sábado, 3 de octubre de 2009

La realidad tal como es

Puso la correa al perro, cogió el móvil y el paquete de tabaco y abrió la puerta del unifamiliar. Como cada noche sintió la bofetada del aire de la calle, cerró tras de sí y bajó los escalones.
Fue tirando de la correa del perro hasta estar lejos de su portal, pues no quería que el chucho se cagara tan cerca, luego le soltó el enganche y lo dejó que correteara por el parque infantil, mientras apuraba un par de cigarrillos y daba vueltas a lo acaecido durante el día.
El taller iba bien aunque para ello tuvieran que trabajar 10 ó 12 horas al día; sus cinco trabajadores lo hacían bien. Le había costado enseñarlos pero al final lo había conseguido.
Dos de ellos eran inmigrantes ilegales y les dejaba dormir en el almacén, junto a los aseos. Allí tenían de todo y estaban mejor que en su país. Y si no que no hubieran venido.
En seguida empezó a darle vueltas a la planificación del día siguiente. Lo primero que tenía que hacer era ir a hablar con el maestro de su hijo, pero eso lo tenía chupado. Se iba a enterar ese intelectualillo de mierda.
Luego pediría un camión para que se llevaran las 200 puertas del último pedido, que ya estaban acabadas. Les había advertido que sólo podía facturar la mitad, pues el resto de la materia prima se la habían pasado bajo mano, era de un incendio. Por eso hacía el precio que hacía.
En esas divagaciones acabó el último pitillo, llamó al perro y volvió a descansar.
Al día siguiente, arrancó el todoterreno (se sentía muy bien cuando oía el ruido de su potente motor) y se dirigió al colegio de su hijo.
Llegó diez minutos tarde a la reunión con el profesor; sabía que estaba allí porque tenía su bicicleta aparcada junto al pino de la entrada, así es que repasó mentalmente lo que quería decirle.
Abrió la puerta, entró y allí estaba el tal profesor, con su sonrisa seria y un montón de folios garabateados delante. Pero la entrevista fue muy breve.
"Buenos días. Mire Vd. yo traigo aquí a mi hijo para que le enseñen, que educarlo ya lo educo yo. Así es que de ahora en adalante, ni una palabra de que los emigrantes son personas, de que los negros y los moros son como nosotros, y mucho menos de todo lo que tenga que ver con el sexo. ¿entendido?. Vamos que Vd. no hace a mi hijo un rojo porque no me sale de los cojones.
Y si tiene algo que decir contra mí, va y se lo cuenta al director, que él le dirá. Porque yo contribuyo con este colegio como nadie. Hace 4 meses le puse todas las puertas gratis y la capilla la he pagado también yo, y el director lo sabe y ahora Vd. también.
¿Algo más?"
Dio un portazo y se fue. Cogió el coche y salió a toda velocidad, al tiempo que llamaba por el móvil al del transporte, y enseguida a Gil para que le esperara esa tarde. La tenía libre y se sentía fuerte como un toro.
Luego pensó: "Gracias a mí y a otros tantos como yo funciona el país, así es que no voy a permitir que nadie lo cambie. En eso si que estoy (estamos) dispuestos a jugarnoslo todo."

La felicidad

"EL HOMBRE NO ESTÁ diseñado PARA SER FELÍZ, SI NO PARA LA SUPERVIVENCIA"
Si esta afirmación tiene una parte de certeza, y yo creo que tiene mucha, lo que llamamos felicidad se reduciría a algunos momentos o instantes más o menos prolongados, basados en sensaciones, descargas de adrenalina, o de cualquier otra "ina", y nada más.
No a un estado prolongado.
Cuando alguien dijo la frase en una sobremesa familiar, me guardé la idea y la reflexioné después durante mucho tiempo, llegando a la conclusión que acabo de expresar, con bastante satisfacción por mi parte.
Desde que el ser humano habita el planeta, su principal preocupación ha sido sin ninguna duda la supervivencia. Sólo en los últimos años, una parte de esos habitantes han sentido que no tenían nada que temer, fruto de una buena dosis de estupidez, y de un sistema socioeconómico de organización cuyo juicio me guardo para otra ocasión, y se han dedicado a buscar y preguntarse por la felicidad.
Esa conducta los ha vuelto más vulnerables y menos conscientes de su verdadera misión en la vida.
En resumen: más estúpidos. Cualidad que por cierto no tiene límite superior, y a diferencia de otras como la inteligencia, ésta puede incluso tender al infinito.
De esta guisa, el llamado ser humano, de cuyo género participo, queda a merced de sus semejantes, individual y colectivamente; así como de las innumerables trampas que se elaboran con el fin de dominarse unos a otros. Lejos, muy lejos, de su mensaje genético y de su natural condición.
Lástima que, en un alarde de superación, además del mentado error, también se olvide de que es finito.
¡Alea jacta est!