Nada más salgo a la calle respiro un ambiente con toques de pesimismo triste. Rutinario.
Reflexiono durante unos segundos (luego tendré agujetas) y no puedo evitar asimilar "pesimismo a pereza".
Inmersos en una estúpida crisis social de la que todos esperamos que los saquen por la vía de "tener más dinero", aún a cambio de más esclavitud. De más mentira. Ignoramos que tras situaciones como la actual lo que toca es la "reinvención" en lugar de la recuperación. Para la reinvención es necesario que haya cambios, muchos cambios. Y los cambios requieren de dos cosas que ni tenemos ni estamos dispuestos a aceptar: convicción y destrucción. Convicción de la necesidad del cambio y aceptación y colaboración en la destrucción de lo que no sirve (que hay mucho) del sistema actual.
Pero de eso nada, aceptamos la hipocresía y la mentira como algo normal, nos dejamos envolver por ellas, incluso formamos parte de ellas. ¿Estará cambiando nuestro ADN? o nos habrán puesto algo en el agua.
Ignoramos que nadie vendrá a cambiar el mundo, que hemos de ser nosotros quienes lo hagamos. Y ese cambio, cuando ocurra, si ocurre todavía a tiempo, que lo dudo, ha de darle a cada cosa su valor:
- al aire su valor. Valor que desconocemos porque todavía no se paga. Sólo valoramos lo que se paga, o casi.
- al agua su valor. Ya se empieza a pagar o a no tener, que es peor.
- a la libertad su valor. Sin comentarios.
Alguien pasa y me saluda. Contesto y pierdo el hilo. Así es que me voy hasta donde todos los días me espera Athenea, me siento a sus pies y le cuento todo esto.
Le cuento todo esto y ni se inmuta. No sé por qué lo hago si parece no hacerme caso. Será porque me escucha; y, además, es tan bella.
Me levanto y comienzo a andar de nuevo. La mirada alta y la mente en blanco, para evitar las agujetas.
Mañana volveré de nuevo, no sé si con algo bueno que contarle a Athenea, pero sí que con mucha ilusión y un retazo de esperanza.
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