Paco era un hombre libre. Pero no libre en el sentido habitual de la
palabra, no. Paco era libre hasta ese punto en el que la libertad da miedo a la
inmensa mayoría de los seres humanos.
Su profesión era la música y a ella dedicaba todo su esfuerzo y toda su
pasión.
Dirigía, componía e interpretaba. Era muy conocido y valorado. Allá
donde había un acontecimiento en el que podía participar y con el que podía
enriquecerse y disfrutar, allí estaba Paco.
En su casa, su compañera y toda su familia sabían que podía desaparecer
sin avisar y tardar días o semanas en volver. Cuando regresaba lo hacía como si
nada, como si sólo hubiera estado ausente unas horas.
Nunca comentaba de donde venía ni qué había hecho, del mismo modo que
no había informado antes de marcharse.
Todos aceptaban así a Paco, y así fue mientras vivió.
Pero su comportamiento, con ser especial y posiblemente único, no tiene
parangón con lo que fue sin duda la anécdota de su vida, nunca mejor dicho.
Un día, comenzó a notarse un extraño olor a gas en el garage de la
finca en la que vivía. Mandaron revisar las cañerías y todo estaba bien, pero
el olor persistía, incluso se incrementaba por días; así es que finalmente,
decidieron sacar todos los coches de los aparcamientos con el fin de realizar una
limpieza exhaustiva.
Con todos los coches fuera se dieron cuenta de había uno que nadie
había retirado. Fueron a inspeccionarlo y era el coche de Paco.
Al volante estaba Paco. Paco había sufrido un infarto allí mismo hacía
varias semanas y su cuerpo estaba en estado de descomposición, despidiendo un
hedor que inundaba el garage.
Una vez que el forense hizo su trabajo, la limpieza del garage se
prologó durante varios días. Lo que no me dijo su hijo es si pudieron
finalmente vender el coche.
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