lunes, 3 de octubre de 2011

¿QUÉ NOVELA ES?

Hace años, no sé cuántos pero me parece que no más de 4 ó 5, coincidiendo con la puesta en escena en el teatro, escuché en la radio una entrevista a Juan Echánove, que era el protagonista, sobre la obra a la que voy a referirme, o al menos eso creo, pues no tengo la total seguridad.
Pocos días después, en una de mis visitas a mi librera, le pedí la obra y la puse en cola para leerla enseguida, pero ocurrió que entremedias, fui al cine a ver una película francesa y en una escena, dos parejas de pequeño burgueses pijos cenaban y hablaban, y en la conversación, una de las mujeres le preguntaba a la otra con ánimo de pillarla fuera de onda: ¿no has leído a Houellebecq?

Eso (prejuicios), hizo que aparcara el libro definitivamente. Lo metí en una caja con las lecturas pendientes, esas que has empezado y no has podido continuar, como el Ulyses de Joyce, y también esas otras que siempre se dejan para después, que son muchas; yo tengo a Melmoth el errabundo, entre ellas.

Pero hace unos días, hablando con mi librera, esa especie tan escasa, por desgracia, me ofreció otro libro del mismo autor y le conté la situación. ¡Bueno! la cara que me puso. Me amenazó con retirarme la palabra.

Así es que saqué el libro de la caja, y cuál ha sido mi sorpresa, al comenzar su lectura, pues me ha absorbido y hasta me he identificado con él.

El libro es un canto al hombre y a la mujer, sin disimulos; aunque también, desde el punto de vista de la relación del hombre (en el sentido genérico de la palabra) con la sociedad, afirme que “el ser humano es el mayor fracaso de esa sociedad a la que pertenece.”

Pone a parir a las religiones monoteístas y muy especialmente al islam, el cual cree que desaparecerá acosado por el consumismo y la libertad sexual que abandera el capitalismo. Y hay una frase cuando se refiere a esto que se revolvió en mi cerebro; esa en la que dice: “la falta de ganas de vivir no basta para tener ganas de morir.”

No contento con ese legado, en dos páginas contiguas nos dice sin despeinarse: “la cultura me parecía una compensación necesaria ligada a la infelicidad de nuestras vidas”, y,” sabía que la desgracia tiene buena salud, que es ingeniosa y tenaz; pero en cualquier caso era una perspectiva que no me preocupaba en absoluto”.

Para acabar, en las cinco últimas hojas, deja caer un par de perlas más. Ahí van: “La gente que se aburre fomenta distinciones y jerarquías, es uno de sus rasgos característicos” y, antes de despedirse del mundo imaginario de las novelas, ese en el que vivimos todos, aunque salgamos a ratos, quizá por puto (quise decir puro) masoquismo, afirma: “seguiré siendo hasta el final un hijo de Europa, de la angustia y de la vergüenza; no tengo ningún mensaje de esperanza. No odio a occidente, todo lo más lo desprecio con toda mi alma. Y etcétera.”

Pero, aunque lo que he dicho no lo sugiera, es ante todo una novela de amor, del amor de verdad, ese que solamente puede existir si hay sexo puro. Podría haber sido premio la sonrisa vertical.

Michel, ahora el autor, es un gran escritor (¡qué fácil es decir eso cuando le han dado el premio Goncourt! ¿Verdad?), y dice sin ningún pudor cosas que muchos pensamos. Esa valentía le confiere un valor añadido, pues ayuda a desahogar los pensamientos y sentimientos reprimidos.

¡Bravo Michel!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

toc toc ¿quién es?? Soy tu CURIOSIDAD

Anónimo dijo...

TÖc tÖc ¿Quién es? SöY tu CuRiöSiDäd