Estaba ante ella como cada día, su erotismo, ilimitado no hacía mucho, comenzaba a desmotivarme por habitual.
Conocía su cuerpo milímetro a milímetro, ya no había sorpresas por descubrir. Sus pechos naturalmente firmes, donde siempre dirigía mi primera mirada, lucían una espléndida aureola marrón oscuro, que contrastaba con el redondo dorado del resto.
Luego paseaba la mirada por el resto de su cuerpo. Las piernas largas acababan en un culo proporcionado y suficiente que giraba al llegar a la cintura para descubrir el nido de la entrepierna parcialmente depilado. Ofrecido con un deseo permanente a mi mirada curiosa.
Las manos siempre me sorprendían. Hay una obsesión permanente en mi por las manos. Dónde están posadas. Cual es su gesto. Qué hacen o indican que van a hacer. Las manos son la pesadilla de los pintores, que las eluden por inspiradoras de su fracaso, y también para mí, como sujetos activos del erotismo. Son las responsables del éxito. Pueden hacer que vueles lejos de la realidad, casi siempre cuestionable.
Como alas, en apenas segundos, te transportan a otro lugar y a otro mundo sin que tengas que moverte ni un centímetro.
Sus manos, las de ella, en actitud receptiva, prometían el éxtasis.
Al final, me detenía en el gesto, en la mirada. Sus ojos y su boca, tan familiares como deseados, habían arrancado la más profunda sexualidad que jamás pudiera yo imaginar. Habían sido tantos momentos de goce, de placer, que aún resultándome ya familiares, me revelaban algo nuevo cada vez.
Hasta este día.
Cansado y casi con lágrimas en los ojos, la oculté tras la siguiente página para acabar de masturbarme con otra diferente.
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