Bebía sin cesar y repetía cada plato pasando una miga
de pan por él al acabarlo. Cuando la salsa untaba sus dedos los chupaba con fruición
hasta dejarlos sin duda libres de bacterias, con los ojos siempre fijos en lo
que se llevaba a la boca, hasta bizquear.
Los suyos, claro, porque los de Moddy, una perra
alsaciana que reposaba echada a poco más de un metro de él, sin perder detalle
de sus movimientos, habían pasado de estar ligeramente achinados y
somnolientos, a abrirse como platos primero, y poco después a hacerse acompañar
de un arqueado de cejas como solo los perros alsacianos saben hacer.
En vistas de que, al parecer, la capacidad de engullir
de aquel homo sapiens era ilimitada y
de que en la mesa apenas quedaba nada comestible; Moddy, que se había erguido
visiblemente inquieta para analizar la situación con todos sus sentidos desde
una perspectiva mejor, emitió un par de hipidos y puso prudente distancia con
el sujeto.
Así permaneció unos minutos, hasta que sintió los ojos
de él repasando su anatomía con cierta "curiosidad", mientras
mantenía en ambas manos un cuchillo de trinchar y un tenedor. Fue en ese momento cuando Moddy inició un
trote decidido para alejarse del supuesto peligro, a la vez que intentaba
aliviar su miedo en forma de agudos gruñidos.
No la volví a ver hasta mucho después, una vez tuvo la
seguridad de que había desaparecido el peligro.
Yo también me marché de inmediato, casi sin despedirme,
tenía un compromiso que atender; aunque una vez fuera olvidé cual era. ¿Será
que comparto instintos que desconozco? .
¡Qué mala es el hambre!
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