SIGLO XXI, EXCESO DE TECNOLOGÍA
Nunca hasta ahora, los seres vivos que han habitado este
planeta, habían vivido situaciones similares. Explico mi reflexión:
A principios del siglo pasado, los avances tecnológicos
comenzaron a producir radiaciones para usos industriales, militares y sociales,
que sometían a todo el planeta a esas radiaciones, tanto si las utilizaban para
su beneficio como si no. Por poner ejemplos, el radar y las ondas de radio,
como más antiguas, y en las últimas décadas, la televisión, los teléfonos
móviles, el wi-fi y un sinfín de ondas de diferente frecuencia y longitud,
cuyos efectos sobre los seres vivos que habitamos el planeta son en su mayoría
desconocidos.
Estas ondas, por sus características, atraviesan paredes,
cristales, muros y metales como si nada; también tejidos vegetales y animales,
afectando de un modo en parte desconocido y a menudo ignorado a las radiaciones
y frecuencias de los propios tejidos a los que atraviesan. Porque, no vamos
ahora a poner en duda los experimentos de Lakhovsky, sería estúpido o, lo que
es aún peor, interesado.
Ninguna voz se ha alzado en contra o cuestionando estos
efectos de forma relevante. Pues la mayoría no valoramos nada más que lo que se
cuenta, se pide o se pesa; sobre todo si se ve o se toca, pero si queda fuera
de estos límites, no nos interesa.
Por otra parte, nos sentimos muy bien porque valoramos
positivamente las posibilidades que estas tecnologías nos dan: comunicación,
distracción y libertad, entre otras.
Desdeñamos su adictividad, la posibilidad de que sean el
origen de algunas afecciones que sufrimos (he evitado decir enfermedades), o
por poner sólo un ejemplo, que contribuyan al descenso del número de abejas,
que es sobradamente conocido que se guían por estos tipos de ondas; o a las
migraciones de aves y peces.
Leemos un día lo que dice la OMS y al día siguiente lo
olvidamos. La OMS no insiste porque ante el abandono de su financiación por
parte de los estados, ésta ha sido asumida por grandes multinacionales y, cómo
van a insistir y tirarse piedras sobre su propio tejado o el de sus hermanas de
“sangre” (léase dólares, euros o yenes) .
No pretendo ser un alarmista, esto no es un grito
desesperado ni nada parecido, si alguna vez tomamos consciencia de nuestro
poder simplemente como consumidores, exigiremos garantías de todo aquello a lo
que nos someten, y encima pagando.
Desde que existe el planeta los seres vivos que lo han
habitado han estado sometidos al campo magnético terrestre, y al que nos envían
las tormentas solares y a otros muchos procedentes del universo, sin desdeñar
los producidos en el propio planeta derivados de las erupciones volcánicas o de
los procesos radiactivos naturales.
Pero, ¿es eso comparable a lo que ahora nos rodea, tanto
si nos “beneficiamos” de su existencia como si no?, ¿tenemos idea de cómo nos
está afectando?, ¿y de cómo afectará a generaciones que están ahora iniciando
su andadura sometidos cada vez a mayores radiaciones?.
No, no lo sabemos, aunque presumo que puede haber quien
si tenga conocimiento de ello pero no tenga intención de decirlo o no le dejen
hacerlo. Algunos países han comenzado a legislar limitando estas radiaciones
(Finlandia, Alemania), aunque tímidamente; otros, la mayoría, nada de nada.
El camino va a ser largo y complicado, sobre todo mientras
cada uno de nosotros vayamos por el mundo con al menos un artilugio en el
bolsillo, tengamos en nuestro entorno otros tantos elementos emisores y/o
receptores, porque son un símbolo del progreso tecnológico que vivimos y de
nuestro nivel de vida.
No hemos pensado y quizá nunca pensaremos que vivimos un
exceso de tecnología que no beneficia nuestro bienestar ni nuestra salud.
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