El EGO es
responsable de casi todo, pero especialmente de la “culpa” y del “perdón”.
Está ahí el
100% del tiempo, más que presente OMNI-presente. Y nuestra mente está entrenada
(posiblemente a causa de su mentada presencia) para buscar y encontrar defectos
“propios y extraños”. Sólo hay una actitud posible ante él, NO CREERLO.
Sé que voy a
incurrir en una contradicción. No creo en los ejemplos, no me gustan en
absoluto, pero ahora no tengo otra alternativa (o no soy capaz de verla) y voy
a recurrir a uno. Todos, con toda seguridad, hemos padecido situaciones en las
que nuestra “caprichosa” mente nos ha tentado o invitado a hacer algo con lo
que no estábamos de acuerdo. Algo que no tenía nada que ver con nuestra
conducta habitual ni con nuestra intención. Hacer mal a alguien, arrojar algo
no importa contra qué o contra quién, o incluso matar. Sí, matar. Pero
enseguida hemos reaccionado y abandonado la intención. No lo hemos hecho, pero
aún así, no hemos podido evitar un cierto sentimiento de culpabilidad por haber
pensado de ese modo.
Ajá, el Ego
nos ha ganado la partida.
Tengamos
claro no obstante que, al Ego, no debemos de temerle en ningún caso, ni tampoco
sentirnos culpables de caer (pensar) en sus “tentaciones”. Del Ego no hay nada
que temer si se sabe que no se le va a hacer caso.
De estas
situaciones se deriva una de las conductas más habituales del ser humano: el
rezo. En la mayoría de los casos el ser humano reza para aplacar al Ego, para
no escucharlo y para espiar la culpa de haberlo hecho (los malos pensamientos).
Para aclarar
un poco más la actitud más adecuada, no se trata de no escucharlo, pues si lo
rechazamos intentará torturarnos viniendo una y otra vez, más o menos
disfrazado; se trata de no creerlo. De dejarlo fluir. Quienes han hecho
meditación, y especialmente meditación zen, comprenderán mejor lo dejarlo
fluir, porque a quién no le ha picado la nariz desesperadamente mientras estaba
en ese trance. Sólo hasta que aprendió a no hacer caso al picor. Entonces
desapareció y no volvió nunca más. Le habíamos ganado la partida.
Nos
imaginamos leer o escuchar una noticia y creérnosla fielmente. Cualquier información
que nos llega, la filtramos críticamente en función de nuestra situación del
momento y del conocimiento que tenemos del entorno y de la situación, ya sea
social, económica o política; humana en suma.
Voy a
intercalar aquí una frase que me parece oportuna y que puede ayudar a
reflexionar sobre el tema que trato:
“Ve a menudo
a ver a tu amigo no sea que la maleza borre el camino”, tomémonos un minuto al
menos para digerirla.
Amigo es
aquel “lugar” donde no tienes que justificarte, ni tampoco explicar nada.
Podría ser, por qué no, una invitación a UNIRSE A LA VIDA.
Pero sigamos
con el tema del Ego de forma directa. El Ego tiene un portero que le defiende:
la culpa. Y es así porque sabe que si entramos al Ego, lo desactivaremos.
La culpa es
producto de una cultura, no una característica del ser humano. Hay culturas,
actualmente limitadas a pequeños grupos, uno de ellos al sur de México, que por
cierto utilizan la mente de forma relevante, hasta el punto de que casi todo lo
hacen con ella (sí, con la mente, aunque parezca extraño) que desmontan nuestra
senda de comportamiento en el sentido indicado. Pues para ellos, el error no es
personal. Qué maravilla. Pronto acabaremos con ellos.
Si
preguntamos a un grupo de personas que nos digan con qué asocian la culpa,
seguro que además de otras palabras o ideas nos dirán que con: carga, angustia,
error, toxicidad, anulación, lastre, parálisis, falsedad, uno mismo pegándose
por dentro, enfermedad, MIEDO (las mayúsculas son intencionadas), etc. Y todos
estos sentimientos “no sirven para nada”.
Cual debe de
ser entonces nuestro objetivo: “dejar de culparme y de culpar a los demás”. No
denuncies ni en silencio los errores de los demás, quizás antes habrás de
aprender a perdonarte los tuyos, o mejor todavía, a no verlos.
Todos somos
cómplices en esta vida. Todos somos una misma cosa. Y a partir de que asumamos
esto, habremos accedido al auténtico perdón. Perdón y olvido, porque de otra
manera no es perdón; además de forma espontánea y automática.
Nada más.
(Con mi
agradecimiento a Isabel Solana que me impartió estas enseñanzas)
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