viernes, 14 de febrero de 2014

LA PUERTA DE LA PRIMAVERA

Hace días que las ramas desnudas del laurelcerezo me filtran la luz de la mañana con un regalo que invita a alejarse del solsticio de invierno. Sus incipientes flores rosadas van apareciendo en las puntas de los pollizos sin timidez.
El petirrojo que me visita cada mañana parece sorprenderse y se acerca a ellas como si fuera capaz de captar la radiación de su crecimiento. Que lo es. Adorna sus movimientos con un canto algo más agudo y mueve la cabeza con nerviosos giros, alternando entre el suelo, las flores y mi presencia. Luego se va emitiendo un largo silvido como despedida; algo así como “hasta mañana”.
No puedo acercarme suficiente para ver el punto rojo de su ojo izquierdo, que le da el privilegio de ver cosas que yo no veo, pero me lo creo.
Tampoco puedo ver como crecen los pétalos de las flores. No tengo paciencia. He venido para poco tiempo, y, quiero estar en tantos lugares y percibir tantas sensaciones, que me pierdo la mayoría buscando la siguiente.
Me quedo inmóvil durante un largo rato para darle al laurelcerezo, al petirrojo y a mi mismo el cariño que nos merecemos. No sé cuanto tiempo estoy así, quizá porque el tiempo es un invento.
Muerdo una hoja de olivo para compartir su amargura. Me da placer y se lo agradezco.
Las yemas del ciruelo comienzan a engordar, preludio de una explosión primaveral, la estación más yang que tanto se anticipa en nuestra latitud.
Le hablo al ciruelo, al olivo, al laurencerezo y al petirrojo, sin esperar otra respuesta que su compañía, la belleza de sus floraciones y sus cantos; el anuncio de las estaciones.

Luego, reflexiono sobre si tengo que darle las gracias a algo o a alguien, y sólo alcanzo a dármelas a mi mismo, por formar parte de la naturaleza, por compartir la expansión del “big-bang”, que ahora se llama aquí “la puerta de la primavera”.

1 comentario:

Selene Artemisa dijo...

precioso, me encanta la primavera, aunque más yang todavía es el verano.