martes, 8 de enero de 2013

2036


Tras la decepción que no hace muchos años nos deparó Nostradamus al superar el año 2000 y seguir vivitos y coleando (lo segundo menos), ahora, en 2012 nos han vuelto a dejar los mayas (que no los aztecas) compuestos y sin novia, o novio, según se quiera.
Pero mira por dónde viene ahora un asteroide de mierda (perdón, quise decir pequeño) a devolvernos la esperanza, pues los científicos afirman que en el 2036 pasará muy cerca de la tierra, concretamente entre ésta y la luna, por donde hay gran cantidad de artilugios de comunicación, de espionaje o de lo que sea dando vueltas. Con lo cual es probable que se tropiece con alguno, caiga  la tierra y tengamos fiesta.
¿Dónde?, eso todavía no se sabe, lo que da más morbo, pero casi seguro que será en Estados Unidos y más exactamente en New York, a juzgar por el gran despliegue que respecto de esas cosas viene haciendo el cine.
Pero no voy yo por ahí, no. Esto es a mi juicio una esperanza para una parte nada desdeñable de los humanos. Sí, una gran esperanza, pues resulta que muchos de estos seres, que estuvieron esperando la catástrofe del 2000 y han estado excitados con la profetizada para el 2012, necesitan otro "proyecto catástrofe" relativamente próximo para justificar su actividad y hasta su existencia.
Ahora volverán a sentarse ante el ordenador (si es que se han levantado) o a conectar sus artilugios móviles para intervenir y enriquecer las llamadas "redes sociales", que me río yo lo que tienen de sociales, aunque he de reconocer que redes sí que son; bueno, a lo que iba, y dejar de lado cualquier proyecto que implique (a ésta última palabra le huyen en manada) dedicación y esfuerzo a largo plazo. Entiéndase como largo plazo más de 24 horas.
Y he dado todo este rodeo simplemente para acabar con una petición a nuestros gobernantes, visto que de momento no tenemos reaños para eliminarlos. La petición es que diseñen y delimiten en las ciudades "carriles wassup" (si no se escribe así, que lo zurzan) para peatones y también para vehículos, éstos últimos con protecciones laterales.
Es con el fin de evitar accidentes ya que no soy partidario de prohibir lo que resulta vital para tantos y tantos seres humanos del siglo XXI.
Si leyera o leyese esto un ser de otro planeta, aunque no sea "humano" se dará una idea de la fauna que habita la tierra.

lunes, 7 de enero de 2013

Mi tío


A principios del siglo pasado, mi tío tenía una modesta fábrica de tejas y ladrillos. Bueno, decir modesta es casi exagerar.
En ella trabajaban él y uno o dos ayudantes. Y toda su tecnología consistía en sacar la arcilla de los bancales, comprándola a los propietarios, mediante un labrado profundo y la criba de la piedra. Luego la amasaban con agua, la ponían en unos moldes de madera sobre el suelo duro y la dejaban secar al sol.
Mi tío no tenía ideología pero en el país en el que vivía cayó el régimen político, abrumado por la corrupción y la pobreza, y se instauró una república. Las necesidades de materiales de construcción eran altas, pues era un sector estratégico para relanzar la economía del país. Por ello, el gobierno le incautó la fábrica y procedió a una modernización sin precedentes.
Pasados unos años, los errores políticos y la ignorancia (mejor el cerrilismo) del pueblo propiciaron que las fuerzas más conservadoras (¡qué palabra más mal utilizada!) con la complicidad del capital y parte del ejército, y con el apoyo incondicional de la ideología religiosa, iniciaran una masacre del pueblo, llamada también guerra, que acabó con la victoria de los de siempre.
Restablecido el orden como dios manda, a mi tío le devolvieron la fábrica modernizada.
El país estaba parcialmente destruido por los bombardeos y la fábrica tuvo que trabajar sin descanso empleando a varias decenas de personas.
Mi tío se hizo millonario y eso le llevó sin remedio a definir su ideología política.
Fue el casual rumbo de la historia. Porque la historia siempre ha sido hasta ahora “por casualidad”.

PACO


Paco era un hombre libre. Pero no libre en el sentido habitual de la palabra, no. Paco era libre hasta ese punto en el que la libertad da miedo a la inmensa mayoría de los seres humanos.
Su profesión era la música y a ella dedicaba todo su esfuerzo y toda su pasión.
Dirigía, componía e interpretaba. Era muy conocido y valorado. Allá donde había un acontecimiento en el que podía participar y con el que podía enriquecerse y disfrutar, allí estaba Paco.
En su casa, su compañera y toda su familia sabían que podía desaparecer sin avisar y tardar días o semanas en volver. Cuando regresaba lo hacía como si nada, como si sólo hubiera estado ausente unas horas.
Nunca comentaba de donde venía ni qué había hecho, del mismo modo que no había informado antes de marcharse.
Todos aceptaban así a Paco, y así fue mientras vivió.
Pero su comportamiento, con ser especial y posiblemente único, no tiene parangón con lo que fue sin duda la anécdota de su vida, nunca mejor dicho.
Un día, comenzó a notarse un extraño olor a gas en el garage de la finca en la que vivía. Mandaron revisar las cañerías y todo estaba bien, pero el olor persistía, incluso se incrementaba por días; así es que finalmente, decidieron sacar todos los coches de los aparcamientos con el fin de realizar una limpieza exhaustiva.
Con todos los coches fuera se dieron cuenta de había uno que nadie había retirado. Fueron a inspeccionarlo y era el coche de Paco.
Al volante estaba Paco. Paco había sufrido un infarto allí mismo hacía varias semanas y su cuerpo estaba en estado de descomposición, despidiendo un hedor que inundaba el garage.
Una vez que el forense hizo su trabajo, la limpieza del garage se prologó durante varios días. Lo que no me dijo su hijo es si pudieron finalmente vender el coche.

AVE CÉSAR


Ayer había decidido bajar a correr al río, cuando el sol se llevara la humedad de la noche. Me levanté pronto, como siempre, y desayuné de forma ligera, para no defraudar los consejos de García del Moral, que me dice que no salga sin tomar nada.
Mientras hacía tiempo me conecté al correo y allí encontré un mensaje de César que decía que saldría esa misma mañana ha hacer una carrera por los montes de Serra. No decía nada de hora, sólo que serían 14 kilómetros y poco más de una hora. Contesté preguntándole cuándo pensaba salir, por la misma vía y con un SMS, pero no contestó, así es que seguí mis preparativos.
Cuando estaba a punto de salir, me llamó para decirme que saldría cuando yo llegara.
Ir con César es siempre una aventura; una aventura agradable, con sorpresas incluidas, además de una experiencia excitante porque a veces te da la impresión de que ni él sabe lo que va a hacer a continuación. Nada más lejano.
Vayamos donde vayamos, al final habrá material para escribir un relato, cuya amenidad está garantizada, al menos en lo que respecta a él, y no digamos si la ruta precisa de ir con mochila; en ese caso da para una novela, porque la mochila de César es una caja de sorpresas que se abre y se cierra cada dos por tres.
Por todo eso, por la amistad que me une a él y porque tenía unas ganas locas de salir a la montaña, me encaminé a Serra sin dilación.
Tras un breve calentamiento salimos al monte a un cuarto de hora de la una. El sol calentaba. Íbamos ligeros de ropa y de equipaje, aunque cogió una pequeña mochila. Me detalló varias veces el recorrido, nombres de los picachos y de las sendas inclusive, pero no hice ningún esfuerzo por aprenderlo. Llevaba el GPS y lo había conectado por si quería repetirlo algún día.
La ruta fue de una dificultad media, salpicada de un par de escaladas cortas. Lo que es correr lo haríamos en algo más de la mitad del circuito, el resto , por ser de pendiente excesiva, tanto de subida como de bajada, nos conformamos con caminar.
Pasamos cerca de Rebalsadors y disfrutamos de buenas vistas a pesar de que había brumas en la lejanía. Fue fácil identificar el Montgó, el Bernia, el Benicadell, incluso se podían adivinar las Columbretes.
Durante las casi dos horas de marcha apenas tropezamos con nadie: una familia de tres, con perro, cuatro jóvenes andando y un señor en bicicleta de montaña, al pasar por una posta forestal.
Pero contar esto así, como lo acabo de escribir, no refleja en absoluto lo vivido.
A ver si soy capaz de expresarlo con ejemplos. Fue como abrazar a un amigo y sentir que ambos corazones laten al unísono. Como mirar a los ojos a una mujer y tener la certeza de que los dos pensáis lo mismo, más aún si lo confirma una sonrisa emboscada.
Ir con César de excursión  es repetir la sensación que tuvimos de niños al desgarrar por primera vez un papel.
El sábado fue un día muy especial. Irrepetible. Gracias César.
Lástima que el GPS no grabó la ruta. Tendré que leer de nuevo las instrucciones.

sábado, 5 de enero de 2013

Vivó


No recuerdo cuando, sí que hace mucho tiempo, comencé a ser sensible a los acentos. Por eso, cuando leo una palabra que lo precisa y no lo lleva, me dan ganas de ponérselo. Alguna vez lo he hecho, en pequeños carteles que están a mi alcance o cosas así. Sé que no debiera pero me he dejado llevar.
Ayer, pasando por el casco antiguo, ¿o es viejo?, quizá las dos cosas, leí un rótulo grande sobre una puerta no muy cuidada, que rezaba "Funeraria VIVO". No sé si me llamó más la atención la falta de coherencia de las dos palabras o que a la segunda le faltaba el acento.
Bueno, VIVO es una marca, un nombre o más exactamente un apellido y se puede escribir sin reglas ortográficas, pero sé bien que es el apellido del dueño y que ese apellido está acentuado.
Así se llamaba (y supongo que se llama, no creo que haya muerto) el jefe de contabilidad de mi primer trabajo serio: Vivó. Un hombre de una gran humanidad, que iba de aquí para allá repartiendo bondad y que se deslizaba más que se movía, tal como lo hace un pez en el agua. Alto y entrado en carnes, su expresión segura oscilaba entre la placidez y el humor.
Todos en el banco, y éramos más de un centenar en servicios centrales, conocíamos su vida y sus anécdotas, cual de todas más sorprendente y original. Recuerdo ahora una, contada por él mientras almorzábamos, en la que le ocurrió algo más o menos como sigue.
Volvía de la playa en su 2CV, con su mujer y sus siete hijos (sí he escrito siete porque eran siete, no ha sido un error), el mayor apenas en la adolescencia y el pequeño, recién nacido, en brazos de su madre, y le paró la pareja de la guardia civil. Tras pedirle la documentación, contaron los ocupantes y le espetaron "No pueden Vds. viajar así, el coche es de cinco plazas". Vivó miró fijamente a los agentes con la parsimonia que le caracterizaba y enseguida reaccionó con la misma lógica que utilizaba para cuadrar las cuentas en el trabajo. Bajó del coche e hizo bajar a los cuatro mayores, les mandó ponerse en el arcén y les dijo "Esperad aquí, estos señores cuidarán de vosotros; yo voy a llevar a casa a mamá y a los hermanos y volveré en cuanto pueda". Luego, se dirigió a los guardias civiles para pedirles que cuidaran de ellos y les prometió que volvería enseguida.
Los agentes se miraron entre sí haciendo esfuerzos para dominar su fracaso, su turbación y su miedo. Vivó acababa de ganarles la partida imponiendo su estilo propio.
El cabo tardó en reaccionar, pero al final, casi tartamudeando, le dijo "Es que... mire Vd. nosotros..." Vivó insistió "Yo no quiero infringir normas ni ir contra la ley, pero es mi familia ¿comprenden?".
Los guardias civiles, que habían cambiado de color, probablemente influidos por los reflejos del uniforme y el calor del día, ya que oscilaban entre el verde y el bermellón, se mostraron ya un poco más enérgicos "nada, nada, nada señor Vivó, puede Vd. continuar con toda su familia, le comprendemos y hacemos ésta excepción con mucho gusto. Vaya con cuidado y que tengan un buen viaje".
Vivó siguió llevando a su familia en el 2CV hasta que pudo disponer de un coche más grande.
Poco después adoptó cuatro niños más. Sí, once en total, y un buen día, tras las vacaciones, le vimos llegar con una imagen diferente, se había dejado barba. Fue a hablar con Alfredo, el subdirector de personal y le pidió la baja.
Vivó marchó a África como misionero y llevó con él a toda su familia. Quería ayudar a ese gran continente, de donde eran oriundos sus cuatro hijos adoptados. Y seguro que andará por allí, contagiando a todos de su forma de entender la vida.
Sí, Vivó, con acento ene la o.

jueves, 3 de enero de 2013

Mil noventa y cinco


Me dejó caer y me deslicé rozando su piel hasta la cintura, donde me detuve un instante. Giró sus caderas con un impulso algo cansado, que fue suficiente para que acabara en el suelo casi sin darme cuenta.
Me cogió con una mano y me levantó a media altura, me dedicó una mirada cariñosa lanzándome a continuación sobre el butacón de la habitación, y acabó de desnudarse. Era el mismo cuerpo; casi el mismo cuerpo, quizás ahora más seguro en sus movimientos. Lo había tenido dentro de mí en suficientes ocasiones como para conocerlo. Lo amaba.
Lo amaba desde el día en que ella iba con paso algo acelerado, y aun así se volvió para echarme una mirada por encima de sus gafas oscuras. Desde ese día deseaba abrazarla. Quería pertenecerle y que me perteneciera.
Fue dos días después, a punto de cerrar, cuando entró, se dirigió a la persona que atendía y se dispuso a entrar en el probador conmigo. Antes de entrar aun se paró ante otro de color negro brillante, le pasó la mano y pidió su talla para hacerle competir conmigo. La sola posibilidad de que se decidiera por el otro casi me hace perder los hilos que sujetaban el dobladillo. Fueron unos minutos eternos. Se miró varias veces en el espejo y, tras una pequeña duda, miró por encima del hombro al espejo, hizo un guiño pícaro acompañado de una sonrisa que ocultaba más de lo que ofrecía y se decidió por mí.
Salí de allí dentro de una lujosa bolsa de papel plateado y fue el principio de una convivencia larga y feliz.
De todo esto hace dieciocho años pero los dos estamos en  forma, no hay nada más que ver las miradas de admiración de envidia y de deseo que hemos recibido hoy.
Ambos tuvimos suerte, ella ha sabido lucirme y yo le he dado lo que ella se merecía. Tengo tantos recuerdos… aunque a decir verdad creo que estoy exagerando, no han sido tantos. Puede que haya disfrutado en su cuerpo siete, doce veces; no, la verdad  que no las conté. Y como durante los años que he pasado en el fondo del armario he rememorado tanto los momentos felices, he perdido la cuenta de los que son vividos y los que son sólo recuerdos, y hasta imaginaciones mías.
Ahora eso sí, las imágenes sí que las tengo todas grabadas. Cómo iba a olvidar un baile en el que yo era su segunda piel. No llevaba ropa interior, a excepción de un tanga; para mí como si no llevara nada. Esa noche se movió como ella sabe hacerlo, sus caderas inventaban la música y yo la seguía gozando de cada ritmo, de cada risa suya, del latir de su corazón, que tenía a pocos centímetros. Copié cada pliegue de su piel y enjugué su sudor ligeramente salado durante horas. Fue una noche eterna en la que no hubo mirada que no se recreara en mí, que no me siguiera; bueno, nos siguiera, que no quiero pasarme de protagonismo.
Enseguida me asalta otro recuerdo, aunque diferente. Me había dejado caer como ha hecho hoy sobre el butacón de su habitación en un hotel singular, estaba echada en la cama con compañía. Ambos se merecían. Yo a penas percibía una parte del lecho pero lo oía todo. Oía las risas, sus risas, sus gemidos, sus besos y también sus gritos de placer. Fue una noche larga y maravillosa en la que compartí sus éxtasis desde aquel butacón estilo Luis “noséqué”; el butacón y su estilo no me importaban en absoluto, me importaba ella, sólo ella, como ahora.  
Habrían más noches de placer; sólo alguna más conmigo, y gracias. Sí, me parecieron pocas, pero tengo que reconocer que no paso desapercibido, y eso en mi caso no está bien visto. No está bien repetir mucho.  Lo llevo con resignación y no me quejo.
También tuve (me nace decir tuvimos) otros momentos que no fueron precisamente cañonazos de placer; aun así fueron bonitos, sobre todo porque estaba conmigo, porque la tenía nada menos que dentro de mí. Me viene a la memoria de mis costuras una cena de trabajo en la que un centroeuropeo se afanó en lavar sus principios luteranos con vino blanco y, de no mediar otros colegas, hubiera acabado por el hueco de la escalera al salir, porque creo que la confundió con una lámpara con reflejos bermellón que habían instalado para la Convención.
Y cómo no acordarme de un acontecimiento familiar en el sentido amplio, en el que tuvo que pedir prestado un pañuelo para apaciguar las miradas de la persona que le había tocado delante; se trataba de evitar un conflicto sentimental y posiblemente familiar, y nada más, pero fue una decisión prudente e inteligente.
Pero lo mejor para mí ha sido el contacto de su piel cuando caminaba o mejor cuando bailaba. Me encantaba cuando se ponía tanga y eran sus caderas las que me rozaban una y otra vez; por no decir las escasas veces que me ciñó sin sujetador. Sujetar sus pechos, sentir el golpe cada pisada de tacones, casi al ritmo del palpito de su corazón, era precisamente con lo que había soñado desde el día que me miró de reojo en el escaparate.
Hoy ha sido, cómo no, un día maravilloso. Ya no hay envidias, ahora es sólo admiración y orgullo. Lo primero por parte de los demás y lo segundo por la suya.
Y ahora yago aquí de nuevo, sobre este sofá. Volveré al fondo de armario a recordar una y otra vez lo vivido. Sé que será difícil que vuelva a salir, aunque quizá tenga otra u otras oportunidades.
Ya vuelve del aseo, va acostarse. Me va a dejar pasar aquí la noche; casi mejor, así podré verla durante unas horas más. Ya que nunca he podido dormir con ella. Una vez estuve a punto pero en el último momento alguien me la arrebató. Lo hizo con dulzura y lo comprendí. Sí, creo que fue mejor para los tres.
Resistiré, lo he hecho durante estos años sin perder en ningún momento la esperanza, y no va a ser menos ahora. Es más, estoy seguro que sí, que volveré a abrazarla en breve y que será sublime para los dos. Alguien me va a ayudar.
Y si no fuera así, siempre me quedarán los recuerdos. He vivido de ellos y puedo seguir viviendo de ellos. Estoy orgulloso de mi vida a su lado y de ser parte de su fondo de armario.
Yo soy y seré siempre su vestido rojo.