Miré de
soslayo el tablero vacío de ajedrez que reposaba sobre la mesa junto a la
ventana. Unos rayos de sol que habían conseguido escaparse de la bruma
primaveral de la mañana hacían más blancas las casillas blancas, en contraste
con las granates que yo había pintado así harto de los convencionalismos del
blanco y negro.
Los dedos de
Lang Lang regalaban mis oídos, un poco absortos por los efectos de mirto
líquido, muy alejado de su significado vegetal, y de una infusión de yerbas
silvestres que habían encontrado sitio en cada una de mis células para
atemperar el vigor del alba. Me dejé llevar, que a menudo es el mayor placer
que nos podemos permitir, y soñé que era yo.
Por mis
párpados entrecerrados penetraron imágenes reales que confirmaban la teoría del
big bang: somos uno. Sobre el tablero apareció una corona rodando hasta
precipitarse fuera de él al vacío infinito. Miré el almanaque y no, no era la
fecha que suponía. De inmediato me reconfortaron las teorías de Guerlain y un
eslogan muy popular y utilizado en los últimos tiempos: ¡YES, WE CAN!.
Seguro que
nos lo merecemos, pero ¿nos lo creemos?. ¡OJALÁ!
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