martes, 15 de junio de 2010

Se me ocurre

Un supuesto sencillo. Un pueblo en el que viven dos familias que cultivan patatas y otros pocos más. Allí se comen patatas, pero con las que cultiva una de las familias comen todos. Así es que la guerra de precios puede llevar a que las patatas sean gratis y ninguna de las dos familias pueda subsistir.
Así es que interviene la autoridad y pone un precio a las patatas que permita que las dos familias vivan... si venden las patatas, o son aún más lúcidos y las subvencionan. ¡Qué genialidad!
Y ahí aparece el segundo problema, vender todas las patatas que se producen, el cual se resuelve haciendo que los "comedores de patatas" (si Vincen Van G. levantara la cabeza), una vez han acabado de comer, vomiten y vuelvan a comer... patatas. Así, todos contentos y la vida sigue.
Quizá para entenderlo tendría que haber puesto en el ejemplo coches en vez de patatas, o teléfonos móviles u ordenadores, o quién sabe qué; pero vamos, cosas con las que a diario sí que se hace lo que digo.
Ese, resumiendo, es el sistema económico que nos envuelve, que nos hace cada vez más "esclavos felices" camino del progreso infinito. Progreso en la esclavitud, claro.
Y tan contentos.

lunes, 14 de junio de 2010

Rosario

Rosario nació en un pequeño pueblo blanco de Al-andalus, clavado en una grieta de la sierra y con la mirada puesta en el cercano mar, esperando ver pasar de nuevo las galeras de Dragut.

Nada fue en su vida diferente hasta que llegó a esa difícil edad en la que, en su tiempo, las mujeres que no se casaban tenían que vestir santos. Y aunque ella piensa que vale más vestir santos que desnudar borrachos, no puede evitar que el trauma se haya adueñado de parte de sus días, y todavía hoy.

Por eso, desde hace años, asiste a todas las ceremonias matrimoniales que se celebran en su pueblo.

Para ellas, Rosario se arregla como si fuera la protagonista, pero con discreción. Consulta con un espejo de cuerpo entero que tiene en el dormitorio, que apenas le devuelve la mitad de su figura porque el tiempo le ha robado el reflejo del fondo.

Pone en su cara la mejor de las alegrías andaluzas y es tempranera en la ceremonia, para coger un sitio preferente.

Rosario sigue con atención todo el rito y, cuando el celebrante pregunta a los contrayentes si se quieren el uno al otro, su corazón se desboca, como si no hubiera aprendido de ocasiones anteriores. Siempre espera que ahora sea diferente. Que esta vez sí.

Toma aire, se concentra y, cuando oye la pregunta de “¿quieres a … por esposo y marido?”, Rosario lanza su frase de siempre. Con fuerza. Sin que suene como un grito, pero todos la oyen y ya no giran la cabeza ni se sobresaltan. Es Rosario, como en cada boda.

Rosario dice “si no lo quiere pa’ mi”. Luego, también como siempre, una lágrima rueda por su cara lentamente, como si no quisiera caer al suelo, arrastrando parte del maquillaje.

Rosario se queda hasta el final, y cuando el lugar queda vacío, va a la trastienda y pregunta si hay que vestir a alguien.

lunes, 7 de junio de 2010

Somos cautivos de nuestros actos libres

Y por ello, si tenemos la oportunidad, o la obligación social o moral, de ayudar a un ser humano a orientar su conducta, es bueno que sepamos que, en la sociedad occidental de finales del siglo XX y principios del XXI, para integrarse en ella, hay unas normas de educación y respeto que debemos de seguir y hacer cumplir.

Poniendo especial cuidado en los siguientes puntos:

1.- El consumo desordenado. Tener todo lo que se desea, ahora y ya, no contribuye a formarse una personalidad y una conducta responsable, conocedora de que todo tiene un coste social, económico, incluso ecológico, por lo que es necesario merecerlo, por decirlo de forma sencilla, aunque podríamos ser más concretos según qué casos.

2.- La libertad de acceso tanto a lo que es bueno para nuestro desarrollo y para la salud, como a otras sustancias, autorizadas o no, que aún resultando perjudiciales pueden estar fácilmente a nuestro alcance, supone una gran responsabilidad, necesidad de conocimiento y fuerza de voluntad, para evitar caer en un consumo desordenado o incluso en el caso de las drogas simplemente en su consumo. Y me refiero a drogas de todo tipo, tanto las aceptadas socialmente como las prohibidas.

3.- El retraso en la edad para la asunción de responsabilidades de los niños, que se está produciendo desde hace ya décadas en el mundo occidental, con el consecuente alargamiento de la niñez, ha supuesto la aparición de un período demasiado largo en el que los niños, ya no tan niños, pasan largos períodos de tiempo ociosos, lo que supone un riesgo importante a la hora de orientar su conducta, salvo excepciones en las que el deporte u otra afición los arrastra a ocupaciones más que deseables para su desarrollo y su futuro.

4.- Las exigencias socio-profesionales ocupan a los padres, responsables de la educación de los más pequeños, casi la totalidad de su tiempo, sin dejar apenas tiempo para la imprescindible relación que precisa la labor de transmisión de los valores necesarios para una integración social sin traumas.

5.- La falta de roles claros y de una pirámide de autoridad sólida y evidente en casa, así como también en ocasiones el resquebrajamiento de la imprescindible unidad total de criterio entre los padres, abre grietas e inseguridades que deterioran la seguridad del niño y lo empujan a comportamientos erráticos y rebeldes.

6.- La sociedad ha perdido el objetivo principal de toda educación humana: crear conciencia, desarrollar un fuerte código moral acerca de lo que está bien y lo que está mal. La conciencia, el sentimiento de responsabilidad y de culpa vinculado a un desarrollo pleno de las emociones morales, ha pasado de moda, considerado “obsoleto y trasnochado”. Y de esta manera hemos cometido un grave error.

[Tomado parcialmente del Profesor Vicente Garrido Genovés]

jueves, 3 de junio de 2010

Pasar página

Estaba ante ella como cada día, su erotismo, ilimitado no hacía mucho, comenzaba a desmotivarme por habitual.

Conocía su cuerpo milímetro a milímetro, ya no había sorpresas por descubrir. Sus pechos naturalmente firmes, donde siempre dirigía mi primera mirada, lucían una espléndida aureola marrón oscuro, que contrastaba con el redondo dorado del resto.

Luego paseaba la mirada por el resto de su cuerpo. Las piernas largas acababan en un culo proporcionado y suficiente que giraba al llegar a la cintura para descubrir el nido de la entrepierna parcialmente depilado. Ofrecido con un deseo permanente a mi mirada curiosa.

Las manos siempre me sorprendían. Hay una obsesión permanente en mi por las manos. Dónde están posadas. Cual es su gesto. Qué hacen o indican que van a hacer. Las manos son la pesadilla de los pintores, que las eluden por inspiradoras de su fracaso, y también para mí, como sujetos activos del erotismo. Son las responsables del éxito. Pueden hacer que vueles lejos de la realidad, casi siempre cuestionable.

Como alas, en apenas segundos, te transportan a otro lugar y a otro mundo sin que tengas que moverte ni un centímetro.

Sus manos, las de ella, en actitud receptiva, prometían el éxtasis.

Al final, me detenía en el gesto, en la mirada. Sus ojos y su boca, tan familiares como deseados, habían arrancado la más profunda sexualidad que jamás pudiera yo imaginar. Habían sido tantos momentos de goce, de placer, que aún resultándome ya familiares, me revelaban algo nuevo cada vez.

Hasta este día.

Cansado y casi con lágrimas en los ojos, la oculté tras la siguiente página para acabar de masturbarme con otra diferente.

Lunares

No se valorar cómo he disfrutado más con el sexo. Si en el momento de la relación. Larga o corta. Con las caricias de los preliminares o con los besos y el relax final, tendidos boca arriba y la mirada puesta en el infinito zenital.

Sí que cuando encuentro a la persona, de forma casual, con la que he compartido esos momentos, un extracto del pasado nos acerca y nos une a través de la mirada, de la posición de nuestros cuerpos, de una sutil atracción que parece querer evocar o repetir aquellos momentos.

Ayer fue un día de esos. Después de mucho tiempo la vi de espaldas. Su caminar. El movimiento de su pelo recogido en cola de caballo. Era ella.

Quise alcanzarla y lo hice lentamente para disfrutar aún más del encuentro. Nunca he sido impaciente. Ahora menos aún.

Pasaron varios siglos de placer inmenso hasta que llegué a su altura y rocé con mi brazo el suyo.

Volvió la cara con gesto serio, preocupado. En pocos segundos había recobrado la sonrisa. Una sonrisa que parecía traer de tiempo atrás. Que aunque no se correspondía con el momento, aún recordaba.

No nos dijimos nada. Continuamos caminando juntos mucho tiempo, aunque a mi me pareció un suspiro. Luego se paró. Nos paramos.

Ya frente a frente la miré por dentro. Esa mirada que sólo se puede hacer cuando conoces a una persona y le miras fijamente a los ojos durante mucho tiempo.

La suya se tornó acuosa. Sus lunares eran ahora verrugas y su pasión resignación.

La abracé. Nos abrazamos. Bajó la vista y siguió su camino. Yo me quedé mirando sus andares. El vaivén de su cola de caballo. Eso no había cambiado nada.

Varios metros después se volvió y me envió un beso con la mano.

Yo le respondí al saludo de despedida y me quedé maldiciendo a quien ha transformado sus lunares en verrugas.