miércoles, 10 de diciembre de 2014

HOY

Hoy he tenido que ir al tanatorio. Son obligaciones sociales, básicamente de apoyo a amigos o familiares. No es mi lugar preferido y aún así, en los últimos meses (poco más de un año) he tenido que personarme personalmente (¡) tres o cuatro veces. Pero ninguna de las anteriores había reparado en detalles que hoy, posiblemente porque he tenido que esperar a mis amigos durante más de media hora, que por cierto se me ha hecho eterna, hoy sí que he reparado.
Son varios los detalles fruto de esas observaciones pero confluyen. La gente se viste para la ocasión, así me lo parece a mi, y cuando digo “para la ocasión”, me refiero a que particularmente mal. Como con ropas que hay que desechar, colores mal combinados e incluso prendas inapropiadas; me he sentido transportado al otro lado del canal de la Mancha. Sólo me ha faltado ver batines y zapatillas de casa. Quizá para eso tenga que ir más al sur.
Los gestos son tristes y desabridos, cosa que se acentúa al combinarse con pieles cansadas, quizá por varios días sufriendo de “maldormir”, y también sin duda por haber olvidado, fruto de una desgana voluntaria, un poco de crema hidratante o un último afeitado.
El pelo está desaliñado a menudo en la mayoría (nos libramos los que no usamos); es como si pesara mucho e hiciera que costara mantener la cabeza erguida.
En suma que el aspecto particular de cada uno y el colectivo en general es deprimente. Contrasta fuertemente con las chicas que atienden en recepción, con trajes impecables de colores fríos, recién peinadas y discretamente maquilladas; incluso algo sonrientes. Vamos, que parecen salidas de otro planeta. De otro planeta mejor, claro.
Y todo eso afecta. Yo tengo buenas piedras de turmalina negra para llevar en estos casos en el bolsillo pero algo pasa que siempre se me olvidan.
Para paliar esta sensación, recuerdo que hace años, un compañero de trabajo comentaba que cuando iba a un lugar así, nada más acabar tomaba una ducha y hacía el amor. Eso le liberaba de las malas imágenes y recuerdos de aquella mañana o de aquella tarde, según fuere.

Al hilo de lo que hacía mi amigo se me ocurre que quizá sería bueno que en estos lugares se instalaran a la salida duchas y, a ser posible, algo más para facilitar seguir sus sin duda buenos consejos.

jueves, 4 de diciembre de 2014

REFLEXIÓN

"A veces, para librarse de los demás, hay que ser como ellos"

MAÓ

Maó, paz y yates. Silencio. Una ligera capa de nubes se afana en protegerla para envidia del sol. Ventanas y puertas color verde oscuro con olor británico. Fachadas con luz propia.
Todo adopta un movimiento lento cuando no una quietud observadora. El susurro del mar lame la orilla arrancándole una sonrisa blanca. Sí, también blanca.
Lo que no es azul es blanco y hasta el azul blanquea, contagiado.

Cuando la noche entorna los ojos penetra aún más el dulce olor a agua salada. Las luces del puerto dibujan los mástiles temblorosos de los barcos en los pantalanes, y un poco más allá, faro y castillo nos recuerdan que Maó, ayer ya estaba aquí.

VENTURA GALIANO

“Lewis Carroll y Franz Kafka, dos poéticas de la sinrazón” VENTURA GALIANO # Ediciones Evohé
Voy a la presentación del libro y, como me gusta saborear lo que de bueno aporta lo nuevo, dejo a mitad una novela de mi admirado Javier Reverte, y me sumerjo en la introducción del ensayo, del autor.
Poco más de cien palabra y me siento atrapado, precisamente yo que me duermo en las introducciones. Bueno, esto promete.
Y sí, conforme sigo y me adentro en la obra el secuestro se confirma. Bien es cierto que Alicia da mucho de sí, y no digamos el checo.
Vamos, que no es un ensayo más. Sí de los que dejan huella y no de los que se olvidan al poco de acabarlos, si es que se acaban.
Ventura es sobre todo ameno, y eso hay que agradecérselo. Ventura se lo ha trabajado, tiene estilo, y por ello ya no es un lector que escribe, desde ahora es un escritor que lee.
Prudencia sobre todo, pero como sus próximas obras tengan la calidad que esta destila, estamos ante alguien a colocar en la lista de los mejores.

Enhorabuena y gracias, las dos por lo mismo, claro.

BOROBUDUR

Tras más de catorce horas de vaivén en un recipiente con ruedas llamado autobús, soportando decenas de paradas para coger y apear gente; subidas y bajadas de montañas con curvas de no sé cuantos cientos de grados, y vendedores de fruta, agua y comida en bolsas de plástico, mientras intento mantener erguida la cabeza que se siente atraída sin control por la gravedad, llegamos por fin a Borobudur.
Primero nos dirigimos al Lotus 1, un supuesto lugar para descanso y desayuno que goza todas las bendiciones de la guía Lonely Planet. Como llevamos pesadas mochilas y hay más de un kilómetro, tomamos un triciclo para que lleve el equipaje. El que pedalea, a pesar de ser primera hora de la mañana, lo hace sin demasiada fuerza ni entusiasmo.
Llegamos al citado L-1 donde alrededor de una mesa, un grupo juega a las cartas, come chucherías y bebe algo. A mi pregunta de “quién es el responsable”, apenas uno o dos vuelven la cabeza. Insisto y, al fin, uno se levanta y me acompaña a una habitación de primer piso donde dos personas ven la tele echados sobre la cama. Pregunta si hay habitación y le responden que sí, precisamente la que ellos están utilizando.
Le doy las gracias y nos marchamos al Lotus 2, no muy bien clasificado por la misma guía. Éste está a unos dos kilómetros, a pesar de que el triciclista toma un atajo y yo comienzo a impacientarme; sobre todo porque su pedaleo es cansino. Harto, le digo que se baje, subo al triciclo y comienzo a pedalear. Al poco, miro hacia atrás y lo llevo a más de cien metros; levanta las manos pidiendo que me espere pero no le hago ni caso.
Cuando llego al L-2 veo que él y mi compañero quedan lejos, aunque han acelerado el paso. A la puerta hay una anciana que me recibe con una sonrisa y me dice que sí, que tiene habitación. Luego llegan mi colega y el triciclista, que por cierto quiere cobrar más de lo convenido. No me perdona que le haya hecho correr, no está acostumbrado a ello.
Nada que ver con el L-1 que aconseja la guía, cuyo relato del recibimiento ya ha quedado claro. Así es que en él permaneceremos dos días, Queremos visitar el templo budista de Borobudur, que promete ser uno de los monumentos importantes de este largo viaje por el sudeste de Asia.
Al día siguiente nos levantamos muy pronto y enseguida estamos en el Borobudur. Quiero comenzar la visita por lo más alto, ahora que apenas hay una veintena de personas en el recinto. Si desde abajo es impresionante este gran complejo, desde arriba te sientes fuera del mundo.
Cuando llego me encuentro con la agradable sorpresa de que una veintena de monjes con su túnica azafrán y una decena de monjas con la suya blanca están rezando el último piso. El ambiente es sobrecogedor. Se me erizan los pelos de los brazos y me apresuro a sacar mi péndulo para medir los bovis; entre 18 y 20.000 por el momento.
Cuando concluyen los rezos, ya de por sí energizantes del budismo, comienzan a dar vueltas alrededor en sentido dextrógiro, por el escaso pasillo que queda, donde precisamente me encuentro yo. El primero en pasar me dice “sorry” mientras camina lentamente. Yo me aparto, pongo la espalda junto al muro y continúo midiendo la energía. Algunos monjes miran de reojo el péndulo que cada vez exige que suba la valoración.
Cuando paso de 30.000 bovis siento un estremecimiento por todo el cuerpo, especialmente en la columna vertebral que hace que desista de seguir. Estoy emocionado y muy excitado.
Acaban y se marchan. Yo tengo que esperar aún un rato para continuar la visita, sin duda la más interesante de todas las que he realizado en Indonesia y Thailandia.
En ambos países, entre budistas, hinduistas y también alguna mezquita habremos visitado varias decenas de lugares, incluido el Prambanan, por citar uno entre muchos, pero en ningún caso he llegado a medir niveles de energía parecidos, ni tampoco sentido nada igual.
Continué durante varias horas más, recreándome en los grabados, en su arquitectura y cómo no, en el bosque tropical que lo rodea. Desde lo alto se divisan los conos de algunos volcanes y una atmósfera mágica alentada por la neblina propia de su geografía.

Sí, la visita al Borobudur “valió el placer”.

miércoles, 22 de octubre de 2014

LOS PANTALONES

No recuerdo con exactitud pero sí que estaba a caballo entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Yo hacía poco que había cumplido los 16 años, que aunque no era ni es mayoría de edad, ya nos dejaban entrar en mi pueblo a los bailes del casino.
El baile de noche vieja iba a ser mi estreno. Durante el verano habíamos bailado profusamente el grupo de amigos y amigas, en casas de unos y de otros. Maricarmen llevaba el pic-up y discos, nosotros poníamos refrescos y algo de picar, y al ritmo del incipiente rock sudábamos la camiseta, reíamos y disfrutábamos rozándonos. Eran los “guateques”.
Me puse para esa noche mis mejores galas: un jersey que me había tejido mi madre, unos zapatos que acababan de ponerles medias suelas bien lustrados de crema y unos pantalones que mi madre me había cosido de unos viejos de mi padre. Los pantalones tenían un zurzido a la altura de la rodilla que no se había podido evitar y, antes de entrar al baile se me había rasgado un poco.
Entraron mis compañeros sin problemas pero el conserje que custodiaba la puerta me miró de arriba abajo y me dijo: sin chaqueta no se puede entrar (yo no tenía chaqueta, sólo el jersey), a lo que yo le contesté: “esto es una chaqueta aunque sea de lana”. Movió la cabeza de un lado a otro y volvió a mirarme de nuevo. Y entonces fue cuando me dijo: “pero no con los pantalones rotos”. Un sudor frío de resignación me bañó por dentro. Me tragué varios litros de tristeza en forma de saliva y me dí media vuelta.
Pasé la noche con mi madre y mis hermanos. Nos comimos las uvas que nos había traído mi abuela escuchando las campanadas de la Puerta del Sol que narraba un tal Matías Prat con el mismo tono con que radiaba las corridas de toros y los partidos de fútbol.
Al día siguiente escuché con tristeza y envidia lo que me contaban mis amigos del baile de la noche anterior. No tardé en olvidarlo.
Ahora, más de cincuenta años después, concretamente ayer, me vino todo a la memoria. Se puso delante de mi como si fuera hoy. Lo reviví y al hacerlo no pude evitar una risa nerviosa que acabó en carcajadas que tuve que silenciar para no llamar la atención. Todavía no sé de qué me reía pero quiero suponer que del ser humano, incluido yo, por supuesto.
Y, ¿por qué?... porqué ocurrió.
Estaba invitado a una fiesta y acompañé a una amiga muy especial. Una amiga distinguida que también se podría calificar como “cool” como “pija” o de cualquier otra manera, pero sobre todo es una amiga. Tiene imagen, cuerpo, sonrisa y estilo, y puede disfrutar de todo junto.
Pues bien, quedamos una hora antes en su casa y, nada más entrar me dice: “qué te parece esta camisa…”, era de color fucsia (nunca he sabido qué color es el fucsia) con un hombro al descubierto, enseñando el tirante del sujetador blanco y le sentaba bien. Se lo dije. Enseguida añadió: “lo que no soy capaz es de encontrar unos pantalones que le vayan”. Se puso unos, luego otros y finalmente dijo: “vámonos, pasaremos por X (omito el nombre para no hacer publicidad) y me compraré unos pantalones”. Íbamos en la moto, así es que no tuve problemas en aparcar a la puerta y entrar con ella. Mientra elegía me entretuve mirando una revista de moda en la que aparecían modelos muy serias sin apenas formas en su cuerpo y, por supuesto, sin nada de pecho. No fue mucho porque ella enseguida encontró lo que buscaba, unos pantalones de vaquero, actualmente “blue jean” muy gastados y con varios rotos. Pagó por ellos algo más de 300 € porque como es cliente le hicieron descuento.
Salió de allí luciendo una luminosa sonrisa, además de la blusa, los “blue jean” y su piel bronceada allá donde se dejaba ver. La fiesta fue una más, mucha gente amiga (mejor conocida, amiga es otra cosa) de mi amiga y eso que llaman “glamour” que tampoco sé qué quiere decir.
Conversé, bebí y me lo pasé bien, sobre todo porque su compañía es agradable. Con ella no tengo que fingir y me acepta como soy, lo que no es poco.
Pero en un momento de la fiesta, mientras miraba los destellos del cristal de bohemia de una original lámpara que colgaba en un lateral, me acordé de aquella noche vieja en la que no pude bailar con mis amigas porque los pantalones que me había cosido mi madre de unos viejos de mi padre, tenían un zurzido que se había desgarrado.

¿Será que cambian los tiempos o será el ser humano el que cambia?. Bueno, deben de ser los tiempos; los seres humanos no cambiamos nada, continuamos siendo igual que antes. Igual de estúpidos, claro.

miércoles, 1 de octubre de 2014

CAMI DE CAVALLS (Menorca)

Camino de caballos,
Puerta a puerta, cientos de puertas.
Piedra a piedra, miles de piedras.
Debiendo y pagando metros,
Subiendo la bicicleta,
Bajando a muerte.
Calas desiertas, trombas de agua,
Arenas húmedas, pieles torradas.
Gotas de lluvia juegan en la visera del casco,
Chorrean la cara, la empapan.
Cuando se secan, curten la piel.
Azul de mar, azul de cielo,
Azul que llena los ojos.
Bosques de encinas huelen a miel.
Sendas de brujas nos cuentan cuentos.
Pedaleando junto a la mar,
Cuatro jinetes muy solidarios,
Por un camino que es de caballos.


viernes, 19 de septiembre de 2014

SEIS SEMANAS EN ASIA

Después de 28 horas de viaje, escalas en Frankfurt y Kuala Lumpur, vamos a aterrizar en Yakarta.
Cuando los últimos rayos del sol pintan de rojo y amarillo las antes blancas nubes y las alas del airkraft, son poco más de las 6 de la tarde (hora local de conveniencia), y, ahí abajo, todo es de color gris sucio con inesperados reflejos anaranjados, parece que llegamos al inicio de nuestro destino
Desde aquí, la ciudad se asemeja a las brasas de una chimenea apagada. Ante el puerto, más de un centenar de petroleros y cargueros esperan. Dentro, en el avión, caras aburridas y concierto de bostezos.
Yakarta, con más de 10 millones de personas, se asemeja a un hormiguero estresado por varios pisotones intencionados. No hay orden en nada, y aún así, todo funciona. Nubes de motos que toman la derecha y la izquierda, la calle y las aceras (quién sabe si también las azoteas); desvencijados cacharros a ruedas que pitan sin cesar y sin motivo. Los pocos semáforos que hay no funcionan y las aceras son una continua trampa para elefantes y, lo que queda libre, lo ocupan carritos de frituras que van metiendo en bolsas de plástico cuando les deja tiempo libre jugar con los dedos desnudos de los pies.
La primera impresión me lleva a desear tener la vuelta para el día siguiente.
Con el primer alojamiento hay suerte. Es nuevo y luce la primera y única ducha, tal como la conocemos ahí, de la que disfrutaré en el viaje.

  • Segundo día (en realidad tercero, porque veníamos contra el tiempo)
Voy en un autobús que creo que no ha pasado la ITV (¿y so qué es?) a tomar el ferry que lleva de Merat (Jawa) a Bacahueni (Sumatra), el objetivo primero es el volcán Krakatoa. Afuera, una agricultura muy primaria y frutas tropicales. El coche va lento y con la puerta abierta; desde ella uno que no es el conductor, lo cual se agradece, va gritando el destino, pienso que puede ser que haya quien no sepa leer el gran letrero que luce delante. Suben y bajan personas en cada esquina. Al ser un país muy poblado, la carretera es como una larga calle y la gente se agolpa en ella.
También suben y bajan vendedores que ofrecen frutas, frituras, galletas, agua o simplemente un concierto de guitarra mientras desgarran la voz para luego pasar la gorra.
Estoy aprendiendo a conducir aquí, pues antes o después tendré que hacerlo. Me fijo en que la línea continua no significa que no haya que adelantar (mucho menos si viene un camión de frente y hay una curva), también me fijo que se conduce por la izquierda pero se puede adelantar por ambos lados, se elige el que más sitio deje; que se puede uno parar o dar la vuelta donde quiera y que hay que esquivar a los demás acelerando (esto último es muy importante), aunque sea un perro que duerme o un niño que juega en la carretera. Suerte que hay pocos perros, no así niños.
Hace un calor húmedo pero el sol no se ha dejado ver con claridad aún. Por el contrario la lluvia nos ha golpeado los cristales durante media hora.
Finalmente, después de más de 4 horas para hacer poco más de 100 km, en las que el ayudante ha ido voceando el destino con la puerta abierta, hasta conseguir hacinar el obsoleto y bamboleante cascarón, en el que un olor a gasóleo y humo lo impregna todo, llegamos a la estación de autobuses, en la que nada de esto cambia demasiado. Un enjambre de motos se ofrecen para llevarnos al ferry (incluidas las mochilas o maletas) pero preferimos ir andando.
Ya en el ferry las ofertas de todo tipo no cesan. Algunos jóvenes piden dinero para tirarse por la borda. Y, durante la travesía, que dura más de 4 horas (unas veces navega y otras se para), más de una decena de vendedores ofrecen diferentes productos, milagrosos en su mayoría, disertando al estilo de los predicadores. Al tiempo, los altavoces del ferry emiten sonidos que pretenden ser música pop indonesia, sólo interrumpida de 6 a 7 por los obligatorios rezos coránicos. Todo ello hace que el viaje no parezca que dura 4 horas sino 40, pero eso sí, muy amenos.
Del puerto a Kalianda tomamos un autobús que se rige por las normas del lugar; es decir: sale cuando le parece, pasa horas dando concierto de pito, yendo de atrás hacia adelante y viceversa, suben y bajan vendedores y, los viajeros, presuntamente para entretenerse, se cuentan los dedos de los pies desnudos mientras dormitan.
 Obras en la carretera o un accidente, sin ningún voluntario que dirija el tránsito (cuando los hay piden la voluntad a los vehículos), dilatan el viaje hasta casi la madrugada. Nos apeamos en un cruce y, gracias a la brújula que llevo en la correa del reloj y a un plano, tomamos la dirección adecuada que nos lleva, cuatro kilómetros después, al lugar en el que pernoctaremos. Antes hemos despertado a un poli del dulce sueño en su guarida y nos ha confesado no saber nada de nada de lo que le preguntamos (no me extraña en absoluto). El lugar buscado, es el recomendado por la Lonely Planet (en adelante LP, hasta su quema solemne acabado el viaje. En agradecimiento a su información desinteresada, claro).

  • Cuarto día (creo), para aclararnos 26 de junio.
La noche ha sido memorable. Me embadurné de la fórmula mágica contra los mosquitos pero debí de cometer algún error en la composición (quizá tomé por error la del profesor Bacterio), porque a las 3 me tuve que vestir (no hay sábanas) y cubrirme la cara con un pañuelo. Se ve que los pobres mosquitos están muy necesitados.
Somos los únicos en el hotel… no debemos de ahorrar tanto en los alojamientos si queremos sobrevivir.
A las 7 de la mañana salgo a la realidad y me encuentro en la puerta con dos furgonetas (más bien “fragonetas”) con letreros que rezan “KEMENTERIAN SOSIAL RI”. Por las similitudes que ya he observado entre el indonesio y el castellano, creo que todavía no estamos para eso pero se ve que no pierden la esperanza. ¿Qué tan mal nos vieron anoche?...
El aseo es breve. No hay ni ducha ni lavabo, sólo un turco por si queda algo en los intestinos. Eso sí que es acertado, ¿para qué más?
El chico del hotel nos dice que hay “mala mar” y que hoy no podemos ir al Krakatoa; luego aclara que realmente al Krakatoa no se puede subir, que es a la “madre” del Krakatoa; y finalmente, tras hablar por teléfono, añade que sólo se permite dar la vuelta a la isla porque no dejan atracar. Vamos de medias mentiras a verdades enteras.
El desayuno es realmente un “sin des” pero el té caliente abre por fin el tubo digestivo y, se agradece, porque ya amenazaba con sellarse para siempre.
El día continúa gris y con el típico calor húmedo que hace justicia a la latitud. Localizamos un volcán próximo y vamos a aventurarnos a subirlo por nuestra cuenta, aunque hay división de opiniones, unos dicen que es fácil y otros que ni se nos ocurra intentarlo.
No sé si creerme o no creerme lo que estoy viviendo. Si calificarlo como aventura o estupidez. No es ni el tercero ni el cuarto mundo; tampoco el planeta perdido. Es Sumatra (antes Jawa) y lo único que justifica que esté yo aquí es mi principio de “que no me lo cuenten”. Esto no sale en la tele ni lo publican los periódicos ni tampoco las redes sociales en internet, pero tengo una gran curiosidad por vivirlo y contármelo después a mi mismo (y a quien quiera, aunque no creo…)
Desde aquí, no sólo se ve lo que aquí se vive sino también los errores de los que venimos, que relucen como el sol de primavera tras la lluvia.
En tres días sólo he visto un perro en una cabaña en mitad de la espesa vegetación, y claramente era de raza comestible. Estaba triste, cabizbajo y meditabundo. Es la primera vez que entiendo a un perro que no es de cerámica.
Su posición normal (la de los humanos de aquí), cuando no van en moto, es la horizontal. Evidentemente cuidan mucho de su columna.
Tienen vocación de vendedores: venden lo que tienen, y si sólo tienen la moto te venden transportarte en ella. Saben que comprando no se progresa.
Una moto puede transportar a uno, dos, tres e incluso cuatro personas aparte del conductor. Cuatro sacos de arroz  sin atar (dos delante y dos detrás, como los elefantes en el seiscientos), una cama, somier incluido, una tienda de comestibles con sus estanterías, cinco garrafas de agua y todo lo que puedas imaginar. Cuesta arriba.
Hemos ido a la playa y me he dormido. De bañarnos ni pensarlo.
El intento de subir al volcán sale bien a medias, llegamos a un punto sin posibilidad de seguir. Llueve y la niebla es muy espesa. El piso, de ceniza fangosa, resbala. Nos faltan unos 100 metros de desnivel pero desistimos.
Cenamos en un “mac” que se han inventado en el pueblo, tomamos de postre un zumo de aguacate con chocolate que resultará ser el mejor de todos los que tomamos en el viaje.
Antes de ir a la cama intento ducharme y lo consigo echándome agua con un cazo de la que hay en la poza del patio. Dos ranas me miran de hito en hito todo el rato. Debe de ser que no están acostumbradas. ¿Serán realmente una raza de piel oscura?

  • Día 27 de junio (quinto día)
A las horas que tocan, desde los minaretes, el Muecín se encarga de berrear consignas o rezos. Deben de estar grabados, de lo contrario el tal Muecín acabaría extenuado. Es su forma de demostrar el poder de la religión: “Estoy aquí y hago esto porque puedo”. En las mezquitas se imparten enseñanzas. Por otra parte nada nuevo tratándose de una religión.
Creo que las bacterias son fundamentales para la vida, incluso que nos protegen. Tenemos dos kilos (más o menos) de bacterias cada uno de nosotros, y a más riqueza de ellas mayor inmunidad. Tenemos pues que agradecer a estos pueblos que sean una reserva de bacterias tan descomunal. Nosotros vamos a salir de aquí ganando peso en bacterias y proyectados hacia la eternidad; eso sólo si acabamos vivos, claro.
Vamos a la cama tarde, después de la una de la madrugada, antes nos embadurnamos de 3 repelentes uno tras otro y matamos mosquitos a dos manos. En la tele juegan al futbol. Aquí siempre están jugando el futbol en la tele, a veces partidos que se jugaron hace años; la gente lleva camisetas del barça y del madrid. Si decimos que somos españoles comienzan a decir nombres de jugadores, así es que Joseluis dice que es de Andorra y yo del Vaticano (que tampoco estaría mal). Más tarde, tras las consecuencias del mundial de futbol, eso nos librará de las mofas del personal, que lo que es de futbol están bien informados.
Unos golpes en la puerta intentan despertarme y al final, a pesar de mi resistencia, lo consiguen. Joseluis ya se ha despertado. Abrimos y en la puerta aparece el chico del hotel, está de pie, con las manos juntas y repite una y otra vez “sorry, my mather is dead”. Ya consciente le digo sí a lo que nos pide, que no es sino que nos pasemos a otra habitación porque delante de la nuestra se están instalando alfombras sobre las que se celebrará el duelo. Tardo casi una hora en dormirme en la nueva “suite” a pesar de los tapones, pues rezan incluso con un megáfono, se ve que su dios no anda bien de la oreja. Cuánto mal nos hace a veces la tecnología.
Nos levantamos muy temprano, en la sala de al lado han quitado los muebles y está efectivamente repleta de mujeres que rezan y lloran sobre unas alfombras rojas. En la puerta, los hombres ataviados con sus mejores galas y unos gorros cilíndricos negros, hablan y fuman sentados. Cogemos las maletas y nos marchamos sin molestar más (ya pagamos a la llegada). Ya le daré el pésame por “guasap”.
Tomamos una cosa con ruedas que nos lleva durante casi dos horas por vías insospechadas (carreteras, caminos, arcenes, obras y sembrados), cogiendo y dejando pasajeros, hasta el puerto que nos devolverá a Jawa. No muy ortodoxo pero sí eficaz y más eficiente que el autobús de la venida.
Tomamos el ferry y luego nos decidimos por el tren. Encontrar la estación del tren resulta extremadamente fácil, basta con encontrar la vía y luego seguirla en el sentido adecuado, apartándose si viene alguno. Ya en el tren, camino de Yakarta, se nos aparece una divinidad; en concreto un joven que sabe inglés y que nos acompaña al llegar hasta coger dos líneas de metro diferentes y finalmente tomar un tuk-tuk que nos lleva a otra estación a tomar el tren hacia Borobudur. Me quedo su correo electrónico para darle las gracias si consigo volver con los cinco sentidos útiles, pues de él será sin duda parte de ese mérito.
En el metro la gente es muy amable, les decimos el wagón al que queremos subir o la estación en la que queremos bajar y empujan y empujan hasta asegurarse de que lo conseguimos (aquí no hay empujadores como en Japón, ellos solos se valen).
Al llegar a la estación, el tren está “full”. Compramos billetes para el día siguiente y buscamos hotel por el método que yo denomino “del bastón blanco”. Para llegar al lugar hay que cruzar tres calles en las que ni ellos ni nosotros hemos visto que haya semáforos, de modo que aquí el sistema es el de “ahora ¡vale!”.
Encontramos un hotel en el que parece que podremos dormir e incluso comer algo. En 5 días que llevamos de viaje, salvando lo que nos dieron en el vuelo, hemos tomado dos desayunos y una cena. En uno de esos sitios que ponen fotos de la comida, que yo por cierto “adoro”, comemos un plato de arroz picante con un trozo del gallo de la pasión; por fin una cena que tiene que ver algo con la historia (sagrada), a ver si lo siguiente que me toca es vino de la última cena por, lo menos.
Tomo una ducha, la segunda en este período, y me bajo a la recepción a poner mi sangre a disposición de los mosquitos, mientras limpio los pulmones con el ambiente alcanforado de que goza el lugar. Salgo un momento a comprar repelente (es media noche pero las tiendas parece que no cierran) y cuando me ven los picazos me dan tres repelentes diferentes. Me los pongo los tres sin demasiado éxito.

  • 28 de junio
Aquí, a 5º del ecuador, la luz nos acompaña de 6 a 6. Sólo la luz porque el sol se oculta tras una timidez prolongada. Así es que, tras un desconcertante desayuno, a las 8 estamos en la estación dispuestos a asumir lo que venga.
El tren hacia Bandung sale con 20’ de retraso, a sea puntualmente, y nos ofrece esa imagen única que sólo se puede ver en los aledaños de las grandes ciudades, y especialmente junto a las vías de ferrocarril. No iban a ser las de Asia una excepción. Sigo sin atreverme a hacer fotos de lo que veo ni deseo volver a verlo. Llegamos a Bandung a las 2 de la tarde y tomamos el hotel más próximo a la estación.
Ducha, plano y, sorteando las trampas de la acera (por debajo pasa la supuesta alcantarilla y apenas está cubierta la mitad), vamos a lo que denominan “plaza mayor”. Aquí no hay plazas, llaman plaza a una calle que rodea a unos edificios, en cuyos bajos hay tiendas y una mezquita. Comienza a caer la lluvia de cada tarde. Nos cobijamos en la entrada al aparcamiento de un hotel hasta que amaina el monzón; hablamos algo con el guarda y seguimos. Encontramos una calle con algunas franquicias occidentales y, por fin, ceno una sopa y arroz normal.

  • 29 de junio
Contratamos un coche con conductor para ir al volcán TANGKUBAN PARAHU y luego al “spring hot” que hay próximo al volcán. Partimos muy temprano. Iniciamos la subida a 752 m y al llegar al borde del volcán el altímetro me da 1302 m; es la parte más hundida del cráter. Luego lo bordeamos hasta casi la mitad, el resto está inaccesible y resulta muy peligroso.
El olor a azufre es muy fuerte, sobre todo cuando nos situamos en el lateral hacia el que el viento transporta las fumarolas. Nos encontramos con tres jóvenes del lugar y con una pareja occidental (gringos les llama Joseluis). Más abajo, donde llegan los coches, conforme avanza la mañana, se van acumulando más y más visitantes; hay tenderetes de recuerdos, caballos que ofrecen paseos y todo lo imaginable.
La bruma también se hace más densa con el avance del día, haciendo imposible la visibilidad. Incluso el color del cielo llega a perderse totalmente. Como ya hemos cumplido nos encaminamos al “sping hot”. Unas cascadas de agua muy muy caliente nos tonifican de forma notable y limpian la piel de la contaminación de los últimos días. Se respira sulfuro.
Más relajados vamos a visitar una plantación de té y, de nuevo, ya avanzada la tarde, al hotel.
Intentamos pactar con una agencia de autobuses (se llama 4848) para ir al día siguiente a un nuevo destino, sin éxito. No conseguimos estresar al responsable de turno que, entre bocado y bocado de las frituras que engulle, nos dice que no es posible. Insistimos, y aprovecha que hojea una especie de dietario para limpiarse el aceite de las frituras mientras no deja de mover la cabeza negativamente.
Finalmente, con la ayuda del encargado del hotel y grandes dosis de paciencia (ésta vez el responsable se limpia los dedos de aceite en el periódico que lee sin ni siquiera mirarnos), al final acepta llevarnos a las 11 del día siguiente, no sin advertirnos que habremos de buscar otros pasajeros. Ya me veo colgado de la puerta gritando el destino por las calles de Yakarta… No me asusta.
Cenamos arroz con brócoli junto al lujoso hotel de “la París” (somos los únicos clientes), en el único lugar abierto por la zona, excepción hecha de los carritos callejeros.
Volver al hotel es ya más fácil, cuando nos pitan quiere decir que nos han visto y que ambos nos esquivaremos, sobre todo por nuestro bien; también ayudan algunos guardias de tráfico voluntarios a los que algunos conductores dan propinas al estilo de nuestros gorrillas; se distinguen porque llevan un chaleco amarillo.

  • 30 de junio
“La hora de la verdad”. Salimos por fin de Yakarta en uno, dos y hasta tres vehículos llamados “opelet” y aún en este siglo llegamos a CIPANAS donde contratamos la subida al volcán PAPANDAJAN.
Unos ingleses que tienen el mismo objetivo que nosotros nos informan que acaban de prohibir la subida al PAPANDAJAN por riesgo de erupción (ya van dos). Dos “opelet” más (para qué perder el tiempo) y nos encaminamos a la estación de TAXIMALAYA a tomar el bus BANDUNG-WONOSOBO. Si penosos han sido los traslados anteriores, éste, tras una espera de más de 4 horas respirando monóxido de carbono (no paran los motores nunca) y esquivando motos en la estación, iniciamos el viaje.
Más de 7 horas por una carretera sinuosa, horizontal y verticalmente, parando aquí y allá, y al volante un conductor de fórmula 1, dan como resultado que deposito mi bilis y parte del hígado en una bolsa de plástico. Lástima que no valga para trasplantar.
A las 3 de la madrugada llegamos al hotel que aconseja la Lonely. Se niegan tajantemente a aceptarnos a esa hora y, los otros que aconseja están cerrados a cal y canto; así es que busco otro en la misma calle que no pone problemas, además de tener mejor pinta.
Antes de caer horizontal con un chute de sal de fruta, oigo a un gallo que hace de coro a los rezos del minarete, aunque me parece que no voy a necesitar tapones para dormir.

  • 1º de julio
Cinco horas después - me alegro de estar vivo - tomamos otro veloz “opelet” hasta la meseta de DIENG y el pueblo del mismo nombre. El camino es igual de sinuoso y sus dos orillas están pobladas de tenderetes, secaderos de arroz, niños jugando y todo lo que alguien pueda imaginar en una pesadilla. Aún así, el conductor adelanta a todo lo que se mueve y grita por la ventanilla el destino por si alguien quiere unirse al rally, porque el número de plazas es variable y no tiene nada que ver con el número de asientos, puede incluso doblarse sin tener en cuenta los paquetes u otros seres vivos de género y especie diferente. Toda una muestra de solidaridad.
Los alojamientos que aconseja la Lonely, o están cerrados o son inaceptables, así es que una vez más buscamos por nuestra cuenta. Nos instalamos en un “home-stage” y tras una hora para recuperar el aliento y la boca de mi estómago (ayer otro día sin comer), vamos a visitar varios “candis” (templos hindús) y, por la tarde, a algunas de las bocas volcánicas que pueblan la meseta de DIENG. Están humeantes y burbujeantes y apenas hay restricciones. Se puede uno meter dentro aunque no sea en absoluto deseable.
En la meseta sólo está el pueblo del mismo nombre (muy pequeño) y 4 ó 5 barrios alejados del centro, pero he contado hasta 6 mezquitas y cuando les da  por llamar a la oración (o a lo que sea) lo hacen todas a la vez, ayudándose de potentes altavoces. Yo creo que si tuvieran que berrear ellos a pulmón sería mucho más creíble. Tengo que proponerlo, porque son más de las 9 de la noche y no hay forma de entenderse.
Vamos a cenar al único sitio que se puede, si exceptuemos los puestos callejeros, y coincidimos con dos occidentales que comparten pero objetivos con nosotros. Lo que nos transmiten no es muy optimista, pero quedamos en compartir información también mañana: meteorológica y sobre los volcanes.

  • 2 de julio
El Muecín o el Imán o su PM tiene insomnio. Son las 3 de la madrugada y sus rezos atraviesan muros y murallas sin piedad. Me pongo los tapones  es más que un ronquido y más que una orquesta de ronquidos.
Sueño muchas cosas pero, ni en sueños con un Imán asesinado ni nada parecido.
Salgo a la calle a las 7 y ½ y está viva (ni que estuvieran sordos). Desayuno arroz blanco, verduras picantes y frituras de algo rebozado. De beber té. Y, en seguida, esta vez a pie, rumbo a dos bocas de esta zona volcánica de la meseta de DIENG. Son salidas secundarias pero muy activas. La mayor parte del trayecto es por una estrecha carretera frecuentada por motos. A uno y otro lado hay gente trabajando la tierra. Nos saludan del modo tradicional “Hello mister”, nos miran y se ríen, sin duda con buen criterio.
Andamos unos diez kilómetros y conseguimos llegar hasta el mismo borde de las bocas activas. Son de color gris claro y despiden el olor característico a azufre. En definitiva que tienen mi visto bueno: bien de color, de olor y de temperatura; y yo que siempre me había preguntado qué quería decir eso de vulcanólogo… ¡mira por donde!. No hay visitantes apenas, lo que dice mucho en favor de nuestra originalidad.
A la vuelta comienzan a descargar las nubes que se han ido formando durante la mañana, porque el cielo amaneció limpio. Gracias a dos desgastadas capelinas que lleva Joseluis, el agua cala pero no hasta los huesos. Aunque a estas alturas, después de varios días de ramadán involuntario, tampoco hay mucho ya que mojar.
Al llegar, tomamos y me quedo dormido.
Cuando me despierto ya ha anochecido y vamos a cenar al mismo y único lugar de la noche anterior. No sé lo que ceno, pero qué más da, después de 12 horas con unos duros cacahuetes, agua y un té, eso no importa. Y con el dulce sonido de fondo de los armónicos del Imán, seguro que me sienta de maravilla.
Coincidimos de nuevo con los dos ingleses o americanos de la noche anterior y les pregunto sobre la subida al MERAPI. Nos dicen que la hicieron hace dos días desde SELO, que es dura (5 horas de subida y 4 de bajada), y que no está exenta de peligro, en concreto que no la aconsejan pero que tampoco la prohíben. Mi colega dice que no se encuentra preparado para ese esfuerzo, que en todo caso la podemos hacer desde Yogyakarta.
También les pregunto sobre la subida al KELUT, y ahí se muestran tajantes. Se ha desprendido la mitad de uno de los conos (éste volcán tiene un cono dentro de otro) y no hay ninguna posibilidad razonable. Hay quien sube en tres días superando algunos tramos con escalada por la parte que continúa en pie, pero no es en absoluto recomendable.
Así las cosas nos preparamos para partir al día siguiente para BOROBUDUR y, probablemente pasado mañana, depende del tiempo que nos lleve la visita a ésta ciudad y sus templos, continuaremos a Yogyakarta, desde donde intentaremos el MERAPI por el sur y PRAMBANAN.
Al salir de cenar es noche muy cerrada y la lluvia ha cesado (no los minaretes), aún así no estorba ni el forro polar ni el goretex.
Cuando vamos a dormir nos encontramos con que hay más habitaciones ocupadas. Han llegado una americana de California (habla español) y tres alemanas que tienen también como objetivo los volcanes. Les pasamos la información que tenemos y hablamos durante un rato mientras tomamos té.

  • 3 de julio
A las 3 llegamos a BOROBUDUR. Son buena gente pero hay mucha picaresca, sobre todo cuando se trata de “hello mister”. Nos pasan de un “opelét” a otro y luego a un tuk-tuk, y en cada caso pretenden cobrar el viaje completo, que por otra parte tiene una tarifa “a ojo de buen cubero”.
El último tuk-tuk, que va a tracción sangre (humana), acabo de tener que conducirlo yo porque el pedaleador habitual se ha quedado sin fuerzas (y eso que sólo lleva los equipajes).
Vamos al LOTUS-I, porque el LOTUS-II, que por otra parte es el que aconseja la Lonely, holgazanea de forma descarada. Me enseñan la habitación libre y, al abrir, hay dos “personas” tendidas sobre el colchón viendo la tele; y ni se levantan; forman parte del comité de dirección del lugar. Los otros juegan con el móvil en recepción.
Bajamos las mochilas y nos instalamos. Tengo que comunicarle a mi amigo Cèsar (el acento es correcto así) que hace varios días que perdió el “liderazgo de la mochila”, y que no creo que lo vuelva a recuperar ya nunca.
Hemos abandonado totalmente la tentación de decir que somos españoles, sobre todo debido a los resultados del mundial, que es lo único que parece que interesa aquí (hay que evitar la mofa). Definitivamente somos de Andorra y del Vaticano.
Llegamos muy pronto al templo de BOROBUDUR que da nombre al lugar. Tiene la estructura de un templo, especialmente de los budistas de por aquí. Desde lejos tiene perfil piramidal, y está estructurado en varias plantas; la siguiente es siempre de menor perímetro que la anterior, acabando en un penacho similar a otros muchos que hay distribuidos en las diferentes plantas pero de mayor tamaño.
Decido subir primero a la parte más alta y visitarlo de arriba hacia abajo. Me encuentro con un grupo de monjes: una veintena de hombres con túnica azafrán y una decena de mujeres con túnica blanca. Realizan sus rezos habituales a los que ya he asistido en otras ocasiones, repitiendo en voz alta cánticos repetitivos. Algunos turistas que han llegado conmigo les hacen fotografías.
Saco el péndulo y mido las unidades bobis. Me da más de quince. Cuando acaban sus cánticos comienzan a dar vueltas en sentido levógiro; primero van los hombres y luego las mujeres (aquí también…). Me pilla en el interior del círculo. El primero que pasa me avisa en inglés, le digo “sorry” y me pego a la pared. Sigo midiendo y cada vez me da una cifra superior. Cuando han dado 5 ó 6 vueltas pasa de 30 bobis. Los monjes miran el péndulo de reojo cada vez que pasan.
Cesa el rito y se marchan con el mismo orden. Me quedo recuperándome de la subida de energía que he experimentado; me he mareado y una sacudida ha recorrido mi columna que se ha expandido luego por todo el cuerpo.
 Continúo visitando el resto del templo y sigo midiendo, pero en ningún caso se aproxima a lo que he medido aquí; aún así, en el piso de abajo mido 12.000.
El templo tiene su escalera principal orientada al sur y está sobre una colina rodeada de montañas volcánicas con la típica vegetación de la Jawa central, a 5º del ecuador, hacia el sur.
BOROBUDUR está considerado el templo budista más grande y ha sufrido diferentes derrumbes y agresiones por las erupciones volcánicas del entorno. Hace varios años, tras diversas restauraciones, se hizo cargo de él la UNESCO y, gracias a esa, está en la situación que está.
Es sin duda un lugar sagrado, palabra que a menudo nada tiene que ver con religioso.
A lo largo del viaje he visitado varios templos tanto budistas como hinduistas y en casi todos he realizado mediciones, pero en ningún caso con la intensidad de éste. Sí que he observado que los budistas tienen más energía, así como que ésta no depende del tamaño de la esfinge ni del material que está hecha, sino más bien del fervor de los que van a realizar las ofrendas. Sólo en un caso, que ya relataré, han intervenido, según mi criterio, otros factores naturales.
 Hace mucho calor y mucha humedad, así es que busco algo para comer y beber. Sólo encuentro un paquete de anacardos que no tendrá más de una docena, unos barquillos y agua. Los tomo en una sombra, vamos a recoger las mochilas y enseguida al ómnibus, que nunca mejor dicho.
Nos encaminamos a otro peregrinar por las carreteras gritando el destino, cogiendo y dejando pasajeros subidos a un artilugio que me maravilla que todavía funcione.
Al llegar a la estación de YOYAKARTA veo un MacDonal. Nunca imaginé que una cosa así fuera a hacer que se me hiciera la boca agua.
Cuando llegamos a la estación pierdo los papeles. Me dicen que tengo que coger otro opelet y pagar de nuevo y como ya lo he hecho dos veces antes, pues eso… Me tranquiliza un chico que ya intentó venderme una foto en el BOROBUDUR y que ha viajado en el mismo bus. Me dice que ya hemos llegado, que sólo hay que buscar el lugar exacto al que queremos ir e ir andando o en taxi o en tuk-tuk o como sea. Le digo que contrate un taxi a buen precio y que lo invito, y así lo hacemos. Los taxis se niegan a poner el taxímetro y negocian precios por encima de la tarifa, pero esos sistemas a mi me superan.
Buscamos un alojamiento que aconseja la Lonely (mi colega todavía no se ha desengañado, todo llegará) y tenemos la suerte de que esté “full”. Busco yo otro que tiene aspecto de hotel de verdad y que anuncian precios especiales por el ramadán y, ¡premio! Tenemos habitación, pero sin el descuento del ramadán. No hay forma de demostrarles que estamos haciendo el ramadán y los cuarenta días del ayuno del desierto en uno.
Tras la ducha, nos damos un baño de tiendas, puestos callejeros, tuk-tuk y nubes de motos en todas direcciones. Y, sobre las 6 y ½ nos recogen para ir a un espectáculo con cena (¡por fin voy a comer!). Es un espacio abierto con un buffé enorme junto a una piscina. En el centro hay un grupo de música y danza. A un lado tenemos una pareja de “ainos” (raza de una isla del sur de Japón; son altos y delgados) y al otro una larga mesa con “gabachos” muy crecidos a lo ancho, que acaban pronto con el buffé; suerte que hemos llegado primero. A éstos últimos los llevaba yo a subir volcanes siguiendo las instrucciones de la Lonely, mejor que cualquier dieta.
La cerveza está fuera de lo contratado y, cuando pasan la nota, vale más que la cena (de vino, ni hablar). Así ¿quién puede hacerse alcohólico aquí?.

  • 5 de julio
Segundo día en YOGYAKARTA (yoya para los amigos). Aproximación al MERAPI. Caminata hasta donde se puede, aunque no dejen.
Cuando oía la palabra volcán me imaginaba un tronco de cono gris oscuro arrojando fuego y humo hacia arriba, en un entorno inhóspito.
Los volcanes de Jawa están activos casi todos (no sé si acierto con el concepto activo), sólo que entran en erupción de tiempo en tiempo. El MERAPI se manifestó por última vez de forma contundente en 2010, y yo lo imaginaba como he dicho antes, un cono gris y desértico, pero no es así.
Llegamos a la base y vemos más de un centenar de Jeep que reposan aquí y allá, mientras un sin número de jóvenes (los conductores) sestean mientras fuman bajo los tambalillos. Pedimos precio por acercarnos al cráter, la parte que es practicable para ellos y nos dan precios desorbitados. Intento la negociación pero no da resultado, continúan fumando sin inmutarse. El que nos ha traído hasta aquí me dice que esperan que cuando acabe el ramadán tendrán trabajo. Debe de ser tranquilizador creer en algo así; aunque, por otra parte, en nuestro país también confían en que les resuelva la vida no el ramadán pero si alguien que comienza por “R”.
Así las cosas comenzamos a subir “a pelo”. Al cabo de un rato ya ni veo ni oigo a mi colega que viene detrás, pero tengo que acelerar porque de lo contrario haré la vuelta de noche y no quiero. No me he encontrado absolutamente a nadie.
Cuando acaba el camino, el suelo es ceniciento y húmedo (resbala), el entorno una selva cerrada que cada vez se hace más frondosa; el sonido de las hojas bamboleándose tras de mí hacen que me sienta acompañado. Más espectacular es la sinfonía que me están brindando un sinfín de pájaros ocultos (a diferencia de centro América, no se les ve). Llego por fin a una especie de templo destruido cuando son más de las 4 de la tarde. Me queda poco más de una hora para llegar al borde del volcán, voy empapado de sudor y no me queda agua. Sigo, estoy decidido a llegar arriba, hasta que la senda se cierra tanto que necesitaría un machete para abrirme camino. La niebla anuncia el “sunrise”, se ha hecho más espesa y se me echa encima como queriendo aplastarme. Aunque estoy más cerca de la boca principal, desgarrada, la niebla ya no me deja verla, otra más pequeña situada a la izquierda, que hasta hace poco veía humear, está a punto de perderse también. El desnivel es cada vez mayor y cada dos pasos retrocedo uno porque resbala, sólo llevo una rama de árbol como ayuda.
Me rindo.
Cuando he bajado la mitad de lo recorrido oigo gritos. Es mi compañero que, como está anocheciendo teme por mí. Aligero el paso y en un recodo del camino lo veo. Va también empapado de sudor. Descansa al verme.
Volvemos ya de noche pero el camino hasta el coche que nos trajo está marcado. Los Jeep siguen aparcados esperando que acabe el ramadán.
Un sabor agridulce (más lo primero) me queda del MERAPI. ¿Quizá debimos venir antes? ¿con guía? No voy a poner el espejo retrovisor, ese que tanto detesto.
Duermo toda la noche. No oigo ni a los muecines.

  • 6 de julio
Hoy PRAMBANAN. Cambiamos al hotel de al lado, que si nos reconocen que estamos de ramadán y nos hacen el descuento (si no hay nada más que vernos la cara…)
Tomamos el A-1, por fin un autobús “normal”, dan ticket, tiene número, horario y paradas ; estipuladas, por lo que siempre va por el mismo sitio. ¡AH! Y circula siempre por la izquierda.
Comenzamos por los templos hindúes; como es domingo temprano no hay apenas gente. Entrar cuesta una pasta para nosotros (12 €; aquí es caro creer si no eres de casa), para ellos no llega a un euro. Hay un té de bienvenida y una botella de agua para que no nos deshidratemos (es más barato que un puesto de socorro).
Hay 6 templos principales, tres dedicados al hinduismo y tres al budismo (no hay como repartirse lo que hay); entre ellos los que destaca el central, hinduista, dedicado a SIWA o SHIVA, el dios de dioses (eso debe de ser de PM). Alcanza 47 m de altura y tiene forma cuadrangular. Mido la energía y apenas llega a los 5.000 bobis. Los otros “candis”, tanto de unos como de otros, aún registran menos y tres están para reconstruir; aunque mirando las piedras que tienen alrededor yo creo que hay para más de una docena.
El avance de la mañana se nota porque van llegando más visitantes, porque aprieta el calor y porque ya no proyectamos sombra. El sol está en el zenit.
La distancia entre los diferentes templos se mide en kilómetros; kilómetros de césped que barren con escobas protegidos por el tradicional cono como protección solar. En los centros de información hay máquinas de bebidas, algún folleto y muchos empleados que dormitan en los bancos o echados sobre la mesa. Me atrevo a hacer alguna pregunta y no tengo éxito; bueno, quiero decir que aunque parece que sí está despierto, me contesta que sólo habla indonesio.
Nada de esto tiene nada que ver con BOROBUDUR. En el único templo budista que se encuentra en condiciones de ser visitado mido casi 9.000 bobis; mucho más que en el de Shiva. En éste me quedo un rato. Estoy completamente solo. Los pocos visitantes hay huido del plomizo sol, pero aquí dentro, en la penumbra solitaria se está bien. Me estoy dando un “chute” energético moderado.
Volvemos en el mismo autobús y, tras cruzar el entramado de tiendas y tenderetes, y sortear las ofertas de paseo por la ciudad, que por cierto han amainado, no sé si porque ya nos conocen o porque casi todos duermen, descansamos un par de horas. Pero de comer, nada de nada, que igual nos retiran el descuento del ramadán.

  • San Fermín
Vienen a recogernos muy temprano, hemos contratado la visita a los volcanes MERAPI e ILJEN (a ver si a la de tres). Y después nos llevarán al ferry que nos tiene que trasladar a BALI. Podríamos hacerlo por nuestra cuenta pero tardaríamos dos días más; además de que queremos trasladarnos en tren, hartos ya de los autobuses que tardan más de 12 horas en cubrir el trayecto, y yo de mi mareo en esos casos.
El tren es “ekonomik clas”; es decir, hasta que se llena. Tiene varias ventajas, entre ellas que se puede disfrutar de una variedad de quesos (todos bien curados) sin parangón.
La descripción del wagón me la ahorro. Me llama la atención algún detalle como que el revisor vaya acompañado de dos policías (al menos van de uniforme), el primero pide el billete, él lo pica, y el tercero simplemente va detrás (¿será para que no huya?). Unos camareros uniformados pasan ofreciendo menús y bebidas en uno y otro sentido sin parar. Creo que en total pasarán más de un centenar de veces. Se ganan el sueldo (y puede ser un entrenamiento incluso olímpico). ¡AH! se me olvidaba decir que una extraña música tortura los oídos sin cesar, cuyo volumen supera al silbido de la máquina (el responsable cumple su misión de forma eficaz, eficiente y continuada, o se ha dormido encima del pulsador) y al traqueteo de la vía. Le pido a uno de uniforme que la baje, me dice que sí, pero… se queda en la intención. Todo esto sólo durante las nueve horas que dura el trayecto. Al menos no me mareo.
A partir de mitad de viaje el wagón comienza a vaciarse y podemos también nosotros poner los pies en el asiento de delante, pero sin descalzarnos. Preferimos tener que lavar los zapatos.
Al llegar a la estación de destino, lo primero que hago es preguntar en qué año estamos. Enseguida aparece un nativo con un cartón en el que hay escritos media docena de nombres (el primero el mío), me echo en sus brazos sin importarme a qué campo de concentración me va a llevar.
Y, a otro microbús que esta vez tarda sólo 5 horas en abrir las puertas para que la gravedad nos lleve allá donde le parezca bien. El chofer, antes de despedirse, nos recuerda que antes de las 3 y ½ hay que estar en la puerta, bien abrigados, para tomar el jeep (en realidad son TOYOTA) hacia el volcán MERAPI.
Cenamos (o lo que sea) pollo o huevo, ya no sé distinguirlos. Me dejo caer en la cama y sueño que estoy vivo.

  • 8 de julio (martes)
A las 3 y 20 estoy en la puerta del Café LAVA, que así se llama el lugar, y casi tropiezo con el vendedor de gorros y guantes que duerme acurrucado en la acera.
Varios Jeep o Toyota, qué más da, esperan. Me meten en uno y comienza en vaivén entre cenizas y piedras de las erupciones pasadas. Al llegar arriba, a pesar de que he olvidado el frontal, puedo ver entre sombras varias decenas de otros que han llegado antes. Y en el mirador una aglomeración de cámaras de fotos y móviles dispuestos a captar el “amanecer del Merapi”.
Las primeras fotos, gracias a mi privilegiada estatura y situación, recogen los últimos modelos de chaquetas “North Face”, que visten los centroeuropeos que han llegado antes. Así es que me entretengo mirando las estrellas que de momento nadie me obstaculiza. Sé que son las estrellas porque un alemán repite una y otra vez “Orión, Orión”, y si lo dice un alemán…
Más de una hora subido a una valla en la que consigo encaramarme, mientras sujeto con una mano la cámara, lo que resulta una posición sumamente confortable, hasta que por fin amanece y consigo una decena de fotos del deseado amanecer. La niebla se ha marchado en parte. Ha sido muy bonito porque además del Merapi hay varias bocas más y el rojo amanecer nos ofrece un espectáculo singular.
Luego, al volver al coche, ya están todos los tenderetes en marcha y hay que sortear las ofertas de más gorros, guantes, comida, camisetas y todos los artilugios que los chinos han sido capaces de fabricar para el momento.
Ahora nos llevan a la misma boca del volcán, aunque hay que caminar casi un kilómetro, para cuya caminata nos ofrecen caballos que no aceptamos, y luego 242 escalones hasta la misma orilla. ¿Será ésta la cara difícil y la fácil la que hice yo…?
El día ya ha levantado. Se ve claramente el fondo humeante desde el que surgen fumarolas intermitentes más potentes. Las que veíamos al amanecer desde el mirador. Se huele a azufre, como en todos los volcanes. No obstante, lo más impresionante es la vista que nos ofrece el volcán Batok a poco más de un kilómetro a la derecha, digna de una postal.
Volvemos a desayunar y 6 horas más de coche hasta Sempol.
Nos instalamos, por decirlo de alguna manera, pues mañana vamos al volcán IDJEN a primerísima hora. Antes cenamos algo, siguiendo nuestro propio Ramadán, al que ya nos hemos acostumbrado.

  • 9 de julio
Antes de nada quiero hoy relatar un acontecimiento relevante que va a cambiar el mundo y la vida de muchas personas. Luego seguiré con el día a día, que hoy por cierto ha sido singularmente espectacular en el que 7 vehículos a ruedas nos han traqueteado de un lado para otro hasta acabar en Cuta (aunque se parezca, ésta no tiene nada que ver con Séneca)., que es una mezcla de Torremolinos y Fuengirola, aunque bastante más barata.
Vamos allá: Íbamos de Denpasar al Aeropuerto en una cosa de esas que tienen pito (quiero decir un vehículo), avanzando de forma suicida entre una nube de motos y, el conductor (o tocapito, que qué más da), tenía al parecer un problema en la salida derecha de sus fosas nasales; así es que, sujetándose el ala izquierda de la nariz con el dedo índice de la mano derecha, expulsaba sonoramente el aire de los pulmones una y otra vez sin éxito, hasta que por fin, en un último intento ha llegado a conseguir sus objetivos. Pero lo relevante del acontecimiento, y es a lo que me quiero referir, es que como resulta que yo me mareo y por ello viajo delante, mi buen compañero que viajaba justo detrás de él, y el espacio, el tiempo y la velocidad están relacionados pero la masa va por libre, he aquí que “my frend”, de forma totalmente involuntaria, dijo adiós al ayuno que exige el Ramadán, tan fielmente seguido, aunque sea sin querer. O sea, sin darse ni cuenta.
Voy ahora con lo acaecido en ese rico día. A las 3 arriba, y el primer coche ya está esperando (me estoy dejando llevar, ya les llamo coches). En una hora estamos en el campo base del volcán IJEN, rodeados de tuareg (eso parecen, aunque sin su bella mirada) que se ofrecen a guiarnos.
Rechazamos la ayuda e iniciamos la empinada ruta de cenizas, vigilada a uno y otro lado por espesa vegetación. Por suerte me he acordado de coger mi potente frontal. Pasada una hora comienza a clarear y poco después ya estamos en la misma boca del volcán. En el camino ya nos hemos cruzado con algunos porteadores de azufre.
La mitad del fondo todavía la cubre la niebla. Es un lago verde eléctrico humeante con los bordes de la parte oeste llenos de azufre amarillo puro. Tiene varias chimeneas.
Aunque está prohibido, se puede bajar por una senda serpenteante hasta el mismo fondo, por la que bajan los porteadores. Me conformo con las fotos, no así mi compañero al que espero subiendo a una pequeña colina que forma la mitad más alta del cráter.
Cuando levanta el día la boca del cráter se convierte en un encuentro internacional de modelos de cámaras fotográficas. Cuando vuelve mi compañero tengo las manos heladas. Desandamos lo andado para tomar otro vehículo que nos llevará al ferry que cruza el canal hasta Bali.
Voy pensando en los porteadores de azufre que hacen el mismo recorrido que yo varias veces al día, con entre 50 y 70 kg en dos cestas sujetas por un palo que descansa sobre su espalda. Paso por donde hacen la pesada y les pagan y no quiero enterarme de cómo les compensan el duro trabajo.
Al llegar al ferry, un nativo de grandes gafas oscuras que nos presenta el chofer pretende vendernos una moto (lógico, tienen tantas), consistente en llevarnos en el ferry y luego a Bali por 500.000 rupias. Vamos al ferry andando, no más de 50 metros y ya en Bali, tomamos el autobús hasta Denpasar (poco más de 100 km, pero eso sí, en 4 horas) por no más de 75.000 rupias.
El autobús para cada 100 m y adelanta  a todo lo que encuentra especialmente en curvas sin visibilidad, pero no me mareo porque la adrenalina es el mejor anti mareo. Bali es diferente, a orillas de la carretera hay monos; también perros, pero estos están tristes. Los templos hindúes y sus característicos templos que proliferan casi en cada casa conforman una personalidad propia.
Al llegar vamos directamente al aeropuerto y compramos los billetes para ir al día siguiente (no hay para el mismo día) a Flores. Con el chofer que nos trae… otro episodio: nos dice que 30.000 y luego en el aeropuerto que 300.000; vuelvo a subir la mochila, me siento a su lado y le digo que nos devuelva a Denpasar. Se pone blanco, cosa que ya es difícil para ellos. Por fin me toma 55.000 y se larga. No le perdono que le haya hecho romper el Ramadán a mi colega.
Comprado el vuelo, vamos a tomar un taxi y ninguno quiere poner el taxímetro. Sólo lo ponen los azules (algunos), pero no les dejan entrar en el aeropuerto. Como ya me ha dejado calentito el del otro coche, salimos a pie del aeropuerto hasta tomar fuera un taxi azul que con taxímetro cuesta hasta 10 veces menos. Los taxistas nos aplauden cuando nos vamos a pie. Absurdo intento de explotación del turista. En Bali, en cuestión de pela todo es así.
Ducha, cena y una vuelta por este amasijo de tiendas, hoteles, bares y un largo etc. Me voy solo a la orilla de la playa. Es noche cerrada y no hay nadie visible, aunque se intuyen parejas. Tras media hora de mineralización energética al ritmo de la marea, sigo la espuma en dirección al aeropuerto, hasta unas luces que resultan ser salas de fiestas y hoteles de lujo con menús de entre 1 y 2 millones de rupias. Nada de ruido y nada de contaminación. Grandes piscinas, sofás casi junto al mar y una música que eleva. Por fin el Bali que adora Carolina Herrera!!!
Podría estar en decenas de lugares iguales en Caribe, Mediterráneo o incluso en Puerto Madero.
Ahora entiendo lo que quiere decir: “viajar a donde sea”. Es la necesidad que tiene una parte de la clase media occidental, con la obligación de contarle después a los amigos la inolvidable experiencia”. Lo que pasa es que yo me ajusto a la realidad, y eso pude doler.

  • 10 julio
Antes de ir al aeropuerto voy un rato a la playa a ver a los surfistas. El área de baño está limitada para privilegiar a éstos. Las hamacas inundan las zonas próximas a los hoteles de lujo. Todos son resort y beach.
Tomamos un taxi azul y como no veo el taxímetro le pregunto. El conductor me dice que 100.000 rupias y yo abro la puerta para bajarme. Entonces conecta el taxímetro que lo lleva medio escondido. Aún así se cobra mi exigencia dándonos una vuelta por la ciudad a paso lento. Le advierto que le voy a denunciar… le hago parar antes de entrar al peaje del aeropuerto, el taxímetro marca 37.850 rp en lugar de las 20.000 que cuesta habitualmente, pero lo dejo ante el peaje y me largo a pie; antes le tomo la matrícula y el número de licencia, sólo para impresionar porque no tengo ganas de andar con denuncias… estoy de vacaciones, lo que no quita que me joda cantidad la actitud de muchos de estos vividores. Resulta incómodo tener que estar continuamente alerta.
En el aeropuerto pasamos los siguientes controles: de equipaje, de policía, de tasas (sí, hay que pagar para salir), de entrada a la zona de embarque y de tarjeta de embarque. En cada una de ellas hay varios eficientes empleados.
“Tomorrow, tomorrow, I love you tomorrow. You’re always a day away”
“Every tomorrow has two handles. We can take hold of it with the handle of anxietyor the handle of faith”
En una hora y veinte minutos estamos en Labuan Bajo, en un mini aeropuerto aún sin terminar del todo. Compartimos taxi con una pareja francesa. Ella habla también español… me encantaría enseñarle mi lengua, para enriquecer su cultura.
Encontramos una habitación en lo alto de una colina frente al puerto desde donde presumo que las puestas de sol serán espectaculares.
En la bahia se pueden ver pequeñas embarcaciones de paseo, barcos de pesca y algún yate de siglos pasados; al fondo varias islas. Estamos en el país de las islas (entre 9.000 y 12.000, todavía están contando).
Justo delante, una gran masa de vegetación tropical y dentro, las camas con enormes mosquiteras para que nos preparemos para lo que vendrá al atardecer. En una mini habitación contigua lo que se supone que es el aseo. Aquí es así, salvo que vayas en un plan diferente.
Me ducho, lavo la ropa y me voy a buscar agua. Son poco más de las 5 y en menos de una hora se pondrá el sol.
Cena, cama y mañana será mi bautismo de barco con la esperanza de no marearme. Hemos alquilado una embarcación para ir a Comodo (la isla de los dragones) y luego a bucear (ahora se dice “snorquel”) cerca de una barrera de coral.

  • 11 de julio
A las 8 subimos a un viejo barco que va a ser sólo para nosotros, el guía (un adolescente) y dos pilotos. Vienen dos porque la travesía lo requiere, así mientras uno lleva el timón el otro duerme y viceversa.
El mar está como un plato (o de salón, como decía don Eduardo Vila; esto lo van a entender pocos…). Tardamos dos horas en llegar a Comodo, isla famosa por su fauna y su flora, especialmente los dragones que son “muy peligrosos”. Nada más llegar vemos algunos monos y ciervos, un búfalo y un dragón que se acercan a los cubos de basura para comer, aunque no se mueven mucho, por lo que dudo si serán de verdad o de material fallero. En cualquier caso, la imitación es buena. Atracamos junto a unos manglares.
Pagamos las tasas a 5 eficientes funcionarios tras que éstos llegan a un acuerdo y nos registran en libros y talonarios. Nos apuntamos al treking más largo (2 horas), porque nos tememos que el más corto no irá más allá de la cafetería. En total, el grupo de valerosos que haremos el más largo y peligroso lo formamos una pareja de octogenarios belgas con sus 6 nietos de entre 15 y 30 años y nosotros dos.
Durante el agotador treking conseguimos ver algunos animales aunque la pertinaz sequía que sufre la isla ha hecho que muchos animales se vuelvan invisibles. Los octogenarios, dos de sus nietos mayores y nosotros hacemos fotos a todo lo que se mueve, los otros cuatro nietos manipulan el teléfono móvil todo el tiempo. Los guías alertan del gran peligro que estamos corriendo y se me pone la carne de gallina. Tengo que contárselo a mis amigos en cuanto llegue. Para mí, lo más espectacular ha sido la persecución y maltrato de una cobra por parte de los dos guías, todo un ejemplo. ¡Pobre cobra!
De nuevo en el barco vamos a una isla próxima a la barrera de coral. Nos proveen de gafas , tubo y aletas y ¡ála! A la mar. Esto resulta para mí lo más interesante del día y de todo el tiempo que llevo aquí. No es lo mismo verlo en la tele que aquí en directo. La gran variedad de peces con sus diferentes formas, tamaños y colores. Sus comportamientos en grupo y el entorno hacen que pase el tiempo sin que me dé cuenta; algunos plantan cara, otros ni se inmutan. No me iría… cuando acabo tengo todo el cuerpo arrugado.
Volvemos con un mar bastante movido, pero aún así no me he mareado en absoluto. ¡Por fin!
Por la noche alquilamos un coche con conductor para cruzar ésta isla (Labuan Bajo – Ruteng – Bajawa – Moni – Maumeré), que los fundaron y pusieron el nombre de Flores.

  • 12 de julio
La isla es muy montañosa y la carretera está en obras en una gran parte, así es que podemos emplear 6 horas para hacer 130 km, y nos parecen 130.000. Pero el conductor le añade interés atendiendo a dos teléfonos móviles a la vez, unas veces llamadas y otras mensajes; sólo deseo que en éstos últimos no le preocupe la ortografía. Debe de haber sido “bróker” en W.St. Pero no contento con eso, cada pocos minutos abre la ventanilla para marcar territorio. Me recuerda a una iguana que tuve en casa un par de años.
Llegamos al primer destino y lo primero que pregunto es dónde está el patíbulo. Me miran con cara de no entender y me responden que sólo tienen habitaciones. ¡Qué decepción! Luego recuerdo más hasta el día siguiente. Cuando me levanto me doy cuenta que he dormido en el Convento de Santa María. Las monjas son todas pequeñitas y todo está muy limpio, lo que es inhabitual por aquí.

  • 13 de julio
Rooney, que así se llama el ex-broker y ahora chofer, ha aprendido la lección y, como no quiere tener que parar cada veinte minutos ni que le manche el coche de bilis, conduce un poco más sereno, pero sin olvidar su pasado financiero.
Yo también he aprendido y desayuno tortilla de pastillas. Hoy vamos a ver campos de arroz, un lago en el cono interior de un volcán y otras tantas maravillas de la casualidad. Nos cobran por todo, incluso para ver un “pueblo tradicional” (sólo dos chozas) o “lava solidificada”. Cobran poco, pero no deja de rechinar.
A las 4 de la tarde hemos cubierto objetivos, y eso que la niebla nos ha acompañado durante todo el día. Ahora cae una lluvia tropical suave y penetrante. A medio día hemos parado a comer y he tenido el privilegio de comerme un pescado histórico, concretamente de los que sobraron en el Sermón de la Montaña, pero sigo sin conseguir probar el vino de la última cena. No pierdo la esperanza.
Desde el porche de donde nos alojamos veo a más gente que hace lo mismo que nosotros; es decir, alquilar un coche con conductor para recorrer la isla (lo dice la guía LP, y supongo que las demás también), son todos europeos. Ya no confiaré más en el futuro de ese continente.
¡AH! Y ya he averiguado el porqué de esa sibilina campaña para que se visite el sureste asiático. Hay una enorme riqueza entomológica que no pica a los autóctonos y hay que evitar que se extinga. El “guiri rostro pálido” de piel fina y suave, lleno de sangre vitaminada está recuperándolos a la carrera. Hay que responder con contundencia “nuestra sangre para nuestros mosquitos”.

  • 14 de julio
La noche ha estado amenizada por el golpeteo de la lluvia sobre el techo metálico de la habitación a ritmo desigual. Así es que partimos ya húmedos y un poco hartos de la manipulación sibilina a que nos someten los guías. Vayas donde vayas todos se conocen, y nos llevan a todos a los mismos sitios; los que dice la guía que llevamos, y eso que la isla tiene más de 1.000 km de punta a punta. Todo está pactado.
Visitamos un lugar en el que una familia destila las hojas de los cocoteros para hacer un licor que venden en botellas de agua recicladas; lo pruebo y debe de tener más de 50º. Las botellas de agua se utilizan también para vender gasolina. Es normal verlas alineadas junto a las carreteras o en las calles de pueblos y ciudades.
Volvemos a las carreteras en obras, con lluvia y un poco más de calor. Nuestro driver-broker comienza hoy el cruce de operaciones telefónicas un poco más tarde, será que hoy se va a dedicar al crudo, porque ayer especulaba con Yens.
El gato (la llamada del móvil suena “miau”) ya no para de maullar en todo el viaje. La lluvia arrecia y no parará en todo el viaje; no obstante, atravesamos un frondoso bosque de bambú y llegamos al poblado BENA. Y éste sí que vale la pena. El remojón también vale la pena (¿a qué rima?). Hay momentos en los que las escaleras que llevan a la zona de ceremonias se confunden con cataratas nada despreciables.
Coincidimos con dos holandeses profesores de historia y con un grupo de ingleses, uno de éstos lleva en una bolsa transparente unas gafas de bucear y un tubo. Le digo que todavía no pero que la tenga a mano que le hará falta. Creo que se ríe pero como es inglés nunca se sabe…
Me cambio los pantalones empapados en la choza de información y continuamos por el frondoso bosque durante más de 20 km hasta alcanzar la carretera que nos conducirá al sur de la isla. Cuando llegamos junto al mar, éste está bravo y, poco después, final de etapa, no sin antes soportar un largo retraso de varias horas por un desprendimiento de las montañas, junto a las piedras de colores.

  • 15 julio
Ha parado de llover. Son las 4 de la mañana y partimos hacia el KALIMUTU, el volcán de los tres lagos. La carretera está en obras, para variar. Después de más de una hora estamos en el aparcamiento dentro del Parque Natural (o Nacional, que qué más da). He vuelto a olvidar el frontal y es todavía noche cerrada. Es pero que pronto amanezca porque vamos a tientas.
Antes de llegar a lo más alto comienza a clarear aunque la niebla es muy espesa pero queda algo más abajo formando una alfombra de algodón.
Somos los segundos en llegar y, tras nosotros, un grupo de holandeses y otro de franceses. En total somos poco más de una veintena que vamos haciendo fotos durante una hora conforme el horizonte se aclara. Las nubes siguen ahí abajo.
Una legión de pájaros ocultos en los árboles de más abajo  nos acarician los oídos con sus múltiples sonidos; sonidos que nos acompañarán a la bajada sin dejarse ver.
Los tres lagos que se han formado en la boca del volcán son efectivamente de diferentes colores y, conforme tenemos más luz se definen en negro, azul oscuro y azul eléctrico. Un espectáculo diferente al de otros que hemos visitado.
Volvemos a desayunar al pueblo y sin tardar tomamos la ruta de Maumeré. Otros 100 kilómetros de serpenteante carretera en obras. No entraré en detalle de cómo se hacen las obras, me llevaría demasiado esfuerzo y sería subjetivo. Vamos, que los niños en la playa con cubos y palas tienen más criterio y son más eficientes.
A las 2 del medio día estamos en el aeropuerto donde compramos los billetes para partir mañana hacia Denpasar. No contentos con nuestra experiencia nos alojamos en uno de los tres “hoteles” que aconseja la LP (tampoco hay más…), en este desvencijado pueblo en el que parece que unos kilómetros más allá sí que hay hoteles para turistas occidentales. Está por ver.
Tras mucho rogar consigo una toalla y que abran el agua para ducharme sobre la placa del turco. Es lo que hay. Tras un descanso, sobre las 5, vamos a dar un paseo sorteando las trampas de las aceras que están diseñadas por el mismo que las de Yakarta. Por donde pasamos se repite la misma cantinela de siempre: “hello, mister! ¿wher’are you from?” (Andorra y el Vaticano, como siempre) y es que debemos de ser los únicos o casi.
Cenamos solitarios en uno de los tres restaurantes de la guía, quiero tener suficientes argumentos para su quema solemne. Me hago una reflexión ¿dice la guía las cosas como son o son así las cosas porque lo dice la guía? (Incluidos los precios, claro).
En el restaurante del puerto nos atiende un adolescente superdotado experto en comunicación hasta que nos libra de él el responsable que debe de ser su padre. Aquí es que o no llegan o se pasan.
Hemos acabado de cenar y el muecín continúa lanzando sus soflamas desde el minarete; en la mezquita hay tres personas rezando o lo que sea. Como no cambie el disco se queda solo.
A final del día, sería injusto si no resaltara que la visita al volcán KELIMUTU ha valido la pena, y mucho.

  • 16 de julio
Holgazaneamos por el mercado hasta que se nos acostumbran las pituitarias. Y a las 11 me planto en la puerta a ver si consigo localizar a un taxi que nos lleve al aeropuerto. Casi una hora después, me rindo y le pido al señor del lugar que me llame a alguien (debe de ser la hora de la siesta oficial); enseguida surge un vecino que se presta a ello a precio pactado (50.000 rp).
El del control de maletas dormita así es que me ahorro pasar la maleta por el escáner, tampoco yo por el arco detector. Estoy harto de tantos rayos x.
Con la hoja de embarque me dan cuatro galletas de chocolate y un vaso de agua precintado, por lo que no tengo duda de que a bordo “ni agua”.
A las 2 y 20 subimos al Boeing 737-500, lo hago el último y, desde la cabina, el piloto me pide que le haga una foto. Es un nativo con una llamativa barbilla blanca (no tienen barba cerrada); baja la ventanilla y saca la cabeza para que lo vea bien; me pongo debajo del puro para evitar el sol que tengo de cara. Le grito que le enviaré la foto.
Me despierto al aterrizar pero todavía no es Denpasar, se trata de una escala. Pasadas las 4 y ½ aterrizamos por fin. Le digo a una azafata que me pase el correo del piloto para enviarle la foto; abre la puerta y cuando me ve me hace pasar y se harta de hacerme fotos a mí en su sitio acompañado del copiloto. Me da su dirección y me dice que no le olvidaré porque es el capitán BANG BANG, mientras simula que me dispara con el dedo índice. Es un cachondo.
Cogemos un hotel de 3 estrellas (¡por fin!) para poder ducharnos y dormir sin mosquitos, aunque dudo de lo segundo. Nada más dejar la mochila me meto en la piscina. El cloro me sabe a ozono.
Salimos a cenar y me zampo una hamburguesa tamaño “king size” ¡basta ya de ramadán!. Luego me doy un largo paseo por la interminable lista de tiendas pijas; Hard rock café y zara, en los bajos del Sheraton, incluidos. Me tomo un “tee-late-soya” en el Starbuck y me joden la noche. No me doy cuenta y me ponen “café” en lugar de tee. Mi colega busca artesanía balinesa de madera, cosa que no resulta fácil, porque esto tiene una orientación turística que lo eleva a la categoría de basura que pasma.
Las discotecas son ruido y los rostros pálidos, a esta hora, han de ir abrazados para mantenerse en pie. Las mesas están llenas de “bintang” (la cerveza del lugar) vacías. En las aceras, los intermediarios nos ofrecen de todo, incluso aquello que hace que se revuelva el estómago al oír la oferta.

  • 17 julio
Alquilamos un coche para cuatro días. Queremos recorrer la isla a nuestro aire. Lo primero que hacemos es partir hacia el templo hindú de BESAKIKH y KLUNG KLUNG, el palacio de los antiguos sultanes (resulta cómico ver a los guiris con el pareo de rigor (yo me escaqueo). Luego iremos al volcán BATUR; para abordarlo de buena mañana nos quedamos a dormir donde dice la LP (¡valor!).
Conducir por aquí no es fácil pero después de tanto fijarme no se me da mal. Mi compañero ha agotado la caja de “fortasec”.
Comienzo a acusar cansancio, creo que sería bueno un par de días de descanso donde pudiera hacer un par de comidas al día. He perdido 4 kilos y no creo que me queden muchos más.
Nos preparan una habitación poniendo un colchón en el suelo tras barrer los insectos que hay por allí, hasta donde se puede. Todo resulta utópico. Mientras, nosotros matamos los mosquitos que se paran en las paredes.
Desde aquí se ve el lago BATUR que ocupa la mayor parte de la caldera del volcán. En la orilla hay pantalanes de pesca flotantes y en su entorno se cultivan hortalizas de forma intensiva y cuya mecanización es a tracción sangre, sobre todo femenina. La tierra es negra y supuestamente muy mineralizada.
En las otras dos habitaciones hay franceses, una pareja y una familia con un niño de meses. O son vulcanólogos o como nosotros; aunque lo segundo no diría mucho en su favor. ¡AH! y esto no se ha acabado, que los deseos no se pueden asimilar a milagros, mucho menos si no se es creyente.
Si aquí hemos venido a aprender, en éste viaje estoy realizando simultáneamente varios máster: tolerancia, paciencia (paz + ciencia), lenguas, ayuno, consciencia (siempre consiente), adivinación, especulación y, en suma, “filosofía del pensamiento confuso”.

  • 18 julio (día del alzamiento personal)
¡Qué fuerza tienen las fechas y la numerología!
Como hoy para dormir yo ni me he desnudado, partimos nada más intentar tomar lo que nos sirven de desayuno. Todavía resuenan en mi cabeza los llantos del bebé de la habitación de al lado que han sido intermitentes toda la noche, y que casi me contagian. Luego, a las 2 y ½ rugieron unas motos largo rato y, poco después, un concierto de gallos que no ha cesado hasta que los perros tristes (los perros tristes de Bali) les han hecho el coro. Vamos que ni con tapones.
Partimos hacia el volcán por una empinada carretera que nos obliga a ir el primera casi todo el tiempo. Formamos parte de una caravana de camiones sobrecargados de ceniza (la ceniza se utiliza como abono, como tierra para construir y como todo, porque es lo que hay). Las condiciones no permiten adelantar, sólo resignación.
Atravesamos varios humildes poblados donde pululan las motos transportando familias enteras. Vamos dando tumbos dentro y fuera de la carretera; tanto que a veces cuesta salir de los baches. Hemos cambiado de ruta varias veces y yo me encuentro al límite. Como las fechas tienen fuerza astral, se produce en mi el “Alzamiento personal”. Renuncio a llegar a la boca del volcán. Le ofrezco las llaves del coche a mi colega y las rechaza. Doy la vuelta y con enormes dosis de paciencia, siguiendo la procesión de camiones que también circulan en el sentido contrario, me encamino a UBUD.
En Ubud se produce el milagro. Encontramos un bungaló en el centro, con aparcamiento fácil y precio excelente (casi igual que la pocilga de la noche anterior), pero que casualidad que no figura en la guía. Nada más entrar se pone a llover con fuerza. Nos duchamos y llevamos la ropa a lavar en el mismo “home-stage”. Es muy amplio y son extremadamente amables y también limpios.
Salimos a tomar un tentempié. Soy consciente de que esto en verano es un hervidero de rostros pálidos en chanclas, pero entre esto y el sufrimiento no tengo dudas. Todo tiene un límite. Pasaremos los próximos 4 días visitando la isla con base aquí. Son las 7 de la tarde, noche cerrada y vuelve a llover con fuerza.
Aquí, en el Bali turístico, tampoco nos libramos de las basuras amontonadas y las aceras agujereadas (por debajo va el supuesto alcantarillado), ni tampoco de la caótica circulación, sobre todo de 5 a 8 de la tarde a la que resulta difícil acostumbrarse.

  • 19 julio
Día de recuperación. Así y todo me levanto inestable, quizá porque se quedó el ventilador puesto toda la noche y me he enfriado. Me puse los tapones y no oí nada. Desayuno poco y vamos al bosque de los monos que está al final de la calle en la que estamos hospedados. Hay muchos monos sueltos y son muy cabrones. Quitan todo lo que pueden, abren las mochilas al menos descuido y salen corriendo con lo primero que cogen. Veo a una francesa corriendo tras uno que le ha quitado un montón de papeles, presuntamente importantes. Pasamos media mañana. Luego volvemos por una estrecha carretera mirando galerías de arte (muchos artistas son realmente artesanos que trabajan con plantillas, JEJE) a la vez que esquivamos coches, motos y autobuses. Creo que somos los únicos que vamos andando.
Comemos pronto y descansamos un rato. Salimos al fragor del tráfico, de los pantalones cortos y de las chanclas. Decidimos entrar en una representación de danzas balinesas; éstas danzas son representadas mayoritariamente por mujeres con trajes y maquillaje vistosos, y su representación, para un desconocedor como yo, se basa en movimientos de los ojos, de las manos y del culo con las piernas ligeramente flexionadas. La música un poco repetitiva, pero acaba uno acostumbrándose.
Tenemos que sentarnos en el suelo como la mayoría; el recinto está abarrotado.
Tomamos un tentempié y nos sentamos en el sofá que hay frente a nuestro bungaló a platicar hasta media noche. Joseluis es un gran conversador y tiene una memoria prodigiosa.

  • 20 de julio (domingo)
Cogemos el coche y nos vamos a visitar dos templos hindúes. El tráfico no ha mejorado a pesar de ser domingo y la carretera es infame. No hay duda que les gusta gestionas el caos.
En los templos cobran hasta por aparcar. Hay gente que se baña en unas piscinas purificadoras; claro, tan purificadoras como tiempo haga que no se han duchado. Lógica aplastante, no importa que el agua salga de una fuente o de la alcachofa de la ducha.
Al entrar en los templos ponen a todo el mundo un pañuelo a la cintura para cubrir las piernas, tanto a hombres como a mujeres. Yo me niego una y otra vez porque llevo pantalones largos y finalmente se conforman con ponerme una cinta amarilla alrededor de la cintura. Tanto pudor me sobrecoge, sobre todo cuando a la salida hay tenderetes mil que venden consoladores que son a su vez llaveros, abrebotellas o simplemente decorativos (JAJA).
El segundo templo está rodeado de campos de arroz y presumen es el más antiguo porque está excavado en la roca. Aquí ya me he hartado y me niego a pagar ni un céntimo por entrar. Al final no sé qué pasa pero cuando me doy cuenta estoy dentro. Ya me da casi todo igual porque estoy FULL de templos.
Volvemos a UBUD por una carretera que podría ser la misma por la que vinimos o no, ¡QUÍ LO SÁ!

  • 21 de julio
Dejamos UBUD rumbo a KUTA gracias a que he aprendido a conducir aquí, espero olvidarlo cuando me vaya. Mi colega se queja porque pito, porque voy de prisa, porque no cumplo con las normas de tráfico y porque ya no le quedan pastillas de fortasec.
La gente trabaja junto a la carretera, el café se seca en la carretera (¡AH! Como en Cuba), los perros duermen junto a la carretera, los niños juegan en la carretera; y lo último es lo único que me preocupa de verdad.
Nos establecemos muy cerca del aeropuerto porque nuestro vuelo saldrá de madrugada en poco más de 24 horas. Tomo sopa de miso y arroz con algas en un japonés y me encuentro de maravilla. Descanso como nunca y por la tarde vamos a ver la puesta de sol desde un templo junto al mar. Dos horas de ida y dos de vuelta, parece que toda la isla vaya al mismo sitio.
Cuando llegamos con el coche cobran por entrar; ante esto, yo comienzo a dar marcha atrás y, entonces me dicen que pase. No estaba dispuesto a pagar por ver ponerse el sol.
Al llegar al acantilado el sol se oculta envuelto en un cielo que abandona el azul para pasar de inmediato al amarillo y al rojo fundiendo los colores. El templo, al trasluz es una silueta negra que emerge del mar plateado. Abajo, las olas golpean una y otra vez para hacernos conscientes del paso del tiempo. Hacemos fotos esquivando los rostros pálidos que se han hecho eco al mismo reclamo que nosotros y que han venido en buses “parawisata” (turístico en indonesio). A la salida nos espera la interminable fila de tiendas de “souvenirs”…
A las once ya estamos en el hotel (que encontramos por casualidad) listos para un descanso imprescindible para mí.

  • 22 julio
Día de tránsito. Devolvemos el coche, compramos algunos detalles, tomo una excelente y barata comida japonesa y volvemos al hotel andando bajo un calor sofocante.
La tarde es también breve. Dormimos sin mosquitos porque un alma caritativa del hotel nos desinsecta la habitación.

  • 23 de julio
A las 4, un coche del hotel nos lleva al aeropuerto que está a 400 metros escasos. Gracias. Volamos a Singapur y, nada más llegar, nos permiten facturar para el vuelo que tendremos a la noche, por lo que tenemos el día libre también de mochilas.
Pasamos el día en esta ciudad estado, intentando digerir el empacho de orden, limpieza y civilización que presume. Aquí hay mucha pasta y bien gastada.
La bahía es espectacular, aún más bella cuando anochece. Nada más que decir, sólo que vale la pena visitarla aunque sólo sea para comparar. No veo por qué tienen tan mala reputación los paraísos fiscales, si aunque los poderosos viven como quieren (como en cualquier sitio) los menos poderosos viven muy cómodamente y con impuestos escasos. Habrá que reflexionar.
En el autobús al aeropuerto coincidimos con un diseñador español que vive y trabaja aquí desde hace un año y nos comenta detalles de la vida aquí que resultan interesantes. Él y su familia están encantados.
Bien entrada la noche tomamos el vuelo hacia Puket, para enfrentarnos de nuevo con la realidad. Delante viaja una pareja de Ávila que pretende casi lo mismo que nosotros, aunque ellos vienen de Australia. Así es que compartimos taxi a la ciudad, tomamos un hotel junto al suyo y quedamos para vernos los días siguientes, aunque sin obligaciones.
Vamos a dormir y son más de las 2 de la madrugada, aunque fuera la música y la fiesta no han cesado todavía.

  • 24 de julio
Abro los ojos a las 8, algo inhabitual en mi por tarde. Desayuno y planteamiento de las próximas excursiones: islas PHI PHI y Bahía de Patón.
El día se muy gris. La playa está orientada al oeste y hace mucho poniente. A las 11 comienza a llover con fuerza durante suficiente tiempo para que las calles se conviertan en rieras casi navegables.
Son menos vivos que en indonesia, menos agresivos a la hora de ofrecer servicios o vender cualquier cosa (souvenirs, masajes o transporte).

  • 25 de julio
Vamos a la isla de James Bond (¿) cualquier cosa es buena para hacer publicidad. A las 10, poco más de hora y media de viaje, estamos en el embarcadero. El guía da gritos en un inglés horrible con acento chillón, acentuando siempre en la última sílaba y cerrando los ojos cuando habla como para poner más énfasis en lo que dice. Es joven pero los pocos dientes que tiene le han salido a capricho y tiene la cabeza parcialmente hundida. Me afano en buscar si tiene alguna tecla para desconectarlo pero no la encuentro. De modo que a resignarse.
Vamos unas 30 personas en un “barco” que nos lleva de peñasco en peñasco mientras diluvia y una niebla espesa apenas nos deja ver un centenar de metros. Es el monzón o lo que quiera que sea que acaba en “on”.
En la primera parada bajamos en kayak de dos en dos más el remero. Por mucho que lo intento no me dejan remar a mí. Me aburro. Penetramos en una cueva oscura, damos la vuelta en la oscuridad que sólo alivia el foco de algunos frontales y volvemos al barco padre.
En la segunda parada vamos a la isla del tal James Bond, aunque éste peñasco lo mismo podría ser de Bad-man, de la tortuga ninja o del conde Drácula, porque llueve a cántaros y la niebla es más espesa. El kayak, que ahora es multipersona, penetra en la niebla y queda aislado entre húmedos peñascos. Las máquinas de fotos no paran de disparar, quizá buscan a Sean Connery… que debe de estar tranquilamente en su castillo escocés.
Volvemos pasadas las 6 de la tarde. Durante el viaje nos han dado de comer, han montado un espectáculo imposible de realizar si no es con algún “estímulo inconfesable” y, finalmente, han pasado la gorra. Vamos, como en cualquier parte del planeta.
Ya en el autobús, uno de los guías cuenta el pasaje y ¡oh sorpresa!, nos faltan dos… así es que, media vuelta y a buscar a los “perdidos en la niebla”.
La noche no da para más, sólo apetece descanso y sentirse seco.

  • 26 julio (sábado)
Fin de las excursiones marina y preparación de la visita al P.N. de KHAO SOK, entre Phuket y Bangkok, que serán dos o tres días. Luego seguiremos camino hacia la segunda.
Pasamos parte del día libre con los abulenses que conocimos en el avión. De vez en cuando el cielo se deja caer en forma de agua y nos reguardamos en un centro comercial reciente en el que hay de todo lo imaginable. Los vendedores de impermeables y paraguas se hacinan en las salidas. Por la noche volvemos a la calle de la farándula en la que todo es posible. A poco más de media noche vuelvo al hotel.

  • 27 de julio
Vienen a recogernos con casi una hora de retraso, cosa habitual aquí a juzgar por las otras veces que nos lo han hecho. El chofer no entiende absolutamente nada de inglés, por fin me voy a entender con alguien. Por el contrario el guía habla inglés en su propio idioma, suerte que se prodiga poco.
Sólo nosotros vamos para quedarnos en el P.N., el resto vuelven hoy mismo.
Primero nos llevan a un templo budista. El buda está reclinado dentro de una cueva (lógico, con lo grande que es sería imposible estar de otro modo); dentro hay también vendedores de “recuerdos” y dentro y fuera muchos monos. Creo que los monos no pagan… ni los plátanos que comen continuamente. Van a coger una indigestión y tendrán exceso de potasio seguro.
Luego nos llevan a subir en elefante. El elefante se adentra en una zona con mucha vegetación y luego cruza varias veces un río. Su cuidador y guía es un hombrecillo rechoncho que sube i baja de la cabeza del elefante ayudándose de la trompa de éste. Se entienden de maravilla, deben de llevar mucho tiempo juntos. Yo tengo que hacer esfuerzos para no confundirlos y me monto una regla nemotécnica: el de abajo es el elefante y el de arriba el cuidador.
Cruzamos otro río, ahora en un pic-up casi-anfibio y volvemos al autobús. El chofer continúa esnifando algo de un botecito verdoso que guarda cerca de él y que no puedo ver lo que pone. Lo abre a cada momento, esnifa y lo vuelve a cerrar. Supongo que es gracias a eso que vamos por una sinuosa carretera a más de 100 km/h. Tengo que averiguar qué hay en el botecito verde.
Paramos a fotografiar una cascada (quiero decir un salto de agua), y seguimos por fin al P.N. donde nos asignan un bungaló con una sola cama. Mi colega se rebota y voy a quejarme y a exigir dos camas. Nos dan la “suite”, que es “suite” en todos los sentidos.
Comienzan a subirnos a una tirolina de un centenar de metros. Yo me niego, si no es más de 1 km no subo. Así es que nos vamos a comer y a descansar un rato.
Por la tarde, de nuevo en el pic-up ascendemos unos kilómetros río arriba para tomar un kayak y bajar hasta nuestro bungaló. Tampoco me dejan remar…
El descenso vale la pena, la vegetación es frondosa y las agresivas montañas verticales que rodean el curso del río están totalmente cubiertas de vegetación.
Pasamos junto a un varano que descansa sobre un tronco y las aves cruzan en uno y otro sentido sin hacernos caso. La lluvia es fina y soportable hasta poco antes de que lleguemos que se vuelve torrencial, como casi todas las tardes.
Cenamos y nos vamos a dormir pronto porque mañana tenemos un treking por el interior del Khao Sok a primera hora.

  • 28 julio
Durante la noche ha llovido intermitentemente.
Llueve en la jungla. Para mí sería fácil; no sé si bello o aburrido, pero sí fácil intentar expresar con palabras lo que estoy viviendo en este momento, lo que sentí en el anterior y posiblemente lo que sentiré y viviré en el que vendrá. Estoy apoyado en la barandilla de la terraza de la cabaña de madera en la que descansamos y nos protegemos los últimos días, mientras la lluvia del monzón hace que la visión que tengo del bosque en el que predomina el bambú, aparezca difuminada dándole un aire de misterio.
A la derecha, el río baja con más fuerza de lo habitual. Cuando llueve es así. Y las balsas que cruzan de una orilla a otra valiéndose de cuerdas sujetas a los árboles dejan de operar. El canto de los pájaros se silencia o se oculta con el tamborileo de las gotas, que lamen sin cesar la tupida vegetación.
Una paz relajante lo envuelve todo.
Pero eso lo dejo para los escritores que acarician los oídos con la palabra escrita, cual enamorado que pretende que caiga en sus brazos la persona amada.
Porque yo escribo para mí, para no olvidar. Y sólo pretendo grabar aquello que viví de forma exclusiva, diferente.
A mí me basta con lo que quedó en un rincón de mi recuerdo casi como algo irrelevante. Como esos momentos que olvidas y luego un perfume o una nota musical te los trae al presente para que vuelvas a disfrutarlos, porque son tuyos.
Bueno, al tajo...
Nada más desayunar nos encaramamos a la parte de atrás del pic-up con una mano en la gorra para que no se vuele. La carretera es nueva y amplia hasta llegar a la zona protegida del P.N.
El treking consiste en un largo y lento paseo por entre un espeso bosque de bambú buscando algún bicho para fotografiar; por mucho que se afana nuestra exclusiva guía no consigue nada. Al final nos dice que está especializada en excursiones nocturnas, quizá por eso le cuesta distinguir  a los animales a la luz del día. Sólo se oyen las cigarras que aquí suenan de forma totalmente diferente a Europa y también a las de centro América. La búsqueda resulta infructuosa, sólo al final conseguimos ver un pequeñísimo camaleón que no me atrevo a tocar para conservar la ilusión de que no es de plástico como los quetzals de Costa Rica. Nos cruzamos con algunos grupos de rostros pálidos con cara de despistados.
Llegamos a una cascada (fall en inglés) y volvemos a un ritmo más rápido que a la ida. Al llegar a la entrada del parque hay fruta para tomar y nos espera un microbús. El chófer me pregunta ¿Wher’are you from? Y yo le contesto “From de natural park Khao Sok”, por lo que tarda en reaccionar; es más creo que todavía no ha reaccionado. Son tipos raros. Todos son tipos raros, pero buenas personas, aquí casi no hay homicidios.
Pasado un rato, con una sonrisa, le digo “from Spain”; entonces él saca los dos dedos índices hacia delante, en señal de cuernos de toro, pero le falta entrenamiento. No obstante no descarto que me estuviera insinuando otra cosa para vengarse de mi primera contestación.
Al llegar al campamento base veo a los rusos llegar en los kayak (se apuntan a todo), son los mismos que ayer gritaban en la tirolina de 50 metros como si estuvieran haciendo el salto del ángel.
Frente a la puerta de los albergues hay al menos dos jaulas; una con un “manos blancas” (¡pobre!) y otra con un cocodrilo que apenas cabe en su habitáculo. Cada día entiendo menos al ser humano. Afuera hay dos perros más tristes que los perros de Bali.
Comemos y salimos a la carretera a esperar el autobús que nos llevará a la estación de tren o al aeropuerto, a elegir.
Al final llega el microbús con un chofer que no desentona con los anteriores. Habla poco pero cuando habla grita de forma despavorida, debe de ser sordo y no entiende que hay quien oye normal.
Una hora y media después llegamos a la estación, una familia que viaja con nosotros se baja y él nos insta a que bajemos también. Le digo que no, que yo he pagado para ir al aeropuerto. Entonces grita y grita y llama por teléfono. Finalmente me pasa a mí el teléfono y cuento la misma cantinela, que no me bajo si no me llevan al aeropuerto. Llegamos a un acuerdo de pagar 100 bh más para que se alargue, cosa que me parece que no agrada demasiado al chofer.
A las 8:30 pm volamos y a las 10 de la noche ya estamos en Bangkok. Cogemos el hotel en el aeropuerto a partir de unas fotos (¡nunca más!). Tomamos un taxi con taxímetro y nos adentramos en la city cuando empieza la “marcha” en ésta particular ciudad.

  • 29 julio
No he dormido en toda la noche. Un motor que se conectaba intermitentemente me despertó al filo de las 4. Me bajé a recepción a protestar. Me dieron otra habitación que tenía el mismo ruido , por lo que no llegué a cambiarme y continué con la protesta. Pedí hablar con el director. Me dijeron que en una hora llegaría y lo ha hecho a las 7. Le he dicho que o me daba una habitación sin ruido o me devolvía el dinero. Me ha dado una habitación superior muy silenciosa y he despertado a mi compañero para que nos cambiáramos.
Es una lucha continua…
A las 9 vamos a un tour que supuestamente nos regalaron ayer al contratar la habitación. Salimos con más de una hora de retraso tras llamarme dos veces pidiendo disculpas. Nos sumergimos en un tráfico infernal y nos dirigimos a dos templos budistas realmente emblemáticos a juzgar por el tamaño de los budas y por la gran cantidad de oro que los cubre. La afluencia de creyentes y curiosos es importante. Hay muchas muchas huchas. Con razón los hacen de oro. Pero, la guía, no contenta con eso, nos lleva finalmente a una fábrica de joyas y a una sastrería de lujo con la intención de que nos enjoyemos y entrajemos.
En el microbús nos acompañan dos matrimonios, uno de Katar y otro de Dubai, el segundo con un bebé. El tráfico, el calor, las paradas y el tiempo que llevamos dentro del vehículo hacen que el bebé se harte (yo también).
Al devolvernos al hotel la guía nos pide propina; yo de le doy las gracias a lo que me contesta ¿sólo gracias?... me sonrío. Nunca me gustó demasiado el oro, menos los Budas de oro (dije Budas, no bodas, aunque sean más de lo mismo).
Por la tarde me divorcio y voy solo a respirar contaminación. Finalmente me pierdo de vedad. No me acuerdo del nombre del hotel ni del de la calle ni nada de nada. Cuando ya me parece que tendré que dormir en el metro, que por cierto aquí es aéreo, me acuerdo que frente al cruce de nuestra calle, al final, hay un barrio moro. Veo a una pareja con un niño que van relajados y lo asimilo con que viven aquí. Les pregunto y me dicen ¡Oh! Yes, “arab”, y me indican hacia donde he de dirigirme. Y ahí se acaba todo.
Los contrastes de lujo y extrema pobreza me sobrecogen, sobre todo cuando están tan próximos.

  • 30 julio
El bueno de Joseluis accede a que vayamos a AYUTTHAYA en tren y por nuestra cuenta. Desde el tren se pueden observar de forma sosegada las entrañas y los suburbios de una ciudad. Junto a las vías y a la orilla de los ríos se agolpa todo lo que está empapado de desesperación y, a veces, también lo que expulsan los excesos de la ciudad. No hago fotos, no puedo.
Ayutthaya fue la capital de Tahilandia hasta que sus vecinos los birmanos la destruyeron. En ella quedan los vestigios de sus templos y de lo que fue ciudad imperial. Ten vecinos para esto.
Tomamos un tuk-tuk para que nos lleve a las piedras que quedan de los 5 templos más importantes. Está nublado, como casi siempre, aunque la temperatura es de 30ºC y la humedad muy alta, también como siempre. Luego, a la tarde, lloverá, también como siempre.
En los templos, algunos reconstruidos, mucha gente reza y hace ofrendas. Ofrecen plantas, comida, pájaros, y algunos compran trocitos de pan de oro y lo pegan al Buda. Por todas partes hay huchas. Porque si budas hay de todos los tamaños, no veas huchas… en un solo recinto llego a contar más de un centenar. Eso sí que es devoción.
A la entrada y salida ofrecen de todo tipo de recuerdos, bebidas y chucherías.
En el tercer templo, una chica se empeña en venderme un cestito de flores para que se lo ofrezca al Buda de turno. Como ya estoy cansadito, con una sonrisa me dirijo a ella y le digo, en castellano: “Mire Vd, yo estoy aquí por equivocación; resulta que iba a coger un vuelo a la Costa Brava, porque me encantan las anchoas de L’Escala, y se ve que de tanto pasar por el detector de metales me trastorné y cogí el vuelo equivocado, ¿me entiende?. La chica se encoje de hombros y se marcha.
No puede entender que después de ver yo al tal Buda (con todo mi respeto para Buda y los budistas), de pie, acostado, sentado, en posición de loto, cuando iba al gimnasio y cuando dejó de ir, de oro, de piedra, de madera y no sé de cuantas cosas más, esté yo un poco trastornado. Y no he querido entenderla pero en castellano me expreso mejor que en inglés, y eso que aquí estoy practicando varios ingleses a la vez: el indochino, el florido, el balinés, y ahora el thai, en el que todas las palabras acaban en “éééééé”.
Mañana toca el palacio del emperador y la emperadora… Aunque ya los conozco bien. En los enormes carteles están cuando eran adolescentes, cuando llevaban gafas, con ropas tradicionales, ahora que han engordado y de mil maneras; lo que no los he visto es en pañales, ni creo que los vea nunca como a Luis XVI (i no m’han fet res). Vamos, casi tantas poses como los budas.
Para este pueblo la monarquía es como dios, no importa que el gobierno sea democrático o que sea una dictadura. ¡AY! Cuánto tienen que aprender Europa.

  • 31 julio
Mi paciente compañero me acompaña al Palacio Real. El bochorno es muy fuerte. La cola para entrar es inmensa. Una gran fila de autobuses van chorreando pantalones cortos, chanclas, gorros, sombrillas (de los orientales) y pieles color carabinero a la plancha. Esto y que veo el cartel de los precios me provoca un revolcón en el estómago. Le digo a mi colega que no entro y lo decepciono. Pero no voy a renunciar a mis impulsos. ¡Que les den!.
Pasamos el día pateando barrios: el chino, el de los oficios, el de los mochileros e incluso al final barrios de lujo. Todos son Bangkok.
Le pregunto a mi colega si esta es la ciudad que él me dijo era la más maravillosa del mundo y se ríe. Está sorprendido, él tampoco conocía así la ciudad, había venido siempre en viajes organizados.
Finalmente intentamos encontrar la “Massage school for blind people” pero está muy alejada; hay que ir en moto (más de media hora) o en varios autobuses. Desistimos.
“Feeling good is not just an emotion it’s a philosophy”

  • 1 agosto
Tras cuarenta días, varios de ellos de ramadán, miles de kilómetros en diversos medios, innumerables budas con sus respectivos templos, otros tantos altares dedicados al hinduismo y no menos mezquitas, me dice mi compañero si quiero ir esta tarde a una representación de baile tradicional thai. Le pregunto si es de esas en las que las bailarinas mueven los ojos y las manos con las rodillas semidobladas (muy malo para los meniscos) para menear mejor el culo y me dice que sí. Como ya he estado en tres la respuesta la dejo para la adivinación, aunque le ruego que preste mucha atención para contármela después.
Comienza a llover como cada tarde y el baile se tiene que retrasar un día.
Ha sido un viaje de muchos aprendizajes: de aprender a desconfiar de las guías turísticas (las de papel y las de carne), de aprender a sumar, a entenderse, a tolerarse, a ser solidario y, sobre todo, a disfrutar con el sentido del humor a flor de piel. ¡AH! y ya sé lo que es el ramadán.

  • 2 agosto
Visitamos lo que dicen que es el “mayor mercado al aire libre del mundo”. Hay mucha Rita también por aquí.
Por las estrechísimas callejas que dejan entre sí las tiendas desmontables pasan las motos cargadas de paquetes o las carretillas sin derribar ni los artículos ni la comida ni las ropas que se exponen (tampoco los jarrones chinos). Después de una demostración así a ver quién se atreve a pedirles el carné.
En la calle más ancha, una carretera que divide en dos el mercado, veo al fondo un enorme bulto negro. Me acerco y es “Fernando Andrés”, el creador de “Paella Corporation” que con un enorme gorro de cocinero está montando un espectáculo mientras hace grandes paellas al aire libre. Me acerco y me cuenta que hace 1.000 raciones entre sábado y domingo( los días que hay mercado) y que se gana unos 10.000 euros al mes por 8 días de trabajo; de modo que le importa poco si la paella sale bien, regular o mal. Y se queda tan fresco. Luego añade "pero cuando acabes dime si te ha gustado". Es de Logroño y pasa en su tierra dos meses al año.
Se le nota que disfruta viendo la cola de guiris y paisanos haciéndole fotos mientras esperan con el plato de plástico.
Cuando acabo le digo: "Fernando, me la pude comer..." y me dice: "no, si al final aprenderé".
Me hago una foto con él y seguimos un rato más por el mercado.

                * 3 de agosto ¡Ya vísperas!

Salimos sin destino fijo. Es domingo. Gastamos los pocos "bath" que nos quedan en el bolsillo mientras vamos lentamente dándole vueltas a las seis semanas que hemos ido de acá para allá en esta parte de Asia.
Entro en un centro comercial de gran lujo que tendrá al menos 7 plantas. El diseño de las escaleras es ya de por sí un espectáculo, y...
Bueno pues, ya nada que ver con esto aunque si conmigo, va y me dan ganas de cagar. Los aseos, toilette o restroom, que todo vale, están entre la tienda de Prada y la de John Silver. Unas puertas de cristal pavonado con diseño original se abren ante mi cuando me acerco. Elijo el que parece que me corresponde y, nada más entrar, la tapa del wáter se levanta (aunque sin música). Acerco glúteos al apoya culos (no me suelo sentar) y un calor suave me atrae hasta el punto que no me puedo resistir. Se está bien. Acabado el objetivo, observo que a mi derecha hay una extensa botonera con letreros en inglés. Con timidez, mi inglés no es bueno, pulso el que creo que corresponde y acierto; un agua tibia me lava dulcemente. No me fio, me levanto un poco y miro. Sí, es agua tibia y limpia. Sigo sentado, pulso stop y elijo el botón que creo que corresponde ahora. Perfecto! pues un aire no menos agradable se dispone a secar lo que antes humedeció. Pulso stop y todo se para. Me levanto y él solito “se tira de la cadena” y se perfuma. Como tengo la curiosidad a flor de piel, sigo tocando los demás botones. Se levanta y se agacha el apoya culos, sale agua para arriba y para abajo, aire y no sé cuántas cosas más.
He perdido la noción del tiempo, a saber cuánto tiempo he estado aquí dentro. Este lugar crea adicción. De ahora en adelante vendré a cagar a este centro comercial, el que tiene sobre su fachada en letras grandes el nombre de PRADA, aquí en Bangkok. Es para cagarse.
Luego, de vuelta al hotel, aunque ya no me llama la atención porque la veo a diario, me fijo en que de una mano de mi compañero cuelga una bolsa de plástico del Carrefour.
El primer día ya vi a mi compañero que, además de cargar con su mochila a la espalda y arrastrar la maleta, en la mano libre llevaba una bolsa del Carrefour, de mucha utilidad por cierto. En ella llevaba el agua, un impermeable y algún otro artículo de primera necesidad (por ejemplo mapas).
Durante más de cuarenta días hemos subido montañas, navegado por ríos y por mares, cruzado “rain forest”, viajado en autobús (así le llaman…), tren, kayak, metro y tuk-tuk. Hemos dormido en lugares de toda calaña (hoteles les llaman… lo nuestro no era un viaje programado), a menudo en el suelo, compartiendo lecho con insectos y roedores, muy respetuosos por cierto. Y hoy, la bolsa del Carrefour cuelga impasible de la mano libre de mi compañero.
Sólo pensar que en pocas horas me tendré que separar me produce desazón. No sé cómo será mi vida lejos de la bolsa del Carrefour. Espero que el Universo me ayude a superarlo.
Y finalmente encaramos la calle donde está el hotel Worabury. Sí, hay una calle en Bangkok, una calle con “mucha marcha”, en la que hay un hotel (también resort y spa y todo lo demás) que se llama Worabury, a esa yo le digo “la calle del Worabury”.
Durante unos minutos la recorro por penúltima vez, mañana la desandaré temprano cuando me dirija al metro que me lleva al aeropuerto.
Todas las veces que la he recorrido, mañana, tarde y noche, en uno o en otro sentido, he tenido la sensación de que pasaba por el mismo escaparate inamovible. A un lado, sobre la acera, están los carritos de comida, friendo o cociendo alimentos y metiéndolos en bolsitas de plástico transparente o alineándolos en pinchos morunos. Al otro los tuk-tuk, con sus conductores echados en el interior, medio dormidos, buscando cualquier cosa entre los dedos de los pies; los taxis, de colores chillones, intercalados con los otros, se ofrecen a los “rostros pálidos” que esquivando el tráfico pasamos entre ellos: ¡taxi, taxi!.
En los bajos de la calle, decenas de mujeres, sentadas frente a las casas de masaje, ofreciendo sus servicios con todos los argumentos a su alcance. Y ya sólo queda alguna casa de cambio y los largos bancos de los bares-restaurantes-happy hours, intercambiando su espectáculo con el de la calle. En ellos, hombres y mujeres (gringos llama mi compañero a los primeros; aunque al escuchar su acento creo que son australianos), beben a todas horas con la mirada perdida o toquetean absortos sus móviles. La mayoría son de edad avanzada y peso reglamentario.
La calle, aun siendo singular, creo que refleja en parte la leyenda de Bangkok en particular y de Tahilandia en general, sin evitar el contraste del consumo de lujo con la mendicidad en todas sus expresiones. Esta calle es una forma de vida y una foto fija del ser humano de hoy.
Michael Houellbecq tiene razón.

                * 4 de agosto "the end"

Tomamos el metro en la estación de NA NA (pronúnciese "nanaaaaaa") porque los taxistas se niegan a poner el taxímetro; hacemos un trasbordo y enseguida el aeropuerto. Vuelo a Frankfurt y después a Barcelona. En Barcelona, son las 2 de la madrugada y el bus no tiene plazas, así es que alquilamos un coche y, tras 43 horas sin dormir dejo a Joseluis a la puerta de su casa y yo me voy a darme una ducha y a comenzar el día como si nada.
Al día siguiente, 300 km más al sur, comienzo a escribir lo que recuerdo. Me río hasta desternillarme y hago de nuevo el viaje, aunque de diferente forma. Ni mejor ni peor, sólo diferente.

INDONESIA (Sumatra/Java/Bali/Flores/Comodo) Y THAILANDIA # JUNIO-JULIO-AGOSTO / 2014