La lluvia
jugaba al escondite asustando cuando más confiado estabas. Me quedé de pie bajo
la sombrilla de un bar observando los goterones que chorreaban por los cuatro
costados y el tiempo se paró.
Frente a mí,
un chorro arrancaba música de la bandeja de un camarero dejada caer a la orilla
de una mesa. Más allá, por los adoquines que el agua había convertido en
espejos, chapoteaba una muchedumbre nerviosa que hacía bailar el reflejo de las
luces de los bares. Varios jóvenes abandonaron el Döner Kebab que había a mi
izquierda con una algarabía ajena al clima, que anticipaba el festín que les
esperaba a juzgar por los envueltos que llevaban entre manos.
Al fondo
tres personas se disputaban un taxi agobiadas por la bocina del coche que le
seguía. Es en estos momentos cuando más se aprecia la importancia de la
sintaxis.
Por la acera
más próxima una mujer madura se dejaba cortejar por un joven que le brindaba
amable sonrisa y el cobijo de su paraguas; era su segunda pasada en pocos
minutos. Las noches de los viernes son prolijas en situaciones.
Un grupo de
presuntas Erasmus pasaron ignorándome pisando mis zapatos. Lucían pantalones
tan cortos que con esta climatología ponían en contacto todas las humedades
hasta fusionarlas en una. Una estampa agradable. Su suerte es que los
constipados suelen ser de nariz o garganta.
Tuve la
impresión de que nadie me veía en mi privilegiada atalaya y seguí disfrutando
de mi sigilosa observación.
Al cabo dejé
de estar solo y comencé a recibir valiosas informaciones que trajeron al
inevitable presente repleto de WhasApp, out-lock y cosas parecidas.
Por fin,
unas piernas decididas me rescataron de aquel horror pasajero y me sumergieron
en un arte que queda fuera de mis entendederas, y ante el que me dispuse a
metamorfosearme en silencioso observador de nuevo.
No ha pasado
mucho tiempo, pero sí suficiente para que no sea capaz de recordar lo que he
visto ni tampoco lo que he pensado mientras perdía mi mirada más allá de lo que
tenía delante de mí. Sin embargo, tengo la seguridad de que sería capaz de
escribir una crítica que muy pocos identificarían como la de un inepto total en
el tema. Sólo basta para ello que tuviera al final la firma adecuada.
No más de
una hora estuve compartiendo una conversación, ajena totalmente a lo que nos
rodeaba, a la sazón plagada de monosílabos.
Subí de
nuevo a encontrarme con la lluvia con la sensación de que alguna de las
expectativas de la convocatoria no se habían consumado. La calle continuaba
destilando reflejos de charol; las velas sobre las mesas vacías habían sido
apagadas por la humedad o estaban a punto de consumirse.
Tuve la
sensación de que los deambulantes también habían abandonado alguno de sus
objetivos e intentaban distraerse hasta encontrar los del sía siguiente.
Una fuerte
alegría que me brotaba de no sé dónde me provocó una abierta sonrisa y caminé
lentamente hacia un sueño largo y dulce.
17/05/2013.
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