Iba yo con “una persona” hacia el pirineo aragonés, en su coche, por una ruta que no es la que yo elijo, pues atraviesa Cataluña y es a mi entender más larga y la carretera está más transitada, pero como no conducía yo…
Durante el viaje hablamos de todo aunque sin profundidad: de la montaña, del tiempo, de la familia, de política y de religión.
Sus principios y sus creencias no tienen nada que ver con las mías, no obstante jamás hemos tenido ningún problema, pues nos tratamos con respeto y no pretendemos cambiar nada del otro.
Recuerdo que me decía que su vida era más fácil que la mía, desde el punto de vista de la conducta moral, por decirlo de una forma global. Porque a él le basta con seguir sus “mandamientos”, y si se desvía va, se confiesa y le perdonan el error. Mientras que yo he de plantearme cada vez la ética, la moral, mi conciencia, el componente humano, etc., y a continuación tomar una decisión. Y si yerro, pues analizo y me planteo qué hacer para repararlo y, por supuesto, qué hacer si surge una próxima vez.
Y creo que tiene razón en eso, a pesar de lo cual yo continúo con mi propia ideología, particular, única e irrepetible.
Pero cual fue mi sorpresa cuando observé con el rabillo del ojo que el indicador del combustible estaba en la reserva, a pesar de lo cual había dejado pasar dos estaciones sin repostar. De modo que se lo dije, a lo que me contestó que no iba a repostar hasta que dejáramos Cataluña, que a los catalanes no les dejaba el céntimo para la sanidad.
Enseguida recordé que su madre y su hermano han sido atendidos repetidas veces en una clínica del servicio sanitario de la Generalitat, en Barcelona, e incluso que ambos están trasplantados de riñón en esa ciudad.
Pero no le dije nada, claro, por si ese detalle no estaba en sus mandamientos y le creaba un problema que quizá no iba a saber resolver.
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