martes, 6 de marzo de 2012

Persiguiendo a Ulyses por el Olimpo


[La célula disidente de un grupo expedicionario próximo al ejército clandestino de PV (léase Pancho Villa), llega a la antigua Grecia con el objetivo secreto de tomar el Olimpo, aprovechando las fiestas de Carnaval.]

Hemos elegido cuidadosamente la estación, el mes y el día, para que el viaje sea un disfrutado fracaso; y como tal nos aprestamos a vivirlo.

Para entrenamiento de nuestros sueños mitológicos, nada más iniciar el viaje, un pasaporte toma prestadas las alas de Pegaso y vuela delante de nuestras narices rumbo a un paraíso fiscal.

Gracias a la rápida reacción de la policía se le captura escondido en un aparato listo para despegar hacia Suiza.

Pero eso no consigue mermar nuestros ánimos, así es que decidimos perseguir a Ulyses, guiados por un GPS, que (¡Horror!) ha programado en secreto el traidor minotauro (el del laberinto), para que nos aleje del Olimpo, con una u otra escusa placentera.

Encandilados por sus mensajes, partimos a catalogar varios centenares de piedras milenarias (grande, pequeña; yin-yang). Poco después nos dirigimos hacia el sur a pedir consejo a las sirenas y, de paso, comer pescaíto frito; lástima que intervenga el dios del fuego y nos lo sirvan casi carbonizado.

Morfeo nos alcanza junto al Egeo dándonos un respiro. Al despertar nos trasladamos a teatros desgastados por las obras de Eurípides, Sófocles y Esquilo, pero Efevo se chiva y no dura mucho el sueño.

Rumbo de nuevo hacia el norte, el malvado GPS se afana en retorcer la carretera entre las abundantes montañas del Peloponeso que, de entrada, nos obsequian con una pasarela de más de un metro de nieve a uno y otro lado, lo que condiciona la llegada al siguiente destino. El frío nos traspasa los huesos y nos deja una risa nerviosa y perenne, gracias a la cual, interpretada como gesto de buena vecindad mediterránea, encontramos donde dormir, aunque sólo por una noche.

A la mañana siguiente, tomamos un coqueto tren cremallera para subir no sé dónde, que luego resulta que baja (¡Ay Penélope, Penélope!, que no queremos desposarte, no seas cruel con nosotros).

Como tenemos aún “in mente” el sabor carbonizado del pescaito, probamos ahora con la carne y con los dulces. Pero “Arkinano” el dios de la cocina, ha puesto en ellos leche del centauro Quirón, lo que hace que sucumba el primero de los guerreros, a causa de sus debilidades terrenas.

La noche se hace larga en el nuevo laberinto que nos pone ahora a prueba. Desde lo alto, Casiopea, las Osas y Pegaso obligan a que el ahora “guerrerito” (tirando a “piltrafilla”) devuelva todo lo que se comió, mientras contemplan a los demás, desconcertados, errantes y sorprendidos de no encontrar vida en tan largo tramo. Buscamos desesperadamente un oráculo.

Pero el GPS (nuevo dios de la tecnología) que no descansa, retuerce aún más si cabe la ruta obligándonos a esquivar vacas sagradas, saltar sobre los corderos bíblicos y apartarnos de los derrumbes de unas montañas por las que nadie, desde el emperador Adriano, había transitado. Sesenta kilómetros en 4 horas es… ¡Todo un record! (las tortugas nos adelantaban por la izquierda).

Todo esto añadido a tener que superar a cada paso la dificultad de un alfabeto alejado del que nos dejaron los fenicios, no siempre traducido igual y con profusión de repetición de nombres. ¡Por Júpiter! la torre de Babel ha venido también a nosotros.

No contentos con esta estratagema, los dioses, aprovechando la turbación del grupo, se afanan en esconder nuestras pertenencias. Ya en los armarios de los hoteles, ya en cualquier hueco que encuentra a nuestro paso.

Así las cosas, por democracia directa y tras varias horas de deliberación, decidimos ir a meditar (de ayuno hemos cumplido sobradamente) a los monasterios de Meteora, para ver de apaciguar estas iras tan perversas; pero el resultado es pobre y breve. ¡Tenemos una ensalada de dioses!. Parece que éste (el de Meteora) no tiene mucho que ver con los que antaño dominaron estas tierras, y que aún siguen presentes.

Apenas recuperados de estos contratiempos, el grupo sufre un ataque “brutal”; máscaras y drag-queens se precipitan sobre la noche ayudadas por la fuerza de Eolo (alguien abrió el odre de los vientos mientras dormíamos), y sus compinches los nuevos dioses de la lluvia (goretex) y la nieve (yeti), hacen que, de nuevo, tengamos que emprender la huida hacia el sur.

Un “casto sueño” nos revela el paradero donde se encuentra lo que los dioses nos han ido escondiendo por el camino, y el GPS nos da un pequeño respiro; a decir verdad, demasiado pequeño. De no ser así, ¿quién sabe dónde podríamos haber recalado? Quizás en Verjoyans, si es que no estamos ya allí a juzgar por el frío que hace; que no hay que infravalorar los poderes de estos inmortales.

Así las cosas, volvemos a las cariátides con musaka y al cafetín de Plaka, no sin que, aquí también, se nos hielen todas las puntas del esqueleto, partes blandas y cartílagos incluidos.

La nieve y varias jaurías errantes están esperándonos junto al Partenón (¡es que no descansan…!). No quieren desaprovechar la ocasión “única” de obligarnos a huir. Digo única, porque toda Grecia sabe ya que somos los “únicos” extranjeros en este momento en el país.

Pero ellos, ni el país ni sus habitantes, se merecen el “brutal” clima que ahora tienen (el atmosférico tampoco, menos cuando estamos al final del invierno). Si ha sido por nosotros podrían habérselo ahorrado…

No hemos encontrado a Dyonisos en su templo y nuestro “guía” (GPS) ha sido confundido por los cantos de las sirenas de las montañas.

No han entendido que hemos venido en son de paz… Aunque, quién sabe si nos han confundido con Alsacianos, Renanos, por la talla de algunos de nosotros, o Sajones (aquí no se me ocurre nada que se pueda escribir… siguiendo criterios de decencia).

Así las cosas, y puesto que “Kronos” no para nunca, optamos por volver (VOLANDO), deslizándonos poco a poco hacia el oeste de nuestro “mar de siempre”, sin dejar de sufrir hasta el último momento el ataque despiadado de “Alta-la-maya” (la diosa del escondite) y sus cómplices.

Como castigo, dejamos al malvado GPS haciendo penitencia y espinando sus culpas en el parking de un solitario aeropuerto. Pero  lo recibimos después con gusto tras su arrepentimiento y una vez cumplida la penitencia.

¡Volveremos! (no es una amenaza)… a llamar a la puerta de los dioses del Olimpo, pero antes nos aseguraremos que han entendido que es una visita “amiga”.

El viaje nos deja un recuerdo inolvidable de ayuno y castidad, también un “Master en piedras” y grandes dosis de cultura, de amistad, de buena gente, de solidaridad, de fuerza para superar las adversidades; y como siempre de enseñanzas humanas.

Hemos aprendido a esquivar vacas sagradas en la carretera, a cómo insultar a un GPS (¡Caldoso!), también a ignorarlo (gracias a lo cual logramos volver), a conducir haciendo lo contrario de lo que dicen las señales de tráfico, para no desentonar con los nativos, a pedir descuento en los tickets con el carnet de la “Internasional Federasion de Montain” (y conseguirlo), y hasta hemos aprendido que los viajes son una escusa para poder después contarlos ¡Como todo! (bueno, casi todo).

[A Estelia, Josep y Caesar: Thanks “I miss you”]



NOTA: Traducción del griego realizada por “Pericles el de los palotes”©