Y
no lo digo porque fuera un ser humano, que siempre son (¿somos?) dignos de
lástima; mucho más si una afilada cuchilla le separa la cabeza del cuerpo, para
hacer más creíble a Descartes.
Pero
no, no lo digo por eso. Me explico.
Siendo
consciente de que la euforia de los principios de la recién nacida república:
libertad, igualdad y fraternidad, fueron efímeros. Tanto que en esencia se
esfumaron cuando se derramaron los glóbulos rojos de Robespierre; tengo que
reconocer que algo quedó flotando en el ambiente. Y ese algo se percibía en sus
habitantes, en sus ciudades e incluso en el comportamiento colectivo. Así ha
sido a mi parecer durante años, décadas.
Pero
he aquí que unos conspiradores, ayudados del miedo, usurpando nombres de
organizaciones y arrogándose una representación que no les corresponde, han
sido capaces de marear, desorientar y hasta cansar a todo un país, para
finalmente acabar con eso que quedaba flotando en el ambiente. Eso que hacía
que los pulmones tuvieran allí un poco más de capacidad. Al menos a mi me lo
parecía.
Sí,
se acabó. La traición se ha consumado.
No
les queda más que decir aquello de “tu quoque filii mei, payaso”.
¡Pobre
Luis! Ya ves, no ha servido de nada, suele ocurrir.
Una
sugerencia, ¿qué tal si ahora en la Bastilla se instala el BCE?
Ya puestos, proponedlo. Sería una maniobra REDONDA.
¡Salud
payasos! ¡Malvados payasos!
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