Después de 28 horas de viaje, escalas en Frankfurt y Kuala
Lumpur, vamos a aterrizar en Yakarta.
Cuando los últimos rayos del sol pintan de rojo y amarillo
las antes blancas nubes y las alas del airkraft, son poco más de las 6 de la
tarde (hora local de conveniencia), y, ahí abajo, todo es de color gris sucio
con inesperados reflejos anaranjados, parece que llegamos al inicio de nuestro
destino
Desde aquí, la ciudad se asemeja a las brasas de una
chimenea apagada. Ante el puerto, más de un centenar de petroleros y cargueros
esperan. Dentro, en el avión, caras aburridas y concierto de bostezos.
Yakarta, con más de 10 millones de personas, se asemeja a un
hormiguero estresado por varios pisotones intencionados. No hay orden en nada,
y aún así, todo funciona. Nubes de motos que toman la derecha y la izquierda,
la calle y las aceras (quién sabe si también las azoteas); desvencijados
cacharros a ruedas que pitan sin cesar y sin motivo. Los pocos semáforos que
hay no funcionan y las aceras son una continua trampa para elefantes y, lo que
queda libre, lo ocupan carritos de frituras que van metiendo en bolsas de
plástico cuando les deja tiempo libre jugar con los dedos desnudos de los pies.
La primera impresión me lleva a desear tener la vuelta para
el día siguiente.
Con el primer alojamiento hay suerte. Es nuevo y luce la
primera y única ducha, tal como la conocemos ahí, de la que disfrutaré en el
viaje.
- Segundo día (en realidad tercero, porque veníamos contra el tiempo)
Voy en un autobús que creo que no ha pasado la ITV (¿y so
qué es?) a tomar el ferry que lleva de Merat (Jawa) a Bacahueni (Sumatra), el
objetivo primero es el volcán Krakatoa. Afuera, una agricultura muy primaria y
frutas tropicales. El coche va lento y con la puerta abierta; desde ella uno
que no es el conductor, lo cual se agradece, va gritando el destino, pienso que
puede ser que haya quien no sepa leer el gran letrero que luce delante. Suben y
bajan personas en cada esquina. Al ser un país muy poblado, la carretera es
como una larga calle y la gente se agolpa en ella.
También suben y bajan vendedores que ofrecen frutas,
frituras, galletas, agua o simplemente un concierto de guitarra mientras
desgarran la voz para luego pasar la gorra.
Estoy aprendiendo a conducir aquí, pues antes o después
tendré que hacerlo. Me fijo en que la línea continua no significa que no haya
que adelantar (mucho menos si viene un camión de frente y hay una curva),
también me fijo que se conduce por la izquierda pero se puede adelantar por
ambos lados, se elige el que más sitio deje; que se puede uno parar o dar la
vuelta donde quiera y que hay que esquivar a los demás acelerando (esto último
es muy importante), aunque sea un perro que duerme o un niño que juega en la
carretera. Suerte que hay pocos perros, no así niños.
Hace un calor húmedo pero el sol no se ha dejado ver con
claridad aún. Por el contrario la lluvia nos ha golpeado los cristales durante
media hora.
Finalmente, después de más de 4 horas para hacer poco más de
100 km, en las que el ayudante ha ido voceando el destino con la puerta
abierta, hasta conseguir hacinar el obsoleto y bamboleante cascarón, en el que
un olor a gasóleo y humo lo impregna todo, llegamos a la estación de autobuses,
en la que nada de esto cambia demasiado. Un enjambre de motos se ofrecen para
llevarnos al ferry (incluidas las mochilas o maletas) pero preferimos ir
andando.
Ya en el ferry las ofertas de todo tipo no cesan. Algunos
jóvenes piden dinero para tirarse por la borda. Y, durante la travesía, que
dura más de 4 horas (unas veces navega y otras se para), más de una decena de
vendedores ofrecen diferentes productos, milagrosos en su mayoría, disertando
al estilo de los predicadores. Al tiempo, los altavoces del ferry emiten
sonidos que pretenden ser música pop indonesia, sólo interrumpida de 6 a 7 por
los obligatorios rezos coránicos. Todo ello hace que el viaje no parezca que
dura 4 horas sino 40, pero eso sí, muy amenos.
Del puerto a Kalianda tomamos un autobús que se rige por las
normas del lugar; es decir: sale cuando le parece, pasa horas dando concierto
de pito, yendo de atrás hacia adelante y viceversa, suben y bajan vendedores y,
los viajeros, presuntamente para entretenerse, se cuentan los dedos de los pies
desnudos mientras dormitan.
Obras en la carretera
o un accidente, sin ningún voluntario que dirija el tránsito (cuando los hay
piden la voluntad a los vehículos), dilatan el viaje hasta casi la madrugada.
Nos apeamos en un cruce y, gracias a la brújula que llevo en la correa del
reloj y a un plano, tomamos la dirección adecuada que nos lleva, cuatro
kilómetros después, al lugar en el que pernoctaremos. Antes hemos despertado a
un poli del dulce sueño en su guarida y nos ha confesado no saber nada de nada
de lo que le preguntamos (no me extraña en absoluto). El lugar buscado, es el
recomendado por la Lonely Planet (en adelante LP, hasta su quema solemne
acabado el viaje. En agradecimiento a su información desinteresada, claro).
- Cuarto día (creo), para aclararnos 26 de junio.
La noche ha sido memorable. Me embadurné de la fórmula
mágica contra los mosquitos pero debí de cometer algún error en la composición
(quizá tomé por error la del profesor Bacterio), porque a las 3 me tuve que
vestir (no hay sábanas) y cubrirme la cara con un pañuelo. Se ve que los pobres
mosquitos están muy necesitados.
Somos los únicos en el hotel… no debemos de ahorrar tanto en
los alojamientos si queremos sobrevivir.
A las 7 de la mañana salgo a la realidad y me encuentro en
la puerta con dos furgonetas (más bien “fragonetas”) con letreros que rezan
“KEMENTERIAN SOSIAL RI”. Por las similitudes que ya he observado entre el
indonesio y el castellano, creo que todavía no estamos para eso pero se ve que
no pierden la esperanza. ¿Qué tan mal nos vieron anoche?...
El aseo es breve. No hay ni ducha ni lavabo, sólo un turco
por si queda algo en los intestinos. Eso sí que es acertado, ¿para qué más?
El chico del hotel nos dice que hay “mala mar” y que hoy no
podemos ir al Krakatoa; luego aclara que realmente al Krakatoa no se puede
subir, que es a la “madre” del Krakatoa; y finalmente, tras hablar por
teléfono, añade que sólo se permite dar la vuelta a la isla porque no dejan
atracar. Vamos de medias mentiras a verdades enteras.
El desayuno es realmente un “sin des” pero el té caliente
abre por fin el tubo digestivo y, se agradece, porque ya amenazaba con sellarse
para siempre.
El día continúa gris y con el típico calor húmedo que hace
justicia a la latitud. Localizamos un volcán próximo y vamos a aventurarnos a
subirlo por nuestra cuenta, aunque hay división de opiniones, unos dicen que es
fácil y otros que ni se nos ocurra intentarlo.
No sé si creerme o no creerme lo que estoy viviendo. Si
calificarlo como aventura o estupidez. No es ni el tercero ni el cuarto mundo;
tampoco el planeta perdido. Es Sumatra (antes Jawa) y lo único que justifica
que esté yo aquí es mi principio de “que no me lo cuenten”. Esto no sale en la
tele ni lo publican los periódicos ni tampoco las redes sociales en internet,
pero tengo una gran curiosidad por vivirlo y contármelo después a mi mismo (y a
quien quiera, aunque no creo…)
Desde aquí, no sólo se ve lo que aquí se vive sino también
los errores de los que venimos, que relucen como el sol de primavera tras la
lluvia.
En tres días sólo he visto un perro en una cabaña en mitad
de la espesa vegetación, y claramente era de raza comestible. Estaba triste,
cabizbajo y meditabundo. Es la primera vez que entiendo a un perro que no es de
cerámica.
Su posición normal (la de los humanos de aquí), cuando no
van en moto, es la horizontal. Evidentemente cuidan mucho de su columna.
Tienen vocación de vendedores: venden lo que tienen, y si
sólo tienen la moto te venden transportarte en ella. Saben que comprando no se
progresa.
Una moto puede transportar a uno, dos, tres e incluso cuatro
personas aparte del conductor. Cuatro sacos de arroz sin atar (dos delante y dos detrás, como los
elefantes en el seiscientos), una cama, somier incluido, una tienda de
comestibles con sus estanterías, cinco garrafas de agua y todo lo que puedas
imaginar. Cuesta arriba.
Hemos ido a la playa y me he dormido. De bañarnos ni
pensarlo.
El intento de subir al volcán sale bien a medias, llegamos a
un punto sin posibilidad de seguir. Llueve y la niebla es muy espesa. El piso,
de ceniza fangosa, resbala. Nos faltan unos 100 metros de desnivel pero
desistimos.
Cenamos en un “mac” que se han inventado en el pueblo,
tomamos de postre un zumo de aguacate con chocolate que resultará ser el mejor
de todos los que tomamos en el viaje.
Antes de ir a la cama intento ducharme y lo consigo
echándome agua con un cazo de la que hay en la poza del patio. Dos ranas me
miran de hito en hito todo el rato. Debe de ser que no están acostumbradas.
¿Serán realmente una raza de piel oscura?
- Día 27 de junio (quinto día)
A las horas que tocan, desde los minaretes, el Muecín se
encarga de berrear consignas o rezos. Deben de estar grabados, de lo contrario
el tal Muecín acabaría extenuado. Es su forma de demostrar el poder de la
religión: “Estoy aquí y hago esto porque puedo”. En las mezquitas se imparten enseñanzas.
Por otra parte nada nuevo tratándose de una religión.
Creo que las bacterias son fundamentales para la vida,
incluso que nos protegen. Tenemos dos kilos (más o menos) de bacterias cada uno
de nosotros, y a más riqueza de ellas mayor inmunidad. Tenemos pues que
agradecer a estos pueblos que sean una reserva de bacterias tan descomunal.
Nosotros vamos a salir de aquí ganando peso en bacterias y proyectados hacia la
eternidad; eso sólo si acabamos vivos, claro.
Vamos a la cama tarde, después de la una de la madrugada,
antes nos embadurnamos de 3 repelentes uno tras otro y matamos mosquitos a dos
manos. En la tele juegan al futbol. Aquí siempre están jugando el futbol en la
tele, a veces partidos que se jugaron hace años; la gente lleva camisetas del
barça y del madrid. Si decimos que somos españoles comienzan a decir nombres de
jugadores, así es que Joseluis dice que es de Andorra y yo del Vaticano (que
tampoco estaría mal). Más tarde, tras las consecuencias del mundial de futbol,
eso nos librará de las mofas del personal, que lo que es de futbol están bien
informados.
Unos golpes en la puerta intentan despertarme y al final, a
pesar de mi resistencia, lo consiguen. Joseluis ya se ha despertado. Abrimos y
en la puerta aparece el chico del hotel, está de pie, con las manos juntas y
repite una y otra vez “sorry, my mather is dead”. Ya consciente le digo sí a lo
que nos pide, que no es sino que nos pasemos a otra habitación porque delante
de la nuestra se están instalando alfombras sobre las que se celebrará el
duelo. Tardo casi una hora en dormirme en la nueva “suite” a pesar de los
tapones, pues rezan incluso con un megáfono, se ve que su dios no anda bien de
la oreja. Cuánto mal nos hace a veces la tecnología.
Nos levantamos muy temprano, en la sala de al lado han
quitado los muebles y está efectivamente repleta de mujeres que rezan y lloran
sobre unas alfombras rojas. En la puerta, los hombres ataviados con sus mejores
galas y unos gorros cilíndricos negros, hablan y fuman sentados. Cogemos las
maletas y nos marchamos sin molestar más (ya pagamos a la llegada). Ya le daré
el pésame por “guasap”.
Tomamos una cosa con ruedas que nos lleva durante casi dos
horas por vías insospechadas (carreteras, caminos, arcenes, obras y sembrados),
cogiendo y dejando pasajeros, hasta el puerto que nos devolverá a Jawa. No muy
ortodoxo pero sí eficaz y más eficiente que el autobús de la venida.
Tomamos el ferry y luego nos decidimos por el tren.
Encontrar la estación del tren resulta extremadamente fácil, basta con encontrar
la vía y luego seguirla en el sentido adecuado, apartándose si viene alguno. Ya
en el tren, camino de Yakarta, se nos aparece una divinidad; en concreto un
joven que sabe inglés y que nos acompaña al llegar hasta coger dos líneas de
metro diferentes y finalmente tomar un tuk-tuk que nos lleva a otra estación a
tomar el tren hacia Borobudur. Me quedo su correo electrónico para darle las
gracias si consigo volver con los cinco sentidos útiles, pues de él será sin
duda parte de ese mérito.
En el metro la gente es muy amable, les decimos el wagón al
que queremos subir o la estación en la que queremos bajar y empujan y empujan
hasta asegurarse de que lo conseguimos (aquí no hay empujadores como en Japón,
ellos solos se valen).
Al llegar a la estación, el tren está “full”. Compramos
billetes para el día siguiente y buscamos hotel por el método que yo denomino
“del bastón blanco”. Para llegar al lugar hay que cruzar tres calles en las que
ni ellos ni nosotros hemos visto que haya semáforos, de modo que aquí el sistema
es el de “ahora ¡vale!”.
Encontramos un hotel en el que parece que podremos dormir e
incluso comer algo. En 5 días que llevamos de viaje, salvando lo que nos dieron
en el vuelo, hemos tomado dos desayunos y una cena. En uno de esos sitios que
ponen fotos de la comida, que yo por cierto “adoro”, comemos un plato de arroz
picante con un trozo del gallo de la pasión; por fin una cena que tiene que ver
algo con la historia (sagrada), a ver si lo siguiente que me toca es vino de la
última cena por, lo menos.
Tomo una ducha, la segunda en este período, y me bajo a la
recepción a poner mi sangre a disposición de los mosquitos, mientras limpio los
pulmones con el ambiente alcanforado de que goza el lugar. Salgo un momento a
comprar repelente (es media noche pero las tiendas parece que no cierran) y
cuando me ven los picazos me dan tres repelentes diferentes. Me los pongo los
tres sin demasiado éxito.
- 28 de junio
Aquí, a 5º del ecuador, la luz nos acompaña de 6 a 6. Sólo
la luz porque el sol se oculta tras una timidez prolongada. Así es que, tras un
desconcertante desayuno, a las 8 estamos en la estación dispuestos a asumir lo
que venga.
El tren hacia Bandung sale con 20’ de retraso, a sea
puntualmente, y nos ofrece esa imagen única que sólo se puede ver en los aledaños
de las grandes ciudades, y especialmente junto a las vías de ferrocarril. No
iban a ser las de Asia una excepción. Sigo sin atreverme a hacer fotos de lo
que veo ni deseo volver a verlo. Llegamos a Bandung a las 2 de la tarde y
tomamos el hotel más próximo a la estación.
Ducha, plano y, sorteando las trampas de la acera (por
debajo pasa la supuesta alcantarilla y apenas está cubierta la mitad), vamos a
lo que denominan “plaza mayor”. Aquí no hay plazas, llaman plaza a una calle
que rodea a unos edificios, en cuyos bajos hay tiendas y una mezquita. Comienza
a caer la lluvia de cada tarde. Nos cobijamos en la entrada al aparcamiento de
un hotel hasta que amaina el monzón; hablamos algo con el guarda y seguimos.
Encontramos una calle con algunas franquicias occidentales y, por fin, ceno una
sopa y arroz normal.
- 29 de junio
Contratamos un coche con conductor para ir al volcán
TANGKUBAN PARAHU y luego al “spring hot” que hay próximo al volcán. Partimos
muy temprano. Iniciamos la subida a 752 m y al llegar al borde del volcán el
altímetro me da 1302 m; es la parte más hundida del cráter. Luego lo bordeamos
hasta casi la mitad, el resto está inaccesible y resulta muy peligroso.
El olor a azufre es muy fuerte, sobre todo cuando nos
situamos en el lateral hacia el que el viento transporta las fumarolas. Nos
encontramos con tres jóvenes del lugar y con una pareja occidental (gringos les
llama Joseluis). Más abajo, donde llegan los coches, conforme avanza la mañana,
se van acumulando más y más visitantes; hay tenderetes de recuerdos, caballos
que ofrecen paseos y todo lo imaginable.
La bruma también se hace más densa con el avance del día,
haciendo imposible la visibilidad. Incluso el color del cielo llega a perderse
totalmente. Como ya hemos cumplido nos encaminamos al “sping hot”. Unas
cascadas de agua muy muy caliente nos tonifican de forma notable y limpian la
piel de la contaminación de los últimos días. Se respira sulfuro.
Más relajados vamos a
visitar una plantación de té y, de nuevo, ya avanzada la tarde, al hotel.
Intentamos pactar con una agencia de autobuses (se llama
4848) para ir al día siguiente a un nuevo destino, sin éxito. No conseguimos
estresar al responsable de turno que, entre bocado y bocado de las frituras que
engulle, nos dice que no es posible. Insistimos, y aprovecha que hojea una
especie de dietario para limpiarse el aceite de las frituras mientras no deja
de mover la cabeza negativamente.
Finalmente, con la ayuda del encargado del hotel y grandes
dosis de paciencia (ésta vez el responsable se limpia los dedos de aceite en el
periódico que lee sin ni siquiera mirarnos), al final acepta llevarnos a las 11
del día siguiente, no sin advertirnos que habremos de buscar otros pasajeros.
Ya me veo colgado de la puerta gritando el destino por las calles de Yakarta…
No me asusta.
Cenamos arroz con brócoli junto al lujoso hotel de “la
París” (somos los únicos clientes), en el único lugar abierto por la zona,
excepción hecha de los carritos callejeros.
Volver al hotel es ya más fácil, cuando nos pitan quiere
decir que nos han visto y que ambos nos esquivaremos, sobre todo por nuestro
bien; también ayudan algunos guardias de tráfico voluntarios a los que algunos
conductores dan propinas al estilo de nuestros gorrillas; se distinguen porque
llevan un chaleco amarillo.
- 30 de junio
“La hora de la verdad”. Salimos por fin de Yakarta en uno,
dos y hasta tres vehículos llamados “opelet” y aún en este siglo llegamos a
CIPANAS donde contratamos la subida al volcán PAPANDAJAN.
Unos ingleses que tienen el mismo objetivo que nosotros nos
informan que acaban de prohibir la subida al PAPANDAJAN por riesgo de erupción
(ya van dos). Dos “opelet” más (para qué perder el tiempo) y nos encaminamos a
la estación de TAXIMALAYA a tomar el bus BANDUNG-WONOSOBO. Si penosos han sido
los traslados anteriores, éste, tras una espera de más de 4 horas respirando
monóxido de carbono (no paran los motores nunca) y esquivando motos en la
estación, iniciamos el viaje.
Más de 7 horas por una carretera sinuosa, horizontal y
verticalmente, parando aquí y allá, y al volante un conductor de fórmula 1, dan
como resultado que deposito mi bilis y parte del hígado en una bolsa de
plástico. Lástima que no valga para trasplantar.
A las 3 de la madrugada llegamos al hotel que aconseja la
Lonely. Se niegan tajantemente a aceptarnos a esa hora y, los otros que
aconseja están cerrados a cal y canto; así es que busco otro en la misma calle
que no pone problemas, además de tener mejor pinta.
Antes de caer horizontal con un chute de sal de fruta, oigo
a un gallo que hace de coro a los rezos del minarete, aunque me parece que no
voy a necesitar tapones para dormir.
- 1º de julio
Cinco horas después - me alegro de estar vivo - tomamos otro
veloz “opelet” hasta la meseta de DIENG y el pueblo del mismo nombre. El camino
es igual de sinuoso y sus dos orillas están pobladas de tenderetes, secaderos
de arroz, niños jugando y todo lo que alguien pueda imaginar en una pesadilla.
Aún así, el conductor adelanta a todo lo que se mueve y grita por la ventanilla
el destino por si alguien quiere unirse al rally, porque el número de plazas es
variable y no tiene nada que ver con el número de asientos, puede incluso
doblarse sin tener en cuenta los paquetes u otros seres vivos de género y
especie diferente. Toda una muestra de solidaridad.
Los alojamientos que aconseja la Lonely, o están cerrados o
son inaceptables, así es que una vez más buscamos por nuestra cuenta. Nos
instalamos en un “home-stage” y tras una hora para recuperar el aliento y la
boca de mi estómago (ayer otro día sin comer), vamos a visitar varios “candis”
(templos hindús) y, por la tarde, a algunas de las bocas volcánicas que pueblan
la meseta de DIENG. Están humeantes y burbujeantes y apenas hay restricciones.
Se puede uno meter dentro aunque no sea en absoluto deseable.
En la meseta sólo está el pueblo del mismo nombre (muy
pequeño) y 4 ó 5 barrios alejados del centro, pero he contado hasta 6 mezquitas
y cuando les da por llamar a la oración
(o a lo que sea) lo hacen todas a la vez, ayudándose de potentes altavoces. Yo
creo que si tuvieran que berrear ellos a pulmón sería mucho más creíble. Tengo
que proponerlo, porque son más de las 9 de la noche y no hay forma de
entenderse.
Vamos a cenar al único sitio que se puede, si exceptuemos
los puestos callejeros, y coincidimos con dos occidentales que comparten pero
objetivos con nosotros. Lo que nos transmiten no es muy optimista, pero
quedamos en compartir información también mañana: meteorológica y sobre los
volcanes.
- 2 de julio
El Muecín o el Imán o su PM tiene insomnio. Son las 3 de la
madrugada y sus rezos atraviesan muros y murallas sin piedad. Me pongo los
tapones es más que un ronquido y más que
una orquesta de ronquidos.
Sueño muchas cosas pero, ni en sueños con un Imán asesinado
ni nada parecido.
Salgo a la calle a las 7 y ½ y está viva (ni que estuvieran
sordos). Desayuno arroz blanco, verduras picantes y frituras de algo rebozado.
De beber té. Y, en seguida, esta vez a pie, rumbo a dos bocas de esta zona
volcánica de la meseta de DIENG. Son salidas secundarias pero muy activas. La
mayor parte del trayecto es por una estrecha carretera frecuentada por motos. A
uno y otro lado hay gente trabajando la tierra. Nos saludan del modo
tradicional “Hello mister”, nos miran y se ríen, sin duda con buen criterio.
Andamos unos diez kilómetros y conseguimos llegar hasta el
mismo borde de las bocas activas. Son de color gris claro y despiden el olor
característico a azufre. En definitiva que tienen mi visto bueno: bien de
color, de olor y de temperatura; y yo que siempre me había preguntado qué
quería decir eso de vulcanólogo… ¡mira por donde!. No hay visitantes apenas, lo
que dice mucho en favor de nuestra originalidad.
A la vuelta comienzan a descargar las nubes que se han ido
formando durante la mañana, porque el cielo amaneció limpio. Gracias a dos
desgastadas capelinas que lleva Joseluis, el agua cala pero no hasta los
huesos. Aunque a estas alturas, después de varios días de ramadán involuntario,
tampoco hay mucho ya que mojar.
Al llegar, tomamos y me quedo dormido.
Cuando me despierto ya ha anochecido y vamos a cenar al
mismo y único lugar de la noche anterior. No sé lo que ceno, pero qué más da,
después de 12 horas con unos duros cacahuetes, agua y un té, eso no importa. Y
con el dulce sonido de fondo de los armónicos del Imán, seguro que me sienta de
maravilla.
Coincidimos de nuevo con los dos ingleses o americanos de la
noche anterior y les pregunto sobre la subida al MERAPI. Nos dicen que la
hicieron hace dos días desde SELO, que es dura (5 horas de subida y 4 de bajada),
y que no está exenta de peligro, en concreto que no la aconsejan pero que
tampoco la prohíben. Mi colega dice que no se encuentra preparado para ese
esfuerzo, que en todo caso la podemos hacer desde Yogyakarta.
También les pregunto sobre la subida al KELUT, y ahí se
muestran tajantes. Se ha desprendido la mitad de uno de los conos (éste volcán
tiene un cono dentro de otro) y no hay ninguna posibilidad razonable. Hay quien
sube en tres días superando algunos tramos con escalada por la parte que continúa
en pie, pero no es en absoluto recomendable.
Así las cosas nos preparamos para partir al día siguiente
para BOROBUDUR y, probablemente pasado mañana, depende del tiempo que nos lleve
la visita a ésta ciudad y sus templos, continuaremos a Yogyakarta, desde donde
intentaremos el MERAPI por el sur y PRAMBANAN.
Al salir de cenar es noche muy cerrada y la lluvia ha cesado
(no los minaretes), aún así no estorba ni el forro polar ni el goretex.
Cuando vamos a dormir nos encontramos con que hay más
habitaciones ocupadas. Han llegado una americana de California (habla español)
y tres alemanas que tienen también como objetivo los volcanes. Les pasamos la
información que tenemos y hablamos durante un rato mientras tomamos té.
- 3 de julio
A las 3 llegamos a BOROBUDUR. Son buena gente pero hay mucha
picaresca, sobre todo cuando se trata de “hello mister”. Nos pasan de un “opelét”
a otro y luego a un tuk-tuk, y en cada caso pretenden cobrar el viaje completo,
que por otra parte tiene una tarifa “a ojo de buen cubero”.
El último tuk-tuk, que va a tracción sangre (humana), acabo
de tener que conducirlo yo porque el pedaleador habitual se ha quedado sin
fuerzas (y eso que sólo lleva los equipajes).
Vamos al LOTUS-I, porque el LOTUS-II, que por otra parte es
el que aconseja la Lonely, holgazanea de forma descarada. Me enseñan la
habitación libre y, al abrir, hay dos “personas” tendidas sobre el colchón
viendo la tele; y ni se levantan; forman parte del comité de dirección del
lugar. Los otros juegan con el móvil en recepción.
Bajamos las mochilas y nos instalamos. Tengo que comunicarle
a mi amigo Cèsar (el acento es correcto así) que hace varios días que perdió el
“liderazgo de la mochila”, y que no creo que lo vuelva a recuperar ya nunca.
Hemos abandonado totalmente la tentación de decir que somos
españoles, sobre todo debido a los resultados del mundial, que es lo único que
parece que interesa aquí (hay que evitar la mofa). Definitivamente somos de
Andorra y del Vaticano.
Llegamos muy pronto al templo de BOROBUDUR que da nombre al
lugar. Tiene la estructura de un templo, especialmente de los budistas de por
aquí. Desde lejos tiene perfil piramidal, y está estructurado en varias
plantas; la siguiente es siempre de menor perímetro que la anterior, acabando
en un penacho similar a otros muchos que hay distribuidos en las diferentes
plantas pero de mayor tamaño.
Decido subir primero a la parte más alta y visitarlo de
arriba hacia abajo. Me encuentro con un grupo de monjes: una veintena de
hombres con túnica azafrán y una decena de mujeres con túnica blanca. Realizan
sus rezos habituales a los que ya he asistido en otras ocasiones, repitiendo en
voz alta cánticos repetitivos. Algunos turistas que han llegado conmigo les
hacen fotografías.
Saco el péndulo y mido las unidades bobis. Me da más de
quince. Cuando acaban sus cánticos comienzan a dar vueltas en sentido levógiro;
primero van los hombres y luego las mujeres (aquí también…). Me pilla en el
interior del círculo. El primero que pasa me avisa en inglés, le digo “sorry” y
me pego a la pared. Sigo midiendo y cada vez me da una cifra superior. Cuando
han dado 5 ó 6 vueltas pasa de 30 bobis. Los monjes miran el péndulo de reojo
cada vez que pasan.
Cesa el rito y se marchan con el mismo orden. Me quedo
recuperándome de la subida de energía que he experimentado; me he mareado y una
sacudida ha recorrido mi columna que se ha expandido luego por todo el cuerpo.
Continúo visitando el
resto del templo y sigo midiendo, pero en ningún caso se aproxima a lo que he
medido aquí; aún así, en el piso de abajo mido 12.000.
El templo tiene su escalera principal orientada al sur y
está sobre una colina rodeada de montañas volcánicas con la típica vegetación
de la Jawa central, a 5º del ecuador, hacia el sur.
BOROBUDUR está considerado el templo budista más grande y ha
sufrido diferentes derrumbes y agresiones por las erupciones volcánicas del
entorno. Hace varios años, tras diversas restauraciones, se hizo cargo de él la
UNESCO y, gracias a esa, está en la situación que está.
Es sin duda un lugar sagrado, palabra que a menudo nada
tiene que ver con religioso.
A lo largo del viaje he visitado varios templos tanto
budistas como hinduistas y en casi todos he realizado mediciones, pero en
ningún caso con la intensidad de éste. Sí que he observado que los budistas
tienen más energía, así como que ésta no depende del tamaño de la esfinge ni
del material que está hecha, sino más bien del fervor de los que van a realizar
las ofrendas. Sólo en un caso, que ya relataré, han intervenido, según mi
criterio, otros factores naturales.
Hace mucho calor y
mucha humedad, así es que busco algo para comer y beber. Sólo encuentro un
paquete de anacardos que no tendrá más de una docena, unos barquillos y agua.
Los tomo en una sombra, vamos a recoger las mochilas y enseguida al ómnibus,
que nunca mejor dicho.
Nos encaminamos a otro peregrinar por las carreteras
gritando el destino, cogiendo y dejando pasajeros subidos a un artilugio que me
maravilla que todavía funcione.
Al llegar a la estación de YOYAKARTA veo un MacDonal. Nunca
imaginé que una cosa así fuera a hacer que se me hiciera la boca agua.
Cuando llegamos a la estación pierdo los papeles. Me dicen
que tengo que coger otro opelet y pagar de nuevo y como ya lo he hecho dos
veces antes, pues eso… Me tranquiliza un chico que ya intentó venderme una foto
en el BOROBUDUR y que ha viajado en el mismo bus. Me dice que ya hemos llegado,
que sólo hay que buscar el lugar exacto al que queremos ir e ir andando o en
taxi o en tuk-tuk o como sea. Le digo que contrate un taxi a buen precio y que
lo invito, y así lo hacemos. Los taxis se niegan a poner el taxímetro y
negocian precios por encima de la tarifa, pero esos sistemas a mi me superan.
Buscamos un alojamiento que aconseja la Lonely (mi colega
todavía no se ha desengañado, todo llegará) y tenemos la suerte de que esté
“full”. Busco yo otro que tiene aspecto de hotel de verdad y que anuncian
precios especiales por el ramadán y, ¡premio! Tenemos habitación, pero sin el
descuento del ramadán. No hay forma de demostrarles que estamos haciendo el
ramadán y los cuarenta días del ayuno del desierto en uno.
Tras la ducha, nos damos un baño de tiendas, puestos
callejeros, tuk-tuk y nubes de motos en todas direcciones. Y, sobre las 6 y ½
nos recogen para ir a un espectáculo con cena (¡por fin voy a comer!). Es un
espacio abierto con un buffé enorme junto a una piscina. En el centro hay un
grupo de música y danza. A un lado tenemos una pareja de “ainos” (raza de una
isla del sur de Japón; son altos y delgados) y al otro una larga mesa con “gabachos”
muy crecidos a lo ancho, que acaban pronto con el buffé; suerte que hemos
llegado primero. A éstos últimos los llevaba yo a subir volcanes siguiendo las
instrucciones de la Lonely, mejor que cualquier dieta.
La cerveza está fuera de lo contratado y, cuando pasan la
nota, vale más que la cena (de vino, ni hablar). Así ¿quién puede hacerse
alcohólico aquí?.
- 5 de julio
Segundo día en YOGYAKARTA (yoya para los amigos). Aproximación
al MERAPI. Caminata hasta donde se puede, aunque no dejen.
Cuando oía la palabra volcán me imaginaba un tronco de cono
gris oscuro arrojando fuego y humo hacia arriba, en un entorno inhóspito.
Los volcanes de Jawa están activos casi todos (no sé si
acierto con el concepto activo), sólo que entran en erupción de tiempo en
tiempo. El MERAPI se manifestó por última vez de forma contundente en 2010, y
yo lo imaginaba como he dicho antes, un cono gris y desértico, pero no es así.
Llegamos a la base y vemos más de un centenar de Jeep que
reposan aquí y allá, mientras un sin número de jóvenes (los conductores)
sestean mientras fuman bajo los tambalillos. Pedimos precio por acercarnos al
cráter, la parte que es practicable para ellos y nos dan precios desorbitados.
Intento la negociación pero no da resultado, continúan fumando sin inmutarse.
El que nos ha traído hasta aquí me dice que esperan que cuando acabe el ramadán
tendrán trabajo. Debe de ser tranquilizador creer en algo así; aunque, por otra
parte, en nuestro país también confían en que les resuelva la vida no el
ramadán pero si alguien que comienza por “R”.
Así las cosas comenzamos a subir “a pelo”. Al cabo de un
rato ya ni veo ni oigo a mi colega que viene detrás, pero tengo que acelerar
porque de lo contrario haré la vuelta de noche y no quiero. No me he encontrado
absolutamente a nadie.
Cuando acaba el camino, el suelo es ceniciento y húmedo
(resbala), el entorno una selva cerrada que cada vez se hace más frondosa; el
sonido de las hojas bamboleándose tras de mí hacen que me sienta acompañado.
Más espectacular es la sinfonía que me están brindando un sinfín de pájaros
ocultos (a diferencia de centro América, no se les ve). Llego por fin a una
especie de templo destruido cuando son más de las 4 de la tarde. Me queda poco
más de una hora para llegar al borde del volcán, voy empapado de sudor y no me
queda agua. Sigo, estoy decidido a llegar arriba, hasta que la senda se cierra
tanto que necesitaría un machete para abrirme camino. La niebla anuncia el
“sunrise”, se ha hecho más espesa y se me echa encima como queriendo
aplastarme. Aunque estoy más cerca de la boca principal, desgarrada, la niebla
ya no me deja verla, otra más pequeña situada a la izquierda, que hasta hace
poco veía humear, está a punto de perderse también. El desnivel es cada vez
mayor y cada dos pasos retrocedo uno porque resbala, sólo llevo una rama de
árbol como ayuda.
Me rindo.
Cuando he bajado la mitad de lo recorrido oigo gritos. Es mi
compañero que, como está anocheciendo teme por mí. Aligero el paso y en un
recodo del camino lo veo. Va también empapado de sudor. Descansa al verme.
Volvemos ya de noche pero el camino hasta el coche que nos
trajo está marcado. Los Jeep siguen aparcados esperando que acabe el ramadán.
Un sabor agridulce (más lo primero) me queda del MERAPI.
¿Quizá debimos venir antes? ¿con guía? No voy a poner el espejo retrovisor, ese
que tanto detesto.
Duermo toda la noche. No oigo ni a los muecines.
- 6 de julio
Hoy PRAMBANAN. Cambiamos al hotel de al lado, que si nos
reconocen que estamos de ramadán y nos hacen el descuento (si no hay nada más
que vernos la cara…)
Tomamos el A-1, por fin un autobús “normal”, dan ticket,
tiene número, horario y paradas ; estipuladas, por lo que siempre va por el
mismo sitio. ¡AH! Y circula siempre por la izquierda.
Comenzamos por los templos hindúes; como es domingo temprano
no hay apenas gente. Entrar cuesta una pasta para nosotros (12 €; aquí es caro
creer si no eres de casa), para ellos no llega a un euro. Hay un té de
bienvenida y una botella de agua para que no nos deshidratemos (es más barato
que un puesto de socorro).
Hay 6 templos principales, tres dedicados al hinduismo y
tres al budismo (no hay como repartirse lo que hay); entre ellos los que
destaca el central, hinduista, dedicado a SIWA o SHIVA, el dios de dioses (eso
debe de ser de PM). Alcanza 47 m de altura y tiene forma cuadrangular. Mido la
energía y apenas llega a los 5.000 bobis. Los otros “candis”, tanto de unos
como de otros, aún registran menos y tres están para reconstruir; aunque
mirando las piedras que tienen alrededor yo creo que hay para más de una
docena.
El avance de la mañana se nota porque van llegando más
visitantes, porque aprieta el calor y porque ya no proyectamos sombra. El sol
está en el zenit.
La distancia entre los diferentes templos se mide en
kilómetros; kilómetros de césped que barren con escobas protegidos por el
tradicional cono como protección solar. En los centros de información hay
máquinas de bebidas, algún folleto y muchos empleados que dormitan en los
bancos o echados sobre la mesa. Me atrevo a hacer alguna pregunta y no tengo
éxito; bueno, quiero decir que aunque parece que sí está despierto, me contesta
que sólo habla indonesio.
Nada de esto tiene nada que ver con BOROBUDUR. En el único
templo budista que se encuentra en condiciones de ser visitado mido casi 9.000
bobis; mucho más que en el de Shiva. En éste me quedo un rato. Estoy
completamente solo. Los pocos visitantes hay huido del plomizo sol, pero aquí
dentro, en la penumbra solitaria se está bien. Me estoy dando un “chute”
energético moderado.
Volvemos en el mismo autobús y, tras cruzar el entramado de
tiendas y tenderetes, y sortear las ofertas de paseo por la ciudad, que por
cierto han amainado, no sé si porque ya nos conocen o porque casi todos
duermen, descansamos un par de horas. Pero de comer, nada de nada, que igual
nos retiran el descuento del ramadán.
- San Fermín
Vienen a recogernos muy temprano, hemos contratado la visita
a los volcanes MERAPI e ILJEN (a ver si a la de tres). Y después nos llevarán
al ferry que nos tiene que trasladar a BALI. Podríamos hacerlo por nuestra
cuenta pero tardaríamos dos días más; además de que queremos trasladarnos en
tren, hartos ya de los autobuses que tardan más de 12 horas en cubrir el
trayecto, y yo de mi mareo en esos casos.
El tren es “ekonomik clas”; es decir, hasta que se llena.
Tiene varias ventajas, entre ellas que se puede disfrutar de una variedad de
quesos (todos bien curados) sin parangón.
La descripción del wagón me la ahorro. Me llama la atención
algún detalle como que el revisor vaya acompañado de dos policías (al menos van
de uniforme), el primero pide el billete, él lo pica, y el tercero simplemente
va detrás (¿será para que no huya?). Unos camareros uniformados pasan
ofreciendo menús y bebidas en uno y otro sentido sin parar. Creo que en total
pasarán más de un centenar de veces. Se ganan el sueldo (y puede ser un
entrenamiento incluso olímpico). ¡AH! se me olvidaba decir que una extraña
música tortura los oídos sin cesar, cuyo volumen supera al silbido de la
máquina (el responsable cumple su misión de forma eficaz, eficiente y
continuada, o se ha dormido encima del pulsador) y al traqueteo de la vía. Le
pido a uno de uniforme que la baje, me dice que sí, pero… se queda en la
intención. Todo esto sólo durante las nueve horas que dura el trayecto. Al
menos no me mareo.
A partir de mitad de viaje el wagón comienza a vaciarse y
podemos también nosotros poner los pies en el asiento de delante, pero sin
descalzarnos. Preferimos tener que lavar los zapatos.
Al llegar a la estación de destino, lo primero que hago es
preguntar en qué año estamos. Enseguida aparece un nativo con un cartón en el
que hay escritos media docena de nombres (el primero el mío), me echo en sus
brazos sin importarme a qué campo de concentración me va a llevar.
Y, a otro microbús que esta vez tarda sólo 5 horas en abrir
las puertas para que la gravedad nos lleve allá donde le parezca bien. El
chofer, antes de despedirse, nos recuerda que antes de las 3 y ½ hay que estar
en la puerta, bien abrigados, para tomar el jeep (en realidad son TOYOTA) hacia
el volcán MERAPI.
Cenamos (o lo que sea) pollo o huevo, ya no sé
distinguirlos. Me dejo caer en la cama y sueño que estoy vivo.
- 8 de julio (martes)
A las 3 y 20 estoy en la puerta del Café LAVA, que así se
llama el lugar, y casi tropiezo con el vendedor de gorros y guantes que duerme
acurrucado en la acera.
Varios Jeep o Toyota, qué más da, esperan. Me meten en uno y
comienza en vaivén entre cenizas y piedras de las erupciones pasadas. Al llegar
arriba, a pesar de que he olvidado el frontal, puedo ver entre sombras varias
decenas de otros que han llegado antes. Y en el mirador una aglomeración de
cámaras de fotos y móviles dispuestos a captar el “amanecer del Merapi”.
Las primeras fotos, gracias a mi privilegiada estatura y
situación, recogen los últimos modelos de chaquetas “North Face”, que visten
los centroeuropeos que han llegado antes. Así es que me entretengo mirando las
estrellas que de momento nadie me obstaculiza. Sé que son las estrellas porque
un alemán repite una y otra vez “Orión, Orión”, y si lo dice un alemán…
Más de una hora subido a una valla en la que consigo
encaramarme, mientras sujeto con una mano la cámara, lo que resulta una
posición sumamente confortable, hasta que por fin amanece y consigo una decena
de fotos del deseado amanecer. La niebla se ha marchado en parte. Ha sido muy
bonito porque además del Merapi hay varias bocas más y el rojo amanecer nos
ofrece un espectáculo singular.
Luego, al volver al coche, ya están todos los tenderetes en
marcha y hay que sortear las ofertas de más gorros, guantes, comida, camisetas
y todos los artilugios que los chinos han sido capaces de fabricar para el
momento.
Ahora nos llevan a la misma boca del volcán, aunque hay que
caminar casi un kilómetro, para cuya caminata nos ofrecen caballos que no
aceptamos, y luego 242 escalones hasta la misma orilla. ¿Será ésta la cara
difícil y la fácil la que hice yo…?
El día ya ha levantado. Se ve claramente el fondo humeante
desde el que surgen fumarolas intermitentes más potentes. Las que veíamos al
amanecer desde el mirador. Se huele a azufre, como en todos los volcanes. No
obstante, lo más impresionante es la vista que nos ofrece el volcán Batok a
poco más de un kilómetro a la derecha, digna de una postal.
Volvemos a desayunar y 6 horas más de coche hasta Sempol.
Nos instalamos, por decirlo de alguna manera, pues mañana
vamos al volcán IDJEN a primerísima hora. Antes cenamos algo, siguiendo nuestro
propio Ramadán, al que ya nos hemos acostumbrado.
- 9 de julio
Antes de nada quiero hoy relatar un acontecimiento relevante
que va a cambiar el mundo y la vida de muchas personas. Luego seguiré con el
día a día, que hoy por cierto ha sido singularmente espectacular en el que 7
vehículos a ruedas nos han traqueteado de un lado para otro hasta acabar en
Cuta (aunque se parezca, ésta no tiene nada que ver con Séneca)., que es una
mezcla de Torremolinos y Fuengirola, aunque bastante más barata.
Vamos allá: Íbamos de Denpasar al Aeropuerto en una cosa de
esas que tienen pito (quiero decir un vehículo), avanzando de forma suicida entre
una nube de motos y, el conductor (o tocapito, que qué más da), tenía al
parecer un problema en la salida derecha de sus fosas nasales; así es que,
sujetándose el ala izquierda de la nariz con el dedo índice de la mano derecha,
expulsaba sonoramente el aire de los pulmones una y otra vez sin éxito, hasta
que por fin, en un último intento ha llegado a conseguir sus objetivos. Pero lo
relevante del acontecimiento, y es a lo que me quiero referir, es que como
resulta que yo me mareo y por ello viajo delante, mi buen compañero que viajaba
justo detrás de él, y el espacio, el tiempo y la velocidad están relacionados
pero la masa va por libre, he aquí que “my frend”, de forma totalmente
involuntaria, dijo adiós al ayuno que exige el Ramadán, tan fielmente seguido,
aunque sea sin querer. O sea, sin darse ni cuenta.
Voy ahora con lo acaecido en ese rico día. A las 3 arriba, y
el primer coche ya está esperando (me estoy dejando llevar, ya les llamo
coches). En una hora estamos en el campo base del volcán IJEN, rodeados de
tuareg (eso parecen, aunque sin su bella mirada) que se ofrecen a guiarnos.
Rechazamos la ayuda e iniciamos la empinada ruta de cenizas,
vigilada a uno y otro lado por espesa vegetación. Por suerte me he acordado de
coger mi potente frontal. Pasada una hora comienza a clarear y poco después ya
estamos en la misma boca del volcán. En el camino ya nos hemos cruzado con
algunos porteadores de azufre.
La mitad del fondo todavía la cubre la niebla. Es un lago
verde eléctrico humeante con los bordes de la parte oeste llenos de azufre
amarillo puro. Tiene varias chimeneas.
Aunque está prohibido, se puede bajar por una senda
serpenteante hasta el mismo fondo, por la que bajan los porteadores. Me
conformo con las fotos, no así mi compañero al que espero subiendo a una
pequeña colina que forma la mitad más alta del cráter.
Cuando levanta el día la boca del cráter se convierte en un
encuentro internacional de modelos de cámaras fotográficas. Cuando vuelve mi
compañero tengo las manos heladas. Desandamos lo andado para tomar otro
vehículo que nos llevará al ferry que cruza el canal hasta Bali.
Voy pensando en los porteadores de azufre que hacen el mismo
recorrido que yo varias veces al día, con entre 50 y 70 kg en dos cestas
sujetas por un palo que descansa sobre su espalda. Paso por donde hacen la
pesada y les pagan y no quiero enterarme de cómo les compensan el duro trabajo.
Al llegar al ferry, un nativo de grandes gafas oscuras que
nos presenta el chofer pretende vendernos una moto (lógico, tienen tantas), consistente
en llevarnos en el ferry y luego a Bali por 500.000 rupias. Vamos al ferry
andando, no más de 50 metros y ya en Bali, tomamos el autobús hasta Denpasar
(poco más de 100 km, pero eso sí, en 4 horas) por no más de 75.000 rupias.
El autobús para cada 100 m y adelanta a todo lo que encuentra especialmente en
curvas sin visibilidad, pero no me mareo porque la adrenalina es el mejor anti
mareo. Bali es diferente, a orillas de la carretera hay monos; también perros,
pero estos están tristes. Los templos hindúes y sus característicos templos que
proliferan casi en cada casa conforman una personalidad propia.
Al llegar vamos directamente al aeropuerto y compramos los
billetes para ir al día siguiente (no hay para el mismo día) a Flores. Con el
chofer que nos trae… otro episodio: nos dice que 30.000 y luego en el
aeropuerto que 300.000; vuelvo a subir la mochila, me siento a su lado y le
digo que nos devuelva a Denpasar. Se pone blanco, cosa que ya es difícil para
ellos. Por fin me toma 55.000 y se larga. No le perdono que le haya hecho
romper el Ramadán a mi colega.
Comprado el vuelo, vamos a tomar un taxi y ninguno quiere
poner el taxímetro. Sólo lo ponen los azules (algunos), pero no les dejan
entrar en el aeropuerto. Como ya me ha dejado calentito el del otro coche,
salimos a pie del aeropuerto hasta tomar fuera un taxi azul que con taxímetro
cuesta hasta 10 veces menos. Los taxistas nos aplauden cuando nos vamos a pie.
Absurdo intento de explotación del turista. En Bali, en cuestión de pela todo
es así.
Ducha, cena y una vuelta por este amasijo de tiendas,
hoteles, bares y un largo etc. Me voy solo a la orilla de la playa. Es noche
cerrada y no hay nadie visible, aunque se intuyen parejas. Tras media hora de
mineralización energética al ritmo de la marea, sigo la espuma en dirección al
aeropuerto, hasta unas luces que resultan ser salas de fiestas y hoteles de
lujo con menús de entre 1 y 2 millones de rupias. Nada de ruido y nada de contaminación.
Grandes piscinas, sofás casi junto al mar y una música que eleva. Por fin el
Bali que adora Carolina Herrera!!!
Podría estar en decenas de lugares iguales en Caribe,
Mediterráneo o incluso en Puerto Madero.
Ahora entiendo lo que quiere decir: “viajar a donde sea”. Es
la necesidad que tiene una parte de la clase media occidental, con la
obligación de contarle después a los amigos la inolvidable experiencia”. Lo que
pasa es que yo me ajusto a la realidad, y eso pude doler.
- 10 julio
Antes de ir al aeropuerto voy un rato a la playa a ver a los
surfistas. El área de baño está limitada para privilegiar a éstos. Las hamacas
inundan las zonas próximas a los hoteles de lujo. Todos son resort y beach.
Tomamos un taxi azul y como no veo el taxímetro le pregunto.
El conductor me dice que 100.000 rupias y yo abro la puerta para bajarme.
Entonces conecta el taxímetro que lo lleva medio escondido. Aún así se cobra mi
exigencia dándonos una vuelta por la ciudad a paso lento. Le advierto que le
voy a denunciar… le hago parar antes de entrar al peaje del aeropuerto, el
taxímetro marca 37.850 rp en lugar de las 20.000 que cuesta habitualmente, pero
lo dejo ante el peaje y me largo a pie; antes le tomo la matrícula y el número
de licencia, sólo para impresionar porque no tengo ganas de andar con
denuncias… estoy de vacaciones, lo que no quita que me joda cantidad la actitud
de muchos de estos vividores. Resulta incómodo tener que estar continuamente
alerta.
En el aeropuerto pasamos los siguientes controles: de
equipaje, de policía, de tasas (sí, hay que pagar para salir), de entrada a la
zona de embarque y de tarjeta de embarque. En cada una de ellas hay varios
eficientes empleados.
“Tomorrow, tomorrow, I love you tomorrow. You’re always a day away”
“Every
tomorrow has two handles. We can take hold of it with the handle of anxietyor
the handle of faith”
En una hora y veinte minutos estamos en Labuan Bajo, en un
mini aeropuerto aún sin terminar del todo. Compartimos taxi con una pareja
francesa. Ella habla también español… me encantaría enseñarle mi lengua, para
enriquecer su cultura.
Encontramos una habitación en lo alto de una colina frente
al puerto desde donde presumo que las puestas de sol serán espectaculares.
En la bahia se pueden ver pequeñas embarcaciones de paseo,
barcos de pesca y algún yate de siglos pasados; al fondo varias islas. Estamos
en el país de las islas (entre 9.000 y 12.000, todavía están contando).
Justo delante, una gran masa de vegetación tropical y
dentro, las camas con enormes mosquiteras para que nos preparemos para lo que
vendrá al atardecer. En una mini habitación contigua lo que se supone que es el
aseo. Aquí es así, salvo que vayas en un plan diferente.
Me ducho, lavo la ropa y me voy a buscar agua. Son poco más
de las 5 y en menos de una hora se pondrá el sol.
Cena, cama y mañana será mi bautismo de barco con la esperanza
de no marearme. Hemos alquilado una embarcación para ir a Comodo (la isla de
los dragones) y luego a bucear (ahora se dice “snorquel”) cerca de una barrera
de coral.
- 11 de julio
A las 8 subimos a un viejo barco que va a ser sólo para
nosotros, el guía (un adolescente) y dos pilotos. Vienen dos porque la travesía
lo requiere, así mientras uno lleva el timón el otro duerme y viceversa.
El mar está como un plato (o de salón, como decía don
Eduardo Vila; esto lo van a entender pocos…). Tardamos dos horas en llegar a
Comodo, isla famosa por su fauna y su flora, especialmente los dragones que son
“muy peligrosos”. Nada más llegar vemos algunos monos y ciervos, un búfalo y un
dragón que se acercan a los cubos de basura para comer, aunque no se mueven mucho,
por lo que dudo si serán de verdad o de material fallero. En cualquier caso, la
imitación es buena. Atracamos junto a unos manglares.
Pagamos las tasas a 5 eficientes funcionarios tras que éstos
llegan a un acuerdo y nos registran en libros y talonarios. Nos apuntamos al
treking más largo (2 horas), porque nos tememos que el más corto no irá más
allá de la cafetería. En total, el grupo de valerosos que haremos el más largo
y peligroso lo formamos una pareja de octogenarios belgas con sus 6 nietos de
entre 15 y 30 años y nosotros dos.
Durante el agotador treking conseguimos ver algunos animales
aunque la pertinaz sequía que sufre la isla ha hecho que muchos animales se
vuelvan invisibles. Los octogenarios, dos de sus nietos mayores y nosotros
hacemos fotos a todo lo que se mueve, los otros cuatro nietos manipulan el
teléfono móvil todo el tiempo. Los guías alertan del gran peligro que estamos
corriendo y se me pone la carne de gallina. Tengo que contárselo a mis amigos
en cuanto llegue. Para mí, lo más espectacular ha sido la persecución y
maltrato de una cobra por parte de los dos guías, todo un ejemplo. ¡Pobre
cobra!
De nuevo en el barco vamos a una isla próxima a la barrera
de coral. Nos proveen de gafas , tubo y aletas y ¡ála! A la mar. Esto resulta
para mí lo más interesante del día y de todo el tiempo que llevo aquí. No es lo
mismo verlo en la tele que aquí en directo. La gran variedad de peces con sus
diferentes formas, tamaños y colores. Sus comportamientos en grupo y el entorno
hacen que pase el tiempo sin que me dé cuenta; algunos plantan cara, otros ni
se inmutan. No me iría… cuando acabo tengo todo el cuerpo arrugado.
Volvemos con un mar bastante movido, pero aún así no me he
mareado en absoluto. ¡Por fin!
Por la noche alquilamos un coche con conductor para cruzar
ésta isla (Labuan Bajo – Ruteng – Bajawa – Moni – Maumeré), que los fundaron y
pusieron el nombre de Flores.
- 12 de julio
La isla es muy montañosa y la carretera está en obras en una
gran parte, así es que podemos emplear 6 horas para hacer 130 km, y nos parecen
130.000. Pero el conductor le añade interés atendiendo a dos teléfonos móviles
a la vez, unas veces llamadas y otras mensajes; sólo deseo que en éstos últimos
no le preocupe la ortografía. Debe de haber sido “bróker” en W.St. Pero no
contento con eso, cada pocos minutos abre la ventanilla para marcar territorio.
Me recuerda a una iguana que tuve en casa un par de años.
Llegamos al primer destino y lo primero que pregunto es
dónde está el patíbulo. Me miran con cara de no entender y me responden que
sólo tienen habitaciones. ¡Qué decepción! Luego recuerdo más hasta el día
siguiente. Cuando me levanto me doy cuenta que he dormido en el Convento de
Santa María. Las monjas son todas pequeñitas y todo está muy limpio, lo que es
inhabitual por aquí.
- 13 de julio
Rooney, que así se llama el ex-broker y ahora chofer, ha
aprendido la lección y, como no quiere tener que parar cada veinte minutos ni
que le manche el coche de bilis, conduce un poco más sereno, pero sin olvidar
su pasado financiero.
Yo también he aprendido y desayuno tortilla de pastillas.
Hoy vamos a ver campos de arroz, un lago en el cono interior de un volcán y
otras tantas maravillas de la casualidad. Nos cobran por todo, incluso para ver
un “pueblo tradicional” (sólo dos chozas) o “lava solidificada”. Cobran poco,
pero no deja de rechinar.
A las 4 de la tarde hemos cubierto objetivos, y eso que la
niebla nos ha acompañado durante todo el día. Ahora cae una lluvia tropical
suave y penetrante. A medio día hemos parado a comer y he tenido el privilegio
de comerme un pescado histórico, concretamente de los que sobraron en el Sermón
de la Montaña, pero sigo sin conseguir probar el vino de la última cena. No
pierdo la esperanza.
Desde el porche de donde nos alojamos veo a más gente que hace
lo mismo que nosotros; es decir, alquilar un coche con conductor para recorrer
la isla (lo dice la guía LP, y supongo que las demás también), son todos
europeos. Ya no confiaré más en el futuro de ese continente.
¡AH! Y ya he averiguado el porqué de esa sibilina campaña
para que se visite el sureste asiático. Hay una enorme riqueza entomológica que
no pica a los autóctonos y hay que evitar que se extinga. El “guiri rostro
pálido” de piel fina y suave, lleno de sangre vitaminada está recuperándolos a
la carrera. Hay que responder con contundencia “nuestra sangre para nuestros
mosquitos”.
- 14 de julio
La noche ha estado amenizada por el golpeteo de la lluvia
sobre el techo metálico de la habitación a ritmo desigual. Así es que partimos
ya húmedos y un poco hartos de la manipulación sibilina a que nos someten los
guías. Vayas donde vayas todos se conocen, y nos llevan a todos a los mismos
sitios; los que dice la guía que llevamos, y eso que la isla tiene más de 1.000
km de punta a punta. Todo está pactado.
Visitamos un lugar en el que una familia destila las hojas
de los cocoteros para hacer un licor que venden en botellas de agua recicladas;
lo pruebo y debe de tener más de 50º. Las botellas de agua se utilizan también
para vender gasolina. Es normal verlas alineadas junto a las carreteras o en
las calles de pueblos y ciudades.
Volvemos a las carreteras en obras, con lluvia y un poco más
de calor. Nuestro driver-broker comienza hoy el cruce de operaciones
telefónicas un poco más tarde, será que hoy se va a dedicar al crudo, porque
ayer especulaba con Yens.
El gato (la llamada del móvil suena “miau”) ya no para de
maullar en todo el viaje. La lluvia arrecia y no parará en todo el viaje; no
obstante, atravesamos un frondoso bosque de bambú y llegamos al poblado BENA. Y
éste sí que vale la pena. El remojón también vale la pena (¿a qué rima?). Hay
momentos en los que las escaleras que llevan a la zona de ceremonias se
confunden con cataratas nada despreciables.
Coincidimos con dos holandeses profesores de historia y con
un grupo de ingleses, uno de éstos lleva en una bolsa transparente unas gafas
de bucear y un tubo. Le digo que todavía no pero que la tenga a mano que le
hará falta. Creo que se ríe pero como es inglés nunca se sabe…
Me cambio los pantalones empapados en la choza de
información y continuamos por el frondoso bosque durante más de 20 km hasta
alcanzar la carretera que nos conducirá al sur de la isla. Cuando llegamos
junto al mar, éste está bravo y, poco después, final de etapa, no sin antes
soportar un largo retraso de varias horas por un desprendimiento de las
montañas, junto a las piedras de colores.
- 15 julio
Ha parado de llover. Son las 4 de la mañana y partimos hacia
el KALIMUTU, el volcán de los tres lagos. La carretera está en obras, para
variar. Después de más de una hora estamos en el aparcamiento dentro del Parque
Natural (o Nacional, que qué más da). He vuelto a olvidar el frontal y es
todavía noche cerrada. Es pero que pronto amanezca porque vamos a tientas.
Antes de llegar a lo más alto comienza a clarear aunque la
niebla es muy espesa pero queda algo más abajo formando una alfombra de
algodón.
Somos los segundos en llegar y, tras nosotros, un grupo de
holandeses y otro de franceses. En total somos poco más de una veintena que
vamos haciendo fotos durante una hora conforme el horizonte se aclara. Las
nubes siguen ahí abajo.
Una legión de pájaros ocultos en los árboles de más
abajo nos acarician los oídos con sus
múltiples sonidos; sonidos que nos acompañarán a la bajada sin dejarse ver.
Los tres lagos que se han formado en la boca del volcán son
efectivamente de diferentes colores y, conforme tenemos más luz se definen en
negro, azul oscuro y azul eléctrico. Un espectáculo diferente al de otros que
hemos visitado.
Volvemos a desayunar al pueblo y sin tardar tomamos la ruta
de Maumeré. Otros 100 kilómetros de serpenteante carretera en obras. No entraré
en detalle de cómo se hacen las obras, me llevaría demasiado esfuerzo y sería
subjetivo. Vamos, que los niños en la playa con cubos y palas tienen más
criterio y son más eficientes.
A las 2 del medio día estamos en el aeropuerto donde
compramos los billetes para partir mañana hacia Denpasar. No contentos con
nuestra experiencia nos alojamos en uno de los tres “hoteles” que aconseja la
LP (tampoco hay más…), en este desvencijado pueblo en el que parece que unos
kilómetros más allá sí que hay hoteles para turistas occidentales. Está por
ver.
Tras mucho rogar consigo una toalla y que abran el agua para
ducharme sobre la placa del turco. Es lo que hay. Tras un descanso, sobre las
5, vamos a dar un paseo sorteando las trampas de las aceras que están diseñadas
por el mismo que las de Yakarta. Por donde pasamos se repite la misma cantinela
de siempre: “hello, mister! ¿wher’are you from?” (Andorra y el Vaticano, como
siempre) y es que debemos de ser los únicos o casi.
Cenamos solitarios en uno de los tres restaurantes de la
guía, quiero tener suficientes argumentos para su quema solemne. Me hago una
reflexión ¿dice la guía las cosas como son o son así las cosas porque lo dice
la guía? (Incluidos los precios, claro).
En el restaurante del puerto nos atiende un adolescente
superdotado experto en comunicación hasta que nos libra de él el responsable
que debe de ser su padre. Aquí es que o no llegan o se pasan.
Hemos acabado de cenar y el muecín continúa lanzando sus
soflamas desde el minarete; en la mezquita hay tres personas rezando o lo que
sea. Como no cambie el disco se queda solo.
A final del día, sería injusto si no resaltara que la visita
al volcán KELIMUTU ha valido la pena, y mucho.
- 16 de julio
Holgazaneamos por el mercado hasta que se nos acostumbran
las pituitarias. Y a las 11 me planto en la puerta a ver si consigo localizar a
un taxi que nos lleve al aeropuerto. Casi una hora después, me rindo y le pido
al señor del lugar que me llame a alguien (debe de ser la hora de la siesta
oficial); enseguida surge un vecino que se presta a ello a precio pactado
(50.000 rp).
El del control de maletas dormita así es que me ahorro pasar
la maleta por el escáner, tampoco yo por el arco detector. Estoy harto de
tantos rayos x.
Con la hoja de embarque me dan cuatro galletas de chocolate
y un vaso de agua precintado, por lo que no tengo duda de que a bordo “ni
agua”.
A las 2 y 20 subimos al Boeing 737-500, lo hago el último y,
desde la cabina, el piloto me pide que le haga una foto. Es un nativo con una
llamativa barbilla blanca (no tienen barba cerrada); baja la ventanilla y saca
la cabeza para que lo vea bien; me pongo debajo del puro para evitar el sol que
tengo de cara. Le grito que le enviaré la foto.
Me despierto al aterrizar pero todavía no es Denpasar, se
trata de una escala. Pasadas las 4 y ½ aterrizamos por fin. Le digo a una
azafata que me pase el correo del piloto para enviarle la foto; abre la puerta
y cuando me ve me hace pasar y se harta de hacerme fotos a mí en su sitio
acompañado del copiloto. Me da su dirección y me dice que no le olvidaré porque
es el capitán BANG BANG, mientras simula que me dispara con el dedo índice. Es
un cachondo.
Cogemos un hotel de 3 estrellas (¡por fin!) para poder
ducharnos y dormir sin mosquitos, aunque dudo de lo segundo. Nada más dejar la
mochila me meto en la piscina. El cloro me sabe a ozono.
Salimos a cenar y me zampo una hamburguesa tamaño “king
size” ¡basta ya de ramadán!. Luego me doy un largo paseo por la interminable
lista de tiendas pijas; Hard rock café y zara, en los bajos del Sheraton,
incluidos. Me tomo un “tee-late-soya” en el Starbuck y me joden la noche. No me
doy cuenta y me ponen “café” en lugar de tee. Mi colega busca artesanía
balinesa de madera, cosa que no resulta fácil, porque esto tiene una
orientación turística que lo eleva a la categoría de basura que pasma.
Las discotecas son ruido y los rostros pálidos, a esta hora,
han de ir abrazados para mantenerse en pie. Las mesas están llenas de “bintang”
(la cerveza del lugar) vacías. En las aceras, los intermediarios nos ofrecen de
todo, incluso aquello que hace que se revuelva el estómago al oír la oferta.
- 17 julio
Alquilamos un coche para cuatro días. Queremos recorrer la
isla a nuestro aire. Lo primero que hacemos es partir hacia el templo hindú de
BESAKIKH y KLUNG KLUNG, el palacio de los antiguos sultanes (resulta cómico ver
a los guiris con el pareo de rigor (yo me escaqueo). Luego iremos al volcán
BATUR; para abordarlo de buena mañana nos quedamos a dormir donde dice la LP
(¡valor!).
Conducir por aquí no es fácil pero después de tanto fijarme
no se me da mal. Mi compañero ha agotado la caja de “fortasec”.
Comienzo a acusar cansancio, creo que sería bueno un par de
días de descanso donde pudiera hacer un par de comidas al día. He perdido 4
kilos y no creo que me queden muchos más.
Nos preparan una habitación poniendo un colchón en el suelo
tras barrer los insectos que hay por allí, hasta donde se puede. Todo resulta
utópico. Mientras, nosotros matamos los mosquitos que se paran en las paredes.
Desde aquí se ve el lago BATUR que ocupa la mayor parte de
la caldera del volcán. En la orilla hay pantalanes de pesca flotantes y en su
entorno se cultivan hortalizas de forma intensiva y cuya mecanización es a
tracción sangre, sobre todo femenina. La tierra es negra y supuestamente muy mineralizada.
En las otras dos habitaciones hay franceses, una pareja y
una familia con un niño de meses. O son vulcanólogos o como nosotros; aunque lo
segundo no diría mucho en su favor. ¡AH! y esto no se ha acabado, que los
deseos no se pueden asimilar a milagros, mucho menos si no se es creyente.
Si aquí hemos venido a aprender, en éste viaje estoy
realizando simultáneamente varios máster: tolerancia, paciencia (paz +
ciencia), lenguas, ayuno, consciencia (siempre consiente), adivinación,
especulación y, en suma, “filosofía del pensamiento confuso”.
- 18 julio (día del alzamiento personal)
¡Qué fuerza tienen las fechas y la numerología!
Como hoy para dormir yo ni me he desnudado, partimos nada
más intentar tomar lo que nos sirven de desayuno. Todavía resuenan en mi cabeza
los llantos del bebé de la habitación de al lado que han sido intermitentes
toda la noche, y que casi me contagian. Luego, a las 2 y ½ rugieron unas motos
largo rato y, poco después, un concierto de gallos que no ha cesado hasta que
los perros tristes (los perros tristes de Bali) les han hecho el coro. Vamos
que ni con tapones.
Partimos hacia el volcán por una empinada carretera que nos
obliga a ir el primera casi todo el tiempo. Formamos parte de una caravana de
camiones sobrecargados de ceniza (la ceniza se utiliza como abono, como tierra
para construir y como todo, porque es lo que hay). Las condiciones no permiten
adelantar, sólo resignación.
Atravesamos varios humildes poblados donde pululan las motos
transportando familias enteras. Vamos dando tumbos dentro y fuera de la
carretera; tanto que a veces cuesta salir de los baches. Hemos cambiado de ruta
varias veces y yo me encuentro al límite. Como las fechas tienen fuerza astral,
se produce en mi el “Alzamiento personal”. Renuncio a llegar a la boca del
volcán. Le ofrezco las llaves del coche a mi colega y las rechaza. Doy la
vuelta y con enormes dosis de paciencia, siguiendo la procesión de camiones que
también circulan en el sentido contrario, me encamino a UBUD.
En Ubud se produce el milagro. Encontramos un bungaló en el
centro, con aparcamiento fácil y precio excelente (casi igual que la pocilga de
la noche anterior), pero que casualidad que no figura en la guía. Nada más
entrar se pone a llover con fuerza. Nos duchamos y llevamos la ropa a lavar en
el mismo “home-stage”. Es muy amplio y son extremadamente amables y también limpios.
Salimos a tomar un tentempié. Soy consciente de que esto en
verano es un hervidero de rostros pálidos en chanclas, pero entre esto y el
sufrimiento no tengo dudas. Todo tiene un límite. Pasaremos los próximos 4 días
visitando la isla con base aquí. Son las 7 de la tarde, noche cerrada y vuelve
a llover con fuerza.
Aquí, en el Bali turístico, tampoco nos libramos de las
basuras amontonadas y las aceras agujereadas (por debajo va el supuesto
alcantarillado), ni tampoco de la caótica circulación, sobre todo de 5 a 8 de
la tarde a la que resulta difícil acostumbrarse.
- 19 julio
Día de recuperación. Así y todo me levanto inestable, quizá
porque se quedó el ventilador puesto toda la noche y me he enfriado. Me puse
los tapones y no oí nada. Desayuno poco y vamos al bosque de los monos que está
al final de la calle en la que estamos hospedados. Hay muchos monos sueltos y
son muy cabrones. Quitan todo lo que pueden, abren las mochilas al menos
descuido y salen corriendo con lo primero que cogen. Veo a una francesa
corriendo tras uno que le ha quitado un montón de papeles, presuntamente
importantes. Pasamos media mañana. Luego volvemos por una estrecha carretera
mirando galerías de arte (muchos artistas son realmente artesanos que trabajan
con plantillas, JEJE) a la vez que esquivamos coches, motos y autobuses. Creo
que somos los únicos que vamos andando.
Comemos pronto y descansamos un rato. Salimos al fragor del
tráfico, de los pantalones cortos y de las chanclas. Decidimos entrar en una
representación de danzas balinesas; éstas danzas son representadas mayoritariamente
por mujeres con trajes y maquillaje vistosos, y su representación, para un
desconocedor como yo, se basa en movimientos de los ojos, de las manos y del
culo con las piernas ligeramente flexionadas. La música un poco repetitiva,
pero acaba uno acostumbrándose.
Tenemos que sentarnos en el suelo como la mayoría; el
recinto está abarrotado.
Tomamos un tentempié y nos sentamos en el sofá que hay
frente a nuestro bungaló a platicar hasta media noche. Joseluis es un gran
conversador y tiene una memoria prodigiosa.
- 20 de julio (domingo)
Cogemos el coche y nos vamos a visitar dos templos hindúes.
El tráfico no ha mejorado a pesar de ser domingo y la carretera es infame. No
hay duda que les gusta gestionas el caos.
En los templos cobran hasta por aparcar. Hay gente que se
baña en unas piscinas purificadoras; claro, tan purificadoras como tiempo haga
que no se han duchado. Lógica aplastante, no importa que el agua salga de una
fuente o de la alcachofa de la ducha.
Al entrar en los templos ponen a todo el mundo un pañuelo a
la cintura para cubrir las piernas, tanto a hombres como a mujeres. Yo me niego
una y otra vez porque llevo pantalones largos y finalmente se conforman con
ponerme una cinta amarilla alrededor de la cintura. Tanto pudor me sobrecoge,
sobre todo cuando a la salida hay tenderetes mil que venden consoladores que
son a su vez llaveros, abrebotellas o simplemente decorativos (JAJA).
El segundo templo está rodeado de campos de arroz y presumen
es el más antiguo porque está excavado en la roca. Aquí ya me he hartado y me
niego a pagar ni un céntimo por entrar. Al final no sé qué pasa pero cuando me
doy cuenta estoy dentro. Ya me da casi todo igual porque estoy FULL de templos.
Volvemos a UBUD por una carretera que podría ser la misma
por la que vinimos o no, ¡QUÍ LO SÁ!
- 21 de julio
Dejamos UBUD rumbo a KUTA gracias a que he aprendido a
conducir aquí, espero olvidarlo cuando me vaya. Mi colega se queja porque pito,
porque voy de prisa, porque no cumplo con las normas de tráfico y porque ya no
le quedan pastillas de fortasec.
La gente trabaja junto a la carretera, el café se seca en la
carretera (¡AH! Como en Cuba), los perros duermen junto a la carretera, los
niños juegan en la carretera; y lo último es lo único que me preocupa de
verdad.
Nos establecemos muy cerca del aeropuerto porque nuestro
vuelo saldrá de madrugada en poco más de 24 horas. Tomo sopa de miso y arroz
con algas en un japonés y me encuentro de maravilla. Descanso como nunca y por
la tarde vamos a ver la puesta de sol desde un templo junto al mar. Dos horas
de ida y dos de vuelta, parece que toda la isla vaya al mismo sitio.
Cuando llegamos con el coche cobran por entrar; ante esto,
yo comienzo a dar marcha atrás y, entonces me dicen que pase. No estaba
dispuesto a pagar por ver ponerse el sol.
Al llegar al acantilado el sol se oculta envuelto en un
cielo que abandona el azul para pasar de inmediato al amarillo y al rojo
fundiendo los colores. El templo, al trasluz es una silueta negra que emerge
del mar plateado. Abajo, las olas golpean una y otra vez para hacernos
conscientes del paso del tiempo. Hacemos fotos esquivando los rostros pálidos
que se han hecho eco al mismo reclamo que nosotros y que han venido en buses
“parawisata” (turístico en indonesio). A la salida nos espera la interminable
fila de tiendas de “souvenirs”…
A las once ya estamos en el hotel (que encontramos por
casualidad) listos para un descanso imprescindible para mí.
- 22 julio
Día de tránsito. Devolvemos el coche, compramos algunos
detalles, tomo una excelente y barata comida japonesa y volvemos al hotel
andando bajo un calor sofocante.
La tarde es también breve. Dormimos sin mosquitos porque un
alma caritativa del hotel nos desinsecta la habitación.
- 23 de julio
A las 4, un coche del hotel nos lleva al aeropuerto que está
a 400 metros escasos. Gracias. Volamos a Singapur y, nada más llegar, nos
permiten facturar para el vuelo que tendremos a la noche, por lo que tenemos el
día libre también de mochilas.
Pasamos el día en esta ciudad estado, intentando digerir el
empacho de orden, limpieza y civilización que presume. Aquí hay mucha pasta y
bien gastada.
La bahía es espectacular, aún más bella cuando anochece.
Nada más que decir, sólo que vale la pena visitarla aunque sólo sea para
comparar. No veo por qué tienen tan mala reputación los paraísos fiscales, si
aunque los poderosos viven como quieren (como en cualquier sitio) los menos
poderosos viven muy cómodamente y con impuestos escasos. Habrá que reflexionar.
En el autobús al aeropuerto coincidimos con un diseñador
español que vive y trabaja aquí desde hace un año y nos comenta detalles de la
vida aquí que resultan interesantes. Él y su familia están encantados.
Bien entrada la noche tomamos el vuelo hacia Puket, para
enfrentarnos de nuevo con la realidad. Delante viaja una pareja de Ávila que
pretende casi lo mismo que nosotros, aunque ellos vienen de Australia. Así es
que compartimos taxi a la ciudad, tomamos un hotel junto al suyo y quedamos
para vernos los días siguientes, aunque sin obligaciones.
Vamos a dormir y son más de las 2 de la madrugada, aunque
fuera la música y la fiesta no han cesado todavía.
- 24 de julio
Abro los ojos a las 8, algo inhabitual en mi por tarde.
Desayuno y planteamiento de las próximas excursiones: islas PHI PHI y Bahía de
Patón.
El día se muy gris. La playa está orientada al oeste y hace
mucho poniente. A las 11 comienza a llover con fuerza durante suficiente tiempo
para que las calles se conviertan en rieras casi navegables.
Son menos vivos que en indonesia, menos agresivos a la hora
de ofrecer servicios o vender cualquier cosa (souvenirs, masajes o transporte).
- 25 de julio
Vamos a la isla de James Bond (¿) cualquier cosa es buena
para hacer publicidad. A las 10, poco más de hora y media de viaje, estamos en
el embarcadero. El guía da gritos en un inglés horrible con acento chillón,
acentuando siempre en la última sílaba y cerrando los ojos cuando habla como
para poner más énfasis en lo que dice. Es joven pero los pocos dientes que
tiene le han salido a capricho y tiene la cabeza parcialmente hundida. Me afano
en buscar si tiene alguna tecla para desconectarlo pero no la encuentro. De
modo que a resignarse.
Vamos unas 30 personas en un “barco” que nos lleva de
peñasco en peñasco mientras diluvia y una niebla espesa apenas nos deja ver un
centenar de metros. Es el monzón o lo que quiera que sea que acaba en “on”.
En la primera parada bajamos en kayak de dos en dos más el
remero. Por mucho que lo intento no me dejan remar a mí. Me aburro. Penetramos
en una cueva oscura, damos la vuelta en la oscuridad que sólo alivia el foco de
algunos frontales y volvemos al barco padre.
En la segunda parada vamos a la isla del tal James Bond,
aunque éste peñasco lo mismo podría ser de Bad-man, de la tortuga ninja o del
conde Drácula, porque llueve a cántaros y la niebla es más espesa. El kayak,
que ahora es multipersona, penetra en la niebla y queda aislado entre húmedos
peñascos. Las máquinas de fotos no paran de disparar, quizá buscan a Sean
Connery… que debe de estar tranquilamente en su castillo escocés.
Volvemos pasadas las 6 de la tarde. Durante el viaje nos han
dado de comer, han montado un espectáculo imposible de realizar si no es con
algún “estímulo inconfesable” y, finalmente, han pasado la gorra. Vamos, como
en cualquier parte del planeta.
Ya en el autobús, uno de los guías cuenta el pasaje y ¡oh
sorpresa!, nos faltan dos… así es que, media vuelta y a buscar a los “perdidos
en la niebla”.
La noche no da para más, sólo apetece descanso y sentirse
seco.
- 26 julio (sábado)
Fin de las excursiones marina y preparación de la visita al
P.N. de KHAO SOK, entre Phuket y Bangkok, que serán dos o tres días. Luego
seguiremos camino hacia la segunda.
Pasamos parte del día libre con los abulenses que conocimos
en el avión. De vez en cuando el cielo se deja caer en forma de agua y nos
reguardamos en un centro comercial reciente en el que hay de todo lo
imaginable. Los vendedores de impermeables y paraguas se hacinan en las
salidas. Por la noche volvemos a la calle de la farándula en la que todo es
posible. A poco más de media noche vuelvo al hotel.
- 27 de julio
Vienen a recogernos con casi una hora de retraso, cosa
habitual aquí a juzgar por las otras veces que nos lo han hecho. El chofer no
entiende absolutamente nada de inglés, por fin me voy a entender con alguien.
Por el contrario el guía habla inglés en su propio idioma, suerte que se
prodiga poco.
Sólo nosotros vamos para quedarnos en el P.N., el resto
vuelven hoy mismo.
Primero nos llevan a un templo budista. El buda está
reclinado dentro de una cueva (lógico, con lo grande que es sería imposible
estar de otro modo); dentro hay también vendedores de “recuerdos” y dentro y
fuera muchos monos. Creo que los monos no pagan… ni los plátanos que comen
continuamente. Van a coger una indigestión y tendrán exceso de potasio seguro.
Luego nos llevan a subir en elefante. El elefante se adentra
en una zona con mucha vegetación y luego cruza varias veces un río. Su cuidador
y guía es un hombrecillo rechoncho que sube i baja de la cabeza del elefante
ayudándose de la trompa de éste. Se entienden de maravilla, deben de llevar
mucho tiempo juntos. Yo tengo que hacer esfuerzos para no confundirlos y me
monto una regla nemotécnica: el de abajo es el elefante y el de arriba el
cuidador.
Cruzamos otro río, ahora en un pic-up casi-anfibio y volvemos
al autobús. El chofer continúa esnifando algo de un botecito verdoso que guarda
cerca de él y que no puedo ver lo que pone. Lo abre a cada momento, esnifa y lo
vuelve a cerrar. Supongo que es gracias a eso que vamos por una sinuosa
carretera a más de 100 km/h. Tengo que averiguar qué hay en el botecito verde.
Paramos a fotografiar una cascada (quiero decir un salto de
agua), y seguimos por fin al P.N. donde nos asignan un bungaló con una sola
cama. Mi colega se rebota y voy a quejarme y a exigir dos camas. Nos dan la
“suite”, que es “suite” en todos los sentidos.
Comienzan a subirnos a una tirolina de un centenar de
metros. Yo me niego, si no es más de 1 km no subo. Así es que nos vamos a comer
y a descansar un rato.
Por la tarde, de nuevo en el pic-up ascendemos unos
kilómetros río arriba para tomar un kayak y bajar hasta nuestro bungaló.
Tampoco me dejan remar…
El descenso vale la pena, la vegetación es frondosa y las
agresivas montañas verticales que rodean el curso del río están totalmente
cubiertas de vegetación.
Pasamos junto a un varano que descansa sobre un tronco y las
aves cruzan en uno y otro sentido sin hacernos caso. La lluvia es fina y
soportable hasta poco antes de que lleguemos que se vuelve torrencial, como
casi todas las tardes.
Cenamos y nos vamos a dormir pronto porque mañana tenemos un
treking por el interior del Khao Sok a primera hora.
- 28 julio
Durante la noche ha llovido intermitentemente.
Llueve en la jungla. Para mí sería fácil; no sé si bello o
aburrido, pero sí fácil intentar expresar con palabras lo que estoy viviendo en
este momento, lo que sentí en el anterior y posiblemente lo que sentiré y
viviré en el que vendrá. Estoy apoyado en la barandilla de la terraza de la
cabaña de madera en la que descansamos y nos protegemos los últimos días,
mientras la lluvia del monzón hace que la visión que tengo del bosque en el que
predomina el bambú, aparezca difuminada dándole un aire de misterio.
A la derecha, el río baja con más fuerza de lo habitual.
Cuando llueve es así. Y las balsas que cruzan de una orilla a otra valiéndose
de cuerdas sujetas a los árboles dejan de operar. El canto de los pájaros se
silencia o se oculta con el tamborileo de las gotas, que lamen sin cesar la
tupida vegetación.
Una paz relajante lo envuelve todo.
Pero eso lo dejo para los escritores que acarician los oídos
con la palabra escrita, cual enamorado que pretende que caiga en sus brazos la
persona amada.
Porque yo escribo para mí, para no olvidar. Y sólo pretendo
grabar aquello que viví de forma exclusiva, diferente.
A mí me basta con lo que quedó en un rincón de mi recuerdo
casi como algo irrelevante. Como esos momentos que olvidas y luego un perfume o
una nota musical te los trae al presente para que vuelvas a disfrutarlos,
porque son tuyos.
Bueno, al tajo...
Nada más desayunar nos encaramamos a la parte de atrás del
pic-up con una mano en la gorra para que no se vuele. La carretera es nueva y
amplia hasta llegar a la zona protegida del P.N.
El treking consiste en un largo y lento paseo por entre un
espeso bosque de bambú buscando algún bicho para fotografiar; por mucho que se
afana nuestra exclusiva guía no consigue nada. Al final nos dice que está
especializada en excursiones nocturnas, quizá por eso le cuesta distinguir a los animales a la luz del día. Sólo se oyen
las cigarras que aquí suenan de forma totalmente diferente a Europa y también a
las de centro América. La búsqueda resulta infructuosa, sólo al final
conseguimos ver un pequeñísimo camaleón que no me atrevo a tocar para conservar
la ilusión de que no es de plástico como los quetzals de Costa Rica. Nos
cruzamos con algunos grupos de rostros pálidos con cara de despistados.
Llegamos a una cascada (fall en inglés) y volvemos a un
ritmo más rápido que a la ida. Al llegar a la entrada del parque hay fruta para
tomar y nos espera un microbús. El chófer me pregunta ¿Wher’are you from? Y yo
le contesto “From de natural park Khao Sok”, por lo que tarda en reaccionar; es
más creo que todavía no ha reaccionado. Son tipos raros. Todos son tipos raros,
pero buenas personas, aquí casi no hay homicidios.
Pasado un rato, con una sonrisa, le digo “from Spain”;
entonces él saca los dos dedos índices hacia delante, en señal de cuernos de
toro, pero le falta entrenamiento. No obstante no descarto que me estuviera insinuando
otra cosa para vengarse de mi primera contestación.
Al llegar al campamento base veo a los rusos llegar en los
kayak (se apuntan a todo), son los mismos que ayer gritaban en la tirolina de
50 metros como si estuvieran haciendo el salto del ángel.
Frente a la puerta de los albergues hay al menos dos jaulas;
una con un “manos blancas” (¡pobre!) y otra con un cocodrilo que apenas cabe en
su habitáculo. Cada día entiendo menos al ser humano. Afuera hay dos perros más
tristes que los perros de Bali.
Comemos y salimos a la carretera a esperar el autobús que
nos llevará a la estación de tren o al aeropuerto, a elegir.
Al final llega el microbús con un chofer que no desentona
con los anteriores. Habla poco pero cuando habla grita de forma despavorida,
debe de ser sordo y no entiende que hay quien oye normal.
Una hora y media después llegamos a la estación, una familia
que viaja con nosotros se baja y él nos insta a que bajemos también. Le digo
que no, que yo he pagado para ir al aeropuerto. Entonces grita y grita y llama
por teléfono. Finalmente me pasa a mí el teléfono y cuento la misma cantinela,
que no me bajo si no me llevan al aeropuerto. Llegamos a un acuerdo de pagar
100 bh más para que se alargue, cosa que me parece que no agrada demasiado al
chofer.
A las 8:30 pm volamos y a las 10 de la noche ya estamos en
Bangkok. Cogemos el hotel en el aeropuerto a partir de unas fotos (¡nunca
más!). Tomamos un taxi con taxímetro y nos adentramos en la city cuando empieza
la “marcha” en ésta particular ciudad.
- 29 julio
No he dormido en toda la noche. Un motor que se conectaba
intermitentemente me despertó al filo de las 4. Me bajé a recepción a
protestar. Me dieron otra habitación que tenía el mismo ruido , por lo que no
llegué a cambiarme y continué con la protesta. Pedí hablar con el director. Me
dijeron que en una hora llegaría y lo ha hecho a las 7. Le he dicho que o me
daba una habitación sin ruido o me devolvía el dinero. Me ha dado una
habitación superior muy silenciosa y he despertado a mi compañero para que nos
cambiáramos.
Es una lucha continua…
A las 9 vamos a un tour que supuestamente nos regalaron ayer
al contratar la habitación. Salimos con más de una hora de retraso tras
llamarme dos veces pidiendo disculpas. Nos sumergimos en un tráfico infernal y
nos dirigimos a dos templos budistas realmente emblemáticos a juzgar por el
tamaño de los budas y por la gran cantidad de oro que los cubre. La afluencia
de creyentes y curiosos es importante. Hay muchas muchas huchas. Con razón los
hacen de oro. Pero, la guía, no contenta con eso, nos lleva finalmente a una
fábrica de joyas y a una sastrería de lujo con la intención de que nos
enjoyemos y entrajemos.
En el microbús nos acompañan dos matrimonios, uno de Katar y
otro de Dubai, el segundo con un bebé. El tráfico, el calor, las paradas y el
tiempo que llevamos dentro del vehículo hacen que el bebé se harte (yo
también).
Al devolvernos al hotel la guía nos pide propina; yo de le
doy las gracias a lo que me contesta ¿sólo gracias?... me sonrío. Nunca me
gustó demasiado el oro, menos los Budas de oro (dije Budas, no bodas, aunque
sean más de lo mismo).
Por la tarde me divorcio y voy solo a respirar
contaminación. Finalmente me pierdo de vedad. No me acuerdo del nombre del
hotel ni del de la calle ni nada de nada. Cuando ya me parece que tendré que
dormir en el metro, que por cierto aquí es aéreo, me acuerdo que frente al
cruce de nuestra calle, al final, hay un barrio moro. Veo a una pareja con un
niño que van relajados y lo asimilo con que viven aquí. Les pregunto y me dicen
¡Oh! Yes, “arab”, y me indican hacia donde he de dirigirme. Y ahí se acaba
todo.
Los contrastes de lujo y extrema pobreza me sobrecogen,
sobre todo cuando están tan próximos.
- 30 julio
El bueno de Joseluis accede a que vayamos a AYUTTHAYA en
tren y por nuestra cuenta. Desde el tren se pueden observar de forma sosegada
las entrañas y los suburbios de una ciudad. Junto a las vías y a la orilla de
los ríos se agolpa todo lo que está empapado de desesperación y, a veces,
también lo que expulsan los excesos de la ciudad. No hago fotos, no puedo.
Ayutthaya fue la capital de Tahilandia hasta que sus vecinos
los birmanos la destruyeron. En ella quedan los vestigios de sus templos y de
lo que fue ciudad imperial. Ten vecinos para esto.
Tomamos un tuk-tuk para que nos lleve a las piedras que
quedan de los 5 templos más importantes. Está nublado, como casi siempre,
aunque la temperatura es de 30ºC y la humedad muy alta, también como siempre.
Luego, a la tarde, lloverá, también como siempre.
En los templos, algunos reconstruidos, mucha gente reza y
hace ofrendas. Ofrecen plantas, comida, pájaros, y algunos compran trocitos de
pan de oro y lo pegan al Buda. Por todas partes hay huchas. Porque si budas hay
de todos los tamaños, no veas huchas… en un solo recinto llego a contar más de
un centenar. Eso sí que es devoción.
A la entrada y salida ofrecen de todo tipo de recuerdos,
bebidas y chucherías.
En el tercer templo, una chica se empeña en venderme un
cestito de flores para que se lo ofrezca al Buda de turno. Como ya estoy
cansadito, con una sonrisa me dirijo a ella y le digo, en castellano: “Mire Vd,
yo estoy aquí por equivocación; resulta que iba a coger un vuelo a la Costa
Brava, porque me encantan las anchoas de L’Escala, y se ve que de tanto pasar
por el detector de metales me trastorné y cogí el vuelo equivocado, ¿me
entiende?. La chica se encoje de hombros y se marcha.
No puede entender que después de ver yo al tal Buda (con
todo mi respeto para Buda y los budistas), de pie, acostado, sentado, en
posición de loto, cuando iba al gimnasio y cuando dejó de ir, de oro, de
piedra, de madera y no sé de cuantas cosas más, esté yo un poco trastornado. Y
no he querido entenderla pero en castellano me expreso mejor que en inglés, y
eso que aquí estoy practicando varios ingleses a la vez: el indochino, el
florido, el balinés, y ahora el thai, en el que todas las palabras acaban en
“éééééé”.
Mañana toca el palacio del emperador y la emperadora… Aunque
ya los conozco bien. En los enormes carteles están cuando eran adolescentes, cuando
llevaban gafas, con ropas tradicionales, ahora que han engordado y de mil
maneras; lo que no los he visto es en pañales, ni creo que los vea nunca como a
Luis XVI (i no m’han fet res). Vamos, casi tantas poses como los budas.
Para este pueblo la monarquía es como dios, no importa que
el gobierno sea democrático o que sea una dictadura. ¡AY! Cuánto tienen que
aprender Europa.
- 31 julio
Mi paciente compañero me acompaña al Palacio Real. El bochorno
es muy fuerte. La cola para entrar es inmensa. Una gran fila de autobuses van
chorreando pantalones cortos, chanclas, gorros, sombrillas (de los orientales)
y pieles color carabinero a la plancha. Esto y que veo el cartel de los precios
me provoca un revolcón en el estómago. Le digo a mi colega que no entro y lo
decepciono. Pero no voy a renunciar a mis impulsos. ¡Que les den!.
Pasamos el día pateando barrios: el chino, el de los
oficios, el de los mochileros e incluso al final barrios de lujo. Todos son
Bangkok.
Le pregunto a mi colega si esta es la ciudad que él me dijo
era la más maravillosa del mundo y se ríe. Está sorprendido, él tampoco conocía
así la ciudad, había venido siempre en viajes organizados.
Finalmente intentamos encontrar la “Massage school for blind
people” pero está muy alejada; hay que ir en moto (más de media hora) o en
varios autobuses. Desistimos.
“Feeling
good is not just an emotion it’s a philosophy”
- 1 agosto
Tras cuarenta días, varios de ellos de ramadán, miles de
kilómetros en diversos medios, innumerables budas con sus respectivos templos,
otros tantos altares dedicados al hinduismo y no menos mezquitas, me dice mi
compañero si quiero ir esta tarde a una representación de baile tradicional
thai. Le pregunto si es de esas en las que las bailarinas mueven los ojos y las
manos con las rodillas semidobladas (muy malo para los meniscos) para menear
mejor el culo y me dice que sí. Como ya he estado en tres la respuesta la dejo
para la adivinación, aunque le ruego que preste mucha atención para contármela
después.
Comienza a llover como cada tarde y el baile se tiene que
retrasar un día.
Ha sido un viaje de muchos aprendizajes: de aprender a
desconfiar de las guías turísticas (las de papel y las de carne), de aprender a
sumar, a entenderse, a tolerarse, a ser solidario y, sobre todo, a disfrutar con
el sentido del humor a flor de piel. ¡AH! y ya sé lo que es el ramadán.
- 2 agosto
Visitamos lo que dicen que es el “mayor mercado al aire
libre del mundo”. Hay mucha Rita también por aquí.
Por las estrechísimas callejas que dejan entre sí las
tiendas desmontables pasan las motos cargadas de paquetes o las carretillas sin
derribar ni los artículos ni la comida ni las ropas que se exponen (tampoco los
jarrones chinos). Después de una demostración así a ver quién se atreve a
pedirles el carné.
En la calle más ancha, una carretera que divide en dos el
mercado, veo al fondo un enorme bulto negro. Me acerco y es “Fernando Andrés”,
el creador de “Paella Corporation” que con un enorme gorro de cocinero está
montando un espectáculo mientras hace grandes paellas al aire libre. Me acerco
y me cuenta que hace 1.000 raciones entre sábado y domingo( los días que hay
mercado) y que se gana unos 10.000 euros al mes por 8 días de trabajo; de modo
que le importa poco si la paella sale bien, regular o mal. Y se queda tan fresco.
Luego añade "pero cuando acabes dime si te ha gustado". Es de Logroño
y pasa en su tierra dos meses al año.
Se le nota que disfruta viendo la cola de guiris y paisanos
haciéndole fotos mientras esperan con el plato de plástico.
Cuando acabo le digo: "Fernando, me la pude
comer..." y me dice: "no, si al final aprenderé".
Me hago una foto con él y seguimos un rato más por el
mercado.
* 3 de
agosto ¡Ya vísperas!
Salimos sin destino fijo. Es domingo. Gastamos los pocos
"bath" que nos quedan en el bolsillo mientras vamos lentamente
dándole vueltas a las seis semanas que hemos ido de acá para allá en esta parte
de Asia.
Entro en un centro comercial de gran lujo que tendrá al
menos 7 plantas. El diseño de las escaleras es ya de por sí un espectáculo,
y...
Bueno pues, ya nada que ver con esto aunque si conmigo, va y
me dan ganas de cagar. Los aseos, toilette o restroom, que todo vale, están
entre la tienda de Prada y la de John Silver. Unas puertas de cristal pavonado
con diseño original se abren ante mi cuando me acerco. Elijo el que parece que
me corresponde y, nada más entrar, la tapa del wáter se levanta (aunque sin
música). Acerco glúteos al apoya culos (no me suelo sentar) y un calor suave me
atrae hasta el punto que no me puedo resistir. Se está bien. Acabado el
objetivo, observo que a mi derecha hay una extensa botonera con letreros en
inglés. Con timidez, mi inglés no es bueno, pulso el que creo que corresponde y
acierto; un agua tibia me lava dulcemente. No me fio, me levanto un poco y
miro. Sí, es agua tibia y limpia. Sigo sentado, pulso stop y elijo el botón que
creo que corresponde ahora. Perfecto! pues un aire no menos agradable se
dispone a secar lo que antes humedeció. Pulso stop y todo se para. Me levanto y
él solito “se tira de la cadena” y se perfuma. Como tengo la curiosidad a flor
de piel, sigo tocando los demás botones. Se levanta y se agacha el apoya culos,
sale agua para arriba y para abajo, aire y no sé cuántas cosas más.
He perdido la noción del tiempo, a saber cuánto tiempo he
estado aquí dentro. Este lugar crea adicción. De ahora en adelante vendré a
cagar a este centro comercial, el que tiene sobre su fachada en letras grandes
el nombre de PRADA, aquí en Bangkok. Es para cagarse.
Luego, de vuelta al hotel, aunque ya no me llama la atención
porque la veo a diario, me fijo en que de una mano de mi compañero cuelga una
bolsa de plástico del Carrefour.
El primer día ya vi a mi compañero que, además de cargar con
su mochila a la espalda y arrastrar la maleta, en la mano libre llevaba una
bolsa del Carrefour, de mucha utilidad por cierto. En ella llevaba el agua, un
impermeable y algún otro artículo de primera necesidad (por ejemplo mapas).
Durante más de cuarenta días hemos subido montañas, navegado
por ríos y por mares, cruzado “rain forest”, viajado en autobús (así le
llaman…), tren, kayak, metro y tuk-tuk. Hemos dormido en lugares de toda calaña
(hoteles les llaman… lo nuestro no era un viaje programado), a menudo en el
suelo, compartiendo lecho con insectos y roedores, muy respetuosos por cierto.
Y hoy, la bolsa del Carrefour cuelga impasible de la mano libre de mi
compañero.
Sólo pensar que en pocas horas me tendré que separar me
produce desazón. No sé cómo será mi vida lejos de la bolsa del Carrefour.
Espero que el Universo me ayude a superarlo.
Y finalmente encaramos la calle donde está el hotel
Worabury. Sí, hay una calle en Bangkok, una calle con “mucha marcha”, en la que
hay un hotel (también resort y spa y todo lo demás) que se llama Worabury, a
esa yo le digo “la calle del Worabury”.
Durante unos minutos la recorro por penúltima vez, mañana la
desandaré temprano cuando me dirija al metro que me lleva al aeropuerto.
Todas las veces que la he recorrido, mañana, tarde y noche,
en uno o en otro sentido, he tenido la sensación de que pasaba por el mismo
escaparate inamovible. A un lado, sobre la acera, están los carritos de comida,
friendo o cociendo alimentos y metiéndolos en bolsitas de plástico transparente
o alineándolos en pinchos morunos. Al otro los tuk-tuk, con sus conductores
echados en el interior, medio dormidos, buscando cualquier cosa entre los dedos
de los pies; los taxis, de colores chillones, intercalados con los otros, se
ofrecen a los “rostros pálidos” que esquivando el tráfico pasamos entre ellos:
¡taxi, taxi!.
En los bajos de la calle, decenas de mujeres, sentadas
frente a las casas de masaje, ofreciendo sus servicios con todos los argumentos
a su alcance. Y ya sólo queda alguna casa de cambio y los largos bancos de los
bares-restaurantes-happy hours, intercambiando su espectáculo con el de la
calle. En ellos, hombres y mujeres (gringos llama mi compañero a los primeros;
aunque al escuchar su acento creo que son australianos), beben a todas horas
con la mirada perdida o toquetean absortos sus móviles. La mayoría son de edad
avanzada y peso reglamentario.
La calle, aun siendo singular, creo que refleja en parte la
leyenda de Bangkok en particular y de Tahilandia en general, sin evitar el
contraste del consumo de lujo con la mendicidad en todas sus expresiones. Esta
calle es una forma de vida y una foto fija del ser humano de hoy.
Michael Houellbecq tiene razón.
* 4 de
agosto "the end"
Tomamos el metro en la estación de NA NA (pronúnciese
"nanaaaaaa") porque los taxistas se niegan a poner el taxímetro;
hacemos un trasbordo y enseguida el aeropuerto. Vuelo a Frankfurt y después a
Barcelona. En Barcelona, son las 2 de la madrugada y el bus no tiene plazas,
así es que alquilamos un coche y, tras 43 horas sin dormir dejo a Joseluis a la
puerta de su casa y yo me voy a darme una ducha y a comenzar el día como si
nada.
Al día siguiente, 300 km más al sur, comienzo a escribir lo
que recuerdo. Me río hasta desternillarme y hago de nuevo el viaje, aunque de
diferente forma. Ni mejor ni peor, sólo diferente.
INDONESIA (Sumatra/Java/Bali/Flores/Comodo) Y THAILANDIA # JUNIO-JULIO-AGOSTO
/ 2014
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