Era una clase normal de un colegio normal, pero Sergio estaba muy entrado en carnes y para burlarse de él, le decían "el gordito". Nada anormal conociendo la crueldad que ya en la infancia demuestran algunos seres humanos.
Un día, un profesor cuya única vocación había quedado olvidada en el fondo de un profundo pozo, en medio de un baño de multitudes (éramos 28), y ante la imposibilidad de ganarse el aprecio de otro modo, se dirigió a Sergio diciéndole: "a ver tú, gordito seboso, dime qué es lo que llevamos para hoy".
Yo no me pude contener. Me levanté y le dije: "señor profesor, se llama Sergio".
Antes de que el vocacional profesor reaccionara, el tal Sergio se volvió hacia mi y me espetó "no, si no me importa". Lo que provocó la carcajada de toda la clase y que yo tuviera que volver a septiembre, tras un examen oral "Ad hoc".
Años después, estábamos comiendo en un restaurante, y, junto a nosotros había un bebé en un carrito. Un señor, de forma mecánica, le lanzaba una y otra vez el humo de su puro y, en respuesta, el niño tosía. No me pude contener y le advertí de la situación (al señor, claro), pero su madre (la del niñ, no la del señor) se apresuró a enmendarme: "no tiene importancia, no se preocupe usted de eso". Y, como agradecimiento, no en un tono muy amable.
Hoy, cruzaba el río por un puente que tiene estrechas aceras y ancha calzada. La acera la compartimos los peatones y las bicicletas (a veces también alguna moto en el sentido de la marcha o en el contrario, eso no es relevante PARA ELLOS); éstas últimas se comportan de forma variada. Unas son respetuosas y otras invasoras, las últimas cada vez más frecuentes. La de hoy, agresivamente invasora. De modo que una anciana ha tenido que bajarse de la acera y un coche frenar en el último momento. Tampoco me he podido reprimir y le he recriminado al ciclista, pero cual ha sido mi sorpresa al ver que todos, incluso la anciana, se han vuelto contra mí, aduciendo que no tenía importancia.
Así comprendo que, muchos de los que van a votar, no tengan en cuenta la honradez de quienes gestionan nuestros impuestos; lo que todavía no sé es de qué enfermedad estamos afectados, y si hay tratamiento para ella.
No obstante, yo seguiré anteponiendo el respeto a la tolerancia.
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