Leía
a Katherine Mansfield, concretamente “En
un balneario alemán (1911)”; en un párrafo dice: Compartir un paraguas,
reconozcámoslo, no deja de ser una gran intimidad, como quitarle a un hombre
pelusas del abrigo.
Yo
estaba ebrio (Propiedad, de Palacios-Remondo 2008), situación que me habían
facilitado las rapsodias húngaras de Liszt salidas de las teclas del piano de
Szidon, y no tuve pudor en corregirle la frase a Katherine; bueno, sólo la
segunda parte. Taché con el lápiz y, entrelíneas, escribí: como quitarle a una
mujer un pelo pegado en el escote. Lo leí de nuevo y me sentí aún mejor.
No,
no tengo la intención de ser un traductor traidor, sólo de añadir placer al
placer. Seguro que eso no tiene reproche alguno.
¡Feliz
día!