Ayer había decidido bajar a correr al río,
cuando el sol se llevara la humedad de la noche. Me levanté pronto, como
siempre, y desayuné de forma ligera, para no defraudar los consejos de García
del Moral, que me dice que no salga sin tomar nada.
Mientras hacía tiempo me conecté al correo
y allí encontré un mensaje de César que decía que saldría esa misma mañana ha
hacer una carrera por los montes de Serra. No decía nada de hora, sólo que
serían 14 kilómetros y poco más de una hora. Contesté preguntándole cuándo
pensaba salir, por la misma vía y con un SMS, pero no contestó, así es que
seguí mis preparativos.
Cuando estaba a punto de salir, me llamó
para decirme que saldría cuando yo llegara.
Ir con César es siempre una aventura; una
aventura agradable, con sorpresas incluidas, además de una experiencia
excitante porque a veces te da la impresión de que ni él sabe lo que va a hacer
a continuación. Nada más lejano.
Vayamos donde vayamos, al final habrá
material para escribir un relato, cuya amenidad está garantizada, al menos en
lo que respecta a él, y no digamos si la ruta precisa de ir con mochila; en ese
caso da para una novela, porque la mochila de César es una caja de sorpresas
que se abre y se cierra cada dos por tres.
Por todo eso, por la amistad que me une a
él y porque tenía unas ganas locas de salir a la montaña, me encaminé a Serra
sin dilación.
Tras un breve calentamiento salimos al
monte a un cuarto de hora de la una. El sol calentaba. Íbamos ligeros de ropa y
de equipaje, aunque cogió una pequeña mochila. Me detalló varias veces el
recorrido, nombres de los picachos y de las sendas inclusive, pero no hice
ningún esfuerzo por aprenderlo. Llevaba el GPS y lo había conectado por si
quería repetirlo algún día.
La ruta fue de una dificultad media,
salpicada de un par de escaladas cortas. Lo que es correr lo haríamos en algo
más de la mitad del circuito, el resto , por ser de pendiente excesiva, tanto
de subida como de bajada, nos conformamos con caminar.
Pasamos cerca de Rebalsadors y disfrutamos
de buenas vistas a pesar de que había brumas en la lejanía. Fue fácil
identificar el Montgó, el Bernia, el Benicadell, incluso se podían adivinar las
Columbretes.
Durante las casi dos horas de marcha apenas
tropezamos con nadie: una familia de tres, con perro, cuatro jóvenes andando y
un señor en bicicleta de montaña, al pasar por una posta forestal.
Pero contar esto así, como lo acabo de
escribir, no refleja en absoluto lo vivido.
A ver si soy capaz de expresarlo con
ejemplos. Fue como abrazar a un amigo y sentir que ambos corazones laten al
unísono. Como mirar a los ojos a una mujer y tener la certeza de que los dos
pensáis lo mismo, más aún si lo confirma una sonrisa emboscada.
Ir con César de excursión es repetir la sensación que tuvimos de niños
al desgarrar por primera vez un papel.
El sábado fue un día muy especial.
Irrepetible. Gracias César.
Lástima que el GPS no grabó la ruta.
Tendré que leer de nuevo las instrucciones.
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