viernes, 19 de diciembre de 2008

NAVIDAD

Estas fechas, como otras muchas, pretenden obligarnos a conductas para las que no siempre estamos preparados, receptivos, son oportunas o, en definitiva, nos apetecen.
Pongo como ejemplo, algunas noches de las derivadas del título, en las que la obligación de divertirse agobia hasta el estrés. Hay otros casos en los que simplemente nos proponen permanecer junto a familiares o presuntos amigos (con los que son de verdad nos encontramos de forma frecuente y espontánea), tanto si disfrutamos de su compañía, como si la misma nos resulta de lo más embarazoso.
Y es que la sociedad, en todos sus niveles, acostumbra a obligarnos a mantener conductas, que en definitiva avocan en privarnos del más mínimo ejercicio de libertad, como condición para aceptarnos en su seno (si al menos fueran senos...)
Todo ello con mil excusas, pero fundamentalmente con la tradición, que más allá de su valor oculta la pretensión del inmovilismo, promovido por aquellos a los que no conviene que nada cambie. Además de la semivelada de la marginación social como contrapunto al orgullo de pertenencia.
Pero la cosa no acaba en la reunión y el divertimento como obligaciones, además se trata de comer, comer y comer. Probablemente como conducta compensatoria por aquellos semejantes que no pueden hacerlo suficientemente casi ningún día del año. ¿Quizá como una forma de amordazar nuestro Pepito Grillo?, no sé. Pero albergo una duda y una pregunta al respecto: la primera, que nadie con el estómago lleno a reventar y la mesa llena de viandas, pueda entender que alguien, próximo o lejano, pueda en ese momento estar muriendo de inanición; esa es mi duda. Y la pregunta es, que haya alguna filosofía, creencia, organización, secta o religión – humana, se entiende - que conocedora de la situación, tenga aún algún militante convencido participando del “bollo”. No digo directivos, porque estos probablemente tengan objetivos diferentes, de ahí su puesto.
Voy a cambiar de tercio, pues como decía el “tonto” del cuento: “... anda chica, sube en el burro que si tiene vergüenza bastante le has dicho”.
Me centraré ahora en el divertimento obligatorio. Ese que al margen de que tengas dolor de muelas, gripe o biorritmos negativos, te obliga protagonizar justo en ese momento y en ese lugar, unas veces como primer actor, otras como secundario, eso depende del nivel de alcohol en sangre y del de estupidez genética, que tanto monta, escenas grotescas y denigrantes.
Porque, ¿quién no ha visto uno de estos tipos parapetado tras un matasuegras, pitándole al oído, en la nariz o en el escote, a sus sufridos vecinos de silla?. Cuya pretensión no es otra que celebrar que están allí, infectados hasta la médula del virus de la estupidez; virus que por otra parte no tiene cura y del que se puede absorber todo el que se desee, pues es inagotable.
Lástima que algunos de estos actos, sean, desgraciadamente, observados y analizados desde un remoto rincón por quien por agravio social (o conyugal) y poder corporativo, arruinarán el futuro del protagonista borrándolo de la "lista" del próximo evento tradicional (que bien podría llamarse: tonta).
Salud y cordura en 2009.

[Todo el escrito está redactado en género masculino, por torpeza literaria, pero cabe adaptarlo mentalmente al que en cada caso corresponda]

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