Asistí hace años a un curso que comenzaba así: “Lo urgente no es importante y viceversa”. La frase me causó impacto y, aunque con matizaciones, creo que guarda en el fondo un relevante contenido de razón, que si lo aplicáramos a la vida diaria, nos ayudaría a mejorar nuestras acciones y decisiones.
Y es que hoy en día actuamos casi siempre para el corto plazo, para el cuanto antes y el urgente, cuando no para el muy urgente.
La prisa es algo contagioso y, para más “INRI” acostumbrados a imitar al poder, el cual, sobre todo el poder político, tiene como único objetivo volver a ser elegido y por tanto también el corto plazo, ésta actitud se acentúa todavía más.
Centrándome por tanto en éste, en el poder, es bien conocido que sus decisiones, sus objetivos y la orientación de su acción política, está totalmente orientada al “cortoplacismo”, por lo que, en muchos casos, resultan inadecuados y perjudiciales a plazo medio y largo.
Esto se agrava al tener tres estamentos de poder (gobierno central, autonómico y ayuntamientos), cuya financiación no es responsabilidad de cada uno de ellos, sino básicamente de uno (gobierno central), el cual la distribuye entre los demás en función de unas fórmulas no fijas y frecuentemente conflictivas. Así es que, a los otros dos les basta con poner la mano y, si no tienen suficiente, pedir más. Sin preocuparse de manera formal por planificar y propiciar una mejora de las estructuras económicas, sociales y laborales, y echando la culpa si algo falta al “señor de la pasta”, según interese políticamente.
Un paréntesis para decir que no es así en todos los casos, que sí hay quien planifica y hace las cosas “algo mejor”, aunque no lo suficiente a mi entender.
Con este panorama nos encontramos que el poder político intermedio, con más recursos que los ayuntamientos (craso error), se dedica a administrar unas veces mejor y otras peor, y a hacer política de poca monta.
Se echa de menos que regiones (o países o reinos, qué más da) que han demostrado sobradamente su vigor económico, social y creativo, se encuentren sumidos en el tedio y sólo sean capaces de encaminarse por el camino de la especulación.
¿Será quizá por esa tendencia de imitar al poder a la que antes me refería?
Echo por tanto de menos, repito, que no se apueste por la formación, que no se incentive la creatividad, que no se apoye sin límites la investigación y que no se apoye a los sectores productivos tradicionales, que tienen un poso de conocimiento y un rico pasado enraizado en la población.
Por el contrario se invierte en grandes eventos privados, que subastan sus actuaciones allá donde más rentable les resulta, y se financian obras multimillonarias, cuyo mantenimiento resulta luego inviable, teniendo que “regalarlas” al sector privado; que por cierto también fracasa en ellas.
Veía el pasado año, y es sólo un ejemplo, como miles de toneladas de naranjas se podrían en los árboles, y como miles de trabajadores de la agricultura estaban sin trabajo cobrando el subsidio de paro. Y, probablemente llevado por mi ignorancia, pensé si no sería posible convertir eso en zumo con “denominación de origen” y una campaña publicitaria adecuada. En lugar de publicitar que “somos los mejores”, sin decir en qué.
Pues a este paso, seremos los mejores “pedigüeños” en las colas de la beneficencia.
Y es que no sólo lo urgente no es importante y viceversa, como decía al principio, sino que no hay nada menos motivador que tener como objetivo “gastar un presupuesto” sin un control transparente. Pues se llega a olvidar que se está administrando dinero público, y no sólo por los administradores, sino que lamentablemente también lo olvidamos los paganos.
¡Salud sufridores anestesiados!
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