Qué
has hecho hoy, me preguntas.
Yo
estoy mirando al infinito, con la vista desenfocada y una tenue sonrisa en mi
cara. No me veo pero lo sé.
Me
vuelvo a mirarte. Me fijo en tus ojos que comienzan a derramar esa alegría
serena que luego acompañas con una mueca seductora. Mi silencio ha despertado
tu alegría y también tu curiosidad. Me habías hecho la pregunta casi
maquinalmente y de pronto se ha convertido en el centro de tus pensamientos.
Te
hablo despacio, sin dejar de mirarte, sin elevar apenas la voz. Quiero que
parezca una confidencia que estoy deseando contarte. Y es así, no hay juego en
las palabras, no hay manipulación en las intenciones.
Ésta
mañana, te digo, he rememorado en vivo algo que ocurrió hace mucho tiempo. Uno
de esos episodios que quedan para siempre grabados en algún lugar aún por
descubrir. Ha sido un impulso que también a mí me ha sorprendido, como
sorprende la tormenta en la montaña. Un relámpago, enseguida el trueno y
nuestro cuerpo se empapa sin darnos tiempo a protegernos.
Así
ha sido.
“Estábamos en prácticas de biología, en
concreto, trabajando en el laboratorio con el microscopio. Ya sabíamos lo
fundamental de su funcionamiento así es que tocaba cortar finas capas de un
tronco blando ayudados del microtomo, tintarlas, ponerlas en el portaobjetos,
cubrirlas con el cubreobjetos, enfocar e identificar los vasos liberianos y
leñosos.
Era también una mañana de primavera y
yo estaba muy inquieto. Había repetido el proceso varias veces, así es que para
distraerme conseguí que por mis oculares se contemplaran millares de pequeñas
“larvas cabezudas”, bastante estúpidas a tenor de sus movimientos nerviosos.
Llamé a la compañera que tenía a mi
derecha para que las observara, y en poco tiempo las cinco hembras del grupo
estaban a mi alrededor pugnando por mirar a la vez aquella danza loca, a la vez
que contenían una risita como la que tu tienes ahora.
No tardó el profe en darse cuenta de
que algo ocurría allí, pero el desenlace no merece detalle en una historia como
esta.”
Hoy
continúan moviéndose del mismo modo, buscando lo que entonces no encontraron ni
tampoco hoy. Pasada la media hora comienzan a dejar de colear y van muriendo
poco a poco. A la hora ya no quedaba ninguna viva.
Entonces
sirvieron para arrancar la curiosidad y la alegría a aquella mañana soporífera,
hoy han servido para que tú y yo nos sintamos vivos y parte de ese inmenso
paraíso que es el universo, a pesar de las limitaciones culturales que a menudo
nos impiden disfrutar aún más de él.
Porque
somos “pura vida”.
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