jueves, 20 de junio de 2013

Helena

Ayer oí las muletillas con que mi familia y todas las familias inundaban mis oídos, nuestros oídos. Y también hubo que darle a la manivela para arrancar el Balilla o el Grand Paige, que qué más da, en el que nos hacinamos todos cantando al son de la bocina que se tocaba más para llamar la atención que para ahuyentar.
Ayer fui de nuevo a la escuela con la lección aprendida a veces y no tanto otras. Y jugué en el patio como absorto, como esperando que pasara algo que me mostrara el futuro. Sentía que estaba de paso, tenía prisa.
Ayer le dije cochino al retratista porque no me gustaba que me hicieran fotos, fue mi padre quien me dio licencia, y bebí cerveza con los mayores, aunque no me gustó su sabor, era como meaos de caballo.
Ayer comí tortilla con arena y me quemé la espalda mientras jugaba con los demás a vencer las olas, pero siempre con la mirada puesta en Helena, explorando su mirada y gozando de sus risas, que eran las mías.
Busqué su roce casual, su conversación furtiva. La espié en sus silencios y en sus gestos mientras me elevaba, y que mis pies no tocaban el suelo.
Tuve miedo de contarle lo que sentía porque la herida de su rechazo podría ser mortal. Siempre hay una primera vez.
Ayer me bebí todo el mar del verano junto a Helena y no me supo salado sino a miel de olivo con canela.
Todo gracias a Julián Ayesta.

Hoy, ya despierto, escribo mis recuerdos.

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