lunes, 5 de diciembre de 2011

Todo un logro... SANITARIO

Han abierto una tienda de Mac en la calle Colón. Fue el sábado, o sea antesdeayer, y yo pasé anoche sobre las 8 y media de la tarde aunque, a punto de alcanzar el solsticio de invierno, ya era más que de noche.
La tienda ocupa un edificio recién restaurado, frente a unos grandes almacenes. Estaba a rebosar de gente que tocaba y tocaba las pantallas de los diferentes “i’s”.

Yo saludo con agrado los logros tecnológicos, pero desde que aparecieron las pantallas táctiles mucho más. Sí, a las pantallas táctiles les estoy enormemente agradecido. Y explicaré porqué.

El ser humano, casi en general, tiene necesidad de hacer cosas con los dedos y desde que los trabajos son menos manuales había un déficit importante en ese sentido. Por ello, los ocupaba en pequeñas labores que no beneficiaban demasiado a la salud. A saber: sacarse mocos, quitarse legañas, hurgarse en los oídos, apartarse las boceras de las comisuras de los labios, limpiarse las uñas; incluso, a veces, hasta otros menesteres por debajo de los pantalones (o quien sabe si también la falda), tanto por delante como por detrás.

Esto ahora ha quedado (casi) totalmente eliminado, al menos a la vista de los demás.

Ahora se toquetean sin descanso las pantallas táctiles de los móviles, de las tabletas (¿se llaman así?) o de cualquier artilugio que se tiene a mano (que siempre se tiene alguno); se hace mientras se espera que el semáforo se ponga verde, entre cliente y cliente, en la cola del supermercado, o del banco, o del lugar que sea. Incluso andando por la calle, ¿por qué no?. Y esto es bueno para la salud, sobre todo si la profesión de la persona que entretiene así los dedos está relacionada con la hostelería o directamente con la sanidad.

Sí, señoras y señores, un gran logro de la tecnología en beneficio de la sanidad al que quiero rendir homenaje.


lunes, 24 de octubre de 2011

La tardor del ruiseñor (Mas de Roncales)

Llegamos a borbotones 24 primaveras a compartir la alegría del recibimiento. En el grupo, como ya es habitual, las mujeres doblaban a los hombres (quiero decir que había más, que no haya confusión, pues de momento es sólo eso); yo lo atribuyo a que el fútbol femenino no ha cuajado en el país (o qué sé yo ahora…).

El ambiente: muy bueno, gracias a la cerveza y al vermú de Aragón.

Como primera etapa, Maribel nos situó, ayudada por una proyección de plantas, árboles y setas, tan buena que incluso nos abrió el apetito. Aprendimos a diferenciar los colores: verde, marrón, azul, rojo y algún otro. Lo de arriba y abajo, delante y detrás ya lo habíamos practicado al repartirnos las literas.

Tras la cena, en “petites” tertulias arreglamos todo lo que se puso a nuestro paso, cual taxista experimentado en distraer al pasajero tomando la ruta más larga. Con la renovación de neuronas para nosotros todo era nuevo. Recordamos nuestros últimos viajes omitiendo lo malo; los viajes astrales los dejamos para un poco después. Al fin y al cabo sólo se trataba de olvidarnos del día a día, y lo conseguimos.

Luego dormimos todos juntos como espíritus asexuados. Para mí eso fue lo más aburrido. También dormir.

La mañana siguiente: el sueño había sido tranquilo y a penas hecho honor a lo que sugiere el nombre del lugar: un solo de trombón interpretó varias veces una partitura de música contemporánea, y alguien desde el otro extremo intentó hacerle el coro con timidez. Vino bien para cambiar de postura, no fueran a dormirse las manos.

A las siete, el cielo estaba limpio. En el horizonte comenzaba a aparecer partido por la estela del pasillo aéreo de la costa. Acabada la hora mágica volví al Mas para evitar el enfriamiento del despunte del día.

Contemplar el desayuno me transportó al cine clásico: Buñuel y Monty Pyton sobre todo. Pero estaba tan bueno… y de alguna forma había que compensar apetitos no satisfechos…

El sábado salimos sin sospechar lo que nos esperaba. No importa que la ruta se haya repetido varias veces. Cada vez es diferente. Esta vez buscábamos setas.

Nueve horas de caminata, con la correspondiente parada de mediodía y alguna que otra paradita, nos recuerdó que somos humanos. Más de 900 metros de desnivel y 19 kilómetros; un poco más para quienes hicieron (hicimos) cima en la Penya “Llepola” (1.200 de desnivel y 22 km). Pero en la montaña todo esfuerzo vale la pena y es recompensado. Ese día con el cansancio y al siguiente con unas agujetas “del carajo”, que diría un gallego.

También hubo quien se aventuró en bicicleta. Su esfuerzo fue compensado con un  clamoroso recibimiento; aunque, a juzgar por lo fresco que llegó, habrá que investigar si se ayudó de alguna energía alternativa o, lo que no sería tan sorprendente, que fuera dopado.

A lo largo de la ruta, los que no miraban exclusivamente al suelo (o sea casi nadie) practicaron la charla de Maribel del día anterior, produciéndose algunas discusiones sobre el color de los pinos (hubo incluso quien aseguraba que son verdes. Habrá que repasar los apuntes…) o sobre si las setas no comestibles debieran de estar rotuladas. A la hora de comer, para evitar riesgos, todos nos tomamos el bocadillo que llevabamos. Hay que ir a lo seguro.

A la llegada al Mas, ocaso cerrado, fuimos recibidos por “súper-ratón” y por el “mariquita de la capa verde” (le acompañaban otros pero son irrelevantes). Lo que pasó después tiene “sólo” que ver con el lúpulo, la cebada germinada y levaduras que producen el mismo efecto que la marihuana (¿endorfinas?). De no ser así no es entendible una conducta colectiva semejante. No existían motivos ni razones para tanta risa, salvo para hacer que los huesos de Jorge de Burgos se revolvieran en la tumba hasta sonar como unas maracas.

La noche del sábado al domingo fue un paréntesis en blanco para la gran mayoría. Nadie recuerda nada. Acaso algún sueño que debería consultarse (seguro que cualquier psicoanalista “porteño” le encontraría sentido, previo pago de la terapia por adelantado), pero nada preocupante. Nada que no pueda resolver una “meiga”.

Y el domingo. ¡Qué decir del domingo!. El día nos recibió con la puerta regada y el polvo (del camino) un poco más asentado (¡para que aprendamos de la naturaleza!). Olía a vida y al despuntar el alba, un silencio atronador y el paisaje calmo y algodonoso nos entró por los ojos sin pedir permiso, hasta hacernos formar parte de él.

La hora mágica llegó envuelta en una suave bruma que la hizo aún más cálida y misteriosa. Solo, en aquel inmenso lugar, me sentí muy pequeño pero a la vez acompañado, hasta que el tímido piar de unos pajarillos me recordó la hora del desayuno (¿o fue el ronroneo de las tripas?...) y volví raudo a la mesa de reuniones.

Ya de marcha, fuimos hasta la poza mayor del río Carbo y allí se demostró sobradamente la teoría de Darwin: ya no hay eslabón perdido, estaba allí. Que nadie tenga dudas.

Como lo de la cascada (de agua) nos había retrasado un poco, la velocidad del grupo al volver batió todos los “record” de caminar por la montaña. Nos esperaba el gazpacho de setas…

Y ahora emplazo a quien quiera a que acabe este relato, pues después del segundo plato (y del vino), yo perdí la memoria.

¡Gracias! Es difícil conseguir ser como vosotros, sólo me aguarda el consuelo de que incluso eso “se cura”.



[CIM – Tardor 2011 – Mas de Roncales]



domingo, 16 de octubre de 2011

El Toubkal (El camarero con la mano en el pecho y Bailando con moros)

Un viaje que cumple sus objetivos puede ser un viaje a tostarse al sol que acaba en la terraza de un hotel, también un viaje a la montaña que acaba en un haman u otras muchas cosas más. Pero si es un viaje entre conocidos que se desconocen y pretenden darse un abrazo en el pico más alto del Atlas (que no es lo mismo que darse un pico abrazados en el Atlas), y además se lo dan  (lo primero que no lo segundo), tengo dudas de si se han cumplido los objetivos o no.
Al final lo veremos, de modo que, si consigo terminar la historia de lo que realmente ha ocurrido, sin incidentes, cada cual que opine lo que quiera.
Seis días apenas son cuatro si tienes que pisar dos aeropuertos (dos x dos), mucho más si vas con sobrepeso y has de pasárselo a los vecinos. El de la maleta, claro.
Algo más de 100 horas, vamos a aprovecharlas. La emoción del primer día da lo justo para situarse en la línea de salida, casi no nos miramos a la cara pendientes de capturar lo que nos llega de alrededor. Cada uno en silencio repetimos mentalmente nuestro objetivo y nos creemos que coincide con el de los demás pero no nos atrevemos a decirlo en voz alta.
Con el maletero del viejo mercedes amarrado con cuerdas nos reciben en el hotel-riad (equivocado, aunque no nos demos cuenta hasta el último día), las cucarachas, y no en todas las habitaciones (aquí también hay crisis); y nada de cena de bienvenida. A cambio, tenemos aire acondicionado, aunque el enanito encargado del mantenimiento pretenda cobrar aparte, y no en disrhams precisamente. Creo que nos salvó que sin escalera no alcanzaba a subir a la cama.
Vista desde arriba, la ciudad se mueve como el “tetris” en continuo movimiento. En ella se encajan motos, bicicletas, chilabas y no chilabas, sorteándose entre sí y con cuidado de no liquidar a ningún turista de forma increíble. Viendo las líneas que trazan los vehículos, cuesta creer que aquí esté prohibido el alcohol.
El breve sueño se interrumpe a las 5 de la madrugada porque todavía no han aprendido a enviar mensajes múltiples. En su defecto utilizan un megáfono. Nos quedamos sin entender bien lo que quiere decir pero con los ojos como platos. Y no contentos lo repiten, pero ni así.
A la mañana siguiente, amenizados por el canto de los gallos, nos lavamos el estómago con los brebajes del presunto desayuno, en una terraza que se merece mucho más y salimos al mundanal ruido.
Con el sueño todavía en la mochila tomamos la “fragoneta” que nos llevará a Imlil. El chofer resulta ser un berebere orgulloso de ello y nos va relatando detalles de qué es cada cosa y para qué sirve. Aprendemos a diferencias un cuatro por cuatro berebere ligero de uno pesado (burro de mula, para entendernos), a ensanchar la carretera cuando hay que cruzarse con alguien (el procedimiento es cerrar los ojos y la carretera se ensancha sola) y también para qué sirve el pito de la fragoneta (para decirle al más débil que o se aparta o te lo llevas por delante).
Paramos en un pueblo, las chicas bajan en pantalón corto, lo que anima a la muchedumbre masculina del mercado que aguzan la vista y se meten las manos bajo la chilaba. Compramos un poco de fruta y realizamos intercambio de aguas (aquí la dejo, de aquí me la llevo).
Ya en Imlil pasamos las bolsas a dos mulas sin problemas de estreñimiento que nos acompañarán a pleno sol durante las siguientes 5 horas hasta el refugio de Mouflons, a más de 3000 m. Es viernes y el refugio es casi exclusivo para nosotros.
Yo duermo solo en una habitación con 23 camas literas. Me acompaña el reflejo de la luna a través de un ventanuco y eso hace que sueñe fantasías. Sueño que las mujeres para sentirse bien en grupo, es suficiente con que se les preste atención, se les valore y se les escuche, y que en cambio los hombres precisamos de un escalón más, en concreto algo tántrico. El sueño no tiene consecuencias, mañana podré utilizar las mismas sábanas.
El resto del grupo ocupa la habitación que contratamos en principio. Una “suite” privada con vistas a las mulas.
Partimos temprano tras desayunas los típicos quesos “kiri” y la “vach que rit”, que nos transportan al final de la dictadura franquista, sin quitarnos a cambio ni uno solo de los años pasados, ni devolvernos el 600. El camino está marcado por los pañuelos de papel que alguien olvida en el suelo y por algunas botellas, botes y otros desechos.
El guía es excelente. Un hombre menudo que le gusta bromear y que camina como el mejor montañero: lento, pausado y de forma constante. Lo recuperaremos para otros destinos.
La subida al Tubkal no es complicada, al menos en esta época en la que no hay nieve. Sendas pedregosas, algún pequeño caos y un desnivel casi constante, sin bajadas, que hace que el rendimiento sea bueno. Entre la subida y la bajada, algo más rápida ésta, no superamos las 10 horas. Pero lo interesante son otros detalles. Cuando llegamos arriba ya hay una multitud de irlandeses, ingleses, alemanes y algún francés. Luego llega un grupo del “Bundes-imserso” y comienzan a abrazarse como si estuvieran despidiéndose, aunque ninguno se lanza al vacío. Los ingleses en cambio le cantan “happy birthey to you” a una sonrosada damisela. Y para completar la imagen aparece una célula de la CIA camuflada de polacos. Nada menos que 4 que se comportan como polacos, incluido uniforme; como si la montaña fuera propiedad privada suya y no hubiera nadie más sobre ella. Reprimimos nuestros deseos e iniciamos la bajada, en la que habrá que hacer varias estaciones para esperar al “pequeñín”.
Llegamos de nuevo al refugio con ganas de ducha caliente y con hambre. Lo primero apenas lo conseguimos tras algún que otro estriptis sin música, lo segundo se hace esperar. Nos entretenemos con té. Luego de la cena charlamos con los irlandeses (unos charlan y otros escuchamos) y volvemos a las sábanas.
La segunda noche del refugio no da tiempo para soñar, al menos al desplazado (a mí), ya no estoy solo. Es el tránsito de sábado a domingo y muchos grupos aprovechan para hacer hoy la ascensión al pico. Unos se levantarán a medianoche, otros a la 1, los siguientes a las 2 y por fin el grupo de los franceses montañeros a las 4 (piensan subir más rápido); así es que me dejan sólo dos horas para dormir, de 4 a 6.
Nuestro  grupo se escinde este día, la mitad baja hasta el Santuario y la otra mitad, con el guía, subimos hasta un collado desde el que se ve el lago Difni. Cuatro horas entre la subida y la bajada; luego otras 3 hasta el Santuario, y dos más, ya todos juntos, hasta Imlil.
El Santuario, como su nombre indica, es un grupo de tenderetes comerciales de venta de abalorios y ropas. Además, allí van los hombres a “rogar” por una pareja, y también las mujeres con el mismo objetivo. Desde mi punto de vista es como una casa de citas pero sin cita previa, lo que dificulta bastante los encuentros (por eso se tapan tanto, digo yo). Y para más INRI no hay camas, lo que hace inferir un fracaso absoluto.
Quiero hacer aquí un paréntesis para pedir disculpas al conductor que nos llevó el viaje pasado, pues hice referencia al tejemaneje que se llevaba con las narices y me precipité. No es culpa suya. El clima, la humedad y el polvillo en suspensión hacen imposible no dedicarle atención preferente a las narices y más exactamente a sus cavidades internas. Aquí es un deporte nacional. Bástenos con desear que no lo hagan en el momento de hacernos unas tortitas con la mano o mientras liberan a una cuchara de los restos de su anterior misión. Hay que tolerarlo antes de estrecharnos la mano (derecha), la otra guárdese para su misión cultural, pues siempre podría ser peor; y cuando no lo ves porque no te enteras.
Sigo. El hotel de Imlil es excelente y su gerente-cocinero-servicio de limpieza está a la altura. Joven simpático, alegre, servicial y domina el berebere, el árabe, el inglés, el francés (idioma) y un poco el español. Nos sirve con amabilidad y nos acompaña a una cooperativa de mujeres que trabajan con productos de argán. La experiencia es muy satisfactoria. Lamentamos haber desayunado tanto.
Nos devuelve a Marrakech el mismo berebere y la misma fragoneta. El calor comienza a hacerse insoportable. El hombre, copia modificada de Dani de Vito en versión “norte de África”, se entretiene en un par de sitios. Y “alguien” dice “on-y-va” con puro acento francés. Con el silencio como respuesta pasaremos el resto del camino, parece que no ha sentado bien. Lo que no quita para que nos dé unas buenas lecciones de conducción de fragoneta berebere.
Es algo más de mediodía y estamos de nuevo en Marrakech. Nos quedan casi 24 horas para soportar el asedio y las manos tendidas de una muchedumbre que abarrota el barrio antiguo, perdernos en regateos en la medina y para impregnarnos de un ambiente único, lleno de vida y patrimonio de la humanidad.
Durante el viaje hemos hecho cientos de fotos. Todos. Dos de ellas me sugieren el título de los recuerdos del viaje: una en que la mano de un camarero se cruza y aparece en la teta de una de las mujeres, aunque no llegara a tocarla, o al menos eso dice ella entre risas… y la otra el baile de uno de nosotros con tres moros en el refugio, poco antes de partir, sin duda fruto de algunos “polvos” que le echaron al improvisado bailarín (si lo sabré yo).
El último día sopesamos la idea de tomar un taxi para que nos lleve a los sitios más interesantes, pero lo desechamos por miedo a que nos invite después a tomar té a casa de su madre. Deambulamos errantes y…
Para acabar de cumplir objetivos, tras deshojar varias margaritas y algún crisantemo, vamos a un haman a que nos den un masaje. A hurtadillas, los hombres a uno, que lo llamaré “camisas mojadas”, con un resultado espectacularmente incompleto (alguien se beneficiaría después), y las mujeres a otro lleno de olores, sensaciones y estímulos etéreos que llamaré “el séptimo cielo”. Me remito al sueño en el albergue y continúo investigando la naturaleza humana.
Por lo pronto, con una pizza pagada con el fondo común, pusimos fin a este maravilloso viaje.
El trasiego de cosas de una maleta a otra y la imagen del ala del 737 interrumpiendo la puesta de sol en un horizonte rojo anaranjado, que nos recuerda lo poco que contamos en el universo, nos devuelve al principio del viaje. El objetivo ahora es preparar el siguiente, y también soñar. Todos.
Gracias amigas, gracias amigo.

lunes, 3 de octubre de 2011

¿QUÉ NOVELA ES?

Hace años, no sé cuántos pero me parece que no más de 4 ó 5, coincidiendo con la puesta en escena en el teatro, escuché en la radio una entrevista a Juan Echánove, que era el protagonista, sobre la obra a la que voy a referirme, o al menos eso creo, pues no tengo la total seguridad.
Pocos días después, en una de mis visitas a mi librera, le pedí la obra y la puse en cola para leerla enseguida, pero ocurrió que entremedias, fui al cine a ver una película francesa y en una escena, dos parejas de pequeño burgueses pijos cenaban y hablaban, y en la conversación, una de las mujeres le preguntaba a la otra con ánimo de pillarla fuera de onda: ¿no has leído a Houellebecq?

Eso (prejuicios), hizo que aparcara el libro definitivamente. Lo metí en una caja con las lecturas pendientes, esas que has empezado y no has podido continuar, como el Ulyses de Joyce, y también esas otras que siempre se dejan para después, que son muchas; yo tengo a Melmoth el errabundo, entre ellas.

Pero hace unos días, hablando con mi librera, esa especie tan escasa, por desgracia, me ofreció otro libro del mismo autor y le conté la situación. ¡Bueno! la cara que me puso. Me amenazó con retirarme la palabra.

Así es que saqué el libro de la caja, y cuál ha sido mi sorpresa, al comenzar su lectura, pues me ha absorbido y hasta me he identificado con él.

El libro es un canto al hombre y a la mujer, sin disimulos; aunque también, desde el punto de vista de la relación del hombre (en el sentido genérico de la palabra) con la sociedad, afirme que “el ser humano es el mayor fracaso de esa sociedad a la que pertenece.”

Pone a parir a las religiones monoteístas y muy especialmente al islam, el cual cree que desaparecerá acosado por el consumismo y la libertad sexual que abandera el capitalismo. Y hay una frase cuando se refiere a esto que se revolvió en mi cerebro; esa en la que dice: “la falta de ganas de vivir no basta para tener ganas de morir.”

No contento con ese legado, en dos páginas contiguas nos dice sin despeinarse: “la cultura me parecía una compensación necesaria ligada a la infelicidad de nuestras vidas”, y,” sabía que la desgracia tiene buena salud, que es ingeniosa y tenaz; pero en cualquier caso era una perspectiva que no me preocupaba en absoluto”.

Para acabar, en las cinco últimas hojas, deja caer un par de perlas más. Ahí van: “La gente que se aburre fomenta distinciones y jerarquías, es uno de sus rasgos característicos” y, antes de despedirse del mundo imaginario de las novelas, ese en el que vivimos todos, aunque salgamos a ratos, quizá por puto (quise decir puro) masoquismo, afirma: “seguiré siendo hasta el final un hijo de Europa, de la angustia y de la vergüenza; no tengo ningún mensaje de esperanza. No odio a occidente, todo lo más lo desprecio con toda mi alma. Y etcétera.”

Pero, aunque lo que he dicho no lo sugiera, es ante todo una novela de amor, del amor de verdad, ese que solamente puede existir si hay sexo puro. Podría haber sido premio la sonrisa vertical.

Michel, ahora el autor, es un gran escritor (¡qué fácil es decir eso cuando le han dado el premio Goncourt! ¿Verdad?), y dice sin ningún pudor cosas que muchos pensamos. Esa valentía le confiere un valor añadido, pues ayuda a desahogar los pensamientos y sentimientos reprimidos.

¡Bravo Michel!

Hace cuatro siglos

Diálogo entre Colbert y Mazarino , durante el reinado de Luis XIV de Francia:  
¡Ahhh!, los clásicos!

Colbert: Para conseguir dinero, hay un momento en que, engañar [al contribuyente] ya no es posible. Me gustaría, Señor Superintendente, que me explicara cómo es posible continuar gastando cuando ya se está endeudado hasta al cuello…  

Mazarino: Si se es un simple mortal, claro está, cuando se está cubierto de deudas, se va a parar a la prisión. Pero el Estado… ¡¡¡cuando se habla del Estado, eso ya es distinto!!! No se puede mandar el Estado a prisión. Por tanto, el Estado puede continuar endeudándose. ¡Todos los Estados lo hacen!   

Colbert: ¿Ah sí? ¿Usted piensa eso? Con todo, precisamos de dinero. ¿Y cómo hemos de obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables? 

Mazarino: Se crean otros.     

Colbert: Pero ya no podemos lanzar más impuestos sobre los pobres.   

Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible.   

Colbert: Entonces, ¿sobre los ricos? 

Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos no gastarían más y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, si.   

Colbert: ¿Entonces cómo hemos de hacer?  

Mazarino: ¡Colbert! ¡¡¡ Tú piensas como un queso de gruyere o como el orinal de un enfermo!!! ¡¡¡  Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres    !!! Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. ¡Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos…,  cada vez más…, siempre más! ¡¡¡Esos, cuanto más les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les quitamos!!!

 ¡¡¡ Son una reserva inagotable!!!

PD.- El cardenal Mazarino fue el sucesor del conocido Cardenal Richelieu. En poco más de 10 años amasó una enorme fortuna (unos 35 millones de libras) se cree que a base de especular  con los fondos del Estado o el valor de las monedas, y con jugosas comisiones obtenidas, a través de testaferros, sobre el aprovisionamiento de los ejércitos.

Mazarino era italiano de nacimiento, hijo de un siciliano, naturalizado después como francés y jesuita  formado en España. Menudos ingredientes para un buen cocido.
[Inserto este diálogo histórico a petición de Mario. Le ha gustado al chico ¿no sé qué puede haber visto en él que pueda ser interesante hoy día?. ¡Estos jóvenes...!]

lunes, 26 de septiembre de 2011

Las Pitiusas

Antes de partir me someto a un riguroso entrenamiento, pues tengo que estar en condiciones de sufrir el maltrato habitual de los aeropuertos, sus colas, sus codazos, y la mezcla de olor entre sobaco y desodorante a que me va a someter la persona que me toque en el nicho de al lado, mucho más si como es mi caso, su hombro queda a la altura de mis narices, de tamaño considerable (para algo que uno tiene grande, por qué no presumir).
De entrada me han obligado a quedarme en ropa interior y poco más, porque al parecer algo hace pitar al escáner. Una supuesta “gorila” con algún que otro gen defectuoso, me pasa un enorme consolador por aquí y por allá, lo que me hace temer un arrebato que no sea yo capaz de evitar, y cuyas consecuencias podrían ser graves; quien sabe si hasta sexualmente.

Ya volando, por corto que sea el viaje, si alguien tiene la curiosidad de levantarse y mirar hacia atrás, podrá disfrutar de una vista de panquemados babeantes, cabezas colgando a pique de quebrarse el cuello y, como mucho, alguna excepción que sumerge la mirada en el comecocos del móvil o en el note-book, que ahora mola.

Cuando se oye el claqueo de los cinturones y la música de los móviles al conectarse es que hemos llegado. Algunos aplauden, aunque lo que correspondería es hacerle “soplar” al piloto, un irlandés que acaba de conseguir aterrizar con una sola rueda. Yo prefiero al piloto automático.

Ya en la más grande de las pitiusas, pienso que “vemos el mundo como nos han dicho que lo tenemos que ver. Y si en algún momento nos asalta la tentación de verlo como realmente es, nos revelamos contra nosotros mismos.”

Echo una mirada a mí alrededor y no veo nada más que “ninis”, y apuesto a que en los equipajes de este vuelo hay más condones que en todos los sex-shop de la ciudad. Si alguien tiene dudas, no tiene nada más que echar una ojeada a la ropa interior que hay a la vista y a los efluvios que se elevan cuando se alzan los culos a coger las mochilas.

El género femenino supera al masculino en más de 2 a 1, aunque he visto proporciones más relevantes.

Yo salgo de la terminal en cuanto puedo, justo detrás de los que van directos a la calle a ponerse la primera dosis de nicotina.

Ya afuera, me detengo a mirar al mar. Con el mar ante mis ojos todo cambia de color, y si ese mar es el Mediterráneo, la singularidad se eleva considerablemente. Los franceses son los que más se han aproximado a ponerle nombre a su color. A la costa que lo baña le dicen “D’azur”; todo menos “blue”, porque no es un solo color, tampoco una gama. Tiene tantos colores y tantos matices que parecen cambiar cada parpadeo.

El barco que nos acerca a la otra pitiusa, la más pequeña, va escoltado por unos delfines, ajenos al cabreo que le provocan a un alemán que al despertar de su sueño, ya no consigue verlos. Pero da igual, cuando vuelva de vacaciones tiene decidido que dirá que sí, que incluso estuvo jugando con ellos todo el viaje. Son cosas que pasan cuando se cuentan las vacaciones a los amigos.

También a esta isla el ser humano le ha faltado al respeto. Lástima que no pueda haber marcha atrás.

Los que aquí vienen lo hacen de vacaciones y, como todo el mundo desarrollado, intentan encontrar el modo de dar rienda suelta a sus instintos o de ahogarlos en alcohol. Unos lo plantean a partir de la imagen, otros optan por la tarjeta de crédito. La última es menos sacrificado mantenerla en el tiempo, porque los niveles de exigencia son variados.

Me pierdo en la isla, casi toda ella parque natural [definición de parque natural: avocador de basuras y residuos alrededor del cual (y también dentro) se construye salvajemente, atraídos por el romanticismo de su rotulado y ajenos a los mosquitos y otros insectos que lo invaden].

Y nunca mejor utilizado el verbo perder, pues he recorrido decenas y decenas de kilómetros (la isla tiene 19 de larga) tejiendo y destejiendo sus caminos polvorientos durante tres días, para finalmente conformarme con “lo posible”.

Los antiguos albergues de payeses convertidos en tostaderos de tocino centroeuropeo, los hoteles de los caciques del archipiélago y la maraña de muros de piedra pura dejan poco margen a la aventura.

Ni una sola persona he encontrado caminando por sus rutas (en realidad mis rutas, sólo mías), en todo el tiempo. Prueba de que sean quienes sean los que aquí viven o vienen, mantienen un nivel de cordura elevado, nada comparable a mi caso que, por otra parte esto me confirma que no tengo solución a corto plazo.

Mi contacto con los pitiuosos es muy escaso, casi todos son italianos descendientes de piratas o mafiosos (cual peor), argentinos que todavía huyen de la dictadura o del trabajo y falsos hippies con la piel amojamada que buscan flores por las playas para adornarse el pecho.

Una anciana me llena la cantimplora con agua de su aljibe, interrumpiendo para ello su labor de pelado cebollas para el invierno, un pescador me asa un trozo de gallo (clase de pescado de poca calidad) que ayer picó su anzuelo, y un artista cerámico me dedica en su taller una larga plática sobre su vida. Va recordando con la misma lentitud con que acaricia a sus gatos, con cariño y nostalgia, sus años en los pirineos, con ese frío que él no conocía, los largos días y semanas encerrado junto al fuego y, finalmente, cuando su barba se ha vuelto blanca, ha decidido su retorno a los meses de sequía y a conformarse con dejar que su mirada se pierda en el trozo de mar que se ve desde su cabaña, mientras cuece cerámica en su horno moruno. Dice que ya no va a pescar porque no hay peces, a penas rascasas, mabra y algo de gallo. Luego calla, mira a un gato romano que tiene entre sus zompos dedos y me espeta que soporta mal los meses de verano, porque es cuando llegan en masa los visitantes destructores. Y añade: “y eso que están de vacaciones y vienen en son de paz. Qué sería si vinieran en son de guerra”. Acabando con una sonora carcajada.

Sus cerámicas son la isla que recuerda y que todavía vive en su memoria y en la retina de sus ojos: peces, barcos, mares azules, cielos en todas las tonalidades, incluso algunos pájaros, aunque no abunden por aquí.

Me despido y vuelvo a más de lo mismo, un ambiente en el que contrasta la lentitud de los movimientos de los que aquí viven con la invasión de motocicletas y automóviles. Cada cual ejerciendo su poder.

La calle luce con orgullo sus tatuajes, cada vez más extensos y cada vez con más colorido.

En la ocupación del territorio, el ser humano aplica toda la crueldad que se le permite, a la hora de ejercer la estupidez de la propiedad privada y de situar sus límites.

Las islas han sido y son un referente para el hombre. He ahí el tópico de “perderse en una isla desierta” y otros parecidos. A menudo nos olvidamos de que somos seres sociales, y que hasta Robinson Crusoe tuvo que inventarse a Viernes (¿quién no necesita un viernes en su vida?). Se pueden ver muchos por aquí. Todos ellos viernes inamovibles que no superan la media noche, quizá por eso necesitan tatuarse la piel o los huesos.

Pero como no he venido aquí a hacer un análisis sociológico de la isla y de sus habitantes, si no a andar, continúo poniendo un pie delante del otro, un día desde El “Far de la Mola”, la parte más alta de la isla, con un acantilado recto a cuya escarpada costa sólo se puede acceder desde el mar; y desde el que busco la costa sur, para continuar hacia el oeste, en concreto hasta la “Torre des Pi des Catalá”, y de allí vuelvo al origen de todas mis rutas, a Sant Ferran de ses Roques.

Otro día parto en dirección norte, hacia la “Torre de sa Punta Prima”, y desde allí recorro la franja de arena que separa “l’Estany Pudent” del mar, llegando hasta “es Trucadors”; el tercero exploro la parte oeste, en concreto el entorno de “cala Saona”. El día de mi llegada ya caminé desde el “Port de la Savina” hasta Sant Ferran de ses Roques, pasando por Sant Francesc Xavier, la población más grande de la isla. No he podido explorar el “far de Barbaria” y su entorno porque la carretera que llega hasta él es muy estrecha (sólo algunos coches se atreven) y no hay sendas.

Sí que visité el “Sepulcre megalitic de can a Costa”, encerrado entre rejas que impiden el paso, el “museu etnològic”, algunos “molins” y poco más.

Hice eso que ahora se denomina “esnorquel”, que antes era bucear a pulmón, y no vi gran cosa: posidonia, mabras y chirrete (o chanquete). Sólo en las zonas de la costa que son rocosas hay algo que ver. Es fácil acceder porque la mayoría de las rocas son de “tosca” y ya se han encargado de cortarla para utilizarla en la construcción.

Los caminos por el interior son pedregosos y, a menudo, también engañosos, por lo que se progresa lentamente; mientras que cuando se camina por la costa sólo hay que ir bien cubierto para evitar la insolación e hidratarse a menudo. Avanzando por la arena la marcha se ralentiza, no porque se fije uno mucho en los desnudos, que no sé si por la época en que he realizado el viaje o por otras razones que desconozco, no tienen que admirar mucho más que sebo, sino porque hay que ir serpenteando entre hamacas (vacías), chiringuitos desvencijados y alemanes con piel de carabinero (gamba roja) a la plancha, dejados caer como víctimas de un ataque militar súbito, tal como si estuvieran cumpliendo su último deseo. Que de ser así lo van a superar con nota.

Yo, que no estoy dispuesto a pagar 18 euros por una sombra, me cobijo bajo la de los cobertizos de las barcas de pesca, que se adentran y vuelven del mar a través de dos rieles de madera.

Ahora ya estoy seguro, soy el único caminante de la isla. Pero ya no me desanimo, sobre todo desde que me he vuelto más observador. He llegado a entender cosas que antes me pasaban desapercibidas y, lo que es más importante para mí, ya no me enfado por nada. Y si sigo progresando, no descarto dejar de considerar al género al que creo pertenecer, de forma global, como inteligente, responsable y todo lo que ello conlleva. Hay excepciones, pero eso no me desalienta.

La isla es, como espacio limitado, un poco una cárcel, y, en este caso, el romanticismo apenas compensa las molestias del tráfico descontrolado y la suciedad, fruto del comportamiento de sus habitantes, permanentes u ocasionales.

Un último apunte sobre la cocina. No es mala, pero sí muy limitada. Me refiero a la autóctona, claro, porque la universal es la de siempre (pizza y hamburguesas), la que ya conocemos.

Se basa en el pescado asado, en algún que otro guiso también de pescado, dulces de origen árabe (flaons) y poco más.

De la otra pitiusa, d’Eivissa, no hay mucho que comentar; dominada por el cacique de siempre, que ha cedido una pequeña parte de su poder a la mafia italiana y a algún que otro jeque desviado que atraca su yate en el puerto, explota su fama de isla del libertinaje y refuerza cada año la oferta discotequera a sus visitantes, que previo pago de 50, 60 ó 70 €, sin consumición; precio necesario por otra parte, para poder pagar los 20.000 € o más por noche con que compensan a los “pinchadiscos”, pueden ensordecer durante casi toda la noche. No calificaré esos comportamientos pues eso es, entre otras cosas, lo que me ha acercado a la felicidad en los últimos tiempos.¡AH! se me olvidaba, tambien allí hay cuerpos de alquiler a 800 € la hora.

[Como ilustración he seleccionado casi un centenar de fotos que están se pueden ver en Pikasa. Pero en las fotos he sido bueno...]

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Una historia, y pico

Era viernes, un día cualquiera de un mes cualquiera, de un año cualquiera. Tras rescatar a casi todos, a unos de la cama, a otros del ascensor o de las escaleras de una plaza desierta, íbamos a intentar disfrutar contándonos historias pasadas y proyectos futuros. Incluso si algo no iba bien, seríamos capaces de percibir el presente.
El largo camino, sembrado de rádares, no ofreció suficiente para abarcar el relato de los innumerables cambios que, los días previos, habíamos expresado la mayoría respecto del viaje. Lógico por otra parte al tratarse de adolescentes emboscados tras más de medio siglo de existencia. Todos conscientes de la brevedad de los efluvios hormonales, prestos a ser aprovechados. ¡Ahora o nunca!

Durante el viaje, sí que hubo un instante en que se percibieron los dulces cantos de Anna Netrebko interpretando La Traviata, pero poco más (¡bájalo un poco, que no me oigo!); el resto del fondo musical quedó para las llamadas de los teléfonos móviles.

Hasta aquí, todo según lo previsto.

La naturaleza es capaz de absorber todas las energías extrañas, pero esta vez hubo de aplicarse a conciencia. No fue fácil sensibilizar al grupo ante una sabina en fase pre-otoñal, un pino negro vigoroso o unos buitres acechando a su presa. Mucho antes estaban los objetivos de un cortejo tardío o del protagonismo que nos devuelva la confianza.

Ya a la vuelta, algunos fueron conscientes de que habían vivido a más de 2000 metros de altitud, en una noche limpia, el último plenilunio del verano (¡lástima que nadie nos lo dijo!). Fijos los ojos en el solaje de la última cerveza y pendientes de los leves pinchazos con que nos obsequiaban nuestros gemelos, hacíamos esfuerzos por acordarnos dónde estaban los tapones que nos iban a permitir dormir esa noche.

En el refugio tuvimos que luchar a codo partido con los gladiadores de “carros de fuego”, que con su corbata y note-book en la mochila; con los calcetines térmicos, la crema anti-estrés y el culo de diseño, pugnaban por conseguir un diploma de su aventura en bote, para ponerlo de salvapantallas, y también para tener argumentos con los que machacar a los de abajo del escalafón, la semana siguiente en su puesto mileurero; eso sí, con promesa de ejecutivo-jet.

Pero nosotros a lo nuestro. Al día siguiente, fijos los ojos en el culo del otro sexo, avanzamos sin método ni criterio durante horas y horas entre piedras de decenas de toneladas, hasta que de forma espontánea, a algunos se nos apareció la cima. Nada menos que 2960 metros, según el Instituto Geográfico Nacional, otros lo reducen a 2938. Habrá que discutirlo, no hubo tiempo para medirlo.

La montaña lo da todo sin pedir nada a cambio. Nos regaló sus innumerables lagos ofreciendo un fondo verde ya otoñal, sus líquenes sedientos y el silencio del suave viento deslizándose entre las piedras.

Atrás quedaba el recuerdo de una piedra asesina rodando monte abajo, de una estúpida torcedura que mermó lo más valioso del grupo y algún que otro percance, que hubiera sido fácil de resolver en la Francia de 1789, pero que ahora cuesta más. Por eso se quedó pendiente para la siguiente excursión.

La bajada fue más amable, a pesar de hacerla también ayudados de los pies. Y ya de nuevo en el refugio, algunos agradecieron en silencio el esfuerzo de quien es capaz de agrupar a once seres humanos, así como a otros que, mucho más en silencio, son el soporte del grupo.

Corrieron por las gargantas líquidos dorados y negros, que abonaron sueños violentos que agradezco que quedaran sólo en eso, en sueños.

Enseguida, unos comenzamos a pensar en la próxima, otros en la anterior, pero todos liamos el petate y pusimos rumbo al pasado.

El románico de Taüll puso la guinda en una excursión que pasará a la historia. Fue de esas de las que, si algún día alguno de nosotros se va de la tierra, cosa que dudo, al final del túnel se encontrará con el Gran Tuc de Colomers, en una posición arriesgada y con cara de estar recibiendo un premio en telecinco en hora de máxima audiencia.

A media noche ya estábamos bajo las amarillentas luces de la ciudad, soportando el calor del final del verano.

No hago mención a prendas de ropa interior, porque eso requeriría un relato aparte.

[Se lo dedico a Michel Houellebecq, de quien estoy loca, y espero que temporalmente, enamorado. A 9, 10 y 11 de septiembre de 2011]

sábado, 3 de septiembre de 2011

La siesta en agosto

PRIMERA SIESTA

Ernesto le miró de refilón sin dejar de manipular el teléfono y muy pausadamente le espetó: te equivocas muchacho, las mujeres nunca se acuestan con el que les cuida el gato.

SEGUNDA SIESTA 

Una hora y cincuenta minutos estuve de pie mirando como pasaba ante mí toda una fauna humana de final de agosto. No lo hice a propósito, esperaba a un profesional estresado que “tomaba café” (lo pongo en masculino pero cada cual que le ponga el género que quiera). Vi chanclas, muchas chanclas. También pantalones cortos, pero todos por debajo de la rodilla. Vi faldas cortas que eran obligadas continuamente a alargarse sin éxito; piezas de ropa que cubren la parte de arriba del cuerpo a las que se les intentaba forzar a que desafiaran la primera ley de Newton. Ni unas ni otras podían ir a más… cada cosa es lo que es.

Vi mucho tocino, no todo magroso (de éste más bien poco). Y vi muchas cosas más que exceden a la brevedad de este relato y a la riqueza de la nuestra lengua. Tengo que buscar en el diccionario un montón de palabras y prometo no observar más durante mucho tiempo. 

TERCERA SIESTA

Hace tiempo que considero como lo más interesante de las revistas las fotos de las modelos (ambos sexos), lo demás es para mí superfluo. Pero por mucho que busco y busco, ni una sola me muestra una cara amable o risueña. Nada, que no hay forma.

Todas y todos están serios, incluso a menudo con cara de mala leche (sí, mala leche, por qué decirlo de otro modo. Que yo soy de los que al culo le llaman culo y no trasero o gilipolladas parecidas). Ahora me toca investigar qué tiene eso que ver con las estrategias de marketing para conseguir más ventas.

Aunque, ahora que me doy cuenta, cuando veo anuncios en las ventanas de los bancos, todos están riendo.

Quizá sea entonces mejor que éstos, los modelos de las revistas, nos miren con esa dureza.
 
LA SIESTA DEL CUARTO Y ÚLTIMO DÍA

Las mujeres son cuerpos sutiles, origen de la energía. Si deseas estimular su sensibilidad hazlo como acariciarías las alas de una mariposa.

Te invitará a que la acompañes en su vuelo.

Y... ME QUEDÉ DORMIDO.

domingo, 7 de agosto de 2011

Momentos estelares de la humanidad (III)

No era la primera vez que nos encontrábamos, yo me sentía muy a gusto y percibía que el placer era mutuo.
Compartimos un paseo agradable y ambos estuvimos ocurrentes. Reímos como hacía tiempo que, al menos yo no reía, y, al anochecer, decidimos ir a cenar juntos.
El destino fue un restaurante al azar. Lo único que primaba era que tuvieran buen vino. Lo encontramos al segundo intento.
No recuerdo absolutamente nada del menú. La conversación continuó tan amena e interesante como lo había sido durante toda la tarde. Tampoco recuerdo el número de botellas que descorchamos.
La velada fue larga, muy larga; aunque cuando delicadamente nos indicaron que iban a cerrar me pareciera que estábamos todavía en el aperitivo.
Luego nos alejamos paseando al ritmo de los grillos, arrullados por el murmullo del viento entre las hojas.
Había perdido toda noción. Flotaba. Una de las veces en que nuestras miradas se encontraron en la oscuridad, las mantuvimos durante más tiempo del habitual y yo sentí deseos de contarle muchas más cosas. Los pelos del flequillo, las pecas de su espalda o cuantas veces respiraba o parpadeaba en un minuto.
Al final, con la voz quebrada por la timidez, le deslicé al oído “mejor en tu casa”; no sé exactamente si fue así, ni tampoco si era una pregunta o una afirmación.
Ella, después de un largo silencio, mirando al infinito me contestó “vale”.
El vino había subido suficientemente alto como para que se produjera un largo vacío en mi memoria, que sólo me hizo volver en mi cuando ella, tumbada boca arriba, dijo mirando por encima de mi cabeza “tengo que llamar a mi madre para que me ayude a quitar esas telarañas”.
Aunque no era la primera vez que yo no acababa con éxito un encuentro, sentí un escalofrío en el cogote y continué agitándome al mismo ritmo, el cual sólo abandoné cuando ella gimió de modo poco creíble.
Poco después me marché con la duda de si el mundo volvería a ser alguna vez como antes. No quería que el amanecer me reconociera en aquel lugar y preferí el de siempre.

[Lo mejor de este relato se lo debo al grupo “M’goum”, especialmente a las féminas]

domingo, 24 de julio de 2011

A la luz del faro

Un  resplandor suave marcaba el horizonte. Nuestra terraza era barrida por la luz del faro, siempre con la misma cadencia, dos más rápidos y un tercero que parecía que nunca iba a volver.

Yo estaba en un estado intermedio entre la inconsciencia y el infinito. Intemporal. Embriagado por la música perfumada de la lejana marea.

La miré. Y al contraluz sentí sus serenos ojos clavados en los míos. Ella tenía una mirada que lo merecía todo y yo estaba dispuesto a dárselo.

Acabé mi copa. Hizo lo mismo con la que tenía en su mano.

Traje agua caliente y sal. Estábamos descalzos. Le lavé lentamente los pies y le froté con sal las plantas para activar su sensibilidad, luego los volví a lavar.

Noté su estremecimiento con la sal. Para mí fue una experiencia inolvidable cómo se dejaba hacer. Nada supera al placer de hacerlo sentir y compartirlo. Estábamos flotando en la noche, de puntillas para que no despertase.

Con el mismo cuidado, estuve secándoselos durante mucho tiempo. El paño era tan suave que a veces se confundía con su piel, con la única diferencia de que al contacto con ella percibía su estremecimiento.

Todo el firmamento nos espiaba.

Derramé sin pudor el oloroso ungüento en mis manos y lo compartí en una mezcla de caricia y masaje que nos fundió a los dos en uno. Sólo nos comunicábamos a través de pequeños espasmos de la piel, primero; luego desde una nube de sueños.

Cuánto tiempo pasó. Nuestro reloj se había parado para no interrumpir.

Cuando volví en mí aún movía las manos al compás de la luz del faro. Ella me seguía, pero ya no eran sus pies lo que yo palpaba.



[Este relato no es perfecto, por eso es mío. He pasado de buscar la perfección a rehuirla. Ahora colecciono sensaciones.]

miércoles, 20 de julio de 2011

César y el Pirineo (con su permiso)

EXCURSIÓN DE CÉSAR, ESE MONTAÑERO GRANDE Y MODESTO A LA VEZ

Lo primero una de las conclusiones - EL POSETS. ESE GIGANTE -

Una vez aclarado el primer asunto otra conclusión. - BACHIMALA. LA MEJOR VISTA DEL PIRINEO - justo en el centro, y pese al calor que no dejaba distinguir bien butaca en primera línea desde donde contemplar, Aneto-Maladetas. Comoloformo, macizo del Perdiguero, Sehil de la Baque, Gourgs blanc, Gias, Claribides, Neouville, El Vignemale con su Glaciar de frente, las N de las 3 Sosorres, Astazou, Eristes +,+,+, y como no omnipresente el Posets.  Cuando lo tenga ya os enviare unas fotos panorámicas desde la cima.

Al final salgo el sábado desde Serra con un amigo que se apunta el día antes. Nervios y prisas para recoger material para uno a última hora. A las 8 de la mañana estamos desayunando tranquilamente en Cariñena. Llegamos a Ainsa comemos a la sombra de un árbol en el rio y nos trasladamos a Foradada del Toscar para subir la vía ferrata, empezamos y al poco ataque de pánico, ayudo a des trepar y rapelar unos 60 m y allá que me vuelvo a subir yo solo (casi las dos, ferrata en cara S y mucho calor). La acabo y nos vamos directos al coche y de allí a Plan con el A/C metido a toda castaña. En Plan encontramos un pequeño milagro: botes de cerveza frescos a 0,50 €. Por prescripción médica nos tomamos 3 cada uno (nunca me han hecho control de alcoholemia en una pista forestal)   ¡¡¡Coollons que se me fa l'hora¡¡¡

Ya estamos en Plan y en plan tranquilo una vez hemos hidratado y refrigerado bien.  Aprovechamos para ver el pueblo de los solteros, visitamos la iglesia que si no he entendido mal está dedicada a san Antonio al cual aprovecho para hacerle una foto para hacérsela tipo "estampita" a mi tío Antonio (un crack) que se que le va a hacer ilusión. De repente se apagan todas las luces y pienso güei ara s'en va la llum  pero no es que se haya ido sino que si quieres que vuelva tienes que echar 1 € a la entrada, No pasa nada salimos al patio a escuchar como dan las campanadas de las 6. Tras un paseo romántico por la villa de Plan aparecemos en la plaza en un centro cultural en el que hay montada una exposición sobre la represión en la zona al término de la guerra incivil española. Interesante pero muuuuy triste.

¡¡ A la marcha ¡¡ cogemos el coche y tiramos hacía Gistain, antes de llegar en una curva muy cerrada a la izq. sale la pista al refugio de Biados que debemos seguir, pasar el camping el forcallo, dejar la pista a Biados y en unos 14 km de pista en total estamos en el refugio de Tabernes (entre refugio y corral. Pero he dormido en sitios más inhóspitos). Seremos una docena de personas y dejamos el coche junto al de unos barcelonins que nos dicen que mañana quieren intentar el Bachimala.   

El refugio de Tabernes es una caseta en medio de un prado con vacas y montañas nevadas al fondo de esas que salen en las postales ... claro que en las postales no sale el interior de la caseta, los tábanos y las moscas si, las moscas esas que han invadido toda la parte izquierda del capo de mi flamante Seat Ibiza blau marino y yo pienso que collons fan ahí tras arduas investigaciones y tras abrir el capo comprobamos como se han vuelto locas succionando el liquido del refrigerante que se sale del motor, y el botellín ni se ve está literalmente cubierto de moscas. Definitivamente se nos ha abierto el apetito así que procedemos a sacar el hornillo y a prepararnos la cena. Lo primero sacar una garrafa de 5 l de tinto Señorío de nosequé que hemos comprado en Cariñena esta mañana, enseguida comprobamos que es cierto el estudio de la universidad de Beniaprenem en la que se asegura científicamente que 2 vasos de tinto de Cariñena recalentado todo el día en el coche tienen más poder explosivo que una tonelada de TNT.   Jeje¡¡ menudas risas hasta después de cenar y al acostarme darme cuenta de que se ha pinchado el aislante hinchable.  De la noche sólo decir que no pego ojo desde que me acuesto hasta que me canso de estar tumbado viéndolas venir y espero que se haga de día paseando por los alrededores del refugio lo cual quiere decir que una noche + casi otra ya van 2.

Desayuno ligero y poco antes de las 7 estamos en marcha, el primer tramo precioso, bajo los pinos, cruzamos el cinqueta de pez atravesamos unas cancelas continuamos remontando siguiendo el PR HU 114 en dirección al puerto de la madera y el puerto de la pez caminando por la margen derecha del rio hasta llegar al vado de Bachimala, cruzamos por un puente de madera y aquí tenemos que estar atentos para dejar a nuestra izquierda el PR y ascender por la margen derecha del barranco de Bachimala, es un punto bastante concreto en el que se toma de referencia clara un pluviómetro instalado entre el barranco de Bachimala y el de la madera.  Continuamos ascendiendo por terreno con bastante pendiente pero cómodo de caminar en el que se gana altura rápidamente hasta que vemos la "Señal de Biados" una peña bastante característica que hay que enfilar recto para una vez casi estas allí y crees que estas debajo del Bachimala torcer en dirección N "llaneando" (nótese el entrecomillado) porque lo que hay sobre tu cabeza es la punta del Sarbre, nos encontramos con los Barcelonins uno corredor de trails de montaña (desde que lo conocí ayer lo he visto con 3 camisetas de diferentes trails y ultratrails) y ¡¡ale¡¡ tots pacamunt.  Superamos la parte + dura del recorrido por la pendiente y por el terreno de pizarra muy descompuesta por el que según vas subiendo cada vez son más espectaculares las vistas, llegamos a una cresta muy fácil de recorrer incluso para no acostumbrados por la amplitud pero cresta con todo lo bonito que es sentirte en un terreno de alta montaña reptando un poco (que no trepando) y llegamos a la cima del Bachimala en unas 5 horas y con una temperatura insólita para estar a + de 3000 m. En la foto, la manga larga la llevo para no quemarme.

Estamos en la cumbre del Bachimala, aprovechamos para sacar fotos y regocijarnos con las increíbles panorámicas de esta cima, aguantamos algo + de una hora en la cima y salimos para abajo, desandamos el camino por el que hemos subido pero antes de dejar el terreno descompuesto decidimos tirar recto para abajo (¡¡errooor¡¡) descendiendo por las cercanías del barranco de Bachimala. El retorno no deja lugar a dudas pero el descenso por esta fuerte pendiente se hace muy pesado, voy cargándome mucho las piernas y el dar algún que otro salto y destrepe me hacen cargarme demasiado el tobillo derecho (el del esguince) al final lo que parecía tan rápido acaba siendo un pequeño calvario además con el sol calentando de frente.  No paramos de bajar hasta que llegamos a la primera sombra donde paramos unos minutos e intentamos refrigerar el cuerpo. Continuamos descendiendo y la siguiente parada es sobre el puente que cruza el cinqueta de la pez. solo tengo que hacer una breve propuesta de siesta sobre el puente para que sea aceptada sin contemplaciones  ¡¡¡uuuuauuu¡¡¡ que delicia, la sombra y el sonido del agua corriendo por debajo hace que me quede profundamente dormido - no sé durante cuantos minutos - hasta que pasan sobre el puente unos vascos que vienen casi motorizados y aun intentando pasar sin hacer ruido nos despiertan y nos animan con gritos de ¡¡aaaapaaa¡¡ bajamos tranquilamente por el lado del río hasta llegar al refugio de Tabernes.  Aquí nos planteamos la siguiente fase de la salida que consiste en dormir en Tabernes (con colchoneta pinchada) o en Biados y tirar mañana al Posets - ESE GIGANTE - bajar, recoger trastos y volver a Serra a una hora indeterminada de la madrugada o en ir a dormir a Plan y al día siguiente volver relajadamente a  Serra.   Los 2 días sin dormir, el castigo de sol de 2 días seguidos, la vista desde Bachimala en la que creo ver una ascensión larga y dura y el tobillo resentido me convencen de que a enemigo que huye puente de plata así que nos bajamos para Plan pero de camino decidimos continuar hasta el refugio del valle de Pineta donde llegamos nos damos una buena ducha y me preparo para cenar una crema de calabacín con queso (realmente la caliento en el hornillo) y un arroz estilo mexicano picante. Somos una decena de personas en el refugio, unos vascos que van recorriendo el GR 11 y unos biólogos de la SEO con un Nissan pathfinder de tragsa que están reconociendo pájaros. 

Por cierto los vascos cuentan una muy buena ¿sabéis que es un "quemacu"?:

Pues un montañero catalán porque dicen que siempre van por ahí diciendo mira que macu ¡¡eh!! Que macu, has vist que macu.

Nos acostamos en las literas y pronto nos ponemos a dormir con saña y alevosía.

Al día siguiente recogida de trastos, desayuno/almuerzo en Bielsa y tirada tan solo parando a tomar café en Canuhe pues la temperatura exterior cuando recorremos el valle del Ebro es de 40 Cº.    Pese a que estaba completamente convencido de la decisión de dejar el Posets para otro día, cada vez  tengo más claro que hemos acertado de pleno., Ahí está y ahí estará por los siglos de los siglos, amen.

Llegamos a casa sanos y salvos y ahora que estoy escribiendo esta crónica aún sigo disfrutando de las increíbles vistas de este pico.

Los veranos en la calle Maravillas

La casa hacía esquina. Tenía la fachada de un granulado de cemento de color crudo; ni blanco ni amarillo, ni tampoco marrón. Y un zócalo de piedra de cabezo, igual que la casa de al lado, que era el colegio de doña Fani.

La puerta de fuera tenía cristales, y dentro había otra de madera más gruesa que se cerraba con una llave enorme, de esas que poco después vendían en los anticuarios a los ingleses y americanos. Ambas puertas estaban pintadas de un gris azulado. A los lados había amplias ventanas  también de cristales, protegidas por una reja de hierros que formaban cuadrados perfectos.

La acera era también de piedras de cabezo, y la calle de tierra y piedras. Cuando llovía se hacían charcos de color marrón y cuando no lo hacía, que era la mayoría del tiempo, resultaba ser una vía polvorienta que se intentaba aplacar echando un cubo de agua a golpes de mano.

Se cogía el cubo por el asa con una mano y con la otra se batía el agua lanzándola sobre la tierra. Con eso, que se le decía que era rociar la puerta, se aplacaba el polvo y se refrescaba el ambiente.

Cuando pasaba la siesta, yo me sacaba mi mecedora. Una mecedora pequeña con cuerpo de tela listado en colores rojo y marrón, y allí leía, merendaba, miraba a los que pasaban, y a veces me levantaba para jugar; bien solo o con algún amigo que venía a compartir la tarde conmigo.

Pero en verano había un aliciente más. Eso sí, sólo en el puro verano. Allá a las seis o seis y media pasaba el tío Mariano el del chambi.

El tío Mariano era un hombre menudo y enjuto, de piel oscura y arrugada, que vestía un mandil blanco y empujaba un carrito de madera, pintado de blanco y azul. El carrito tenía dos grandes cilindros empotrados que acababan en una tapadera niquelada con un pomo como asa, que hubieran hecho las delicias de cualquier cúpula en un monasterio budista; dentro de esos cilindros se guardaba el chambi: el helado de vainilla y el agua de cebada. No había más. El carrito tenía en un lateral una vitrina para guardar los cucuruchos, los vasos de cristal y las pajas, que eran de paja, nada de plástico.

Cuando pasaba, tocando la bocina y gritando ¡chambilero!, yo tenía que elegir entre un cucurucho de vainilla o un vasito de agua de cebada; si elegía lo segundo sacaba yo mi vaso, para no utilizar el del tío Mariano, y porque así me lo podía beber más tranquilamente.

El vaso o helado pequeño costaba un real, los grandes dos reales.

Luego caía la tarde, venía el Sereno a encender el farol de la esquina; yo metía dentro la mecedora. Había que lavarse las manos, cenar y, poco después, ir a dormir.

Bueno, excepto los jueves. Los jueves había un programa en radio Madrid, del que no recuerdo el nombre, que era por capítulos y se trataba de unos seres humanos que viajaban a otro planeta, como estoy viajando yo ahora al rememorar aquellos veranos. Recuerdo que el cohete que les transportaba se alimentaba de un combustible que se guardaba en una botella, y que había un malo que quería atentar quitándoles la botella. Siempre hay un malo, por lo menos. A penas recuerdo más, pero seguro que alguno de vosotros sí.

Porque eso era el verano y de las cosas del verano nos acordamos todos más.

martes, 19 de julio de 2011