La mañana había sido muy buena con nosotros (y nosotros
con ella). Largo paseo en bicicleta, AMIGOS (las mayúsculas son intencionadas),
sol regalo del mes de mayo, baño en un mar de plata donde hasta el algodón
nuboso quería rielar, y el horizonte que siempre te espera donde nunca llegas,
dando sensación de libertad sin límites; aunque en el lote entrara también el
poniente que nos abrazó a la vuelta.
Sesenta kilómetros que hubiéramos deseado que se
prolongaran hasta el infinito nos obligaron a partir el camino al llegar al
río. La soledad me hizo aligerar el paso de forma inconsciente. Nadie con quien
hablar, el sol en su zenith y la pista libre para mí solo; bueno, casi.
Al pasar bajo el puente de las flores ya iba a buen
ritmo. A un centenar de metros vi venir un ORNI (objeto rodador no
identificado) por la pista ciclable. Estábamos solos e iba por su derecha, de
modo que no me inquietó; hasta que vi que una moza que bajaba por las escaleras
se le cruzaba. Me puse en guardia. Ella cruzó delante de él agitando sus
glúteos y nada parecía que fuera a cambiar. Pero cambió.
El ser humano que estaba a los mandos pegó su mirada en
el brillo de las negras mallas que cubrían el movimiento y su cabeza hubo de
girar hasta ciento ochenta grados. Bien es sabido que el cuerpo humano es un todo
indivisible, de modo que la simetría de su esqueleto se vio afectada y su rumbo
viró a estribor. ¡Cómo que si viró!...
Y aquella bella máquina y su extraviado conductor
pusieron rumbo a mí sin aminorar la marcha. Gracias que soy de ciencias (ya sé
que no lo parece) y en ese momento apareció delante de mis ojos la totalidad de
la teoría de las fuerzas vectoriales, dándome la opción de elegir. Y elegí. Sí,
elegí cambiar el rumbo ligeramente hacia la derecha aminorando un poco la
marcha (pero sólo un poco, para no caer), luego se trataría de mantener el
equilibrio, y así lo hice. Lo de girar a la derecha es algo que siempre nos han
enseñado a practicar, no digamos en la actualidad. De manera que fue lo más
fácil.
No pude evitar la colisión casi frontal; sí minimizar los
efectos de unos noventa kilos de masa a unos ocho metros por segundo, contra apenas
cincuenta y siete kilos a bastante menos velocidad. Conseguí no ir al suelo,
desgraciadamente el ORNI no corrió la misma suerte y tras la colisión rodó por
tierra.
Cuando se levantó vi que su mano izquierda sangraba a
chorro. Tenía dos dedos totalmente reventados. El pobre estaba consternado. Me
pedía perdón una y otra vez mientras se sujetaba los dedos. Le animé a que
buscara un puesto de socorro cuanto antes y le regañé respecto de la calidad
del motivo de la colisión. Movió la cabeza. Lógico. Era poco más de medio día y
el termómetro marcaba treinta y cinco grados centígrados, por lo que es de
suponer que los fluidos corporales no estaban en condiciones de responder a la
teoría de los fluidos. Eran claramente condiciones de emergencia que no puede
contemplar ni la física ni la química.
Yo había recibido un fuerte golpe en el pómulo izquierdo
(los golpes siempre van a la izquierda) y también en la ceja, pero nada de
importancia.
Vi como aquel ser humano se alejaba dejando un goteo de
sangre por la pista y mi mente no fue capaz de hilvanar nada que pueda
contribuir a resolver estos problemas en el futuro. ¿Quizás una señal de tráfico?,
no, no. Tendré que recurrir a la teoría del color, o a la de las formas. Pera
ambas quedan en el campo de las artes plásticas.
El tiempo dirá…
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