miércoles, 24 de diciembre de 2008

Poema del Renunciamiento

José Ángel Buesa nació en 1910 en Cruces (hoy Cienfuegos - Cuba) y falleció en 1982 en Santo Domingo - República Dominicana. Su sensibilidad nos sumerge en su poesía de un modo diferente a otros autores de su generacíon, anteriores o posteriores. Disfrutemos de ella, seguro que nos recuerda algo que algún día nos pasó.

Pasarás por mi vida sin saber que pasaste.
Pasarás en silencio por mi amor, y al pasar,
fingiré una sonrisa como un dulce contraste
del dolor de quererte... y jamás lo sabrás.

Soñaré con el nácar virginal de tu frente,
soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar,
soñaré con tus labios desesperadamente,
soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás.

Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás.

Yo te amaré en silencio... como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás.

Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
- el tormento infinito que te debo ocultar -,
te dirá sonriente: "No es nada... ha sido el viento".
Me enjugaré una lágrima... ¡y jamás lo sabrás!

La mejoría de la muerte (del sistema)

Conforme pasan los días, las semanas y los meses, me sorprendo más. Y no sólo por las medidas que toman los gobiernos, básicamente de aportar dinero al sistema, que también, sino porque los economistas y otros líderes de opinión (¿especialistas?) más o menos aficionados, se manifiestan en el sentido de que todo se está haciendo del modo adecuado.
Yo no lo veo así. A mi entender, el proceso nos avoca a una mejoría engañosa, para prolongar la agonía y precipitarse a la vuelta de "un tiempo" (entre 5 y 20 años, depende de lo que le den a la maquinita del dinero) a una situación sin retorno. Sin retorno salvo que se utilice el sentido común y se cambie el modelo.
1.- no se puede continuar con un modelo económico (y social, ¿o no?) basado en el consumo, con unos recursos limitados (en un planeta limitado).
2.- no podemos aplicar las plusvalías de la productividad a la competitividad y a los beneficios empresariales.
3.- no podemos seguir mirándonos el ombligo en una economía globalizada, aprovechando la tal globalización sólo para lo que nos conviene.
Las respuestas, cada uno que se las dé. Pero no hay muchas... hay que repartirse lo que hay, cada cual según sus capacidades y su esfuerzo, pero en suma: REPARTÍRSELO.
Que se puede vivir mucho mejor con mucho menos.
Y para finalizar una pregunta: ¿es lógico que media población trabaje 50 horas a la semana y la otra media cobre el paro?, con las consecuencias de tiempo libre, retorno de impuestos vías subsidios, etc. que todo ello supone para los diferentes actores. Pues con las soluciones que nos están dando vamos a eso.
¡ÁNDALE!

viernes, 19 de diciembre de 2008

Teorema de la teoría y la práctica

* Teoría significa saber por qué las cosas funcionan, aunque no funcionen.
* Práctica significa que las cosas funcionen, aunque nadie sepa por qué.
* Cuando Teoría y Práctica se unen, puede una cosa no funcionar sin que nadie sepa por qué.
[Aplicar, salvando las distancias de terminología, a la situación financiera y verán lo bien que duermen...]

CONSEJO A EMPRESAS EN 2009

Primer principio del marketing:
"No mejore la calidad de sus productos ni abarate los precios.
Segmente su clientela y busque los estúpidos"

NAVIDAD

Estas fechas, como otras muchas, pretenden obligarnos a conductas para las que no siempre estamos preparados, receptivos, son oportunas o, en definitiva, nos apetecen.
Pongo como ejemplo, algunas noches de las derivadas del título, en las que la obligación de divertirse agobia hasta el estrés. Hay otros casos en los que simplemente nos proponen permanecer junto a familiares o presuntos amigos (con los que son de verdad nos encontramos de forma frecuente y espontánea), tanto si disfrutamos de su compañía, como si la misma nos resulta de lo más embarazoso.
Y es que la sociedad, en todos sus niveles, acostumbra a obligarnos a mantener conductas, que en definitiva avocan en privarnos del más mínimo ejercicio de libertad, como condición para aceptarnos en su seno (si al menos fueran senos...)
Todo ello con mil excusas, pero fundamentalmente con la tradición, que más allá de su valor oculta la pretensión del inmovilismo, promovido por aquellos a los que no conviene que nada cambie. Además de la semivelada de la marginación social como contrapunto al orgullo de pertenencia.
Pero la cosa no acaba en la reunión y el divertimento como obligaciones, además se trata de comer, comer y comer. Probablemente como conducta compensatoria por aquellos semejantes que no pueden hacerlo suficientemente casi ningún día del año. ¿Quizá como una forma de amordazar nuestro Pepito Grillo?, no sé. Pero albergo una duda y una pregunta al respecto: la primera, que nadie con el estómago lleno a reventar y la mesa llena de viandas, pueda entender que alguien, próximo o lejano, pueda en ese momento estar muriendo de inanición; esa es mi duda. Y la pregunta es, que haya alguna filosofía, creencia, organización, secta o religión – humana, se entiende - que conocedora de la situación, tenga aún algún militante convencido participando del “bollo”. No digo directivos, porque estos probablemente tengan objetivos diferentes, de ahí su puesto.
Voy a cambiar de tercio, pues como decía el “tonto” del cuento: “... anda chica, sube en el burro que si tiene vergüenza bastante le has dicho”.
Me centraré ahora en el divertimento obligatorio. Ese que al margen de que tengas dolor de muelas, gripe o biorritmos negativos, te obliga protagonizar justo en ese momento y en ese lugar, unas veces como primer actor, otras como secundario, eso depende del nivel de alcohol en sangre y del de estupidez genética, que tanto monta, escenas grotescas y denigrantes.
Porque, ¿quién no ha visto uno de estos tipos parapetado tras un matasuegras, pitándole al oído, en la nariz o en el escote, a sus sufridos vecinos de silla?. Cuya pretensión no es otra que celebrar que están allí, infectados hasta la médula del virus de la estupidez; virus que por otra parte no tiene cura y del que se puede absorber todo el que se desee, pues es inagotable.
Lástima que algunos de estos actos, sean, desgraciadamente, observados y analizados desde un remoto rincón por quien por agravio social (o conyugal) y poder corporativo, arruinarán el futuro del protagonista borrándolo de la "lista" del próximo evento tradicional (que bien podría llamarse: tonta).
Salud y cordura en 2009.

[Todo el escrito está redactado en género masculino, por torpeza literaria, pero cabe adaptarlo mentalmente al que en cada caso corresponda]

martes, 2 de diciembre de 2008

Ir al cine

Recuerdo que hace años había un crítico de cine llamado Alfonso Sánchez, al que escuchaba con curiosidad en el único canal de televisión que sufríamos: "la televisión española". Aquel hombrecillo de voz gangosa nos orientaba sobre las películas en cartelera de forma entretenida y creo que también acertada.

Pues bien, recuerdo también que un día, como único comentario de una película nos obsequió con la descripción del peinado que, al parecer bastante voluminoso había lucido la señora de su butaca de delante; razón por la que, al ser el hombre bastante bajito, no había podido disfrutar de la película, ni tampoco darnos su opinión.

Y de él me acordaba yo días pasados; aunque a decir verdad me acuerdo casi todas las veces que voy al cine, pero no porque sea bajito, que lo soy, ni porque se me sienten delante señoras con peinados voluminosos. No. Simplemente porque cuando voy al cine quiero ver cine y escuchar cine y si fuera posible oler cine; aunque esto último todavía no entra en la oferta. Y a menudo, muy a menudo, me veo rodeado por personas que pasan una parte de la película comentándosela al vecino de butaca, cuando no haciendo comparaciones con otras del mismo actor o director.

Pienso que se trata de una costumbre adquirida en el sofá de casa, delante de la televisión, y que luego se ha trasladado al cine, para desgracia de éste último y por lo menos mía. Pero crearme que me resulta altamente desagradable, pues al final me condenarán a ver las películas en mi proyector de DVD, renunciando al encanto del cine en el cine.

Y que conste que no he dicho nada del olor a palomitas, del rodar de botes de refresco bajo los pies, ni de esa costumbre de levantarse y marcharse nada más comienzan los créditos.

Felíz película!