miércoles, 1 de febrero de 2012

Vielha amb neu

Alguien nos cargó de energía hasta más allá de la antigua Tarraco (a saber hasta dónde nos hubiera llevado de ir en bicicleta), donde rendimos homenaje a los calçots de Perafort, y un poco a unos caracoles a los que habían hecho renunciar a los cuernos; sin duda cosa de alguna iglesia, pues son la esencia de las emociones que contienen la “x”; me refiero a los cuernos no a los caracoles.
Allí, abrazados, enseñamos los dientes por primera vez, para inmortalizarnos entre el tizne que chorrea por aquí y el vino que chorrea por allá. ¡Menudo chorreo que llevábamos!
Volvimos zigzagueando a los coches y acertamos, primero con la llave y después a seguir el camino "correcto" (nada de ir a Zaragoza o a La Coruña). Aun así, habíamos perdido el miedo a soplar.
El otro coche llegó antes a destino, porque a Pepe en estos eventos lo que se le pone rígido es el pie derecho, situación en la que se encuentra como pez en el agua. Pero aún así, tampoco nos sacó tanto, porque no era yo quien conducía en ese tramo, y eso se nota.
El resto de la noche lo tengo en blanco; apenas recuerdo los abrazos de bienvenida, unas partidas al futbolín en las que Bernabé puso cordura defendiendo el pase lateral, con cuya estrategia conseguimos vencer a los franceses con más contundencia que en 1808; y, ya a media noche, mi caída libre desde la litera hasta los pies de la cama de Pepe, sin otro objetivo que vaciar la vejiga. El error: hacerlo sin parapente (tampoco había escalera).
El sábado se presentó espectacular, y todos los objetivos “deportivos” se cubrieron sin excepción, dejando la tarde noche para la bioalquimia. Me refiero al proceso que hace que las hormonas, bulliendo desesperadamente, se transformen en jugos gástricos, con necesidad imperiosa de ser neutralizados (con su ácido clorhídríco y todo). Un descubrimiento que, por antinatural, pronto será motivo para un nuevo Nobel.
Ni la colaboración de Dionisos y Baco “a full time” logró que cambiara lo más mínimo el proceso anterior. Pasada la medianoche, la calle continuaba regalándonos una nevada suave y discontinua, muy propicia para inmortalizar risas, sonrisas y resignaciones. Y para postre, más futbolín con gin-tónic, chocolate negro, bombones, chupitos y todos los calmantes legales que contribuían a alejarnos del normal comportamiento de la especie.
No tengo la más mínima duda. Si no practicamos más, vamos hacia una extinción súbita. ¡Qué ejemplo más pobre estamos dando como sociedad culta y desarrollada!. Lo que no tengo claro es quién nos puede sustituir… ¿los primates? no. Umm! posiblemente los cerdos (me refiero a esos privilegiados de la media hora); y es que no es lo mismo media hora que 10, 12 ó como mucho 20 segundos. Qué mal se hizo esto; claro, en seis días qué podemos esperar… pues sin ir más lejos yo mismo soy una víctima de esas prisas.
El domingo continuó nevando y los coches estaban ya enterrados en la nieve. Así es que nos pusimos palas a la obra y, siguiendo los consejos de Bernabé (que ahora comienza a dar frutos), conseguimos sacar los dichosos cacharros a la carretera.
Desde allí, con la frustración de no haber podido disfrutar más del mágico polvo blanco (qué mente la mía, quiero decir de la nieve), chano chano, cogimos carretera y manta hasta encontrarnos con unos pocos en el asador de Flix.
Finalmente partimos vía aeropuerto de Castellón (muy concurrido a esa hora... por los camiones que no quieren pagar peaje), con la alegría de la resaca y alegremente resignados, quizá porque en lo más profundo de nuestro estómago (pues pensamos con el estómago, si no no se entiende…) ya estábamos acariciando la siguiente salida. En la que ni la esperanza ni la ilusión nos van a faltar.
Después de esto espero que… ¡amigos! ¿No?.