En el arte
actual (arte plástico sobre todo) el mérito y la dificultad no está siempre en
el autor. Reside en primer lugar en el promotor o marchante, que ha de ser
capaz de situar al artista de modo que su obra sea deseada; bien por su futura
revalorización o bien por la distinción que suponga poseer y exhibir su obra en
el entorno social en que se desenvuelva. Y en segundo lugar, en quien ha de
explicar de forma convincente e imaginativa (éste puede ser cualquiera de ellos
o un crítico de prestigio reconocido) lo que allí ha expresado el artista.
No importa
que lo que se dice sea fiel a la realidad; es más, me atrevería a decir que eso
ocurre en muy pocos casos. Es muy importante inventar, ser creativo y creíble,
al menos ante el segmento social cuyo poder adquisitivo y nivel de ignorancia
concuerda con el encadenamiento de estupideces que se están produciendo.
Si ya es
difícil convencer del valor y del arte de obras clásicas cuya cotización no
depende de la obra en sí, sino de a quien se la atribuyan los expertos de
turno; cuando es más que sabido que en los talleres todos pintaban y el maestro
firmaba o no según criterios que ahora posiblemente se nos escapen. Mucho más
argumentar y convencer de obras actuales en las que el artista unas veces ha
hecho lo que le ha pedido el marchante, otras lo que le ha dictado el estómago,
una mañana de resaca o una noche de insomnio.
Una persona
cuya amistad agradezco, me ha dicho al leer esto: "pero tío, al hablar así
te estás excluyendo de los artistas, de los críticos y casi de todo lo que
tenga que ver con el arte. Si dices lo que piensas acabarás siendo tu único
lector o escuchante". Yo me he sonreído y le he dicho: "no me
importa, sólo quiero no traicionarme. Y si alguien quiere compartir mi verdad
le recibiré con una sonrisa. Es lo que ahora me hace feliz y lo que deseo".
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