Sorpresa,
sorpresa. No soy el tan ansiado Adolfo, el norte y guía del petit grupo. Tanto,
que casi tengo que hacer noche en una esquina del Mestalla. Pero el
malentendido se restaña a tiempo con más que satisfacción por todas las partes.
Tras
el episodio, el viaje se manifiesta torpe como cualquier otro, más si participa
de mi asesoramiento, abrigando siempre la duda de dónde acabaremos. Sólo nos
consuela que no hemos atravesado los Alpes ni tampoco navegado; al menos yo
sigo sobrio.
La
naturaleza nos compensa con creces lo que sólo estuvo en la imaginación antes
de darnos de narices con nuestro destino, y los cacahuetes lo que nunca estuvo
en el estómago.
La
tardía cena devuelve los jugos a su lugar y arranca estruendosas risas que acaban
llamando la atención de unos y levantando los párpados de otros.
Sí,
definitivamente hay química en esta parte de la mesa; y yo diría que hasta
física (cuántica y de la otra cuya descripción huelga).
Salimos
a disfrutar del mismo techo de siempre que no acaba nunca de sorprendernos, con
sus osas, sus osos y sus ositos. La noche, cómplice del silencio, nos acompaña
en una larga caminata que comparto con un Milagro de amiga. Ir con ella es más
que ir acompañado, es un aprendizaje continuo acompasado a la dulzura de su
tono de voz.
Intentando
evitar que se acabe el día, llegamos todos tarde a las literas, no así a los
sonidos que, a falta de otros más deseados, se emiten desde las camas pugnando
por robarle minutos al sueño.
Amanece
tarde y claro, lo que no impide que llegue el primero a la ducha. El desayuno
se deja devorar en silencio, y ya con el sol alto partimos como reguero de
hormigas multicolores a identificar especies en la naturaleza. Como lo hemos
hecho otras veces, de las que nos ha quedado la primera parte de “barrio
sésamo” (grande y pequeño), ahora toca aprender los colores y, los más
avezados, pino y no pino.
Con
la satisfacción el esfuerzo de la caminata se reduce tanto que la olvidamos.
Luego, la comida-almuerzo y el baño en las pozas. Me quedo solo en la primera,
pero pronto, desgarradores gritos femeninos desatan mis “sexorfinas” e intento
averiguar el motivo de tal algarabía ¿habrán salido los faunos de sus grutas o
serán los enanitos que no se conforman con Blanca Nieves?. Cual es mi decepción
cuando me doy cuenta que es la temperatura del agua; así es que continúo
secándome al tenue sol cual ranita descolorida. Aún así nadie se atreve a
desencantarme. Mientras, el “boss” hace de las suyas en la última poza.
Seguimos todavía con muchas asignaturas pendientes. Como no vuelva pronto
Mendizabal tendremos que librarnos de algún Torquemada, si no al tiempo. ¡Viva
la Pepa! (no va por ti amiga mía, es una broma, como casi todo… en la vida).
Nada,
o casi nada, cambia, por mucho que lo deseemos, y eso que somos la avanzadilla
(eso nos creemos). Del “declive del imperio americano” hemos pasado de súbito a
“las invasiones bárbaras” (aunque menos bárbaras de lo que deberían). Otra cosa
es lo que pueda parecer si cerramos los ojos o nos fiamos de la imaginación.
Mucho más se acelera el pulsómetro o pasamos de 37 y medio. Lejos de estas
reflexiones, el espectáculo continúa. Yo no me atrevo a sacar la cámara, pues
como decía Maese Cabra “en lo gordo se me nota que soy nuevo”. Hay cosas que el
no entenderlas no impide en absoluto que existan.
Amigos
¿vale?
Volvemos
por la senda de siempre al lugar de siempre de forma mecánica y automática,
correspondiendo al saludo amistoso de plantas, insectos y pájaros; lo hacemos
como seres inertes y energía de litio baja. Salvia oficinales por aquí, pinus
alepensis por allá y dacus oleae con larvas de drosophila melanogaster
engordando en algún rincón.
Llego
el segundo a la ducha, y es la segunda vez que me ducho en este período
vegetativo, y por si fuera poco, otra vez solo. No sé de qué me sirve tanto
cursillo y algún que otro master… me estoy planteando dedicarme a la
epistemología.
Tras
la aceptación de la realidad, llegan horas de “pelado de aves” (pavas para ser
más exacto) en la que se acaban quitando hasta los “cañones”, acompañados de
cerveza puesto que las endorfinas no se atreven a salir solas a la palestra.
Las lenguas se desatan (sólo las lenguas) y las preguntas que nunca nos
atrevimos a hacer afloran mezcladas con chistes, anécdotas y sudores fríos.
Tras
la cena en la que el chef y su compinche se esfuerzan en sorprendernos, el
proyector nos inyecta un potente somnífero intercalado de fotos que acaba con
un desfile de reptantes hacia el nido de los sueños sonoros.
La
noche no depara nada nuevo a nadie (que se sepa). Los Roncales se levantan con
el alba y me recuerdan que salga a vivir lo mejor del día en plena naturaleza:
el amanecer. Fran se va a pie al pueblo por el cauce del río. No me apercibo,
pues le hubiera acompañado. Vuelve antes del desayuno.
Hoy
es ya el último día, pero queda mucho por vivir. Maribel, la enciclopedia de
las plantas del Carbo, no se cansa de darnos información. Y siempre queda algo,
aunque nos ponga muy difícil corresponder a su esfuerzo.
La
armonía del grupo es total. Una vez más ha valido la pena.
Aunque
habrá que releer una y otra vez los apuntes y nos surgirán dudas; en teoría,
hemos debido aprender las propiedades de las principales plantas del hábitat, y
también la elaboración de ungüentos, esencias, cremas y destilaciones, y por
mucho que las leamos siempre tendremos que recurrir a los apuntes, al
omnipresente Internet o incluso a la “Enciclopedia Maribel”, siempre abierta y
dispuesta a colaborar.
El
saber y la buena voluntad de los cocineros se vacían en la comida del mediodía;
tanto que tienen que salir a saludar.
Cuando
nos conformamos con los placeres que suben del ombligo hacia arriba, hay que
empezar a reflexionar.
La
siesta se diluye entre cartas con árboles, fotos que sorprenden y rincones en
los que se esconde Morfeo. Y la tarde es una continuación que nadie quiere que
se acabe. Sabemos que nos esperan 40ºC y alguna noticia que nos devuelva a la
estúpida realidad de la colmena insolidaria.
Por
eso nos miramos una y otra vez, sonreímos sin decir nada y miramos a la
naturaleza infinita evitando siquiera el reojo a la muñeca. El tiempo no
existe, pero como no nos lo hemos creído (lo siento S.Hawking), nos abrazamos
una y otra vez. Unas veces pienso que ignorando la realidad y otras que
volviendo a ella.
No
quiero acabar sin mencionar la sensibilidad de Casimiro al leer unos versos
maravillosos que yacían ocultos en las páginas de un libro olvidado en una
estantería, y que despertaron para endulzarnos la amargura de la despedida.
Otros
agradecimientos personales, los reservo a la intimidad.
Un
abrazo a todos, también a los que no he nombrado, y a los que no estuvieron con
nosotros. Todos somos uno.
[8-9-10
junio 2012]
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