lunes, 7 de enero de 2013

Mi tío


A principios del siglo pasado, mi tío tenía una modesta fábrica de tejas y ladrillos. Bueno, decir modesta es casi exagerar.
En ella trabajaban él y uno o dos ayudantes. Y toda su tecnología consistía en sacar la arcilla de los bancales, comprándola a los propietarios, mediante un labrado profundo y la criba de la piedra. Luego la amasaban con agua, la ponían en unos moldes de madera sobre el suelo duro y la dejaban secar al sol.
Mi tío no tenía ideología pero en el país en el que vivía cayó el régimen político, abrumado por la corrupción y la pobreza, y se instauró una república. Las necesidades de materiales de construcción eran altas, pues era un sector estratégico para relanzar la economía del país. Por ello, el gobierno le incautó la fábrica y procedió a una modernización sin precedentes.
Pasados unos años, los errores políticos y la ignorancia (mejor el cerrilismo) del pueblo propiciaron que las fuerzas más conservadoras (¡qué palabra más mal utilizada!) con la complicidad del capital y parte del ejército, y con el apoyo incondicional de la ideología religiosa, iniciaran una masacre del pueblo, llamada también guerra, que acabó con la victoria de los de siempre.
Restablecido el orden como dios manda, a mi tío le devolvieron la fábrica modernizada.
El país estaba parcialmente destruido por los bombardeos y la fábrica tuvo que trabajar sin descanso empleando a varias decenas de personas.
Mi tío se hizo millonario y eso le llevó sin remedio a definir su ideología política.
Fue el casual rumbo de la historia. Porque la historia siempre ha sido hasta ahora “por casualidad”.

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