domingo, 21 de junio de 2015

Ven, siéntate aquí

He leído el libro de cuentos (¿cuentos?) de Guadalupe Royán, de quien también leí “Alas” hace algún tiempo. Éste está Ilustrado por Raquel Catalina (Cata), que todavía se está pensando si sus ilustraciones tienen influencia de los Barbapapás que tanto le gustaban de pequeña.
Ambas cosas me han gustado. Los “relatos” me han atrapado y los dibujos extasiado. Pero aquí, en este blog en el que escribo para mi y poco más, me voy a explayar en todo lo que ambas manifestaciones de arte me han sugerido. Para no variar.
Cuando hace un tiempo escribí varios relatos eróticos, recuerdo que al leerlos mi pareja, observé en ella un gesto como de intriga. Aún sin saber de qué se trataba, para adelantarme a cualquier suposición, le dije mirándola a los ojos: los escritores de novela negra no son asesinos en serie. Enseguida noté una relajación en su cara. Ahí quedó la cosa. Desde entonces escribo con total libertad de lo que quiero, de lo que me sale de dentro o de lo que quieren los personajes que me invento, porque una vez creados son ellos los que dirigen, los que mandan y los que condicionan, por lo menos a mi.
 "....                                                                       "
El espacio en blanco ha sido para dejar escapar una risa nerviosa que ha acabado en carcajada y casi en lágrimas. Ahora ya, más relajado, continúo.
Sí, creo que he llorado de risa (llorar siempre es bueno, mejor si es de risa); Guada hace derramar lágrimas a sus personajes a menudo; también utiliza el verbo con frecuencia. Y lo más bonito es que sus lágrimas – las de sus protagonistas, normalmente femeninas – son originales: son lentas, de colores y tienen vida propia.
La primera impresión que tuve al leer sus historias es la de que el libro hubiera sido un gran premio de la extinta “Sonrisa vertical”. Un día me dijo Luis García Berlanga, durante una comida, que disfrutaba más leyendo las novelas que se presentaban al premio (él era el responsable) que dirigiendo películas. Luego nos reímos a placer, quizá más porque de la botella del segundo crianza no quedaba ni gota que por los comentarios que siguieron. Aunque yo creo que las verdades se dicen mejor ante botellas vacías. Quizá si todas las botellas estuvieran vacías seríamos más nosotros mismos. Yo ahora pinto botellas vacías, aunque eso puede tener que ver con Morandi, cuya obra admiro.
Los relatos de Guada están llenos de amor y de desamor, de engaño y de pasión, de sensibilidad femenina (para mi “la sensibilidad”) y de esa segunda vida íntima que todos o casi todos llevamos muy adentro. Adornado todo de una prosa con estilo propio que atrapa. Todo ello hace que tras leerlo, quede en la antesala de nuestra memoria, de nuestros pensamientos (bueno, al menos de los míos) el relato vivo. De modo que yendo en el metro o pedaleando en bicicleta, cuando se queda la mente en blanco, aparezca de repente ante nosotros uno de esos relatos al azar y se recrea en un análisis de placer inmediato acelerando un poco las pulsaciones.
De los dibujos de Cata qué puedo decir; que he buscado en el trastero los cuentos de los Barbabapás de mis hijas y los estoy ojeando (u hojeando, que debe de ser lo mismo) otra vez. Los dibujos de Cata son sencillos y transmiten mensaje. Tienen estilo propio, eso que anhelamos todos los que hemos hecho pinitos en cualquiera de las disciplinas artísticas: dibujo, pintura, escritura…
Un gran acierto el de la editorial “adeshoras” publicando el libro.

NOTA.- Creo que en la página 71 hay un “loismo”. Sólo creo ¿vale?

sábado, 20 de junio de 2015

CAMINO CID

Del 31 mayo al 9 junio de 2015 (de Burgos a Valencia)

Hace casi un año que, durante el “camí de cavalls”, me comprometí  con gusto a acompañar a los que me aceptaron en el grupo cuando hicieran el “camino Cid”; y eso ha sido ahora.
Desde hace meses fueron informándome de detalles hasta ajustar las fechas ahora ya, porque el calor impedía dejarlo para más adelante.
Partimos de Burgos el 31 de mayo muy temprano. Vicente, recién llegado de Mallorca, y yo; unas horas después partirían los que venían de Madrid. En total siete.
Nosotros, tras pasar la noche en el autobús de Valencia a Logroño, en el que casi nada más subir caigo dormido como una marmota, aunque no tengo ni idea de cómo duermen las marmotas. Y digo casi porque nada más sentarme llaman al móvil a la persona que se sienta a mi lado. Es una mujer mayor, muy menuda y enjuta.
La señora habla muy alto, así es que no puedo evitar oír la conversación. Es de Bilbao, o al menos vive allí, y vuelve a casa después de asistir a los trámites de separación de su hija. Le cuenta a una tal Pili, que es quien le ha llamado, que el niño se quedará con su padre porque el psicólogo ha informado que está muy arraigado en Valencia; además de porque el padre tiene trabajo y su madre, que volverá a Bilbao, no. Dice también que el niño está ahora con la nueva pareja de su padre porque éste se ha ido a hacer el camino de Santiago. A continuación comienza a lanzar improperios contra el ya exmarido de su hija y, contestando al parecer a una pregunta de la tal Pili, afirma con vehemencia que “no, que la única posibilidad es que un camión atropelle y mate a ese sinvergüenza; que sólo eso lo resolvería todo”.
No sé si dormirme tal y como están los ánimos; bueno, mientras le doy vueltas a esta interrupción de mi incipiente sueño, se corta la comunicación y deja de hablar, lo que me anima a dejarme ir a los brazos de Morfeo o de quien sea; una vez dormido qué más da.
Luego, en Logroño, donde llegamos alrededor de las cuatro, pasamos casi dos horas de espera en una estación de autobuses cerrada, en la que dos inmigrantes árabes (quiero decir dos moros, para quien no entienda la terminología políticamente correcta) hablan a gritos; por fin vienen a recogernos en la furgoneta que tenemos contratada. En la estación, el termómetro marca 6ºC, por lo que me envuelvo en el plástico en el que he traído metida la bicicleta durante la espera. Ya en la furgoneta me vuelvo a dormir a pesar de que ya es de día y Vicente y el conductor hablan por los codos.
Al llegar a Burgos acusamos el cansancio de no dormir en lugar adecuado, pero la fría mañana nos anima. Tomamos un minidesayuno en el único local que encontramos abierto, el restaurante de un hotel. Primero entro yo y luego Vicente (para cuidar las bicicletas). Durante la espera en la puerta tengo que atender a una chica que cae al suelo estrepitosamente perdiendo los zapatos, mientras su pareja intenta que recupere la vertical con poco éxito. Al poco vemos a ambos en posición horizontal junto a un portal más adelante esperando que su hígado destile lo que les impide estar de pie. Una máquina que intenta barrer y baldear una calle llena de porquerías los esquiva. Pasa otro individuo que intenta invitar a Vicente a lo que quiera mientras se tambalea. Debe de ser una de esas zonas de “fiesta” que si comienzan mal aún acaban peor, por decirlo de alguna manera.
Conecto el GPS y me doy cuenta que debo de haber copiado mal los “track” porque me aparece el cabo de Gata. Ya está! Copié los de la “transÁndalus”. Mi primera aportación a que el viaje resulte interesante. Garantizado.
En la búsqueda de la salida hacia Valencia por el Camino Cid nos ayudan algunos madrugadores; sobre todo un ciclista marathoniano que vaga buscando colegas para hacer la ruta del día. Éste nos acompaña hasta la salida y se vuelve.
Al poco comienzan los desvíos, los cruces, las dudas y la señalización defectuosa. Pregunta tras pregunta a otros ciclistas acabamos encarrilando en camino, no sin algunos errores que retrasan un poco las previsiones. Cuando preguntamos ya sabemos por otras veces que los que no conocen el camino informan relativamente bien, pero que los que lo conocen, posiblemente por esa seguridad, acaban llevándonos a seguir rutas totalmente equivocadas. Real como la vida misma.
Los más acertados son los "globeros de Burgos", un grupo que nos hace fotos y nos dice que las van a poner en facebook. ¡Qué maravilla!
Nos relaja que los otros compañeros que vienen de Madrid llegarán al menos dos horas por detrás y al final nos uniremos. Ellos llevan más GPS y la ruta estudiada.
Comenzamos a subir y bajar cuestas rodeados de trigales verdes adornados de amapolas y salpicados de otras florecillas que combinan amarillo y lila. Bellos colores.
El sol cada vez se muestra más agresivo y el aire huele a planeta tierra. Los oídos se llenan con los continuos trinos de las aves que parecen disfrutar aún más que nosotros con el entorno. Será porque no tienen que pedalear.
Vicente y yo vamos acuciados por el hambre, así es que en el primer pueblo que encontramos (Mecereyes) en el que se puede comer algo, tomamos un bocadillo de tortilla francesa con unos trozos de jamón. Casi dos horas después se une a nosotros el resto del grupo. Tomamos otro bocadillo, descansamos un rato mientras visitamos el pueblo haciendo fotos y partimos hacia Santo Domingo de Silos.
A poco más de las seis de la tarde llegamos tras más de 70 kilómetros de pedaleo.
Hotel, ducha y yo marcho a escuchar a los monjes del Monasterio de Silos. De los aproximadamente 80 asientos que hay para los monjes cantores sólo están ocupados unos 20. Los monjes se levantan y se sientan cantando hasta que uno saca un incensario para purificar el lugar. Entonces se callan.
Me uno al resto del grupo. Paseamos, hacemos fotos, hablamos de la ruta de mañana, cenamos y unos se van a dormir, otros a pasear y yo a escribir un rato.

Segundo día (1º de junio) Santo Domingo de Silos - Burgo de Osma

Salimos de la puerta del Monasterio de Silos (el hotel del mismo nombre está enfrente). cuando lo hacemos tañen las campanadas del reloj nueve veces seguidas. Es tarde para nosotros. Otra cosa sería si tuvieran que opinar los vecinos del hotel, porque a la puerta llevamos más de 15 minutos vociferando las bromas y chistes que se repetirán sin ninguna diferencia día tras día. La suerte para ellos es que son nuevas.
Yo me enfrento al reto de intentar hacer un relato diferente cada día, lo que me resulta complicado si no hay algo relevante como una lluvia torrencial, alguien que se cae al río o jugar una partida de ajedrez con uno de los corzos que se nos cruzan en el camino.
Digo esto porque todos los días tienen mucho en común: cuestas arriba que luego hay que bajar y cuestas abajo que luego hay que subir sin escapatoria. Todos los días nos vigilan las rapaces: buitres leonados y no leonados, córvidos y más etcéteras, esperando a ver quién es el primero que cae y les resuelve el menú del día.
Todos los días disfrutamos del tórrido sol, del perfume a tomillo del bosque, del croar de las ranas de los ríos y de un paisaje que nos transporta a un lugar tan solitario que ha habido días enteros en los que no hemos visto a nadie. Es la Castilla profunda. Al pasar por algunos pueblos en los que no hay nada excepto una ermita románica de reconquista cerrada, lo máximo que hemos podido ver ha sido el leve movimiento de algún visillo. Nada más.
Hoy nos adentramos en los más de 20 kilómetros del cañón del río Lobos, bastante seco pero con algunas pozas que debemos atravesar eligiendo entre intentarlo con la bicicleta al hombro o sobre ella. De una u otra manera acabamos mojados hasta las rodillas; yo un poco más porque en una de las ocasiones una piedra se interpone en mitad de la "cruzada" y me hace naufragar.
Lástima que aunque fuera buen fotógrafo y pudiera captar las imágenes (algo puse en picasa), ni el murmullo del agua ni el perfume del monte ni el canto de las aves ni tampoco la mezcla de humedad y calor de este lugar puedan ser transmitidos. Nada de esto se puede contar, hay que vivirlo.
Cuando pienso que los cañones los ha hecho el agua durante mucho tiempo me hago más consciente aún de que "el agua es más fuerte que la roca".
Una vez más la naturaleza nos pone en nuestro ínfimo lugar. Lástima que sea tan complicado impedir que nuestra conducta destructora colectiva vaya camino de acabar con todo esto o simplemente dejarlo reducido a unos cuantos "museos" o "zoos".
Tras una jornada de pedaleo y algo de pateo llegamos al Burgo de Osma. Una ciudad pausada y algo tímida. No es extraño a la vista de la monumentalidad que surge de su centro histórico, visible desde mucho antes de llegar.
Lo primero que me llama la atención es la terminación de sus torres con "bolas herrerianas", pero ni me paro a averiguar si tienen que ver algo con Juan de Herrera. Luego, en el interior de las murallas se disfruta de unos soportales limpios y respetados sin circulación de vehículos.
Tiene esta ciudad todos los ingredientes para emocionar a un habitante de los Estados Unidos de América del norte, tan sensibles ellos a castillos y edificios blasonados, tan prodigados en Europa.

Tercer día (2 de junio) Burgo de Osma - Atienza


Nos proponemos salir a las 8 de la mañana y cumplimos. Los primeros 40 kilómetros son de una dureza extrema. Bellos caminos de piedra suelta adornados de vegetación salvaje que no impide que en un momento determinado tengamos que poner pie a tierra todos (nada de vergüenza) por aquello de la solidaridad. En realidad todos estamos esperando el menor gesto para solidarizarnos de esa manera; las pendientes, próximas al 20% unido al tremendo pedregal hacen casi más duras las bajadas que las subidas. Las alforjas no ayudan y de cuando en cuando alguna rueda se cansa y deja escapar el aire al ser pellizcada por los agresivos cantos que hacen de camino.
Algunos pulsómetros pasan de los 180 lo que no se debe de tolerar porque no llevamos desfibrilador y aquí es difícil cavar...
Comemos en Retortillo de Soria y nos dejamos caer para descansar un rato antes de seguir.
Casi repuestos tomamos un puerto que nos lleva en una larga bajada hasta Atienza.
Hemos pasado varios pueblos en los que, como decía antes, no hay forma de ver a nadie ni de tener la sensación de que hay vida. Estamos en la zona más despoblada de Europa.
Las zonas de monte y naturaleza están a veces interrumpidas por cultivos que, salvo pequeñas huertas en algún pueblecito, son de trigo. Pero el trigo, que en estas latitudes todavía está verde, no siempre nos muestra ese color. Además de diferentes matices del verde, los hay verde azulado y de un azul plata que, al ser acariciado por las luces de primera hora o por las próximas al ocaso, llega a ser plateado.
No puedo evitar ya en junio, recordar el "por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos se encañan y están los campos en flor..."
Pues aquí no, todavía no.
Cenamos, comentamos la etapa de mañana con los ojos entrecerrados y corremos a cerrarlos del todo hasta el día siguiente.

Cuarto día (3 de junio) Atienza - Alcolea (pasando por Sigüenza)

Seguimos en la provincia de Guadalajara.
Antes de las 7 de la mañana ya estoy de pie. El espectáculo que ofrecen sol y luna anima a encarar el día sintiéndose parte del planeta. Ambos lucen como dos esferas luminosas en horizontes opuestos. Mientras uno asciende lentamente, la otra se deja caer como un globo con el que juega un niño.
El cielo es azul y límpido. Una ligera brisa fresca que barre la atmósfera trae los trinos regalo de la estación.
Partimos a las 8 ya desayunados atravesando bosques cerrados. ahora un hayedo, luego un encinar. Aquí no hay pinos, sólo bosque mediterráneo auténtico. El tomillo se mezcla con otras plantas para, con su perfume, hacernos más llevaderas las cuestas arriba.
Vamos pasando pequeños pueblos, uno tras otro, tan inertes como las piedras que forman las paredes de sus pequeñas casas o de sus escasos edificios. En ninguno nos falta una fuente para rellenar las cantimploras, lo que es a menudo una escusa para descansar unos minutos. Sin olvidar las iglesias de reconquista en torno a las que se arremolinan sus casas. Algunas de ellas destilan el gusto exquisito de su arquitecto; quiero decir del "maestro cantero" que las ejecutó. Lástima que hayan desaparecido estos artistas, auténticos artífices de estas y otras maravillosas construcciones; y no sólo por su arquitectura sino sobre todo por la elección del punto geobiológico para construirlas, de su orientación y de otros muchos detalles que sería demasiado extenso detallar aquí.
Todas sin excepción poseen la energía y el poder que los maestros canteros que las ejecutaron pretendían.
La mayoría, como ya he apuntado antes, son sin duda ermitas o iglesias de reconquista, erigidas inmediatamente después de conseguir el dominio del territorio por la "cruzada" de mercenarios amparados por la iglesia que expulsaron a los habitantes que durante muchos siglos habían habitado estos lugares.
Una demostración más de la comunión entre la tierra de todos y el cielo (o la escusa) de algunos.
Llegamos a Sigüenza, una ciudad puramente castellana, empapada de todo lo que durante siglos significa esa pertenencia. Tiene castillo, catedral, casas blasonadas y hasta su Parador Nacional de Turismo; el cual, lógicamente, está enclavado en el castillo. Un lujo al estilo de quienes les agrade ese particular tipo de establecimientos.
Estamos descansando en la plaza y esperando que el sol deje el zenit y nos permita respirar más aliviados. Me fijo en muchas cosas, en los pendones que cuelgan de las ventanas, en los escudos de las fachadas, en las columnatas de los soportales y en los estrechos ventanucos que hay en la torre de la catedral y, en particular, en la enorme cantidad de agujeros que hay a su alrededor. No lo sé, pero puedo asegurar sin temor a error que su origen proviene de que ahí, detrás de los ventanucos, en algún tiempo hubo francotiradores, y que los agujeros responden a los disparos de quienes desde fuera intentaban acabar con ellos. Sin duda de una época próxima, pues deben el ser el resultado de armas de fuego.
Las marcas le restan vistosidad pero no está mal que estén ahí para que quien quiera reflexione sobre catedrales, francotiradores, anti-francotiradores y muchas cosas más, tenga materia para ello.
Los coches lo invaden todo: calles peatonales, plazas empedradas y alrededores de los antiguos edificios. Una pena.
Volviendo atrás, ésta mañana mientras cruzábamos por zonas de cultivo, hemos pasado junto a un bronceado e inmóvil pastor de avanzada edad, junto al que vigilaba su imprescindible perro. Mientras dormito con la espalda en una columna que sostiene la puerta del ayuntamiento, la imagen permanece en mi retina como aporte de una serenidad que yo calificaría como “budista”. Siempre he sentido una mezcla de curiosidad y admiración por esas entrañables personas: serenos, vigilantes, con un sombrero por montera, apoyados en un bastón pulido por el sobo de sus manos y en perfecta comunión con nobles perros de cabeza erguida y aguda mirada.
El de esta mañana, también su perro, se ha mantenido impasible a nuestro paso. Más allá pacían las ovejas sin rechistar.
Fin de la reflexión por el momento.
La tarde de hoy nos recibe con unas ligeras gotas de agua y un cielo nublado que alivian el peso del calor de junio. Subimos y bajamos como cada mañana y cada tarde. A veces el medidor de velocidad se acerca a los 50 kilómetros por hora; en otras ocasiones apenas llega a 7, 6, incluso a 5.
Algo cansados ya llegamos a Alcolea del Pinar. Son más de las 7 y hoy llevamos más de 60 kilómetros rodados.
Alcolea está situada al borde de la carretera de Zaragoza a Madrid. Es un pueblo que no tiene absolutamente nada; bueno, para no mentir tiene una casa labrada en piedra que hizo alguien con mucha paciencia, trabajo y tiempo.

Quinto día (4 de junio) Alcolea del Pinar – Zaorejas

Hoy nos deja Roberto por un problema familiar. A partir de aquí, cuando cuento siempre me falta uno.
Es día es limpio. Comenzamos a rodar por una espectacular bajada que en ocasiones supera el 15%. Bajadas que lógicamente poco más adelante se compensarán con subidas similares. Así una y otra vez hasta desear que alguien venga a hacer túneles y puentes.
Atravesamos un intrincado y oloroso bosque de encinas y, a continuación, el Valle de los Milagros. Se le denomina así por los erguidos montículos que la erosión ha dejado aquí y allá. Éste lugar fue el escenario de un impresionante incendio hace una decena de años. El incendio se originó en un paellero al principio del valle y en él perdieron la vida algunas personas destruyéndose un habitat irrecuperable. El paellero y algunos bomberos ya no está pero quienes ocasionaron el desastre sí.
Ahora, el lugar es un inmenso manto de jara blanca, entre las que se pueden ver los troncos quemados que han sido colocados horizontalmente para intentar evitar la erosión.
Los caminos son ahora intrincados pedregales que serpentean arriba y abajo entre un paisaje que tiene algo de fantasmagórico. Siempre, después de una tragedia así, y durante mucho tiempo, el lugar acoge una energía extraña que no invita a quedarse.
Ya abajo, un riachuelo juega al escondite con nosotros  y nos obliga a lanzarnos sobre él, hasta encontrarnos por fin con el Tajo al que seguiremos contracorriente hasta casi su nacimiento.
La ruta se ajusta a lo que ahora se llama “Camino Natural del Tajo”; por ella subimos y bajamos varias veces. En ocasiones a pocos metros de su cauce y otras lo oímos más que lo vemos allá abajo en la lejanía.
Estamos en “la Alcarria”, esa comarca que puso en el mapa Cela y que, aún así, aparece y desaparece intermitentemente.
Deshabitada por los humanos, que han huido ante la primera oportunidad de integrarse en un mundo de esclavos sin futuro, éstas tierras dan rienda suelta al desarrollo de insectos, animales y aves de diversas especies. Lástima que estemos tan poco preparados para tratarla con respeto, ignorando que somos parte de ella. Que somos UNO.
La violencia del terreno nos sacude la mirada con colores variados y formas caprichosas que reclaman respeto, y ante las que me aflora con fuerza la timidez de mi adolescencia.
Acaba la ruta y el día dejándonos un sabor extraño. Por una parte de no querer marchar y por otra de sentir que estamos “dejando” un santuario. No confundir "santuario" con un concepto religioso.

Sexto día (5 de junio) Zaorejas – Checa

El día entero recorremos el Camino Natural del Tajo que iniciamos ayer. El alto tajo es eso, un enorme tajo lleno de vegetación y de vida. Esto si es realmente vida y no el metro a primera hora de la mañana.
Los saltos de agua son constantes. Me acuerdo de Gerardo Diego, aunque no estemos en el Duero; sí, es igual, el mismo verso pero con distinta agua. Y siempre rima.
El agua va puliendo las rocas, buscando su sitio y nosotros ya no somos dueños de nada, sólo de las fuerzas que nos da el entorno. Con las nuestras solamente ya no estaríamos aquí. Es algo mágico, como la vida; esa a la que no hacemos caso nada más que cuando ya no puede soportar más nuestro equivocado camino.
El día sigue siendo limpio; el frescor de primera hora se torna calor sofocante en el centro de un día que se va alargando naturalmente hacia el solsticio. Cuando la sombra del bosque nos abandona, el calor se hace difícilmente soportable; hemos llegado a superar los 40 grados.
Bajamos a alguna poza en la que refrescarnos; en un recodo hay una enorme en la que incluso se hacen inmersiones con botellas de oxígeno.
Hoy son casi 11 horas de pedaleo con las interrupciones necesarias para comidas, buscar agua, hacer fotos y recuperar resuello.
Recaemos en Checa cuando el sol amarillea las terrazas y los tejados.
Después de la ducha apenas quedan ganas de sofocar el hambre en el único bar del pueblo.
Checa, que aún es Guadalajara, se comporta como si fuera Aragón. El hablar de sus gentes, el paisaje y las costumbres, apenas que se tenga un poco de sensibilidad, se perciben aragoneses.

Séptimo día (6 de junio) Checa – Albarracín

La ruta de hoy nos introduce en el Aragón oficial. Pasamos por Orihuela del Tremedal, donde nos desviamos para almorzar. El pueblo está atravesado por el río Gallo; gallo que figura en el escudo que hay sobre la fachada del ayuntamiento.
Lo más destacado es un sabinar que cubre un gran tobogán de caminos pedregosos y hoy muy soleados.
Una parte del recorrido de hoy va por caminos asfaltados y algo menos solitarios que los días pasados. También puede influir que es sábado.
El ya habitual perfume de días pasados viene hoy mezclado con la manzanilla que comienza a amarillear y desplegar sus pétalos alba.
Albarracín es uno de los pueblos más bonitos y bien conservados de toda la península (sí, señor Fernández de los Ronderos, buen amigo, ya sé que Pedraza es el primero).
Su nombre árabe atrae y no defrauda (cuánto debemos a esa civilización y que poco se lo agradecemos). Guarda un sabor propio en sus construcciones y ofrece en su entorno buenos trazados para conocer la naturaleza.
Enclavada en los Montes Universales (área también poco poblada y muy deforestada) mantiene una agradable sensación montañesa.
No es para describirla, es para visitarla y formarse cada uno su propia opinión.
La disfrutamos, la paseamos, la fotografiamos y reponemos fuerzas. Yo, en mi caso, bajo un televisor que ruge mientras 22 millonarios en pantalón corto embelesan a millones de personas.


Octavo día ( 7 de junio) Albarracín – La Puebla de Valverde

Salimos a las 8 y media con cielo claro, sol que no parece dispuesto a perdonar y un ligero aire fresco propio de la altitud y de que el día aún se despereza.
Atravesamos el pueblo y nos desviamos por un inmenso bosque de pino rodeno de gran belleza.
Sus toboganes a media sombra compensan subidas y bajadas zigzagueando sin cesar durante kilómetros. Nos encontramos con numerosos grupos de ciclistas que van y vienen saludando con alegría el encuentro.
Superamos el bosque cuando se va acercando Teruel. Los trigales ya se han encañado cambiando el verde por un amarillo áureo que lucen sobre todo las espigas inclinadas por el peso de los granos ya maduros. Es un color que, si me abstraigo, no puedo evitar asociarlo al color del pelo de las mujeres de los países nórdicos. Y es ese un color que jamás he conseguido con los pinceles. Quizá porque me falta valentía, libertad o ambas cosas.
Al llegar a Teruel hay dos objetivos por cumplir: uno visitar la plaza del torico, que hace honor a su disminutivo subido a una columna dórica en el centro de una plaza triangular a partir de la cual se estructura la ciudad, y el otro, más importante, encontrar la "vía verde", una ruta ciclable que nos llevará hasta Sagunto o a algún lugar próximo; la vía verde está diseñada sobre la vía del antiguo ferrocarril que iba de Ojos Negros a Sagunto llevando mineral para los Altos Hornos.
El primer objetivo se alcanza con facilidad. En la plaza están celebrando algo religioso e invitan en voz alta a sumarse con la promesa de un paraíso maravilloso e imaginario que sólo se consigue cuando estás muerto. No pedo evitar que hasta la voz que lo promete me suene triste y decadente; así es que saco dinero en el cajero que hay en la plaza y me largo en busca de la oficina de turismo junto a los demás.
Cuando volvemos, el grupo que se agolpaba en la plaza la abandona vestidos con sus mejores fondos de armario al tiempo que otros, un poco más alejados, en las calles adyacentes, han elegido la cerveza y el tapeo bajo unas sombrillas para entretener los pensamientos.
Ya en la vía verde, los kilómetros hasta la Puebla de Valverde, bajo un sol implacable, nos sobran. Las piernas pesan y el camino resulta de un aburrimiento difícil de digerir.
Casi 9 horas después de la salida dejo caer un chorro de agua tibia sobre mi espalda y me tiendo en horizontal, no sin antes cerrar con llave el armario donde he guardado el "culote" para evitar que se escape. Llevo el mismo desde el primer día.

Noveno día (8 de junio) La Puebla de Vallverde - Sot de Ferrer

Por fin anoche me decidí y lavé el "culote" y otras prendas que han recobrado su color, así es que ya estoy preparado para la entrada triunfal en el "cap i casal del regne de valència".
De entrada, nada más ponernos en equilibrio sobre las dos ruedas nos enfrentamos a un camino empinado de más de un kilómetro hasta llegar a la ya mentada vía verde o camino natural de Ojos Negros; no hay alternativa. Ya en él el resto es todo una suave pendiente hasta el Mediterráneo. Túneles y puentes de todos los tamaños, algún que otro cruce de caminos polvorientos, conejos (muchos conejos) y una o dos personas que van o vienen en todo el trayecto. El viento es de levante y nosotros no abandonamos la esperanza de que alguna nube nos haga de sombrilla un rato.
Cuando llegamos a Sot de Ferrer el cuenta kilómetros marca 102. Es media tarde, pero el sol sigue en lo alto y las cantimploras están vacías.
Las cabezas ya no están aquí, piensan en mañana, en dónde tomaremos la paella, en cómo contar lo que acabamos de recorrer y también en la vuelta al nido, pues todos excepto yo tienen después un largo camino, aunque lógicamente en coche o barco.
Del lugar en el que descansamos en Sot de Ferrer sólo recordaremos a las cucarachas que, por qué no decirlo, con pena, dejaremos atrás al partir el día siguiente. Han sido nuestra inseparable compañía nocturna.

Décimo día (9 de junio) Sot de Ferrer - Playa de Las Arenas (V)

En Torres-Torres se acaba la vía verde pero a partir de ahí, quizá por conocido, el camino, al menos a mí, me resulta más fácil: Estivella, Xilet, Puçol y por el carril bici, también denominado calzada romana y más popularmente "del colesterol", a Alboraia y, junto al barranc del Carraixet, a la Patacona y finalmente a la playa de Las Arenas a dar cuenta de la prometida paella.

Nota final: Este camino, en 15 días hubiera sido épico; así ha sido también maravilloso pero, al menos yo, tardaré varios días en recuperarme. Han sido 735 km y unos desniveles acumulados próximos a los 10.000 m. Gracias que los días han sido largos y no nos ha importunado ninguna despiadada tormenta. Una suerte.
Ha sido "un gran viaje". Gracias a todos, que me habéis acompañado, esperado, vigilado y ayudado a completarlo.


jueves, 11 de junio de 2015

¡QUÉ LINDO! (completo)

Cuando se es capaz de esta reflexión es porque se es capaz de cosas muy grandes.


Cuando me amé de verdad, por Charles Chaplin

chaplinCuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.
Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.
Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.
Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.
Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.
Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.
Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.
Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.
Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.
Charles Chaplin.