domingo, 16 de octubre de 2011

El Toubkal (El camarero con la mano en el pecho y Bailando con moros)

Un viaje que cumple sus objetivos puede ser un viaje a tostarse al sol que acaba en la terraza de un hotel, también un viaje a la montaña que acaba en un haman u otras muchas cosas más. Pero si es un viaje entre conocidos que se desconocen y pretenden darse un abrazo en el pico más alto del Atlas (que no es lo mismo que darse un pico abrazados en el Atlas), y además se lo dan  (lo primero que no lo segundo), tengo dudas de si se han cumplido los objetivos o no.
Al final lo veremos, de modo que, si consigo terminar la historia de lo que realmente ha ocurrido, sin incidentes, cada cual que opine lo que quiera.
Seis días apenas son cuatro si tienes que pisar dos aeropuertos (dos x dos), mucho más si vas con sobrepeso y has de pasárselo a los vecinos. El de la maleta, claro.
Algo más de 100 horas, vamos a aprovecharlas. La emoción del primer día da lo justo para situarse en la línea de salida, casi no nos miramos a la cara pendientes de capturar lo que nos llega de alrededor. Cada uno en silencio repetimos mentalmente nuestro objetivo y nos creemos que coincide con el de los demás pero no nos atrevemos a decirlo en voz alta.
Con el maletero del viejo mercedes amarrado con cuerdas nos reciben en el hotel-riad (equivocado, aunque no nos demos cuenta hasta el último día), las cucarachas, y no en todas las habitaciones (aquí también hay crisis); y nada de cena de bienvenida. A cambio, tenemos aire acondicionado, aunque el enanito encargado del mantenimiento pretenda cobrar aparte, y no en disrhams precisamente. Creo que nos salvó que sin escalera no alcanzaba a subir a la cama.
Vista desde arriba, la ciudad se mueve como el “tetris” en continuo movimiento. En ella se encajan motos, bicicletas, chilabas y no chilabas, sorteándose entre sí y con cuidado de no liquidar a ningún turista de forma increíble. Viendo las líneas que trazan los vehículos, cuesta creer que aquí esté prohibido el alcohol.
El breve sueño se interrumpe a las 5 de la madrugada porque todavía no han aprendido a enviar mensajes múltiples. En su defecto utilizan un megáfono. Nos quedamos sin entender bien lo que quiere decir pero con los ojos como platos. Y no contentos lo repiten, pero ni así.
A la mañana siguiente, amenizados por el canto de los gallos, nos lavamos el estómago con los brebajes del presunto desayuno, en una terraza que se merece mucho más y salimos al mundanal ruido.
Con el sueño todavía en la mochila tomamos la “fragoneta” que nos llevará a Imlil. El chofer resulta ser un berebere orgulloso de ello y nos va relatando detalles de qué es cada cosa y para qué sirve. Aprendemos a diferencias un cuatro por cuatro berebere ligero de uno pesado (burro de mula, para entendernos), a ensanchar la carretera cuando hay que cruzarse con alguien (el procedimiento es cerrar los ojos y la carretera se ensancha sola) y también para qué sirve el pito de la fragoneta (para decirle al más débil que o se aparta o te lo llevas por delante).
Paramos en un pueblo, las chicas bajan en pantalón corto, lo que anima a la muchedumbre masculina del mercado que aguzan la vista y se meten las manos bajo la chilaba. Compramos un poco de fruta y realizamos intercambio de aguas (aquí la dejo, de aquí me la llevo).
Ya en Imlil pasamos las bolsas a dos mulas sin problemas de estreñimiento que nos acompañarán a pleno sol durante las siguientes 5 horas hasta el refugio de Mouflons, a más de 3000 m. Es viernes y el refugio es casi exclusivo para nosotros.
Yo duermo solo en una habitación con 23 camas literas. Me acompaña el reflejo de la luna a través de un ventanuco y eso hace que sueñe fantasías. Sueño que las mujeres para sentirse bien en grupo, es suficiente con que se les preste atención, se les valore y se les escuche, y que en cambio los hombres precisamos de un escalón más, en concreto algo tántrico. El sueño no tiene consecuencias, mañana podré utilizar las mismas sábanas.
El resto del grupo ocupa la habitación que contratamos en principio. Una “suite” privada con vistas a las mulas.
Partimos temprano tras desayunas los típicos quesos “kiri” y la “vach que rit”, que nos transportan al final de la dictadura franquista, sin quitarnos a cambio ni uno solo de los años pasados, ni devolvernos el 600. El camino está marcado por los pañuelos de papel que alguien olvida en el suelo y por algunas botellas, botes y otros desechos.
El guía es excelente. Un hombre menudo que le gusta bromear y que camina como el mejor montañero: lento, pausado y de forma constante. Lo recuperaremos para otros destinos.
La subida al Tubkal no es complicada, al menos en esta época en la que no hay nieve. Sendas pedregosas, algún pequeño caos y un desnivel casi constante, sin bajadas, que hace que el rendimiento sea bueno. Entre la subida y la bajada, algo más rápida ésta, no superamos las 10 horas. Pero lo interesante son otros detalles. Cuando llegamos arriba ya hay una multitud de irlandeses, ingleses, alemanes y algún francés. Luego llega un grupo del “Bundes-imserso” y comienzan a abrazarse como si estuvieran despidiéndose, aunque ninguno se lanza al vacío. Los ingleses en cambio le cantan “happy birthey to you” a una sonrosada damisela. Y para completar la imagen aparece una célula de la CIA camuflada de polacos. Nada menos que 4 que se comportan como polacos, incluido uniforme; como si la montaña fuera propiedad privada suya y no hubiera nadie más sobre ella. Reprimimos nuestros deseos e iniciamos la bajada, en la que habrá que hacer varias estaciones para esperar al “pequeñín”.
Llegamos de nuevo al refugio con ganas de ducha caliente y con hambre. Lo primero apenas lo conseguimos tras algún que otro estriptis sin música, lo segundo se hace esperar. Nos entretenemos con té. Luego de la cena charlamos con los irlandeses (unos charlan y otros escuchamos) y volvemos a las sábanas.
La segunda noche del refugio no da tiempo para soñar, al menos al desplazado (a mí), ya no estoy solo. Es el tránsito de sábado a domingo y muchos grupos aprovechan para hacer hoy la ascensión al pico. Unos se levantarán a medianoche, otros a la 1, los siguientes a las 2 y por fin el grupo de los franceses montañeros a las 4 (piensan subir más rápido); así es que me dejan sólo dos horas para dormir, de 4 a 6.
Nuestro  grupo se escinde este día, la mitad baja hasta el Santuario y la otra mitad, con el guía, subimos hasta un collado desde el que se ve el lago Difni. Cuatro horas entre la subida y la bajada; luego otras 3 hasta el Santuario, y dos más, ya todos juntos, hasta Imlil.
El Santuario, como su nombre indica, es un grupo de tenderetes comerciales de venta de abalorios y ropas. Además, allí van los hombres a “rogar” por una pareja, y también las mujeres con el mismo objetivo. Desde mi punto de vista es como una casa de citas pero sin cita previa, lo que dificulta bastante los encuentros (por eso se tapan tanto, digo yo). Y para más INRI no hay camas, lo que hace inferir un fracaso absoluto.
Quiero hacer aquí un paréntesis para pedir disculpas al conductor que nos llevó el viaje pasado, pues hice referencia al tejemaneje que se llevaba con las narices y me precipité. No es culpa suya. El clima, la humedad y el polvillo en suspensión hacen imposible no dedicarle atención preferente a las narices y más exactamente a sus cavidades internas. Aquí es un deporte nacional. Bástenos con desear que no lo hagan en el momento de hacernos unas tortitas con la mano o mientras liberan a una cuchara de los restos de su anterior misión. Hay que tolerarlo antes de estrecharnos la mano (derecha), la otra guárdese para su misión cultural, pues siempre podría ser peor; y cuando no lo ves porque no te enteras.
Sigo. El hotel de Imlil es excelente y su gerente-cocinero-servicio de limpieza está a la altura. Joven simpático, alegre, servicial y domina el berebere, el árabe, el inglés, el francés (idioma) y un poco el español. Nos sirve con amabilidad y nos acompaña a una cooperativa de mujeres que trabajan con productos de argán. La experiencia es muy satisfactoria. Lamentamos haber desayunado tanto.
Nos devuelve a Marrakech el mismo berebere y la misma fragoneta. El calor comienza a hacerse insoportable. El hombre, copia modificada de Dani de Vito en versión “norte de África”, se entretiene en un par de sitios. Y “alguien” dice “on-y-va” con puro acento francés. Con el silencio como respuesta pasaremos el resto del camino, parece que no ha sentado bien. Lo que no quita para que nos dé unas buenas lecciones de conducción de fragoneta berebere.
Es algo más de mediodía y estamos de nuevo en Marrakech. Nos quedan casi 24 horas para soportar el asedio y las manos tendidas de una muchedumbre que abarrota el barrio antiguo, perdernos en regateos en la medina y para impregnarnos de un ambiente único, lleno de vida y patrimonio de la humanidad.
Durante el viaje hemos hecho cientos de fotos. Todos. Dos de ellas me sugieren el título de los recuerdos del viaje: una en que la mano de un camarero se cruza y aparece en la teta de una de las mujeres, aunque no llegara a tocarla, o al menos eso dice ella entre risas… y la otra el baile de uno de nosotros con tres moros en el refugio, poco antes de partir, sin duda fruto de algunos “polvos” que le echaron al improvisado bailarín (si lo sabré yo).
El último día sopesamos la idea de tomar un taxi para que nos lleve a los sitios más interesantes, pero lo desechamos por miedo a que nos invite después a tomar té a casa de su madre. Deambulamos errantes y…
Para acabar de cumplir objetivos, tras deshojar varias margaritas y algún crisantemo, vamos a un haman a que nos den un masaje. A hurtadillas, los hombres a uno, que lo llamaré “camisas mojadas”, con un resultado espectacularmente incompleto (alguien se beneficiaría después), y las mujeres a otro lleno de olores, sensaciones y estímulos etéreos que llamaré “el séptimo cielo”. Me remito al sueño en el albergue y continúo investigando la naturaleza humana.
Por lo pronto, con una pizza pagada con el fondo común, pusimos fin a este maravilloso viaje.
El trasiego de cosas de una maleta a otra y la imagen del ala del 737 interrumpiendo la puesta de sol en un horizonte rojo anaranjado, que nos recuerda lo poco que contamos en el universo, nos devuelve al principio del viaje. El objetivo ahora es preparar el siguiente, y también soñar. Todos.
Gracias amigas, gracias amigo.

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