Él había pasado la siesta, larga siesta, durmiendo junto a la piscina.
Cuando ella le despertó para avisarle de que faltaba poco más de una hora para el desfile, aún sintió en su paladar el amargor del té de Ceilán con que había rematado la comida.
No tardó en estar listo. La tarde era calurosa pero ligera, así es que se vistió de su color favorito. El blanco. Incluso se permitió coger un sobrero al tono.
Ella lo hizo de negros trasparentes. Yin-yang, el equilibrio zen.
Durante el desfile, él dejó volar sus sentidos de aquí para allá. Como siempre. Unas veces se detenían en los apretados morros de las modelos. ¿Por qué estarán tan serias? Se preguntaba siempre; otras en el movimiento nervioso de sus pezones, libres bajo los exclusivos trapitos. ¿Por qué taconearán con tanta fuerza, cruzando los pasos? Otra pregunta repetida. Y, por instantes, gozaba tanto de fugaces penetraciones como de penetraciones lentas.
Mientras, ella dejaba vagar sus ojos y cambiaba de postura una y otra vez, pendiente del fotógrafo que había al otro lado de la pasarela. Se sintió húmeda y un escalofrío corrió por su espalda.
Nada diferente a cualquier otro desfile de modelos.
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