miércoles, 10 de diciembre de 2014

HOY

Hoy he tenido que ir al tanatorio. Son obligaciones sociales, básicamente de apoyo a amigos o familiares. No es mi lugar preferido y aún así, en los últimos meses (poco más de un año) he tenido que personarme personalmente (¡) tres o cuatro veces. Pero ninguna de las anteriores había reparado en detalles que hoy, posiblemente porque he tenido que esperar a mis amigos durante más de media hora, que por cierto se me ha hecho eterna, hoy sí que he reparado.
Son varios los detalles fruto de esas observaciones pero confluyen. La gente se viste para la ocasión, así me lo parece a mi, y cuando digo “para la ocasión”, me refiero a que particularmente mal. Como con ropas que hay que desechar, colores mal combinados e incluso prendas inapropiadas; me he sentido transportado al otro lado del canal de la Mancha. Sólo me ha faltado ver batines y zapatillas de casa. Quizá para eso tenga que ir más al sur.
Los gestos son tristes y desabridos, cosa que se acentúa al combinarse con pieles cansadas, quizá por varios días sufriendo de “maldormir”, y también sin duda por haber olvidado, fruto de una desgana voluntaria, un poco de crema hidratante o un último afeitado.
El pelo está desaliñado a menudo en la mayoría (nos libramos los que no usamos); es como si pesara mucho e hiciera que costara mantener la cabeza erguida.
En suma que el aspecto particular de cada uno y el colectivo en general es deprimente. Contrasta fuertemente con las chicas que atienden en recepción, con trajes impecables de colores fríos, recién peinadas y discretamente maquilladas; incluso algo sonrientes. Vamos, que parecen salidas de otro planeta. De otro planeta mejor, claro.
Y todo eso afecta. Yo tengo buenas piedras de turmalina negra para llevar en estos casos en el bolsillo pero algo pasa que siempre se me olvidan.
Para paliar esta sensación, recuerdo que hace años, un compañero de trabajo comentaba que cuando iba a un lugar así, nada más acabar tomaba una ducha y hacía el amor. Eso le liberaba de las malas imágenes y recuerdos de aquella mañana o de aquella tarde, según fuere.

Al hilo de lo que hacía mi amigo se me ocurre que quizá sería bueno que en estos lugares se instalaran a la salida duchas y, a ser posible, algo más para facilitar seguir sus sin duda buenos consejos.

jueves, 4 de diciembre de 2014

REFLEXIÓN

"A veces, para librarse de los demás, hay que ser como ellos"

MAÓ

Maó, paz y yates. Silencio. Una ligera capa de nubes se afana en protegerla para envidia del sol. Ventanas y puertas color verde oscuro con olor británico. Fachadas con luz propia.
Todo adopta un movimiento lento cuando no una quietud observadora. El susurro del mar lame la orilla arrancándole una sonrisa blanca. Sí, también blanca.
Lo que no es azul es blanco y hasta el azul blanquea, contagiado.

Cuando la noche entorna los ojos penetra aún más el dulce olor a agua salada. Las luces del puerto dibujan los mástiles temblorosos de los barcos en los pantalanes, y un poco más allá, faro y castillo nos recuerdan que Maó, ayer ya estaba aquí.

VENTURA GALIANO

“Lewis Carroll y Franz Kafka, dos poéticas de la sinrazón” VENTURA GALIANO # Ediciones Evohé
Voy a la presentación del libro y, como me gusta saborear lo que de bueno aporta lo nuevo, dejo a mitad una novela de mi admirado Javier Reverte, y me sumerjo en la introducción del ensayo, del autor.
Poco más de cien palabra y me siento atrapado, precisamente yo que me duermo en las introducciones. Bueno, esto promete.
Y sí, conforme sigo y me adentro en la obra el secuestro se confirma. Bien es cierto que Alicia da mucho de sí, y no digamos el checo.
Vamos, que no es un ensayo más. Sí de los que dejan huella y no de los que se olvidan al poco de acabarlos, si es que se acaban.
Ventura es sobre todo ameno, y eso hay que agradecérselo. Ventura se lo ha trabajado, tiene estilo, y por ello ya no es un lector que escribe, desde ahora es un escritor que lee.
Prudencia sobre todo, pero como sus próximas obras tengan la calidad que esta destila, estamos ante alguien a colocar en la lista de los mejores.

Enhorabuena y gracias, las dos por lo mismo, claro.

BOROBUDUR

Tras más de catorce horas de vaivén en un recipiente con ruedas llamado autobús, soportando decenas de paradas para coger y apear gente; subidas y bajadas de montañas con curvas de no sé cuantos cientos de grados, y vendedores de fruta, agua y comida en bolsas de plástico, mientras intento mantener erguida la cabeza que se siente atraída sin control por la gravedad, llegamos por fin a Borobudur.
Primero nos dirigimos al Lotus 1, un supuesto lugar para descanso y desayuno que goza todas las bendiciones de la guía Lonely Planet. Como llevamos pesadas mochilas y hay más de un kilómetro, tomamos un triciclo para que lleve el equipaje. El que pedalea, a pesar de ser primera hora de la mañana, lo hace sin demasiada fuerza ni entusiasmo.
Llegamos al citado L-1 donde alrededor de una mesa, un grupo juega a las cartas, come chucherías y bebe algo. A mi pregunta de “quién es el responsable”, apenas uno o dos vuelven la cabeza. Insisto y, al fin, uno se levanta y me acompaña a una habitación de primer piso donde dos personas ven la tele echados sobre la cama. Pregunta si hay habitación y le responden que sí, precisamente la que ellos están utilizando.
Le doy las gracias y nos marchamos al Lotus 2, no muy bien clasificado por la misma guía. Éste está a unos dos kilómetros, a pesar de que el triciclista toma un atajo y yo comienzo a impacientarme; sobre todo porque su pedaleo es cansino. Harto, le digo que se baje, subo al triciclo y comienzo a pedalear. Al poco, miro hacia atrás y lo llevo a más de cien metros; levanta las manos pidiendo que me espere pero no le hago ni caso.
Cuando llego al L-2 veo que él y mi compañero quedan lejos, aunque han acelerado el paso. A la puerta hay una anciana que me recibe con una sonrisa y me dice que sí, que tiene habitación. Luego llegan mi colega y el triciclista, que por cierto quiere cobrar más de lo convenido. No me perdona que le haya hecho correr, no está acostumbrado a ello.
Nada que ver con el L-1 que aconseja la guía, cuyo relato del recibimiento ya ha quedado claro. Así es que en él permaneceremos dos días, Queremos visitar el templo budista de Borobudur, que promete ser uno de los monumentos importantes de este largo viaje por el sudeste de Asia.
Al día siguiente nos levantamos muy pronto y enseguida estamos en el Borobudur. Quiero comenzar la visita por lo más alto, ahora que apenas hay una veintena de personas en el recinto. Si desde abajo es impresionante este gran complejo, desde arriba te sientes fuera del mundo.
Cuando llego me encuentro con la agradable sorpresa de que una veintena de monjes con su túnica azafrán y una decena de monjas con la suya blanca están rezando el último piso. El ambiente es sobrecogedor. Se me erizan los pelos de los brazos y me apresuro a sacar mi péndulo para medir los bovis; entre 18 y 20.000 por el momento.
Cuando concluyen los rezos, ya de por sí energizantes del budismo, comienzan a dar vueltas alrededor en sentido dextrógiro, por el escaso pasillo que queda, donde precisamente me encuentro yo. El primero en pasar me dice “sorry” mientras camina lentamente. Yo me aparto, pongo la espalda junto al muro y continúo midiendo la energía. Algunos monjes miran de reojo el péndulo que cada vez exige que suba la valoración.
Cuando paso de 30.000 bovis siento un estremecimiento por todo el cuerpo, especialmente en la columna vertebral que hace que desista de seguir. Estoy emocionado y muy excitado.
Acaban y se marchan. Yo tengo que esperar aún un rato para continuar la visita, sin duda la más interesante de todas las que he realizado en Indonesia y Thailandia.
En ambos países, entre budistas, hinduistas y también alguna mezquita habremos visitado varias decenas de lugares, incluido el Prambanan, por citar uno entre muchos, pero en ningún caso he llegado a medir niveles de energía parecidos, ni tampoco sentido nada igual.
Continué durante varias horas más, recreándome en los grabados, en su arquitectura y cómo no, en el bosque tropical que lo rodea. Desde lo alto se divisan los conos de algunos volcanes y una atmósfera mágica alentada por la neblina propia de su geografía.

Sí, la visita al Borobudur “valió el placer”.