Sí. En mi pueblo siempre ha habido un Ministro de Trabajo. Y eso que es un pueblo pequeño, lo que no impide que hayamos tenido siempre la citada autoridad.
Verán, se trata de que algo que hoy es bastante frecuente, en mi pueblo ya existía hace muchos, muchos años. Pues había un hombre casado, con hijos, cuya mujer trabajaba en un puesto de responsabilidad conocido por todos (en los pueblos se sabe todo), pero que nunca había trabajado, ni nunca trabajó.
Al hombre se le veía pasear, platicar con la gente e ir de un lado para otro, pero sin trabajar. Y no es que estuviera impedido, no. Al menos que se sepa (y en los pueblos se sabe todo). Y así permaneció hasta que su mujer se retiró y, ya con los hijos emancipados, ambos continuaron con su vida. Pero él sin trabajar.
Y lo de Ministro de Trabajo es que, como también en los pueblos, o al menos en el mío, casi todo el mundo tiene su apodo o sobrenombre, pues éste no iba a ser menos, y se le bautizó con el de Ministro de Trabajo.
¿Y para qué tanto rollo sólo por eso?, nos podemos preguntar.
Y ahí va la respuesta: pues porque ese hombre a penas encontraba con quien platicar, con quien compartir una partida de cartas o de dominó, ni con quien cultivar una amistad.
Se le aceptaba, sí. Pero un poco a regañadientes y después de que fuera habitual verlo a todas horas para aquí y para allá. Después de que se convirtiera en parte del paisaje.
Y no era, que se sepa (y en los pueblos se sabe todo), ni traficante de drogas, ni de armas, ni defraudador, ni nada parecido. Pues de haber sido así, hubiera contado con buenos recursos y, seguro que en ese caso, sí que hubiera sido aceptado socialmente y cultivado amistades.
O, sino, miremos a nuestro alrededor.
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