Maó, paz y yates. Silencio. Una ligera
capa de nubes se afana en protegerla para envidia del sol. Ventanas y puertas
color verde oscuro con olor británico. Fachadas con luz propia.
Todo adopta un movimiento lento cuando no
una quietud observadora. El susurro del mar lame la orilla arrancándole una
sonrisa blanca. Sí, también blanca.
Lo que no es azul es blanco y hasta el
azul blanquea, contagiado.
Cuando la noche entorna los ojos penetra
aún más el dulce olor a agua salada. Las luces del puerto dibujan los mástiles
temblorosos de los barcos en los pantalanes, y un poco más allá, faro y
castillo nos recuerdan que Maó, ayer ya estaba aquí.
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