No es mi hobby mas valorado, más bien no es mi hobby o para decirlo con más claridad “detesto los centros comerciales en cualquier época del año”. Pero ya que alguna vez tienes que ir (ésta es una de esas), me centro en lo que más atractivo me resulta. En este caso, como siempre, atractiva(s).
Mirar con disimulo es algo que hemos aprendido desde pequeños y que cultivamos siempre. El reojo si vas a pie, o incluso la búsqueda desesperada de un letrero o número de policía imaginario, y el retrovisor si en coche. Pero en el caso que me ocupa, como no me había quitado las gafas de sol, la cosa se hacía más llevadera. Vamos, que había que disimular menos.
Y no es que mi acompañante sea de las que me echan en cara las miradas, no. Lo que no quita para que impere cierta medida de prudencia.
Así capeaba la obligada visita a tan detestable lugar, al menos para mi, cuando en un giro inesperado de los acontecimientos que iban y venían, tuve una aparición. Y ¡qué aparición!.
Ni gafas de sol, ni escaparates, ni reojo ni nada pudo disimular mi sobresalto. La discreción saltó en mil pedazos.
Cual fue mi sorpresa al ver, eso sí, de reojo, que mi acompañante también miraba, lo que me dió libertad para añadir descaro a la mía.
Luego me dijo algo mi mujer que no entendí bien, y remató con …tu también lo has visto ¿no?. A lo que yo contesté: sí, pero a qué te refieres…
A los vasos, contestó. Si no le aviso se le caen del carrito.
Los vasos, pero ¿qué vasos?, que ¿llevaba vasos? ¿dónde?. Todo esto fue mentalmente, de mi boca no salió ni una palabra; bueno, sí, para decir sí, sí, claro, pero casi, casi ¿eh?.
Por no ver, yo me había dado cuenta de que llevaba carrito, ni de que se había dirigido a ella, ni nada por el estilo.
La verdad es que fue toda una ocurrencia preguntarme en semejante situación si yo había visto los vasos.
Por eso no quiero yo ir a los centros comerciales. Mucho menos en verano.
Bueno, por eso y porque no me gusta ver a la gente con pantalones cortos de esos que no son cortos, si no que llegan por debajo de la rodilla, como si fueran las faldas de las niñas del colegio del Loreto, culminando más abajo en unas chanclas de goma que golpetean a diestra y siniestra. Y es que me distraen y no veo los vasos.
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