Recuerdo su pelo engominado, ese sobre el que hoy hay cagadas secas de paloma o de gorrión o de tórtola turca. Todas mezcladas que nadie quita, solamente cuando el agua de la escasa lluvia las deshace, muy protegidas por la frondosidad de la vegetación.
El color no es el suyo. No. Él no era verdoso. El color verdoso debe de ser del óxido. No sé si férrico o ferroso, cúprico o cuproso. No se. Porque de bronce no es, si no estaría bronceado. Él si estaba algo bronceado. Era coqueto.
Lo pusieron aquí porque fue un gran profesional. No diré también que un gran padre de familia porque no lo se, aunque eso es algo que siempre se dice aunque no sea del todo cierto. Queda bien. Y como en las inauguraciones quieren quedar bien pues lo dicen.
Creo y casi estoy seguro que él no se vería bien así como está ahora. Los ojos tienen en el centro un agujero, la boca tiene una mueca que no es ni risa ni seriedad ni firmeza ni nada. Es sólo una mueca. Una mueca indefinida. De esas que hacen los escultores a los bustos. Y de lo demás nada que añadir. Se sabe que es él porque lo pone debajo, porque el pelo engominado destaca mucho y porque los que lo conocíamos si que le vemos parecido. Se parece como todos los bustos; un poco sí y un poco no.
Hoy me ha dado la impresión que estaba más bajo que otras veces, como si se hubiera hundido el pedestal. Y también que se había ladeado; es decir, que no estaba vertical. Y es que el tiempo no perdona ni a los bustos en los jardines.
En fin, que no me gustaría verme así. Seguro que a él tampoco, pero se empeñan en no dejarnos descansar cuando la vida se acaba y con la más mínima escusa nos hacen bustos, celebran centenarios y bodas de plata, e incluso aniversarios, con lo que pueden montar cada año un nuevo espectáculo (¿lo habré calificado bien? tengo dudas pero no encontraba palabras y después de un par de minutos me he dicho, pues vale, pondré espectáculo).
Ahora me he quedado descansando. Continuaré pasando todos los días frente a él, a su busto digo. Pero ya no pensaré más en todas esas cosas que se me pasaban por la cabeza hasta ahora. Porque muchas de ellas las he dejado aquí, y las demás se me olvidarán. Ahora pensaré en otras cosas. Quizá me fije en el castaño de indias que hay junto a él, en un brachichiton que hay más allá o cerraré los ojos e imaginaré una secuoya gigante. Ya os lo contaré otro día.
Voy a acabar con una petición que no va a servir para nada, pero me desahogo. Quiero pedir a todos los pájaros del mundo que no se caguen en los bustos, que bastante tienen ya ellos con todo lo demás.
Por favor.
[Quiero dedicar este pequeño relato a Maxi]
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