El gobierno, los gobiernos, durante las últimas décadas, no han hecho nada por regular el empleo, aunque es un derecho que garantizan las constituciones. Sólo han hecho “dejar de hacer”.
No olvidemos que el sistema económico, y sobre todo durante los últimos 20 ó 30 años, ha despreciado al “estado” aduciendo que sólo servía para entorpecer el progreso, con la conformidad y apoyo de unos (los beneficiados) y la complicidad estúpida de otros (los perjudicados).
Pero luego llegó la tan utilizada “crisis”. Es decir, que el proceso especulativo que estaba enriqueciendo de forma desmesurada a unos pocos a costa de otros muchos, llegó a su fin.
Y como la avaricia no tiene límites, todos sin excepción, los perjudicados y los que querían seguir con los beneficios al mismo ritmo, han vuelto la mano ahuecada hacia el estado. Ahora sí, ahora es necesario y ahora es también responsable.
A decir verdad, responsable sí que es, sobre todo por omisión en el pasado y por dejadez.
Y el estado, papá estado, cayó en la trampa que cae siempre, porque quiere caer, porque sabe a quien le debe estar ahí arriba, que no es a las urnas sino a quienes le dan los recursos para que esté en ellas y a quienes no se lo impiden, que son los mismos. Lástima que no nos lo pueda confirmar Salvador Allende y muchos otros.
Por hacer un burdo símil es como la trampa en la que caen los padres con los hijos, la diferencia es que aquí no hay genes ni cariño, si no para tener opción de volver a ganar en las próximas elecciones, en ese simulacro de democracia de la que tan orgullosa está la sociedad.
Y, una vez que el estado ha mordido el anzuelo, la responsabilidad es total y absolutamente suya. El pasado ya no existe.
Se ha olvidado:
- la desregulación de los mercados financieros
- la pasividad del estado ante los abusos
- la tolerancia de la corrupción
- la explotación de los desprotegidos
- el fraude fiscal
- la especulación sin límites
- y tantas cosas más
En la situación actual, el estado, y por tanto la sociedad, ha perdido la oportunidad de sentar los principios para unas relaciones más justas y un sistema socioeconómico más equilibrado y por tanto más duradero; basado en principios diferentes al crecimiento económico continuo, esa genialidad que nadie comprende y todos aceptan como imprescindible, y a la especulación como acaparación de riqueza.
Ha perdido la oportunidad de fijar un sistema impositivo más acorde con los países del entorno, exigiendo una convergencia en el plazo más corto posible.
Pero como no ha sido así, cualquier mercado único continuará siendo injusto y desequilibrado.
Ha perdido la oportunidad de depurar el sector público, eliminando una parte relevante de la burocracia que lo convierte en poco eficaz y nada eficiente.
Ha perdido la oportunidad de unificar las relaciones laborales entre el sector privado y sector público, a todos los niveles.
Ha perdido la oportunidad de crear una banca pública; sí, pública e independiente, que evite que la sociedad dependa en exclusiva de la banca privada hasta elevarla a nivel de primer poder.
Ha perdido la oportunidad de consagrar como pilares del estado a la sanidad y la enseñanza pública. Dignificándolas y haciendo que los profesionales que las imparten y los ciudadanos que reciben sus servicios se sientan orgullosos de ellas. Sin que ello limite en absoluto otras iniciativas privadas, pero no con dinero público.
La iniciativa privada es imprescindible para dinamizar la sociedad en todos sus ámbitos.
Y para cualquiera de estos objetivos “siempre es un buen momento”.
Ampliaré un poco la última idea.
Un país no se puede permitir que los 2/3 de los jóvenes abandonen su formación antes de concluirla, fracasando en el intento. Que ignorando lo que les espera en un futuro próximo, caigan en el desánimo, en la pasividad o en la estupidez de las drogas. Fugaz “dolce vita” que los inhabilita socialmente a medio plazo.
Visto desde fuera podría parecer que la sociedad se ha convertido en una fábrica de vagos, de la cual son responsables la sociedad, el estado y las familias. Todos sin excepción.
Hay que caminar por otras sendas, por otros caminos y por otras carreteras.
Y por último, hay que separar totalmente y democratizar desde la base con la participación activa de toda la sociedad, los tres poderes del estado: legislativo, ejecutivo y judicial. Acercando el poder al pueblo y evitando que ese poder tenga privilegios respecto del pueblo al que sirve. Ni sociales, ni políticos, ni económicos.
¿Queremos?
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