El
sexo es la única vía que tenemos los humanos para afrontar la inmortalidad.
Sí,
incontestablemente.
Pero
a ese mismo ser humano se le adornó la unión sexual con placer para que no
abandonara la práctica y, en consecuencia, desapareciera.
Hasta
ahí, bien.
Luego
van y aparecen las neuronas. La primera se sitúa en la cabeza y es cuando
piensa que puede beneficiarse de ese placer, pero evitando la procreación que
tantos problemas acarrea. Elabora una estrategia y, cuando ya la tenía lista,
va y aparece una segunda neurona que viene a aguar la fiesta porque se sitúa en
la pelvis.
El
conflicto está servido.
En
tal situación, para gozar de placer y no procrear, ya no basta con que dos
neuronas, una de cada uno de los participantes, se pongan de acuerdo (me gusta
más decir “resuenen”), ahora hace falta que resuenen nada más y nada menos que
“cuatro neuronas” de dos seres diferentes. Para mayor complicación ninguna
conectada entre sí.
Con
el tiempo, otros inventos han ayudado, por ejemplo el gin-tónic y cosas
parecidas, pero como las dichosas neuronas se aburrían, se pusieron a pensar en
otras cosas (no entiendo como no tienen bastante con el sexo), y elaboraron el
concepto de “propiedad”.
A
partir de ahí, el gin-tónic perdió casi toda su efectividad y hubo de
recurrirse a otros estimulantes más fuertes, pero que tienen el inconveniente
de que si se abusa de ellos duermen a la neurona sub-umbilical, con lo que
hemos hecho un pan como unas tortas.
Hay
que hacer algo cuanto antes, pues si no se prescinde pronto de al menos una
neurona (mejor la supra-umbilical), no sólo está en peligro la perpetuación de
la especie, sino también más de un chiringuito que vive de toda esta
parafernalia.
Quiero
acabar haciendo un llamamiento a la concordia y a la amistad, porque sin ir más
lejos, las amigas también “ponen”.
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