domingo, 7 de agosto de 2011

Momentos estelares de la humanidad (III)

No era la primera vez que nos encontrábamos, yo me sentía muy a gusto y percibía que el placer era mutuo.
Compartimos un paseo agradable y ambos estuvimos ocurrentes. Reímos como hacía tiempo que, al menos yo no reía, y, al anochecer, decidimos ir a cenar juntos.
El destino fue un restaurante al azar. Lo único que primaba era que tuvieran buen vino. Lo encontramos al segundo intento.
No recuerdo absolutamente nada del menú. La conversación continuó tan amena e interesante como lo había sido durante toda la tarde. Tampoco recuerdo el número de botellas que descorchamos.
La velada fue larga, muy larga; aunque cuando delicadamente nos indicaron que iban a cerrar me pareciera que estábamos todavía en el aperitivo.
Luego nos alejamos paseando al ritmo de los grillos, arrullados por el murmullo del viento entre las hojas.
Había perdido toda noción. Flotaba. Una de las veces en que nuestras miradas se encontraron en la oscuridad, las mantuvimos durante más tiempo del habitual y yo sentí deseos de contarle muchas más cosas. Los pelos del flequillo, las pecas de su espalda o cuantas veces respiraba o parpadeaba en un minuto.
Al final, con la voz quebrada por la timidez, le deslicé al oído “mejor en tu casa”; no sé exactamente si fue así, ni tampoco si era una pregunta o una afirmación.
Ella, después de un largo silencio, mirando al infinito me contestó “vale”.
El vino había subido suficientemente alto como para que se produjera un largo vacío en mi memoria, que sólo me hizo volver en mi cuando ella, tumbada boca arriba, dijo mirando por encima de mi cabeza “tengo que llamar a mi madre para que me ayude a quitar esas telarañas”.
Aunque no era la primera vez que yo no acababa con éxito un encuentro, sentí un escalofrío en el cogote y continué agitándome al mismo ritmo, el cual sólo abandoné cuando ella gimió de modo poco creíble.
Poco después me marché con la duda de si el mundo volvería a ser alguna vez como antes. No quería que el amanecer me reconociera en aquel lugar y preferí el de siempre.

[Lo mejor de este relato se lo debo al grupo “M’goum”, especialmente a las féminas]