Me levanté temprano para ordenarlo todo. Fue un día largo
y duro en el que trabajé como nunca: jardín, piscina, patio y no sé cuantas
cosas más. Luego fui a la cocina y preparé la comida.
Valió la pena. Nadie me incordió y eso es de agradecer;
aunque desde sus reposos mis métodos fueron cuestionados, chocaron contra mi
sordera voluntaria.
Sentados a la mesa, en silencio, compartimos el resultado
del último trabajo con cierto placer hasta que alguien frunció el ceño, dio un
salto y corrió a la cocina volviendo con sal para sazonar la ensalada mientras
magullaba algo ininteligible (cuando alguien magulla cosas ininteligibles, no
preguntes que no hay premio).
Toda una enseñanza. Allí aprendí yo la importancia de la
sal. Y eso fue exactamente lo que hice grabar en su lápida “SAL”, pero como el
marmolista es amigo y me hizo un precio especial, añadí “Si te atreves”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario