1.- Cagar en Bangkok // Estoy en un centro comercial de lujo
de la ciudad. Hay muchos, en contraste con las chabolas, pobreza y miseria que
hay a menudo alrededor, y que incluso se pueden ver desde las plantas más
altas.
Bueno pues, ya nada que ver con esto aunque si conmigo, va y
me dan ganas de cagar. Los aseos, toilet o restroom, que todo vale, están entre
Prada y John Silver (el primero pretende dar nombre al centro y está a la
entrada con letras grandes). Unas puertas de cristal pavonado con diseño
original se abren ante mi cuando me acerco. Elijo el que parece que me
corresponde y, nada más entrar, la tapa del wáter se levanta (aunque sin
música). Acerco glúteos al apoya culos (no me suelo sentar) y un calor suave me
atrae hasta el punto que no me puedo resistir. Se está bien. Acabado el
objetivo, observo que a mi derecha hay una extensa botonera con letreros en
inglés. Con timidez, mi inglés no es bueno, pulso el que creo que corresponde y
acierto; un agua tibia me lava dulcemente. No me fio, me levanto un poco y
miro. Sí, es agua tibia y limpia. Sigo sentado, pulso stop y elijo el botón que
creo que corresponde ahora. Perfecto! pues un aire no menos agradable se
dispone a secar lo que antes humedeció. Pulso stop y todo se para. Me levanto y
él solito “se tira de la cadena” y se perfuma. Como tengo la curiosidad a flor
de piel, sigo tocando los demás botones. Se levanta y se agacha el apoya culos,
sale agua para arriba y para abajo, aire y no sé cuántas cosas más.
He perdido la noción del tiempo, a saber cuánto tiempo he
estado aquí dentro. Este lugar crea adicción. De ahora en adelante vendré a
cagar a este centro comercial, el que tiene sobre su fachada en letras grandes
el nombre de PRADA, aquí en Bangkok. Es un lujo, sobre todo para cagar.
2.- La bolsa del
Carrefour// La bolsa del Carrefour ha resistido siete semanas, ha sido capaz de
igualarnos y eso merece un reconocimiento.
El primer día ya vi a mi compañero que, además de cargar con
su mochila a la espalda y arrastrar la maleta, en la mano libre llevaba una
bolsa del Carrefour, de mucha utilidad por cierto. En ella llevaba el agua, un
impermeable y algún otro artículo de primera necesidad (por ejemplo mapas).
Durante más de cuarenta días hemos subido montañas, navegado
por ríos y por mares, cruzado “rain forest”, viajado en autobús (así le
llaman…), tren, kayak, metro y tuk-tuk. Hemos dormido en lugares de toda calaña
(hoteles les llaman… lo nuestro no era un viaje programado), a menudo en el
suelo, compartiendo lecho con insectos y roedores, muy respetuosos por cierto.
Y hoy, la bolsa del Carrefour cuelga impasible de la mano libre de mi
compañero.
Sólo pensar que en pocas horas me tendré que separar me
produce desazón. No sé cómo será mi vida lejos de la bolsa del Carrefour.
Espero que el Universo me ayude a superarlo.
3.- La calle del Worabury // Worabury no es el nombre de una
calle de ningún sitio, tampoco de Bangkok. Pero sí hay una calle en Bangkok,
una calle con “mucha marcha”, en la que hay un hotel (también resort y spa y
todo lo demás) que se llama Worabury, por eso digo “la calle del Worabury”.
Ahora, hace apenas unos minutos acabo de recorrer por
penúltima vez la calle del Worabury, mañana la desandaré temprano cuando me
dirija al metro que me lleva al aeropuerto.
Todas las veces que la he recorrido, mañana, tarde y noche,
en uno o en otro sentido, he tenido la sensación de que pasaba por el mismo
escaparate inamovible. A un lado, sobre la acera, están los carritos de comida,
friendo o cociendo alimentos y metiéndolos en bolsitas de plástico transparente
o alineándolos en pinchos morunos. Al otro los tuk-tuk, con sus conductores
echados en el interior, medio dormidos, buscando cualquier cosa entre los dedos
de los pies; los taxis, de colores chillones, intercalados con los otros, se
ofrecen a los “rostros pálidos” que esquivando el tráfico pasamos entre ellos:
¡taxi, taxi! mister.
En los bajos de la calle, decenas de mujeres, sentadas
frente a las casas de masaje, ofreciendo sus servicios con todos los argumentos
a su alcance. Y ya sólo queda alguna casa de cambio y los largos bancos de los
bares-restaurantes-happy hours, intercambiando su espectáculo con el de la
calle. En ellos, hombres y mujeres (gringos llama mi compañero a los primeros;
aunque al escuchar su acento creo que son australianos), beben a todas horas
con la mirada perdida o toquetean absortos sus móviles. La mayoría son de edad
avanzada y peso reglamentario.
La calle, aun siendo singular, creo que refleja en parte la
leyenda de Bangkok y la de Tahilandia en general, sin evitar por ello el
contraste del consumo de lujo con la vecina mendicidad en todas sus expresiones. Esta
calle es una forma de vida y una foto fija del ser humano de hoy.
Michael Houellbecq tiene razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario