Es un día de principios de verano. Es muy temprano. Camino por una playa desierta del sur de Europa. El sonido de las olas dejándose atrapar por la fina arena que me soporta transporta a otro lugar. Parece como si realmente el paraíso sí que existiera, al menos temporalmente.
Las ganas de mear me devuelven a la realidad. Soy humano. De modo que echo una mirada al entorno para asegurarme de que nadie me acecha entre las dunas y me dispongo a vaciar los depósitos líquidos de mi cuerpo.
Al placer del lugar se suma éste otro con componentes sexuales. Todo lo que pasa por los conductos bajos resulta placentero y no podía ser ahora menos.
Continúo el paseo, pero enseguida me percato de que mi vigilancia previa a la meada no ha sido completa. Me invaden ciertos picores en los bajos que me hacen sospechar que me he guardado algo que no es mío.
Miro y ¡qué veo!... una enorme rojez que se inflama por momentos. Vuelvo unos metros, presto atención al lugar donde ejecuté la placentera meada y puedo observar con claridad varios ejemplares de mosquito tigre revoloteando.
El picor se afianza y progresa de forma importante. La mañana parece que ha dado la espalda a mi suerte, o al contrario ¿qué más da?.
Cuando llego al médico del pueblo más cercano, un señor de avanzada edad, con bata color de rosa (la habrá lavado con el jersey de su mujer), lentes redondas en la punta de la nariz y una sonrisa de pillín que invita a jugar al mus, me atiende en la puerta de su consultorio.
Pase, pase. ¿Qué le pasa hombre de dios?...
Pues mire doctor, me parece que me ha picado un insecto en la entrepierna y…
¡Ala! Súbase a la camilla y descúbrase.
Cuando el médico ausculta el órgano afectado y valora lo ocurrido, tras preguntarme si sé qué es lo que me ha picado para ponerme así, le contesto que tengo casi la total seguridad de que ha sido un mosquito tigre.
El hombre, que es la primera vez que ve algo semejante, me mira con atención y me dice: Mire usted, yo le voy a recetar una pomada y unas pastillas que le bajarán la inflamación en unas horas. Si quiere puedo incluso inyectarle y puede incluso acelerar el efecto. Pero no había visto nunca nada similar y creo que a todo hay que verle su parte positiva.
Y continuó ¿dónde podría yo encontrar ese mosquito que Vd. dice?. Y fue entonces cuando su cara de pillín se iluminó de forma importante. Su frente se arrugó aún más y sus ojos amenazaban con salirse de las órbitas.
Yo me quedé mirándole unos segundos y no pude evitar que una risa que acabó en carcajadas resonara en todo el consultorio.
Médicos así es lo que necesita la sanidad en todo el mundo: con batas color de rosa y con soluciones fáciles para todas las enfermedades.
¡Salud!
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