienen que ver
algo con Juan de Herrera. Luego, en el interior de las murallas se disfruta de
unos soportales limpios y respetados sin circulación de vehículos.
Tiene
esta ciudad todos los ingredientes para emocionar a un habitante de los Estados
Unidos de América del norte, tan sensibles ellos a castillos y edificios blasonados,
tan prodigados en Europa.
Tercer
día (2 de junio) Burgo de Osma - Atienza
Nos
proponemos salir a las 8 de la mañana y cumplimos. Los primeros 40 kilómetros
son de una dureza extrema. Bellos caminos de piedra suelta adornados de
vegetación salvaje que no impide que en un momento determinado tengamos que
poner pie a tierra todos (nada de vergüenza) por aquello de la solidaridad. En
realidad todos estamos esperando el menor gesto para solidarizarnos de esa
manera; las pendientes, próximas al 20% unido al tremendo pedregal hacen casi
más duras las bajadas que las subidas. Las alforjas no ayudan y de cuando en
cuando alguna rueda se cansa y deja escapar el aire al ser pellizcada por los
agresivos cantos que hacen de camino.
Algunos
pulsómetros pasan de los 180 lo que no se debe de tolerar porque no llevamos
desfibrilador y aquí es difícil cavar...
Comemos
en Retortillo de Soria y nos dejamos caer para descansar un rato antes de
seguir.
Casi
repuestos tomamos un puerto que nos lleva en una larga bajada hasta Atienza.
Hemos
pasado varios pueblos en los que, como decía antes, no hay forma de ver a nadie
ni de tener la sensación de que hay vida. Estamos en la zona más despoblada de
Europa.
Las
zonas de monte y naturaleza están a veces interrumpidas por cultivos que, salvo
pequeñas huertas en algún pueblecito, son de trigo. Pero el trigo, que en estas
latitudes todavía está verde, no siempre nos muestra ese color. Además de
diferentes matices del verde, los hay verde azulado y de un azul plata que, al
ser acariciado por las luces de primera hora o por las próximas al ocaso, llega
a ser plateado.
No
puedo evitar ya en junio, recordar el "por mayo era por mayo, cuando hace
la calor, cuando los trigos se encañan y están los campos en flor..."
Pues
aquí no, todavía no.
Cenamos,
comentamos la etapa de mañana con los ojos entrecerrados y corremos a cerrarlos
del todo hasta el día siguiente.
Cuarto
día (3 de junio) Atienza - Alcolea (pasando por Sigüenza)
Seguimos
en la provincia de Guadalajara.
Antes
de las 7 de la mañana ya estoy de pie. El espectáculo que ofrecen sol y luna
anima a encarar el día sintiéndose parte del planeta. Ambos lucen como dos
esferas luminosas en horizontes opuestos. Mientras uno asciende lentamente, la
otra se deja caer como un globo con el que juega un niño.
El
cielo es azul y límpido. Una ligera brisa fresca que barre la atmósfera trae
los trinos regalo de la estación.
Partimos
a las 8 ya desayunados atravesando bosques cerrados. ahora un hayedo, luego un
encinar. Aquí no hay pinos, sólo bosque mediterráneo auténtico. El tomillo se
mezcla con otras plantas para, con su perfume, hacernos más llevaderas las
cuestas arriba.
Vamos
pasando pequeños pueblos, uno tras otro, tan inertes como las piedras que
forman las paredes de sus pequeñas casas o de sus escasos edificios. En ninguno
nos falta una fuente para rellenar las cantimploras, lo que es a menudo una
escusa para descansar unos minutos. Sin olvidar las iglesias de reconquista en
torno a las que se arremolinan sus casas. Algunas de ellas destilan el gusto
exquisito de su arquitecto; quiero decir del "maestro cantero" que las
ejecutó. Lástima que hayan desaparecido estos artistas, auténticos artífices de
estas y otras maravillosas construcciones; y no sólo por su arquitectura sino
sobre todo por la elección del punto geobiológico para construirlas, de su
orientación y de otros muchos detalles que sería demasiado extenso detallar
aquí.
Todas
sin excepción poseen la energía y el poder que los maestros canteros que las
ejecutaron pretendían.
La
mayoría, como ya he apuntado antes, son sin duda ermitas o iglesias de
reconquista, erigidas inmediatamente después de conseguir el dominio del
territorio por la "cruzada" de mercenarios amparados por la iglesia
que expulsaron a los habitantes que durante muchos siglos habían habitado estos
lugares.
Una
demostración más de la comunión entre la tierra de todos y el cielo (o la
escusa) de algunos.
Llegamos
a Sigüenza, una ciudad puramente castellana, empapada de todo lo que durante
siglos significa esa pertenencia. Tiene castillo, catedral, casas blasonadas y
hasta su Parador Nacional de Turismo; el cual, lógicamente, está enclavado en
el castillo. Un lujo al estilo de quienes les agrade ese particular tipo de
establecimientos.
Estamos
descansando en la plaza y esperando que el sol deje el zenit y nos permita
respirar más aliviados. Me fijo en muchas cosas, en los pendones que cuelgan de
las ventanas, en los escudos de las fachadas, en las columnatas de los
soportales y en los estrechos ventanucos que hay en la torre de la catedral y,
en particular, en la enorme cantidad de agujeros que hay a su alrededor. No lo
sé, pero puedo asegurar sin temor a error que su origen proviene de que ahí,
detrás de los ventanucos, en algún tiempo hubo francotiradores, y que los
agujeros responden a los disparos de quienes desde fuera intentaban acabar con
ellos. Sin duda de una época próxima, pues deben el ser el resultado de armas
de fuego.
Las
marcas le restan vistosidad pero no está mal que estén ahí para que quien
quiera reflexione sobre catedrales, francotiradores, anti-francotiradores y
muchas cosas más, tenga materia para ello.
Los
coches lo invaden todo: calles peatonales, plazas empedradas y alrededores de
los antiguos edificios. Una pena.
Volviendo
atrás, ésta mañana mientras cruzábamos por zonas de cultivo, hemos pasado junto
a un bronceado e inmóvil pastor de avanzada edad, junto al que vigilaba su
imprescindible perro. Mientras dormito con la espalda en una columna que
sostiene la puerta del ayuntamiento, la imagen permanece en mi retina como
aporte de una serenidad que yo calificaría como “budista”. Siempre he sentido
una mezcla de curiosidad y admiración por esas entrañables personas: serenos,
vigilantes, con un sombrero por montera, apoyados en un bastón pulido por el
sobo de sus manos y en perfecta comunión con nobles perros de cabeza erguida y aguda
mirada.
El
de esta mañana, también su perro, se ha mantenido impasible a nuestro paso. Más
allá pacían las ovejas sin rechistar.
Fin
de la reflexión por el momento.
La
tarde de hoy nos recibe con unas ligeras gotas de agua y un cielo nublado que
alivian el peso del calor de junio. Subimos y bajamos como cada mañana y cada
tarde. A veces el medidor de velocidad se acerca a los 50 kilómetros por hora;
en otras ocasiones apenas llega a 7, 6, incluso a 5.
Algo
cansados ya llegamos a Alcolea del Pinar. Son más de las 7 y hoy llevamos más
de 60 kilómetros rodados.
Alcolea
está situada al borde de la carretera de Zaragoza a Madrid. Es un pueblo que no
tiene absolutamente nada; bueno, para no mentir tiene una casa labrada en
piedra que hizo alguien con mucha paciencia, trabajo y tiempo.
Quinto
día (4 de junio) Alcolea del Pinar – Zaorejas
Hoy
nos deja Roberto por un problema familiar. A partir de aquí, cuando cuento
siempre me falta uno.
Es
día es limpio. Comenzamos a rodar por una espectacular bajada que en ocasiones
supera el 15%. Bajadas que lógicamente poco más adelante se compensarán con
subidas similares. Así una y otra vez hasta desear que alguien venga a hacer
túneles y puentes.
Atravesamos
un intrincado y oloroso bosque de encinas y, a continuación, el Valle de los
Milagros. Se le denomina así por los erguidos montículos que la erosión ha
dejado aquí y allá. Éste lugar fue el escenario de un impresionante incendio
hace una decena de años. El incendio se originó en un paellero al principio del
valle y en él perdieron la vida algunas personas destruyéndose un habitat
irrecuperable. El paellero y algunos bomberos ya no está pero quienes
ocasionaron el desastre sí.
Ahora,
el lugar es un inmenso manto de jara blanca, entre las que se pueden ver los
troncos quemados que han sido colocados horizontalmente para intentar evitar la
erosión.
Los
caminos son ahora intrincados pedregales que serpentean arriba y abajo entre un
paisaje que tiene algo de fantasmagórico. Siempre, después de una tragedia así,
y durante mucho tiempo, el lugar acoge una energía extraña que no invita a
quedarse.
Ya
abajo, un riachuelo juega al escondite con nosotros y nos obliga a lanzarnos sobre él, hasta
encontrarnos por fin con el Tajo al que seguiremos contracorriente hasta casi
su nacimiento.
La
ruta se ajusta a lo que ahora se llama “Camino Natural del Tajo”; por ella subimos
y bajamos varias veces. En ocasiones a pocos metros de su cauce y otras lo
oímos más que lo vemos allá abajo en la lejanía.
Estamos
en “la Alcarria”, esa comarca que puso en el mapa Cela y que, aún así, aparece
y desaparece intermitentemente.
Deshabitada
por los humanos, que han huido ante la primera oportunidad de integrarse en un
mundo de esclavos sin futuro, éstas tierras dan rienda suelta al desarrollo de
insectos, animales y aves de diversas especies. Lástima que estemos tan poco
preparados para tratarla con respeto, ignorando que somos parte de ella. Que
somos UNO.
La
violencia del terreno nos sacude la mirada con colores variados y formas
caprichosas que reclaman respeto, y ante las que me aflora con fuerza la
timidez de mi adolescencia.
Acaba
la ruta y el día dejándonos un sabor extraño. Por una parte de no querer
marchar y por otra de sentir que estamos “dejando” un santuario. No confundir
"santuario" con un concepto religioso.
Sexto
día (5 de junio) Zaorejas – Checa
El
día entero recorremos el Camino Natural del Tajo que iniciamos ayer. El alto tajo
es eso, un enorme tajo lleno de vegetación y de vida. Esto si es realmente vida
y no el metro a primera hora de la mañana.
Los
saltos de agua son constantes. Me acuerdo de Gerardo Diego, aunque no estemos
en el Duero; sí, es igual, el mismo verso pero con distinta agua. Y siempre
rima.
El
agua va puliendo las rocas, buscando su sitio y nosotros ya no somos dueños de
nada, sólo de las fuerzas que nos da el entorno. Con las nuestras solamente ya
no estaríamos aquí. Es algo mágico, como la vida; esa a la que no hacemos caso
nada más que cuando ya no puede soportar más nuestro equivocado camino.
El
día sigue siendo limpio; el frescor de primera hora se torna calor sofocante en
el centro de un día que se va alargando naturalmente hacia el solsticio. Cuando
la sombra del bosque nos abandona, el calor se hace difícilmente soportable;
hemos llegado a superar los 40 grados.
Bajamos
a alguna poza en la que refrescarnos; en un recodo hay una enorme en la que
incluso se hacen inmersiones con botellas de oxígeno.
Hoy
son casi 11 horas de pedaleo con las interrupciones necesarias para comidas,
buscar agua, hacer fotos y recuperar resuello.
Recaemos
en Checa cuando el sol amarillea las terrazas y los tejados.
Después
de la ducha apenas quedan ganas de sofocar el hambre en el único bar del
pueblo.
Checa,
que aún es Guadalajara, se comporta como si fuera Aragón. El hablar de sus
gentes, el paisaje y las costumbres, apenas que se tenga un poco de
sensibilidad, se perciben aragoneses.
Séptimo
día (6 de junio) Checa – Albarracín
La
ruta de hoy nos introduce en el Aragón oficial. Pasamos por Orihuela del
Tremedal, donde nos desviamos para almorzar. El pueblo está atravesado por el
río Gallo; gallo que figura en el escudo que hay sobre la fachada del
ayuntamiento.
Lo
más destacado es un sabinar que cubre un gran tobogán de caminos pedregosos y
hoy muy soleados.
Una
parte del recorrido de hoy va por caminos asfaltados y algo menos solitarios
que los días pasados. También puede influir que es sábado.
El
ya habitual perfume de días pasados viene hoy mezclado con la manzanilla que
comienza a amarillear y desplegar sus pétalos alba.
Albarracín
es uno de los pueblos más bonitos y bien conservados de toda la península (sí,
señor Fernández de los Ronderos, buen amigo, ya sé que Pedraza es el primero).
Su
nombre árabe atrae y no defrauda (cuánto debemos a esa civilización y que poco
se lo agradecemos). Guarda un sabor propio en sus construcciones y ofrece en su
entorno buenos trazados para conocer la naturaleza.
Enclavada
en los Montes Universales (área también poco poblada y muy deforestada)
mantiene una agradable sensación montañesa.
No
es para describirla, es para visitarla y formarse cada uno su propia opinión.
La
disfrutamos, la paseamos, la fotografiamos y reponemos fuerzas. Yo, en mi caso,
bajo un televisor que ruge mientras 22 millonarios en pantalón corto embelesan
a millones de personas.
Octavo
día ( 7 de junio) Albarracín – La Puebla de Valverde
Salimos
a las 8 y media con cielo claro, sol que no parece dispuesto a perdonar y un ligero
aire fresco propio de la altitud y de que el día aún se despereza.
Atravesamos
el pueblo y nos desviamos por un inmenso bosque de pino rodeno de gran belleza.
Sus
toboganes a media sombra compensan subidas y bajadas zigzagueando sin cesar
durante kilómetros. Nos encontramos con numerosos grupos de ciclistas que van y
vienen saludando con alegría el encuentro.
Superamos
el bosque cuando se va acercando Teruel. Los trigales ya se han encañado cambiando
el verde por un amarillo áureo que lucen sobre todo las espigas inclinadas por
el peso de los granos ya maduros. Es un color que, si me abstraigo, no puedo
evitar asociarlo al color del pelo de las mujeres de los países nórdicos. Y es
ese un color que jamás he conseguido con los pinceles. Quizá porque me falta
valentía, libertad o ambas cosas.
Al
llegar a Teruel hay dos objetivos por cumplir: uno visitar la plaza del torico,
que hace honor a su disminutivo subido a una columna dórica en el centro de una
plaza triangular a partir de la cual se estructura la ciudad, y el otro, más
importante, encontrar la "vía verde", una ruta ciclable que nos
llevará hasta Sagunto o a algún lugar próximo; la vía verde está diseñada sobre
la vía del antiguo ferrocarril que iba de Ojos Negros a Sagunto llevando
mineral para los Altos Hornos.
El
primer objetivo se alcanza con facilidad. En la plaza están celebrando algo
religioso e invitan en voz alta a sumarse con la promesa de un paraíso maravilloso
e imaginario que sólo se consigue cuando estás muerto. No pedo evitar que hasta
la voz que lo promete me suene triste y decadente; así es que saco dinero en el
cajero que hay en la plaza y me largo en busca de la oficina de turismo junto a
los demás.
Cuando
volvemos, el grupo que se agolpaba en la plaza la abandona vestidos con sus
mejores fondos de armario al tiempo que otros, un poco más alejados, en las
calles adyacentes, han elegido la cerveza y el tapeo bajo unas sombrillas para
entretener los pensamientos.
Ya
en la vía verde, los kilómetros hasta la Puebla de Valverde, bajo un sol
implacable, nos sobran. Las piernas pesan y el camino resulta de un
aburrimiento difícil de digerir.
Casi
9 horas después de la salida dejo caer un chorro de agua tibia sobre mi espalda
y me tiendo en horizontal, no sin antes cerrar con llave el armario donde he
guardado el "culote" para evitar que se escape. Llevo el mismo desde
el primer día.
Noveno
día (8 de junio) La Puebla de Vallverde - Sot de Ferrer
Por
fin anoche me decidí y lavé el "culote" y otras prendas que han
recobrado su color, así es que ya estoy preparado para la entrada triunfal en
el "cap i casal del regne de valència".
De
entrada, nada más ponernos en equilibrio sobre las dos ruedas nos enfrentamos a
un camino empinado de más de un kilómetro hasta llegar a la ya mentada vía
verde o camino natural de Ojos Negros; no hay alternativa. Ya en él el resto es
todo una suave pendiente hasta el Mediterráneo. Túneles y puentes de todos los
tamaños, algún que otro cruce de caminos polvorientos, conejos (muchos conejos)
y una o dos personas que van o vienen en todo el trayecto. El viento es de
levante y nosotros no abandonamos la esperanza de que alguna nube nos haga de
sombrilla un rato.
Cuando
llegamos a Sot de Ferrer el cuenta kilómetros marca 102. Es media tarde, pero
el sol sigue en lo alto y las cantimploras están vacías.
Las
cabezas ya no están aquí, piensan en mañana, en dónde tomaremos la paella, en
cómo contar lo que acabamos de recorrer y también en la vuelta al nido, pues
todos excepto yo tienen después un largo camino, aunque lógicamente en coche o
barco.
Del
lugar en el que descansamos en Sot de Ferrer sólo recordaremos a las cucarachas
que, por qué no decirlo, con pena, dejaremos atrás al partir el día siguiente.
Han sido nuestra inseparable compañía nocturna.
Décimo
día (9 de junio) Sot de Ferrer - Playa de Las Arenas (V)
En
Torres-Torres se acaba la vía verde pero a partir de ahí, quizá por conocido,
el camino, al menos a mí, me resulta más fácil: Estivella, Xilet, Puçol y por
el carril bici, también denominado calzada romana y más popularmente "del
colesterol", a Alboraia y, junto al barranc del Carraixet, a la Patacona y
finalmente a la playa de Las Arenas a dar cuenta de la prometida paella.
Nota
final: Este
camino, en 15 días hubiera sido épico; así ha sido también maravilloso pero, al
menos yo, tardaré varios días en recuperarme. Han sido 735 km y unos desniveles
acumulados próximos a los 10.000 m. Gracias que los días han sido largos y no
nos ha importunado ninguna despiadada tormenta. Una suerte.
Ha
sido "un gran viaje". Gracias a todos, que me habéis acompañado,
esperado, vigilado y ayudado a completarlo.
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