Diciembre 2013.
Nada más acabar el entierro de la abuela
Pilar en el pueblo, cominos rápidamente y nos vinimos a Valencia.
Queríamos pasar por Beniarbeig y llegar a
tiempo de recogerte del colegio, en Benidoleig, a apenas 3 kilómetros de tu casa.
Salías a las 5 de la tarde y venía un poco justo.
Aún así, cuando llegamos a la puerta
faltaban casi diez minutos para la hora, aparqué el coche y me adelanté hasta
la puerta. Grandma me siguió arrastrando su tristeza y transmutándola en
alegría por verte. En el coche se quedó la tía Encarna silenciosa y Camino
fumándose un cigarro.
Saliste y nos abrazaste como siempre.
Luego fuimos hacia el coche. Tú te acercaste a la puerta de atrás, donde estaba
la tía Encarna; ella abrió la puerta.
Fue entonces cuando noté que el tiempo se
paraba y que tu te tornabas algo inquieto. Te quedaste mirando fijamente a la
tía y, con una voz inhabitual en ti, algo temblorosa le preguntaste con timidez
mirándola fijamente: “¿la otra se ha morido?” (la otra era Pilar, tu bisabuela).
La tía vaciló unos segundos y contestó: “Sí”.
Se hizo un silencio, tú bajaste la vista
y yo sentí un vacío en el estómago. Se siente con el estómago. Fue tu primer
encuentro con la muerte, que, aunque un poco lejano, no te había pasado
desapercibido. Sin duda fue lo primero que habías preguntado de forma
apresurada cuando fuiste hacia el coche. Todos sabíamos, tú también, que aunque
la vida seguía ya nada iba a ser como había sido hasta ahora.
Tenías sólo cinco años y comenzabas a
tener una idea de lo rica y compleja que es la vida, tan llena de sentimientos
y situaciones diferentes.
Un beso.
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